En junio del pasado año se presentó en el Centro Dulce María Loynaz el poemario de Rito Ramón Aroche, El cielo como estaño, que publicara en El Salvador la Editorial Shushikuikat.

“Trato de encontrar una ilación coherente dentro del discurso poético experimental y hermético al que nos tiene acostumbrados el autor”. Foto: Tomada del sitio web de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba

El cielo como estaño… ¿Querrá decirnos algo este título? Trato de encontrar una ilación coherente dentro del discurso poético experimental y hermético al que nos tiene acostumbrados el autor. El cielo como estaño es un libro cuya exploración de ambientes —contextos, dirían otros— se muestra a retazos en las vecindades de la inclemencia por encontrar lo diáfano en la lógica aparentemente “sin sentido” de la imagen. Como respuesta al desafío de explicarlo, el libro empieza a engullirme. Al primer contacto inmoviliza mi capacidad de lógica racional para abducirme por entero en una experiencia que compartiré con él bajo estado de hipnosis.

La lectura remite a formas y destacan unas veces los pequeños detalles de los cuadros que se manifiestan sentenciosamente, con extrañamiento, a cada paso de uno —tal vez varios y diferentes viajes del sujeto. No queda espacio por caminar en una fase descriptiva y hasta teatral del viaje en el sentido de que no queda sitio que no se contamine con la proyección escénica del caminante en su recorrido: una plaza, a campo traviesa, una sala de juegos, una casa, un barrio (“Casa más sonora que otra. Barrio… más sonoro”). Entre Hölden y Graz.

Otras veces destaca la historia por lo fragmentario de su narrativa, trunca en la secuencia expresiva: “Te van a decir esto. / Veíamos acercarnos por aquel camino (…) / a los lados de aquel mismo paisaje, el mijo, los maizales. / Se habla de eso o no —y multiplicas”

Inquieta la interrogación que salta a cada paso en la retórica inconclusa donde mucho se pregunta, pero nunca se halla la respuesta completa: “¿Podríamos tener suerte? / ¿Vuelven las erupciones? / ¿Qué hablaron en los noticiarios?”.

Dentro de su manera, esta manera “ilógica” de la que hablamos, de concebir el hecho poético, el autor nos devuelve de otro modo a la realidad con la reflexión pausada en torno a lo que nos rodea. La capacidad del sujeto poético creado por él para profundizar en los detalles de la vida en derredor, que es a lo que conduce la fragmentación de la imagen y por tanto, de la idea. La realidad transmutada en detalles que son los avistados por el caminante y que paso a paso lo conmueven.

“El autor nos devuelve de otro modo a la realidad con la reflexión pausada en torno a lo que nos rodea”.

Si el interés del creador es que su sujeto perturbe, inquiete, deje de apreciar la realidad en una linealidad estéril, francamente lo consigue, en lo que define, por su constancia en su hacer, una poética muy personal. “Carros colectores” ayuda a ilustrar lo que opinamos sobre esta poética:

Fuera esa lumbre. El estallido y paz, oh paz.
Fuera loas ramas. Abrí a la noche.
“En el amianto flotan unos hilos”.
La noche haría movedizo el neón, los pies…
¿Se muestra el humo?
Luego la lumbre invoca un fin. Luego ni sabes.

Bajo un cielo gris alguien contempla un entorno que se afianza en sus irreverentes contradicciones y vitalidad, como nos tiene ya acostumbrados el inquieto R. R. Aroche, caminante de estos extraños escenarios.

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