Alegorías de la expiación

Maikel José Rodríguez Calviño
11/3/2020

Entendemos por alegorías (término derivado del griego allegorein: "hablar figuradamente") las representaciones de ideas o conceptos mediante objetos inanimados, animales o figuras humanas.

El acto de perdonar. Ernesto Rancaño. Fotos: Maité Fernández
 

Las alegorías procuran ofrecer una imagen de algo que no la tiene, con el fin de que sea comprendido por la mayoría de las personas. Usualmente cumplen una función moralizante o didáctica, advirtiendo sobre las consecuencias de los excesos o describiendo emociones, vicios, sentimientos, virtudes, pecados, estaciones del año, artes, oficios y edades del hombre… El repertorio alegórico es rico en programas iconográficos que suelen comulgar con representaciones inherentes a otro campo no menos extenso: el del arte religioso, específicamente cristiano o católico.

El Nacimiento De Las Naciones Americanas
(óleo sobre tela, 1940, Colección del Museo nacional de Bellas Artes), de Mario Carreño.

 

La Historia del Arte cubano es escasa en alegorías, al menos en obras que, desde un principio, hayan sido concebidas como tales —pues el valor alegórico es, en muchos casos, intrínseco a toda obra artística—. Por citar algunos ejemplos, recuerdo el conjunto pictórico El Triunfo de la República realizado por Armando García Menocal para el techo del Salón de los Espejos del antiguo Palacio Presidencial (hoy Museo de la Revolución); y las alegorías a las Bellas Artes, las Artes Liberales, las Ciencias, el Derecho, la Medicina, las Letras y el Pensamiento ejecutadas por Aurelio Melero —que en la actualidad podemos apreciar en las paredes del Aula Magna de la Universidad de La Habana—; más cercana a nuestro tiempo encontramos El nacimiento de las naciones americanas de Mario Carreño, que es posiblemente la alegoría más hermosa e impactante de cuantas figuren dentro del vanguardismo cubano.

Detalle de la pieza Criterio Propio, Ernesto Rancaño.
 

La alegoría, en cuanto a modalidad artística, requiere de considerables dosis de condensación simbólica. Pocos artistas contemporáneos de nuestro país logran cultivarla con inteligencia y belleza. Entre ellos figura Ernesto Rancaño, cuya más reciente muestra personal, Ego te absolvo (Yo te absuelvo), puede ser apreciada por estos días en la capitalina Villa Manuela.

Estamos ante una exposición interesante que se explaya abiertamente en el campo de lo alegórico. Con curaduría de Luis Enrique Padrón y Arlettes Sando recoge fotografías, ensamblajes e instalaciones realizadas por el artista para representar —desde una perspectiva íntima— un conjunto de pecados y actitudes que enturbian el comportamiento y la espiritualidad del ser humano. Ese elevado nivel de condensación simbólica al que me refería con anterioridad está presente y no es extraño que suceda, pues ya forma parte intrínseca de la obra reciente de ese poeta visual en el que Rancaño se ha convertido.

Mas no hay aquí excesos tropológicos ni constelaciones iconográficas densas o rebuscadas. Antes bien, el artista ha articulado cada obra a partir de la efectividad y el comedimiento. En muchas —de forma más específica en las fotográficas— solo encontramos un objeto único, hábilmente manipulado, que lo encierra y lo dice todo. No es posible identificar con qué pecado se corresponde cada imagen, pero este elemento didáctico, propio del arte alegórico "tradicional", no es indispensable para percibir el trasfondo reflexivo y lírico de cada propuesta.

Asistencia, de la serie Sombra del ayer. Ernesto Rancaño.
 

Estamos ante alegorías contemporáneas que carecen de toda función moralizante; más bien, fueron concebidas como parte de un proceso interno de expiación que —tal y como aclaran las palabras para el catálogo de la muestra— procuran la reconciliación interna, la purga y la claridad espiritual. Con todo, las piezas constituyen ejercicios de búsqueda, análisis y reflexión centrados en problemáticas personales, pero de carácter universal que afectan al artista y, por consiguiente, al género humano.

Muchos de los objetos fotografiados aparecen suspendidos en un limbo de blancura, a fin de concentrar nuestra atención exclusiva sobre ellos. En el caso de las instalaciones y los ensamblajes, las manipulaciones son discretas y pulcras —vemos otra vez esos rejuegos entre objetos y siluetas trabajados antes en la magnífica serie Sombras del ayer—, pero igual están cargadas de poesía, ironía e incluso de humor. En todos los casos los niveles de lectura son múltiples —no necesitamos conectarlas con actitudes o comportamientos propios del artista para tratar de interpretarlas, ni se busca con ellas la mera representación del exceso—, lo cual refuerza su contemporaneidad. Todo, en función de un proceso expiatorio, de reconciliación y sanación que resintoniza el espíritu con sus circunstancias, lima asperezas, teje abrazos, calma y sedimenta.

Primer pecado. Ernesto Rancaño.
 

Ego te absolvo es una muestra que requiere una visión pausada y detallada. La muestra, una rara avis dentro del panorama expositivo cubano actual —donde lo alegórico como modalidad visual no es tomado en cuenta con la frecuencia que se pudiera—, destaca por su capacidad de sugerencia y ratifica la madurez estética y creativa que ha alcanzado Rancaño, una de las voces más significativas dentro del panorama artístico cubano de los últimos tiempos.

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