A propósito de Las memorias vacías de Solange Bañuelos: ¿Cosas de mujeres?

Laidi Fernández de Juan
25/2/2016

Hay libros que llegan cuando se les necesita. Así he recibido el impactante volumen de cuentos de Maité Hernández-Lorenzo, editado, ilustrado (iluminado más bien) por Vigía, Las memorias vacías de Solange Bañuelos. Lo integran 17 narraciones breves,  y en cada una de ellas hay un universo individual, si bien la línea argumental que los ata es una sola: el trinomio Mujer-Hastío-Violencia.Como apunta Mabel Cuesta en el prólogo (“Memorias de una mujer con los pies desnudos”) hay que ser untanto planta, raíz, hoja, flor, futuro de pétalo para entender.

En todo momento la figura de una mujer, casi siempre madre, a ratos amante, pero sobre todo en el clímax del hartazgo, grita su inconformidad en 60 páginas, por cierto exquisitamente dibujadas por la ya experta Mayra Alpízar Linares.

La dama de estos cuentos posee racimos de desdichascomunes a todas nosotras (el desgaste de la atención familiar; el cuidado de la cría; el desdén proporcionado por su pareja; la avidez del resto de los hombres; el irrespeto cotidiano; la agresividad circundante), y, al mismo tiempo, muestro cultivo espiritual, anhelos intelectuales, conocimientos que la distinguen del resto. Este sea quizá uno de los grandes atractivos del libro: La perspectiva de una mujer que siendo diferente, resulta tan víctima de desmanes como cualquier otra.

La oportuna llegada de Las memorias vacías… me alivia un poco del desconcierto que esta Feria del Libro me deja, debido a la ausencia de una antología de textos cubanos que aborda justamente la violencia hacia la mujer. Sombras nada más, de UNIÓN, debía ser lanzada en este febrero, y, obviamente, no la veremos de inmediato. Por eso digo que necesitaba (necesitamos) un libro como este que comento.Maité Hernández- Lorenzo, a quien conocíamos como aguda crítica teatral y periodista, lanza al ruedo del actual debate sobre la violencia llamada de género, una mirada profunda, visceral.

Mezclando lenguaje vulgar (cuando tocauna grosería, toca) con cierto refinado anhelo por dejar saber la naturaleza intelectual de la protagónica (viaja a París, conoce la literatura de Bolaños, asiste a Bibliotecas, escribe, etc.) los cuentos fluyen de manera atractiva, y se dejan leer, con el pasmo que provoca la certidumbre una realidad que aunque muchos traten de no ver está ahí, aquí, frente, dentro de nosotros.

Debe advertirse que resulta crudelísima una lectura de corrido: estas narraciones no pueden asimilarse de un solo tirón. En ellas palpita violencia física, violencia verbal, violencia ambiental, todas mezcladas como en un ring de boxeo en el cual los contendientes son radicalmente disparejos. Una especie de rabia provocan estas memorias, cuando se reconoce que “volver es otra forma de descojonarse”, para acto seguido identificarse con la mujer que “se sintió poderosa, dominante, un látigo contra el mundo, contra la ciudad, a galope sobre el cielo de La Habana”.

La terrenalidad de este personaje (necesita sentir sus pies en el suelo, intenta y no logra zafarse de la esclavina cotidiana) provoca singular empatía: nos reconocemos, vemos el reflejo nuestro en el espejo de estas páginas (lo cual estremece), y todo ello se deriva de la autenticidad que regala Maité, como si se desnudara frente a un público sorprendido.

Aunque no pretendo detenerme en cada cuento en particular (imposible comentar 17 textos en tan breve espacio), no puedo dejar de señalar la magistral narración que da título al libro. Solange Bañuelos, criatura inventada por Marisa Estévez, considerada por la crítica como “la madame Bovary de nuestro siglo” se encuentra en una de las infinitas cajas (¿chinas?) que una vez Pandora osó destapar.

Hábilmente, la escritora Hernández-Lorenzo muta a la periodista recién incursora en la narrativa Marisa Estévez, quien a su vez utiliza a Solange Bañuelos como su alter ego. Así, una dentro de la otra profiere el grito coral que se escucha con la nitidez de haber sido pronunciado tan cerca como en nuestro oído. En este caso, irónicamente, la violencia proveniente del macho es utilizada por la víctima-mujer cual fuente de inspiración. ¿Para qué? Para los nuevos libros que denunciarán la envidia, la indiferencia, la incredulidad y por último la golpiza que recibe la narradora. Un juego macabro, sin dudas. Pero igualmente efectivo, aun a riesgo del crimen. Simulando un sacrificio que podríamos llamar (también) “de género”, Mayté-Marisa se consagra: permite que los esfacelos de su agonía sirvan artísticamente. Sus pelos, su sangre, su sudor, sus lágrimas se entregan en un acto de sublime consagración. Mucho de sarcasmo existe detrás del verdadero (o aparente) objetivo que se persigue: Tres mil dólares gracias al premio que ganará quien por ahora soporta la masacre. Excelente recurso para “el bien económico de ambos”, dice Marisa mientras pide a su pareja “sígueme pegando, más. Ahora aprieta el puño, duro, durísimo, encájalo en mi mejilla, debo ser realista, muy realista a la hora de describir qué se siente cuando te aplastan la cara contra el frio piso de la madrugada”.

Y vemos el piso, sentimos la frialdad del suelo una y otra vez plantados en este cuaderno, que demuestra la veracidad de una sentencia cuyo fundamento las mujeres entendemos muy bien, y que se debe a la autora norteamericana Bárbara Kingsolver: “Todas estamos hechas de la misma tierra cicatrizada”. Con énfasis comprensible, sugiero la lectura de Las memorias vacías de Solange Bañuelos, felicito a su autora, a Vigía, y a una de las mejores editoras de Cuba, la poeta Laura Ruiz.