Ahí viene el Coco

Emir García Meralla
10/7/2019

Un viejo aforismo propio del folklore popular, y usado alguna que otra vez por los viejos sacerdotes de Ifá, reza: “…cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía…”. Siguiendo la ruta de esta profética sentencia, intenté tomar cartas en el asunto de la más reciente novedad discográfica de la EGREM, que fuera producida en los estudios Siboney de Santiago de Cuba, con Aldén González como productor ejecutivo y Geovanis Alcantar como productor musical; y que lleva por título A romper el coco, referenciando un son del compositor Otilio Portal.

 

A tal fin, los productores se han propuesto recrear el sonido del formato de conjunto sonero que creara Arsenio Rodríguez en los años 30 del pasado siglo; y que se convirtiera en la forma de expresión sonera más completa. Una ruta que cruza del conjunto de Arsenio, pasando por el Casino (los campeones del ritmo), la Sonora Matancera, Rumbavana y terminando con Son 14, considerado por muchos como “el último de los conjuntos con formato clásico de la música cubana”; aunque nadie debe olvidar que incluyó trombones para acercarse más al sonido salsero del mediterráneo caribeño.

Lo primero que llamó mi atención fue un sutil detalle en la cubierta del disco: más que un homenaje propiamente dicho lo que se nos propone es el anuncio (o el inicio, quién sabe) de una serie, al definir como Vol. I al disco en cuestión; es decir, se nos vende una zaga muy al estilo de la tendencia cinematográfica. Digamos que estamos a las puertas de una franquicia musical pensada con antelación a su potencial realización en el mercado; y me pregunto, en caso de no funcionar como se espera, qué se nos dirá después.

Superado este primer detalle, dediqué minutos a la obligada lectura de los créditos correspondientes y para mi sorpresa encontré un variopinto listado de nombres importantes en la historia de los conjuntos a lo largo del siglo XX. Aquí surge mi duda inicial: homenajear al Conjunto Casino y a Roberto Faz es correcto, pero lo justo es mencionar, de soslayo, a Roberto Espí; los conocedores de toda la historia de la música cubana en el mundo, congregados en clubes de seguidores de cada uno de esos conjuntos, pensarán lo mismo y agradecerán el gesto.

A romper el coco es un fonograma cantado por: Alexander Abreu, Alain Pérez y Mayito Rivera; tres de las voces más reconocidas en la música cubana hoy —pero no las únicas—, que están presentes en casi todos los discos que actualmente se producen en la Isla. Son hombres de innegables condiciones musicales que han devenido en cantantes y/o líderes de sus propias agrupaciones. Así, Alexander Abreu dirige Havana D´ Primera, Alain Pérez su banda y Mayito Rivera tiene como proyecto a Los hijos de Cuba; en las que curiosamente ellos son las voces principales. Ese cantar satisface a quien escucha sus intervenciones en cada corte del disco; pero el  fantasma de la sobresaturación de su presencia está latente más allá de este proyecto, pues de cada tres discos que se producen hoy, ellos están presentes en dos bajo el sacrosanto pretexto de las colaboraciones; eufemismo que calibra públicamente a quienes tienen pendiente el fantasma del fracaso o la no popularidad en su carrera, o simplemente adolecen de la proverbial creatividad que ha definido a la música cubana desde siempre. Una cosa es tener invitados y otra es depender de ellos para completar el éxito. Ese son nunca saldrá redondo.

Indiscutiblemente, nadie puede dudar que, de ellos tres, el timbre de voz más cercano al del sonero clásico es el de Mayito Rivera; los otros dos músicos tienen un decir propio que complace a sus seguidores y ha establecido una dinámica músico/bailador propia de estos tiempos.

