A treinta años de Hello Hemingway, un filme de culto

Joel del Río
22/7/2020

El segundo largometraje de Fernando Pérez cumple a cabalidad con la definición cosmopolita de “filme de culto”, en tanto es apreciado por un pequeño sector del público (la mayoría suele preferir Clandestinos o Suite Habana), y además posee la rara cualidad de la universalidad, y de trascender las diferencias de gusto generacionales. Al igual que otros filmes de culto, Hello Hemingway puede verse una y otra vez sin que aburra, porque es entretenida y, al mismo tiempo, artística y autoral sin jactancia ni alardes. Por si fuera poco, ostenta la singularidad suficiente como para distinguirse por encima de muchas otras producciones cubanas de corte retro o histórico.

Cartel de la película. Fotos: Internet
 

Si bien desde el principio el filme se afilia a los códigos del cine histórico y se subraya el anclaje en el pasado mediante la presencia de Ernest Hemingway en Cuba, esta película verifica una suerte de contraposición entre la fama y el prestigio de este personaje real y el anonimato y pobreza de la protagonista, una adolescente que, además, se desentiende de las contiendas sociales y políticas acometidas por sus compañeros de escuela. A pesar de todo, Larita representa, tácitamente, la voz, las esperanzas y las frustraciones de muchas mujeres en una época determinada, como suele ocurrir con cierto tipo de filmes históricos que enfatizan el drama individual por encima del espíritu épico y colectivo.

La reconstrucción histórico-nostálgica que emprende el filme se perfecciona a través de la visualidad evocadora de las ilusiones de juventud, expresadas mediante los colores pastel y las luces difuminadas, inherentes a muchos filmes retro y románticos, sobre todo a los melodramas en la línea coming of age, que describen el arribo más o menos traumático a la adultez de algún joven inconforme, como lo es Larita. Desde la dedicatoria, el filme se remite a un espacio real, en un periodo específico, y en la primera escena se concentra en el interior de una casa donde ocurrirá la mayor parte de la acción, donde abundan los iconos visuales y sonoros de marcado carácter epocal.

La fotografía de Raúl Pérez Ureta le confiere carácter sustantivo a la diferenciación entre interiores y exteriores, entre el día y la noche. En una escena aparece Larita acostada en una cama, bajo el mosquitero, rodeada por la oscuridad, mientras que una luz pequeña y única le permite leer El Viejo y el mar. Y también bajo la luz intensa del sol, una luz tan nítida como la inocencia de los personajes, ocurre la primera escena, en la piscina, porque este es un filme colmado de referencias al agua, a la lluvia y sobre todo al mar. Larita está cerca del mar en varios momentos de frustración y anagnórisis como el desenlace. En el fotograma final la muchacha, de pie a la orilla del mar, mira a un viejo pescador, mientras recuerda el texto de la novela: “En su cabaña El Viejo dormía nuevamente… El Viejo soñaba con leones en la playa”.

Fernando Pérez, director de la película.
 

La emotividad del filme se concentra entonces en el impulso de inconformidad de una protagonista que lidia con la adversidad y constantemente aspira a la mejoría implícita en el acto de irse a estudiar Lengua y Literatura inglesa en Estados Unidos. Por supuesto que ella cuenta, en ese empeño, con el auxilio o el desacuerdo de varios personajes, amigos y familiares. Los desacuerdos en torno a las aspiraciones de Larita afectan la relación con su madre y su novio: Larita culpa a su progenitora de todas sus dolencias, incluidas la pobreza y la bastardía, mientras que Víctor manifiesta un espíritu colectivista que entra en contradicción con el individualismo de la muchacha.

