Abril es la primavera por derecho propio. De solo mencionarlo estalla su luz, se expanden floraciones, abejas, colibríes, un sabor a vida que insta a alimentar los sueños. Pero esas epifanías, reales, son a veces también simbólicas, porque también, al decir de T. S. Eliot, “Abril es el mes más cruel: engendra / lilas de la tierra muerta, mezcla / recuerdos y anhelos, / despierta / inertes raíces con lluvias primaverales”. Entre la proliferación floral y la crueldad de los días discurre, con distintos matices, la subjetividad humana condicionada por las circunstancias y esencias del contexto. Ningún mes más benévolo que otro. Ninguna circunstancia temporal determinante para cambiar lo trágico o lo sublime solo con la influencia de lo contextual.

Abril es la primavera por derecho propio. Foto: Tomada de Pixabay

No obstante, abril —vaya usted a saber por qué asociación mística, o mítica— despierta en la mayoría de los poetas lo inefable. Nuestro Guillén —tan bueno como cualquier otro de igual apellido— lo testimonió de esta forma donde, creo que como nadie, superpuso la paradoja belleza versus crueldad, con ejemplos menos subjetivos que el británico nacido en San Luis, Misuri:

Abril sus flores abría,

manto azul, corona verde,

rey de serena fragancia

que apenas las hojas mueve,

cuando desde el alto norte

flota de piratas viene

a herir con fácil cuchillo,

como los traidores hieren,

el gran pecho de Girón

que junto a la mar se extiende.

El inventario simbólico de nuestra lengua enfrenta como tópicos contrapuestos las bondades de la primavera con las crudezas del invierno (nuestro renco invierno) cuando lo cierto es que cada alma, con su subjetividad, asimila el mensaje romántico del paisaje en que nos sumen nuestros imaginarios. De ahí la apología del invierno del propio Eliot: “El invierno nos mantuvo cálidos, cubriendo / la tierra con nieve olvidadiza, nutriendo / una pequeña vida con tubérculos secos”.

“Para los de nuestra idiosincrasia, abril es el mes en que comienza la vida a dar señales de virtud”.

Para la cultura anglosajona tal vez el invierno sea la estación más poética, con sus nevadas y sus blanquísimos y despejados cielos, pero para los de nuestra idiosincrasia, abril es el mes en que comienza la vida a dar señales de virtud. Veamos cómo lo sentía Antonio Machado:

Como sonreía la rosa mañana,

al sol del oriente abrí mi ventana;

y en mi triste alcoba penetró el oriente

en canto de alondras, en risa de fuente

y en suave perfume de flora temprana.

Fue una clara tarde de melancolía.

Abril sonreía. Yo abrí las ventanas

de mi casa al viento… El viento traía

perfumes de rosas, doblar de campanas…

Doblar de campanas lejanas, llorosas,

süave [sic] de rosas aromado aliento…

¿Dónde están los huertos floridos de rosas?

¿Qué dicen las dulces campanas al viento?

Pregunté a la tarde de abril que moría:

¿Al fin la alegría se acerca a mi casa?

La tarde de abril sonrió:

La alegría

pasó por tu puerta -y luego, sombría,

pasó por tu puerta. Dos veces no pasa.

Abril, como todo el año, está lleno de fechas históricas, no solo para los cubanos. En abril de 1895 Martí y Gómez llegan a Cabo haitiano, en el propio mes de 1962 se fundó la Unión de Jóvenes Comunistas y se logró la victoria de Playa Girón; también en abril Maceo y Flor Crombet desembarcaron por Duaba, y el 2 de abril de 1805 nació Hans Christian Andersen. Quizás sea por algunas de esas glorias que abril siempre nos despierta las mejores sensaciones. Con excepcional belleza Martí lo dejó en versos:

Juega el viento de abril gracioso y leve

con la cortina azul de mi ventana:

da todo el sol de abril sobre la ufana

niña que pide al sol que se la lleve.

En abril de 1961 se logró la victoria de Playa Girón. Foto: Tomada de Granma

Estamos en abril, en una Cuba inmersa en esfuerzos titánicos y creativos por superar, no solo la pandemia de COVID-19, sino también las privaciones y angustias del bloqueo, ciertas disfuncionalidades e insuficiencias internas de la economía, pero aun en medio de esos inmensos obstáculos la cultura no ha parado de esparcir su influencia en toda la isla. Abril es una fiesta.

La Feria Internacional del Libro de La Habana, que habitualmente se desarrolla en febrero, comenzó ya sus sesiones en este mes al que, según mi criterio, se aviene más; seguirá hasta mayo. Y no es solo la feria, sino también toda la programación de eventos, musicales, de las artes visuales, escénicos, que han expuesto en este primer abril pospandémico sus acabados performance.

Abril no es el mes más cruel, no porque no lo fuera para el gran poeta inglés, sino porque para nosotros siempre será sinónimo de fiesta y de victorias. Y en esa línea, preferimos sumarnos a la apología del gran Juan Ramón Jiménez:

Abril, sin tu asistencia clara, fuera

invierno de caídos esplendores;

mas aunque abril no te abra a ti sus flores,

tú siempre exaltarás la primavera.

Eres la primavera verdadera;

rosa de los caminos interiores,

brisa de los secretos corredores,

lumbre de la recóndita ladera.

Abril, con “la limpia palidez de sus mañanas”, siempre nos transmitirá alegrías, y aunque la tristeza no tenga instante justo para suceder (incluso en abril), nosotros, habitantes de los cálidos terrenos del alma, preferimos asociarnos con José Emilio Pacheco en su apología al sol, aunque con ella se aleje un tanto del orbe del gran Eliot: “La nieve no quiere decir nada: / Es solo una pregunta que / deja caer millones de signos de interrogación sobre el / mundo”.

7