África plural

Víctor Fowler
3/6/2020

I

 Tengo entre mis favoritos el videoclip de la pieza Fatty Boom Boom, del grupo de rap alternativo sudafricano Die Antwoord (nombre que significa “La Respuesta”). El clip comienza avisando que estamos en Sudáfrica, en el año 2012, e imágenes de una calle por la cual caminan varias personas (todos hombres) de color negro, escuchamos la voz en off de un narrador y leemos un letrero que dice: “Si es su primera vez en la jungla de concreto, sólo reclínese en el asiento y relájese”. En ese momento, por el lado derecho de la pantalla entra un pequeño micro-busen en cuyo interior viaja una mujer blanca, de cabello artificial color blanco, largo, gafas oscuras, collar ancho, y sus dos guardaespaldas, también blancos, de gafas oscuras.

Imagen del video clip de “Fatty Boom Boom”. Fotos: Internet
 

A partir de aquí los realizadores acumulan, a la misma vez que se burlan de ellos, varios elementos supuestamente “típicos” que deberían caracterizar la situación: el guía y conductor del microbús es un negro sonriente; los asientos han sido forrados con piel de leopardo; vemos un par de hienas registrando bolsas de desperdicio en la calle, un hombre que descansa, acariciando a una pantera negra, y hasta un león tendido en una acera, a escasos centímetros de un negro que también descansa. Más que África, estamos en una super-África donde la fauna de la selva está en la calle, en un barrio popular. En otro momento del clip la turista elige subir al despacho de un insólito dentista que es, al mismo tiempo, ginecólogo. Sentada, con las piernas abiertas, en el sillón de dentista, el ginecólogo ejerce su segundo oficio para extraer —de la vagina de la mujer— una especie de enorme saltamontes. El gesto de ella es alivio y poco menos que liberación, camina las calles con la seguridad de quien está en un mundo que domina, pero entonces se encuentra con el león que la persigue y devora; de hecho, lo último que sabemos (o vemos) de la mujer es al león masticando aquella peluca blanca.

II

¿Por qué una burla tan despiadada incluye ese momento en el que la extraña, la turista, busca ser intervenida para que le saquen de adentro algo que molesta o duele y que resulta ser un saltamontes? ¿Qué simboliza el insecto sino la visión estereotipada de África, esa que impide ver y acceder a las contradicciones, polaridades, enormes polaridades y diversidad del continente? ¿De qué hablamos o en qué pensamos cuando hablamos o pensamos sobre África?

¿De qué hablamos o en qué pensamos cuando hablamos o pensamos sobre África?
 

Hace pocos días, con una inocencia que desarmaba, la emisión estelar del Noticiero de la Televisión Cubana terminó la transmisión (en la que había celebrado el Día de la Organización de la Unidad Africana) con la cantante colombiana Shakira interpretando “Wakawaka”. Si en las redes se habían escuchado voces críticas poniendo en solfa la facilidad con la que personas consideraban que ponerse un turbante en la cabeza era ya una forma de recordar a África, convocar a Shakira con esta pieza mediática fue tan inquietante como extraño. A esto habría que agregar la profusión de imágenes de grandes sabanas o paisajes selváticos, así como de animales propios de estos territorios, para colocarnos “en situación” a los espectadores; además de ello, en esta versión del continente, los africanos eran negros y —según sus ropas— vestían a la usanza tradicional de un mundo anterior al contacto con los europeos. Curiosamente, en esos mismos días, un reportaje de la televisora Telesur mostraba los resultados del esfuerzo y la inventiva de científicos de varios países del continente africano que —como parte de su lucha contra la Covid-19— han creado ventiladores mecánicos, aparatos de reanimación e investigan medicamentos para tratar la enfermedad; es decir, están haciendo ciencia de primerísimo nivel, haciendo aportes a la lucha contra la pandemia y dando pasos enormes en cuanto a la obtención de soberanía tecnológica.

 Crear es apoderarse de la tecnología, el lenguaje, los saberes del antiguo amo e infiltrarlos, contaminarlos,
torcerlos hacia un espacio de acción democratizadora que fertiliza y complejiza el escenario mundial,
que devuelve posibilidad de vida.

 

¿Qué es ahora? ¿Qué es ayer? ¿Qué es moderno o no moderno? ¿Qué nos dicen las imágenes cuando se encadenan… cuando alguien las planifica y monta una detrás de otra, delante, en el medio, al final? ¿De qué modo funcionan las imágenes?

