Algunas preguntas y posibles respuestas

Maikel José Rodríguez Calviño
13/5/2019

La XIII Bienal de La Habana cerró ayer su programa oficial. Por un mes, diversas provincias del país experimentaron una efervescencia expositiva que aunó a creadores y saberes de varias generaciones y esferas del conocimiento. Muchas de estas propuestas podrán ser disfrutadas tras el pasado 12 de mayo; en especial, las inauguradas durante la segunda quincena del evento.

Si la comparamos con otras, quizás no sea la mejor, pero sí la ideal para que el evento se revise por dentro,
a profundidad, y luego abrace el futuro con fuerzas renovadas, mucho más consciente de sus alcances y
deficiencias, más crítico y exigente consigo mismo. Imagen: Internet

 

En tiempos de inestabilidad económica, de un despiadado ataque ideológico y simbólico hacia el proyecto social cubano, de alharacas, detenciones policiales y escándalos políticos en pos de carreras artísticas vacuas y efímeras, la XIII Bienal levó anclas y enfrentó múltiples escollos en un recorrido abrupto y contingente que el pasado domingo llegó a su final. Fueron consideradas colaterales varias propuestas que no formaron parte de la selección oficial; se cuestionó la ausencia de determinados artistas que nunca fueron convocados; se habló de una Bienal «independiente» o «alternativa»; en los últimos días circuló una noticia falsa sobre la entrega de un supuesto Premio a la Popularidad, algo rayano en lo absurdo. Dichos elementos demuestran el desconocimiento de muchos hacia las dinámicas internas de un evento como este, fundamentado en un ejercicio curatorial que, en nuestro caso, solo es posible gracias al apoyo y el esfuerzo de muchas voluntades, tanto estatales como particulares, y parte de un exhaustivo proceso de selección e invitación.

La habanera no es una Bienal en la que se paga por participar; no es una Bienal en la que podamos insertarnos por el mero hecho de colocar su logotipo en una exposición personal, organizada a la carrera con el solo objetivo de alzar la mano, hacerse notar y, con algo de suerte, vender; no es una Bienal competitiva, que ofrezca reconocimientos o premios. Es, ante todo, un espacio para el intercambio y la visibilización de propuestas estéticas anti-hegemónicas y descolonizadas; voluntad que la actual edición, ora cumplió con presteza, ora no lo consiguió.

¿Logros? Unos cuantos. Destacaron las propuestas de Factoría Habana y del Museo Nacional de Bellas Artes, así como varias muestras colaterales, casi todas personales, que evidencian un indiscutible pulso curatorial. Por primera vez el evento fue extendido a otras provincias del país (siempre se le ha criticado su habanocentrismo), lo cual facilitó la participación de varios creadores que, de otro modo, no tendrían acceso a un evento de tal magnitud. Fue un encuentro popular, que cubanos y extranjeros pudimos recorrer, conocer a pie, degustar, palpar con los ojos. No se expuso en La Cabaña, lo cual contribuyó a descentralizar el núcleo curatorial e incorporar los diferentes espacios expositivos de la capital, y se contó con una selección de creadores internacionales sustanciosa y balanceada, con propuestas sugerentes, inquisitivas, en ocasiones deslumbrantes.

Asimismo, se procuró equilibrar la presencia de cubanos consagrados y novatos. Sabemos la importancia que las jerarquías tienen dentro de los procesos de legitimación de lo artístico en nuestro país; ello, en algunos casos, se convierte en un arma de doble filo que ensalza voces agotadas u opaca propuestas novedosas. Sin embargo, en esta edición destacó la presencia de una nueva generación de creadores del patio con obras inquisitivas, sugerentes, maduras. Por último, cabe destacar el esfuerzo de Selvi Artes Gráficas (grandes amigos de la Bienal); gracias a su trabajo se lograron presentar varios títulos, entre ellos, el imprescindible catálogo.       

