III

No es nuestro propósito llevar a cabo un examen de cada uno de los sucesos que mediaron durante el desarrollo de la Crisis de Octubre. Tampoco hacer una exposición cronológica de los mismos.

La idea central es exponer algunas consideraciones, de índole general, sobre dicho episodio, así como varias de las reflexiones asociadas al mismo que nos llegan al presente. Lo haremos, prácticamente, a manera cablegráfica.

La Crisis de Octubre fue, desde múltiples ángulos, uno de los momentos más álgidos, para muchos el más enrevesado, que involucró a los dos pesos pesados de las relaciones internacionales en el contexto de la Guerra Fría. Resultó, en una línea amplia, el instante más “caliente” de los no pocos que hubo a lo largo de décadas (Stern, 2005).

La Crisis de Octubre fue, desde múltiples ángulos, uno de los momentos más álgidos, para muchos el más enrevesado, que involucró a los dos pesos pesados de las relaciones internacionales en el contexto de la Guerra Fría. Foto: Tomada de Cubadebate

A Cuba le asistía el derecho de asumir una posición solidaria con el movimiento comunista internacional, unido a que, en tanto nación soberana, tenía la prerrogativa de adoptar la decisión que estimase. Fue, sin embargo, un error —tal como alertó desde el comienzo la dirección revolucionaria antillana—, atribuible a la parte soviética, el no dar a conocer, ante la opinión pública, el traslado de los cohetes y armamento hacia la nación caribeña (Diez, 2002). A los soviéticos también les asistía el derecho de proponer una maniobra de esa envergadura, el traslado de equipamiento militar de esas características, debido a la situación, entre muchos otros aspectos, que habían venido enfrentando con antelación, en cuanto a los misiles instalados en Turquía e Italia (Karlsson, 2017).

Cuba, sin haberlo solicitado, se vio inmersa en medio de un enfrentamiento entre las dos potencias principales del planeta, cuyo desenlace pudo haber tenido consecuencias nefastas para la humanidad. A lo largo de toda la crisis la dirección de la Mayor de las Antillas mantuvo una posición coherente con los principios que enarbolaba (Lechuga, 1995). Ello —expresar ante la dirección soviética sus apreciaciones sin titubeos de ninguna clase— posee una gran significación si se contextualiza, retrospectivamente, que se trataba de un proceso, la Revolución cubana, con apenas poco más de tres años de existencia.

La URSS, por su parte, en las diferentes etapas de la crisis, actuó de manera pragmática en función de sus intereses, desmarcándose en alguna medida de la visión vertical que enarboló Cuba (Zubok; Pleshakov, 1996).

La envergadura de este enfrentamiento creó un marco integral sin precedentes, y que no se repetiría en lo adelante, para que, de haber tenido la voluntad el gobierno de Jruschov, la solución de la misma derivara en una discusión profunda y posterior negociación, que pudiera transitar a que se obtuviera un compromiso abarcador, por escrito, que garantizara la distensión de Estados Unidos con Cuba. Esa deliberación pudo tener además como resultado que se eliminara, entre muchos otros aspectos, el bloqueo instaurado por Kennedy, de manera oficial, unos meses antes, a través de la directiva 3447 (Franklin, 2015).

Los famosos Cinco Puntos planteados por Fidel fueron, precisamente, la exigencia, desde una postura de principios, de encontrar solución a aspectos medulares que representaban la esencia de la hostilidad de Estados Unidos hacia Cuba y, por tanto, constituían cuestiones que ameritaban que se fomentara su debate, desde la parte soviética, con toda intencionalidad y rigor.[1]

La temática cubana, si bien no la central que generó el conflicto, pero sí de enorme importancia para el futuro regional, desde la dimensión geopolítica, quedó prácticamente al margen de lo ventilado entre las dos potencias, limitándose la URSS solo a plantear que hubiera un compromiso verbal, de la administración estadounidense, de no atacar militarmente a Cuba (Blight; Brenner, 2002).

No solo fue un asunto insuficientemente manejado, desde el lado soviético, sino que puso de manifiesto que, en ese sentido, se adherían a una posición donde imperaba el cálculo político, sin dar espacio a aspectos que consideraban un tanto románticos.