Sin embargo, hay otros elementos subyacentes en el disco y en algunas opiniones y escritos a él relacionados, que me parece justo comentar. Partamos del presupuesto que se trata de una antología musical, algo que no es primera vez que se hace y que no dejará de hacerse, solo que una vez más se repiten los mismos argumentos de siempre: rescatar, salvar, enseñar a las nuevas generaciones; y otro sinfín de ellos, que llegan a tener el efecto inverso al deseado. Es más sencillo dejar de emitir estos criterios y aceptar de una vez por todas que cada generación tiene su propia música; y si hay que hacer un esfuerzo para rescatar el son y la música tradicional cubana de la que tanto se habla, lo más loable es asumir en el repertorio de cada orquesta de moda hoy los temas de aquellos compositores, o una acción más noble aún: compartir sus públicos con el Conjunto Chapotín, el de Arsenio y el resto que aún logran sobrevivir en estos tiempos. Entonces serán creíbles las voluntades salvadoras y los rescates que se proponen; incluso hasta la convocatoria “a las nuevas generaciones para que amen y disfruten esta música”.

Pero renunciar a los temas propios y a los derechos de autor que ellas generan, es un sacrificio que pocos están dispuestos a correr en nombre de la música cubana y su historia. Ya es loable que, alguna que otra vez, incluyan temas clásicos en sus fonogramas, los que no siempre son radiados o ejecutados en presentaciones públicas o conciertos.

En esta misma línea no me sorprenden dos detalles significativos: la constante referencia a los premios Grammy y a sus correspondientes nominaciones. Si es verde con pintas negras debe ser manzana. Es decir, se nos induce subliminalmente que este fonograma está pensado y diseñado para competir en los Grammy y no para el goce de todos los bailadores en Cuba y los amantes de nuestra música en general (en toda la información distribuida a los medios se hace hincapié en los premios del productor y las nominaciones de los cantantes principales). La estatuilla del fonograma a todos complace; pero si no me falla la memoria solo dos discos cubanos, producidos desde aquí, la han alcanzado con la música que hacen y disfrutan los cubanos: son los casos de Irakere y los Van Van, agrupación de la que era parte entonces Mayito Rivera. Los otros premios —sin demeritar a nadie— son de discos con temas pertenecientes a eso que se llama la tradición; ese manantial inagotable del que bebe más de uno proveniente de cualquier parte del mundo y que por momentos ha sido causa de que parte importante de la música cubana escrita, difundida y bailada con posterioridad a 1959, no cuente con todo el reconocimiento que merece.

Muestra de ello fue el surgimiento del fenómeno conocido como “era matancerizante”, que caracterizó un periodo dentro de la salsa: no fue más que imitar el sonido de la Sonora Matancera e ignorar a los otros grandes conjuntos, orquestas e intérpretes que quedaron en Cuba. Y qué decir de proyectos y productos como el Buenavista Social Club, La vieja Trova, Los jubilados, entre otros, donde lo importante para sus productores era el sonido añoso y su correspondiente expresión poético/textual.

El riesgo hubiera sido loable si la propuesta fuera versionar con más profundidad el sonido cubano de estos últimos 40 años. Personalmente prefiero esperar al disco que Alexander Abreu anunció, donde versionaría temas de esos años en que comenzó su carrera musical y buscaba la forma de encontrar su sonido desde la trompeta; para ese entonces cantar no era lo suyo.

O para ser más osado, poner en circulación de una vez por todas el CD en que Manolito Simonet rinde honores al Conjunto Rumbavana; que lamentablemente duerme el sueño de los justos y que está movido por otros resortes estéticos y musicales.

A romper el coco, como propuesta fonográfica, me resulta una antología más de una música que siempre ha estado ahí al alcance de todos. Poseo al menos 50 discos del mismo corte originados en Cuba y en todos aquellos lugares donde se vive, colecciona y venera la música cubana (entre ellos los cinco volúmenes del Club Sonora Matancera, la colección Añejo a la carta, de Bis Music, entre otras similares, algunas de ellas producidas por la EGREM); en unos y otros sus productores han bebido de ella a su manera y de acuerdo a sus intereses. En todas hay con mayor o menor fortuna una propuesta creativa, buenos arreglos e invitados que garanticen una posible realización en el mercado. Con esas armas también se puede luchar.