La facilidad con la que puede ser eslabonado (repetido y copiado de cualquier manual escolar) el relato sobre el sufrimiento del “continente negro” y su largo desangramiento a manos de las grandes potencias europeas, contiene actitudes en las cuales se mezclan la pereza con el desconocimiento y la incapacidad para el asombro. Si esto alcanza para ser problemático, ¿qué debemos decir cuando la simplificación borra la complejidad del escenario cultural de un continente entero? Cuando lo único (o lo aplastantemente mayoritario) que alcanzamos a ver del Otro es el sufrimiento (la esclavitud, la explotación) y la “escena primaria”(el paisaje de la aldea o la barriada pobre), ¿qué es lo que no vemos?, ¿no estamos limitando, sacando del devenir del tiempo y “congelando” sus opciones de desarrollo?, ¿no estamos ignorando todo lo que esos mismos sujetos en su diversidad, África y los africanos, aportan y hacen en la cultura del presente? ¿Qué hay en África más allá de una inmensa reserva de tradiciones y conocimiento ancestral, de costumbres y prácticas cuyas raíces se hunden en el pasado pre-colonial? ¿De qué manera coexisten e interactúan todas estas temporalidades y realidades culturales? ¿De qué manera se exotiza y folkloriza un patrimonio cultural?

¿No estamos ignorando todo lo que esos mismos sujetos en su diversidad, África y los africanos,
aportan y hacen en la cultura del presente?

 

Las maquinarias de la colonialidad operan fabricando, en (y para) los territorios que controlan, una compleja trama en la cual se funden el olvido de las tradiciones, el desprecio o la indiferencia ante las manifestaciones de las culturas autóctonas, la celebración y asunción acrítica de valores y modelos de pensamiento del colonizador europeo o del dómine neocolonial. En lugar de ello, necesitamos partir de la complejidad como paradigma interpretativo. ¿En qué pensamos cuando pensamos en África, qué celebrar y cómo? Confieso que prefiero la capacidad, alegría, disposición para el descubrimiento y el encantamiento de alguien como “Guille” Vilar en esos maravillosos minutos televisivos que nos regala con cada emisión de Músicas del mundo, programa que piensa, nutre, organiza y dirige. Crear es resistir, proponer, intervenir. Donde los diseños de la máquina colonial generan exclusión, crear es apoderarse de la tecnología, el lenguaje, los saberes del antiguo amo e infiltrarlos, contaminarlos, torcerlos hacia un espacio de acción democratizadora que fertiliza y complejiza el escenario mundial, que devuelve posibilidad de vida.

 Cesaria Evora, cantante de Cabo Verde, conocida como “la diva de los pies descalzos” o “la reina de la morna”.
 

Para mí África es el sonido de tambores; la geografía, flora y fauna de la Gran Sabana, la selva o el Sahara; las máscaras, los bailes conectados con el ciclo de las cosechas, reverencia a dioses antiguos; modos de cantar e instrumentos musicales propios autóctonos y unidos al folclor local; pero también es la extraordinaria creatividad musical de Fela Kuti, Youssou N' Dour, Ali Farka Touré, Manu Dibango, Cesaria Evora o, entre los más jóvenes, ese Die Antwoord cuyo video analicé al inicio y que tanto disfruto. Comienza en la belleza de la poesía anónima, la sabiduría y fuerza filosófica de los refraneros en cada país, pero también en la literatura de autores mayores y multipremiados como Léopold Sédar Senghor, Amos Tutuola, Chichinua Achebe, Wole Soyinka, Nadine Gordimer, J. M. Coetzee, Naguib Mahfuz, Assia Djebar y otros de menos edad como Donato Ndongo-Bidyogo, Chimamanda Ngozi Adichie, Mia Couto o Ben Okri. Empieza con los cuentos populares y llega hasta las poderosas obras cinematográficas de Ousmane Sembene, Cheik Omar Sissoko, Gastón Kaboré, Souleymane Cissé, Met Hondo, Youssef Chahine, Flora Gomes, Haile Gerima, Abderrahmane Sissako, Idrissa Ouedraogo, entre otros.

 J. M. Coetzee, escritor sudafricano ganador del Premio Nobel.
 

Paradójicamente, es posible que un gesto de amor no signifique un acto de justicia. A la manera en la que recordamos o celebramos al Otro, tenemos que sumar el modo en el cual el Otro recuerda y se celebra a sí mismo; en especial, las formas en las que construye su futuro. Una realidad no niega a la otra, sino que nos convocan ambas a realizar lecturas y celebraciones más profundas de África en toda la diversidad, contradicciones y esplendor de su historia, sociedad y cultura. El viaje es hacia adentro y el león, la pantera, la hiena y el elefante son la fuerza interior.

 A la manera en la que recordamos o celebramos al Otro, tenemos que sumar el modo en el cual el otro recuerda y se celebra a sí mismo; en especial, las formas en las que construye su futuro.