Ignorar a Cuba en el momento de deliberar, y llegar a un acuerdo entre los dos gigantes fue totalmente cuestionable, especialmente desde la ética revolucionaria. Se desconoció así que fue Cuba quien corrió los mayores riesgos y que, desde el inicio, había aceptado la proposición soviética de instalar los misiles, precisamente desde la condición solidaria con la URSS y el campo socialista en general.

La Crisis de Octubre en su génesis, desarrollo y desenlace legó no pocas lecciones que mantienen su vigencia en la actualidad. Especialmente si se asumen desde la óptica de naciones pequeñas, alejadas de los centros de poder que encarnan las potencias globales.

Para la dirección cubana este hecho entrañó un profundo aprendizaje (Ramírez, 2017). Si bien, a partir de las posiciones de principios que se defendían, no estaba en juego el resquebrajamiento de las relaciones con los soviéticos, ello no excluyó que, especialmente en la etapa posterior inmediata, quedaran huellas a partir de la manera en que procedieron los europeos (Jiménez, 2003). Dicho de otra manera, estos acontecimientos también implicaron un proceso gradual hacia el futuro de recomposición de los vínculos entre ambas naciones y de la confianza que, de alguna manera, se había dañado. La amplia visita de Fidel a la URSS, que se extendió entre el 27 de abril y el 3 de junio de 1963, y que abarcó a diversas ciudades, resultó clave en esa dirección, en tanto le permitió a Jruschov y Fidel sostener múltiples intercambios, cara a cara, al tiempo que se diseñaban propuestas de cooperación en el plano estratégico. [2]

Los días luminosos y tristes de la Crisis de Octubre, y el brillo inigualable en su conducción de Fidel, como lo calificó el Che, dejaron claro para el gobierno cubano que, más allá de lo estrecho que pudieran resultar los nexos entre las dos naciones, en lo adelante habría que cifrar las esperanzas, a la hora de solventar cualquier desafío, únicamente en las capacidades antillanas para desenvolverse en diferentes escenarios. Esta apreciación sería validada por completo a comienzos de la década del 80 del pasado siglo, cuando la dirección soviética planteó a la cubana la imposibilidad de intervenir ante una eventual agresión militar estadounidense al archipiélago.

El heroísmo del pueblo cubano durante aquellas jornadas, dispuesto a defender su soberanía hasta las últimas consecuencias, representa una de las demostraciones más excelsas de cualquier época y latitud, en cuanto a —sin vacilar un instante—, mantenerse firme en los principios que se enarbolan.

No hubo fisuras entre la dirección revolucionaria y la inmensa mayoría de la población, en torno a que no se podía permitir la más mínima concesión que lacerara nuestra integridad territorial.

Esa actitud, con referentes previos aún en la corta experiencia revolucionaria, se arraigaría en lo adelante fungiendo como uno de los grandes pilares en el sostenimiento del proyecto sociopolítico antillano.

La Crisis de Octubre, por otro lado, no puede circunscribirse únicamente a los famosos “trece días” en los que suele encasillarse en no pocos ámbitos. Ella fue también una expresión de la escalada de agresiones que, de manera sostenida, se llevó a cabo desde la Casa Blanca contra la Isla desde el propio alumbramiento revolucionario, y aun desde antes del 1ro. de enero, en no pocas esferas.

En nuestro entorno la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) aflora como la construcción más acabada en pos de un nuevo tipo de relación, desde el respeto y la diversidad. Foto: Tomada de Internet

IV

El mundo, con posterioridad a los eventos de octubre de 1962, ha experimentado innumerables cambios en todas las dimensiones. Tres décadas más tarde, por ejemplo, se extinguirían la URSS y el sistema socialista en Europa del Este, como resultado de la acción combinada de las agresiones y la labor subversiva desplegada hacia ellos por EE.UU. y occidente, y un sin número de desaciertos ideológicos, políticos y económicos cometidos a nivel interno por las otrora naciones socialistas (Rodríguez, 2016).