¿Deficiencias? Varias: una identidad dispersa, cuyas múltiples versiones solo contribuyeron a confundir al espectador (basta con comparar la visualidad del mencionado catálogo para comprobar que no guarda ninguna relación con los posters, spots publicitarios y advertisements del evento), lo cual implica un craso error de identidad corporativa. A ello le sumamos una museografía fluctuante, a veces reiterativa. Encontramos piezas de los mismos creadores en proyectos colectivos por aquí y por allá; obras que, en la mayoría de los casos, fueron incluidas por el simple hecho de figurar. Muchos de los artistas cubanos presentes, más que trabajar para la Bienal, estuvieron en ella, ofreciendo propuestas cómodas, reconocibles, construidas desde sus zonas de confort, que se limitaron a proclamar «mírame, estoy aquí», como si ello fuese el objetivo final del acto creativo. Como si aparecer en la nómina de la Bienal lo resolviera todo. Por desgracia, en un evento así, «estar» no es suficiente.

La tan esperada entrega del proyecto colectivo Detrás del muro palidece ante las dos anteriores. Sabido es que dicha propuesta, desde sus inicios, ha evidenciado un déficit curatorial notable, agudizado esta vez en virtud de una selección de proyectos que pudo ser exhaustiva e interesante, pero que, en realidad (usemos una frase coloquial: «en la concreta») no gozó de un despliegue fáctico y museográfico notables. Algo similar ocurrió con el Corredor Cultural de Línea, cuyas propuestas no cumplieron las expectativas. A veces, entre el proyecto y su consecución, media un abismo infranqueable determinado por las limitaciones que nos impone la realidad cotidiana. Asimismo, considero que debió trabajarse con mayor énfasis en la promoción del evento, si bien se contó con un spot de lujo (todavía los amigos me preguntan dónde se emplazó la cafetera gigante que aparece en él) y una constante dinámica periodística, gestada desde múltiples espacios (La Jiribilla, el Noticiero Nacional de Televisión, el Noticiero Cultural, Cubarte, CubaSí y Noticias de Artecubano, por citar los principales ejemplos), que informó con asiduidad, resaltó las principales propuestas y contribuyó a orientar a las audiencias ante la demora de un programa general que circuló mayormente vía digital y de manera tardía. Ahora resta esperar por las miradas críticas y transversales que valore el evento en su justa medida, con sus pros y contras, sus luces y sombras.         

¿Edición perfecta? No, sin lugar a dudas. Antes bien: perfectible, como toda propuesta expositiva ambiciosa y plural. ¿Útil y necesaria? Eso creo. Cuando, en 2017, se decidió postergar la presente edición, las protestas no se hicieron esperar. Los cubanos conocemos de sobra la importancia del arte y el papel que el gobierno le confiere en la dinámica social del país. El arte, siempre; el arte, ante todo. «La cultura es lo primero que debemos salvar», aseguró Fidel en pleno Período especial. La contundente realidad que justificó aquel reclamo es simple y jamás perderá vigencia: cultura significa identidad. La cultura nos define y contiene, nos condensa y manifiesta. En ella somos; ella existe en nuestra justa dimensión. Eso sí: seguro estoy de que Fidel se refería a la buena cultura, a esa que nos expone con sinceridad y transparencia, que implica una indiscutible riqueza simbólica y un notable despliegue visual, que nos defiende como región, como país, como personas.

Desde 1984, la Bienal ha apostado por ese tipo de cultura. Ergo, bajo ningún concepto debe desaparecer; ello, sus organizadores lo tienen bien claro. ¿La XIII fue una edición positiva? (y aquí, positivo es sinónimo de útil, necesario, virtuoso). Pienso que sí (aunque me resista a dividirlo todo entre positivo y negativo). En virtud del lema que defendió, fue construida dentro de lo posible. Si la comparamos con otras, quizás no sea la mejor, pero sí la ideal para que el evento se revise por dentro, a profundidad, y luego abrace el futuro con fuerzas renovadas, mucho más consciente de sus alcances y deficiencias, más crítico y exigente consigo mismo.