Sensualidad, simpatía y mucho carisma acompañaron a Miriam Makeba, todo ello en adición a sus auténticos valores como artista, cantante y luchadora contra el apartheid. Se la conocía, aunque no se la había tenido físicamente por estas latitudes. De manera que para unos más y para otros menos, pero para los cubanos en general Miriam Makeba resultó una revelación. La cantante sudafricana llegó por vez primera con lo más cálido del verano, en la segunda quincena de agosto de 1972, es decir, medio siglo atrás. Y junto a ella, acompañándola, llegaron dos de sus nietos pequeños y un conjunto de músicos guineanos, invitados por el gobierno revolucionario.

Para los cubanos, Miriam Makeba resultó una revelación.

Conoció entonces, no solo La Habana, también Santa Clara y Santiago, recorrió círculos infantiles, se compenetró cuanto pudo con el pueblo que la acogió.

“Siempre me gustó cantar, cantaba desde que era niña, toda vez que mi familia estaba muy interesada por la música”, declaró en entrevista concedida a Jaime Sarusky para la revista Bohemia. Debutó profesionalmente en 1953 y pasó por diversas agrupaciones. El triunfo no resultó fácil, pero llegó… Venecia, París, Londres… También en Nueva York, a partir de 1959, donde contó con el apoyo decisivo de Harry Belafonte. Todo ello narró en su encuentro con la prensa, también de cómo en su natal Sudáfrica le retiraron el pasaporte y entonces siete países africanos le concedieron su ciudadanía: Tanzania, Argelia, Guinea, Sudán, Mauritania, Liberia, Uganda.

Cuando en su natal Sudáfrica le retiraron el pasaporte, siete países africanos le concedieron su ciudadanía: Tanzania, Argelia, Guinea, Sudán, Mauritania, Liberia y Uganda.

“En mi música siempre trato de enfatizar la unificación de nuestra tierra, porque como todo el mundo sabe, la unidad es la fuerza”, dijo. Debutó en el teatro Amadeo Roldán, ante un auditorio ansioso por encontrarse con ella. Cantó en los dialectos de África, en inglés, en francés, en portugués. Llegó con su espiritualidad y alegría, con su sentido de la canción como medio de expresión social. Y recibió una extraordinaria recompensa: Cuba le abrió su corazón, entregándole carta de ciudadanía y pasaporte. Luego se marchó y quedó el sabor, ese aroma o bouquet donde se integran tantos elementos comunes a los pueblos de África y el Caribe.

Regresó al año siguiente, con el cierre del mes de julio y de nuevo palpó la calidez de la bienvenida. Invitada a presenciar el espectáculo del cabaret Tropicana, no pudo sustraerse al pedido de que cantara, lo hizo para un público que conocía ya su popular Pata-pata y que escuchó el estreno de la canción Kilimanjaro. Se le vio retratarse, una vez más, con el casco blanco de los microbrigadistas constructores, siempre sonriente.

El periodista Orlando Quiroga escribió: “Es fabulosa, dando a este adjetivo todo el brillo de su fuerza original”. Bailó y cantó con la energía y el temperamento de su pueblo africano, en muestra de auténtico arte.

De que en Cuba se sintió bien dieron prueba sus numerosas visitas. En 1978 se la vio en el teatro Karl Marx.”Ella sola representa la más alta expresión del arte. Únasele la sonoridad del grupo que la respalda, el gesto, el sonido africano de la percusión y la mitología de la danza”, se lee en la revista Cuba Internacional.

“Siempre me gustó cantar, cantaba desde que era niña”.

Miriam Makeba nació el 4 de marzo de 1932, cerca de Johannesburgo. Filmes, documentales, su propia autobiografía de 1988, y por supuesto las canciones y grabaciones, la han convertido en una de las figuras artísticas de África más prominentes del siglo XX. Prohibidas sus actuaciones en Sudáfrica durante el régimen de apartheid que ella combatió en sus canciones, solo a partir de 1990 —al cabo de más tres décadas de exilio— se le autorizó a volver.

Conocida también como “la mamá de África”, se la nombró Embajadora de Buena Voluntad de la FAO. Miriam Makeba falleció el 10 de noviembre de 2008, en Italia, después de participar en un concierto contra el racismo y la mafia. Ella es parte de esa memoria que ni el tiempo, ni el agua ni el viento consiguen amenguar.