Fue la época del envalentonamiento imperial, bajo el manto del fin de la historia y las utopías y la adoración a ultranza, como dios de la modernidad, del mercado y la sociedad de consumo. Se ignoraba así, de forma ramplona, que el colapso estuvo asociado no al socialismo como empeño emancipatorio, ni como proyecto de organización económica y social, sino a una forma concreta de llevar adelante estas ideas, la que se puso en práctica en aquellos lares, por demás con deformidades a lo largo de décadas (Colectivo de autores, 1996).

Cuba, desde el Caribe, unido a otros ejemplos que con características propias tenían lugar en Asia, se encargaría de demostrar con creces no solo la viabilidad socialista, sino que, desde su resistencia ante los embates de la mayor potencia del planeta, era posible cimentar un ejemplo que se multiplicaría, con ribetes singulares, en otros espacios del hemisferio. Hugo Chávez, por ejemplo, afirmó en múltiples ocasiones que en la permanencia desafiante de Cuba ante el imperio había que encontrar las claves para explicar lo sucedido, desde un variado espectro, con relación al progresismo latinoamericano que se extendió a varias naciones en la primera década del presente milenio (Chávez, 2014).

La Crisis de Octubre en su génesis, desarrollo y desenlace legó no pocas lecciones que mantienen su vigencia en la actualidad (LoeGrande; Kornbluh, 2014). Especialmente si se asumen desde la óptica de naciones pequeñas, alejadas de los centros de poder que encarnan las potencias globales.

El mundo de hoy no está signado por dos polos, como el que marcó aquellos hechos. Desde hace décadas se vienen produciendo transformaciones en el orden internacional, de hondo calado, a partir de la emergencia de múltiples polos y la ascendencia que irradian los mismos hacia todas las geografías. No se trata de un fenómeno acabado en el que esté dicha la última palabra. Estamos en presencia, si se quiere, de un amplio y en no pocos sentidos prolongado proceso de recomposición y reconfiguración de las relaciones internacionales, en el cual ningún actor puede desempeñarse a sus anchas en desmedro del resto.

Estados Unidos, que sigue marcando la pauta en materia militar (con aproximadamente el 40 por ciento del gasto anual) es apenas el 4 por ciento de la población mundial y representa el 22 por ciento del PIB global. Es cierto que prosigue como la principal potencia, pero también lo es que atraviesa, desde mediados de la década del 70 con la derrota en Vietnam, un incuestionable proceso de declinación hegemónica relativa. En el plano militar, Rusia no solo es un contrapeso, sino que está a la vanguardia en cuestiones de primerísimo orden como la cohetería estratégica y la defensa antiaérea. En el aspecto económico China es un gigante, desde hace varios años, al tiempo que se acentúa la percepción de que, en el mediano plazo, podrá desplazar a EE.UU. del lugar cimero. Ninguno de estos desafíos escapa a la élite política estadounidense, la cual ve retado de forma cotidiana su sistema de influencia.

Esa, entre muchas, es una de las lecciones fundamentales que nos legó la Crisis de Octubre. No cejar en buscar canales de diálogo para la resolución de conflictos, sin renunciar a aspectos que se consideran raigales, es una enseñanza que acrecienta su valor en el tiempo.

Sirva como muestra la manera en que diversas naciones (Venezuela, Nicaragua, México, Bolivia, y los países del Caribe, entre otros) plasmaron, luego de la denuncia que realizara Cuba sobre la manera en que se procedía por los organizadores, su negativa a asistir a la IX Cumbre de las Américas, efectuada en junio del 2022 en Los Ángeles, ante la persistencia de la administración Biden de no invitar a quienes no se pliegan a EE.UU. Los mandatarios de todas ellas, desde una pluralidad enriquecedora, dejaron claro así que resulta inadmisible, en el mundo de hoy, que se fomenten y toleren exclusiones de ese tipo que remedan el lenguaje, y comportamiento, de la etapa más aciaga de la Guerra Fría.

Las naciones pequeñas están obligadas a unirse. Es también una enseñanza que emana de aquellos hechos de 1962. La única vía para que sus planteamientos, y aspiraciones sean tenidos en cuenta, transita por la capacidad que demuestren para articular posiciones comunes dentro del complejo panorama foráneo. Nadie les obsequiará nada, como dádiva divina, tanto en sus reivindicaciones históricas como en el fomento de sus enfoques en cuanto al desarrollo de la sociedad global futura. Multiplicar los espacios de concertación se levanta como empresa titánica insustituible, en el afán de avanzar dentro de un conglomerado signado por chovinismos y distanciamientos de los organismos multilaterales.