La incoherencia entre el destino que traza la familia y los propósitos individuales del joven o la joven protagonista constituyó sustancia dramática en varios filmes de Fernando Pérez, desde Clandestinos y Madagascar, hasta La vida es silbar y José Martí, el ojo del canario. En Hello Hemingway los conflictos madre-hija tienen que ver con la disparidad de intereses, valores y temperamentos, en tanto la resignada carencia de sueños de la madre está replicada por la búsqueda de motivación y creatividad de la hija, agobiada por la falta de ideales, por la claustrofobia de la rutina, y por el origen humilde que finalmente le impedirá ingresar en la universidad.

Además de identificar a plenitud una época precisa, Hello Hemingway expone con cabalidad la voluntad del guion por adaptar, oblicuamente, la novela El Viejo y el mar, un texto ambientado en los años cincuenta y que ejerce enorme influencia en la actitud de la protagonista. Desde las primeras escenas se escuchan en los diálogos, o en la voz en off de la protagonista, frases entresacadas de la novela, sobre todo la más famosa: “Un hombre puede ser destruido pero no vencido”, que posicionan en la anécdota la reflexión sobre triunfo y fracaso, la contraposición entre el espacio doméstico y mediocre y un espacio social y trascendental representado por el instituto y la maestra, la librería y Tomás y, sobre todo, por la cercana presencia de Hemingway y la finca La Vigía.

Hello Hemingway ostenta la singularidad suficiente como para distinguirse por encima
de muchas otras producciones cubanas de corte retro o histórico”.

 

A nivel del sonido se recrea también una suerte de contrapunteo sonoro entre los diálogos realistas, asociados a imágenes de igual condición (en la casa con la familia, en el instituto, en la calle) y el espacio de subjetividad de la protagonista con sus lecturas, las cavilaciones que escribe en el diario y sus anhelos de superación personal.

Al igual que centenares de melodramas femeninos o filiales de los años cincuenta y posteriores, cubanos y extranjeros, Hello Hemingway sitúa buena parte de sus escenas claves en el ámbito doméstico, interior, donde conviven varias mujeres de edades, temperamentos y aspiraciones divergentes. A diferencia de otros filmes similares, aquí el espacio doméstico alcanza una dimensión negativa, y hasta carcelaria, a medida que avanza el filme, mientras que los lugares asociados al sueño de Larita y la presencia de Hemingway están marcados por la luminosidad y los colores claros. De este modo, se contrastan calle y casa, o el blanco papel del diario que ella escribe con la oscuridad circundante, o la blusa de uniforme, de blanco brillante, colgada en la tendedera de un patio donde dominan los colores ocre, marrón, y el verde muy oscuro.

Y si bien el personaje de Larita se relaciona tipológicamente con el melodrama femenino tradicional, también es típico del cine de autor, cuyos protagonistas principales (al igual que en La vida es silbar, Madagascar, Suite Habana y José Martí…) definen sus esencias a partir de su conflicto con la familia o con un medio social caracterizado por la clausura y la inercia. Además, Hello Hemingway es la primera película de Fernando Pérez donde el personaje principal atraviesa la contingencia valiéndose de su capacidad de soñar; y esa preferencia del cineasta por los universos oníricos y la representación de los sueños, de los deseos reprimidos o del inconsciente se sublima en películas posteriores como Madagascar, La vida es silbar y Madrigal, en las cuales el autor examina la subjetividad de sus personajes, la divergencia entre fantasía y realidad, verdad y representación, extrañamiento y cercanía.

En una de las escenas del principio, Larita aprende la voz pasiva del inglés, en el aula, a partir de una frase sacada de El Viejo y el mar: “A man can be destroyed, but not defeated”, y tal parece ser también el comentario sobre la actitud de la protagonista que propone Fernando Pérez, inspirado en el libro de Ernest Hemingway. Para ponerlo en femenino, y hacerlo más creíble, cálido y cercano, en otro momento del filme escuchamos la voz de Larita leyendo en off un fragmento de la novela: “En la oscuridad, el Viejo podía sentir venir la mañana. Su fe y su esperanza no le habían fallado nunca”.