En nuestro entorno la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) aflora como la construcción más acabada en pos de un nuevo tipo de relación, desde el respeto y la diversidad. Es un empeño imperfecto, como toda obra humana, pero que ha patentizado su voluntad, y exhibe resultados modestos aún, en cuanto a consolidar un espacio de interlocución, y debate, sobre las problemáticas que afectan a la región.

Tiene el valor inconmensurable de que ello ocurra sin la intromisión de Estados Unidos, cuestión que caracteriza el quehacer de la OEA, cada vez más desprestigiado y carente de aportaciones, precisamente a partir de dicho lastre fundacional: actuar como brazo que prolonga la visión hegemónica imperial.

La VI Cumbre de la CELAC, efectuada en México en septiembre del 2021 con el liderazgo del presidente Andrés Manuel López Obrador, confirmó, por la amplitud de las deliberaciones que allí se suscitaron, que es el escenario proteico natural, no solo en el camino anhelado y tantas veces postergado de fomentar la integración, sino en cuanto a ganar solidez para sortear los enormes obstáculos que se divisan en el horizonte. Los efectos devastadores provocados por la COVID-19 y los ecos de la contienda entre Rusia y Ucrania, por solo citar dos casos, constituyen ejemplos palpables de la necesidad impostergable de unirnos, como pilar insustituible de la contemporaneidad.

Esa, entre muchas, es una de las lecciones fundamentales que nos legó la Crisis de Octubre. No cejar en buscar canales de diálogo para la resolución de conflictos, sin renunciar a aspectos que se consideran raigales, es una enseñanza que acrecienta su valor en el tiempo. Unirnos, integrarnos y trabajar por formas novedosas y creativas de asociación y cooperación, desbordando los mecanismos fallidos de antaño, es igualmente un aprendizaje que estamos obligados a asimilar, fundamentalmente desde la perspectiva de los más pequeños.


Notas:

[1] Los Cinco puntos presentados por Fidel, quien desconocía entonces que Jruschov y Kennedy ya se encontraban negociando la retirada de los misiles, sin consultar a las autoridades cubanas, son 1) Cese del bloqueo económico y de todas las medidas de presión comercial y económica de los Estados Unidos contra Cuba; 2) Cese de todas las actividades subversivas; 3) Cese de los ataques piratas; 4) Cese de las violaciones del espacio aéreo cubano y 5) Retirada de la Base Naval de Guantánamo y devolución de este territorio al gobierno cubano.

[2] Fue este un recorrido marcado por un enorme simbolismo, la primera vista de Fidel a la URSS, y que desempeñó, a todas luces, un papel vital en la recomposición y fortalecimiento de los vínculos entre los dos países. Un inagotable Fidel Castro, quien no cumplía aún 37 años, desarrolló un intenso programa a lo largo del periplo. Para que se tenga una idea de la magnitud, y diversidad, del mismo es válido apuntar las ciudades que visitó en aquellas jornadas. Fidel llegó por Múrmansk, en Rusia, el citado 27 de abril, de donde se trasladó a Moscú para pasar, el 6 de mayo, a Volgogrado, parada que incluyó a la ciudad de Volzhski. Desde allí partió a Taskent, Uzbekistán, más tarde a Samarcanda, y con posterioridad, en Rusia, a Irkutsk, Bratsk, Sverdlovsk, Leningrado y Moscú. El 20 de mayo arribaría al aeropuerto de Boríspol, en Kiev, Ucrania, desde donde regresó a Moscú un día más tarde. El 1ro. de junio llegaría a la estación de trenes de Mtsjeta, en Tibilisi, Georgia, república en la que permaneció durante 48 horas. El 3 de junio se le tributó la despedida, desde la terminal aérea de Múrmansk. Instantes más tarde, a bordo del avión TU-114 que lo conduciría a Cuba, Fidel envió un emotivo mensaje de agradecimiento al pueblo de la Unión Soviética.

Bibliografía: