Algunas reflexiones en torno a José Martí y el socialismo en Cuba

María Caridad Pacheco González
30/7/2020

Tras haber sido apresado por los sucesos del 26 de julio de 1953, Fidel se hallaba incomunicado, con su vida bajo amenaza perenne. Todos los abogados que trataron de representarlo legalmente fueron víctimas de intimidaciones y se vieron imposibilitados de acceder al sumario y de entrevistarse con el detenido. Estas condiciones hicieron que el joven letrado asumiera su propia defensa en la Causa no. 37 de 1953 del Tribunal de Urgencia de Santiago de Cuba, por delitos contra los poderes del Estado.

El alegato se convirtió de inmediato en el programa político de la nueva etapa de lucha. Foto: Internet
 

No tuvo a su alcance ninguno de los instrumentos usuales de que se valen los abogados para el ejercicio de su profesión, e incluso se le negó consultar las obras de José Martí. No obstante, su conocido alegato “La Historia me absolverá” no puede leerse sin evocar las páginas de “El presidio político en Cuba”, donde la visión desgarradora de Martí  acerca de los suplicios a que eran sometidos sus compañeros de cárcel se renueva en la denuncia por los crímenes horrendos cometidos contra los revolucionarios participantes en las acciones del 26 de julio. Tanto Martí como Fidel dejaron de ser acusados y se convirtieron en acusadores del régimen y de los gobernantes, al mismo tiempo que se erigieron defensores de la Revolución. Durante el juicio, Fidel citó a Martí e hizo alusiones directas a él en 17 ocasiones, valiéndose de su excepcional memoria, lo cual evidencia que, desde su etapa estudiantil, había conocido sus obras muy profundamente, sobre todo aquellas de contenido más radicalmente avanzado.

Fue el propio Comandante en Jefe quien en su famoso alegato de autodefensa  denunció desde el inicio y con gran vehemencia el hecho de que no le permitieran consultar los libros del Apóstol: “Se prohibió que llegaran a mis manos los libros de Martí; parece que la censura de la prisión los consideró demasiado subversivos”.[1]

Desde “La Historia me absolverá” quedó bien definido el carácter fraterno de la Revolución Cubana respecto a la causa de los pueblos oprimidos. La historia ha demostrado con cuánta lealtad Fidel cumplió esa promesa después del triunfo revolucionario, multiplicándose como nunca antes el espíritu solidario e internacionalista con el cual la Revolución saldaba su propia deuda con la humanidad.

Ya lo había expresado el Apóstol: “El egoísmo es la nota de los tiempos antiguos. El humanitarismo (el altruismo, la abnegación, el sacrificio de sí por el bien de otros, el olvido de sí) es la nota de los tiempos modernos”.[2] Como si respondiera al Maestro, el 24 de abril de 1959, en un acto de masas celebrado en el Parque Central de Nueva York en el que participaron miles de exiliados políticos procedentes de países de nuestra América, Fidel aseveró: “Dondequiera que estemos, seremos solidarios con los anhelos de liberación de nuestros hermanos oprimidos”, y enfatizó más adelante: “Egoístas jamás seremos”.[3]

Si algo puede afirmarse es que la Revolución Cubana que encabeza Fidel Castro es una validación práctica del marxismo de tipo leninista, en tanto se propuso desplazar a los capitalistas del poder político y materializar metas de contenido social y económico en beneficio de las amplias masas populares, así como la socialización de los medios de producción y el apego a la solidaridad humana. Sin embargo —y es necesario reflexionar sobre ello—, la Revolución Cubana es ante todo profundamente martiana, lo cual es puesto de manifiesto en el juicio del Moncada. “La Historia me absolverá” es una exposición detallada de la sociedad cubana de la década del 50 en la que se revelan con nitidez las tradiciones revolucionarias del siglo XX, principalmente aquellas de los marxistas cubanos, aun cuando el modo en que se proyecta Fidel no guarda relación con las expresiones conceptuales al uso entre los partidos comunistas de la época. No obstante, este alegato alcanza su significación histórica sobre todo por el rescate de la tradición martiana que Fidel acomete, tanto en su sentido práctico como teórico.

Es por ello que el leninismo —o las esencias de esta doctrina, sobre todo en lo relacionado con la transformación socialista de la sociedad— se articula dentro de  un esquema de pensamiento que es fundamentalmente martiano, y no como una simple superación de lo que le antecede, en tanto el alcance de la visión política de Martí hace de su pensamiento un eslabón perfectamente articulado con el ideario de los fundadores del marxismo.

Después de concluida la guerra contra España en 1898, Cuba se convierte en neocolonia de Estados Unidos con una Enmienda Platt que le otorgaba el derecho al país norteño de intervenir en nuestro territorio e instalar bases militares. En esas condiciones —como señaló uno de los fundadores del Partido Comunista de Cuba— no se podía ser marxista y leninista sin luchar por hacer realidad el proyecto revolucionario de José Martí, incumplido y traicionado por la oligarquía burgués-latifundista que había asumido el poder en Cuba. Ello explica por qué en la fundación del primer partido marxista-leninista en nuestro país en 1925, junto a Carlos Baliño, fundador del Partido Revolucionario Cubano (PRC), también se encontraba el joven luchador antimperialista Julio Antonio Mella, quien estuvo entre los primeros intelectuales de principios de siglo que se dedicaron al rescate del pensamiento revolucionario de nuestro Héroe Nacional.

Continuador del PRC y del ideario martiano, el Primer Partido Comunista de Cuba fue una organización de orientación marxista que representaba los intereses obreros y populares. Foto: Tomada de la revista Bohemia
 

Desde que surgió a la vida como partido independiente de la clase obrera, el primer Partido Comunista nunca separó sus objetivos de lucha por alcanzar el socialismo de la labor sistemática por movilizar a las masas populares en torno a la defensa de la soberanía nacional y la liberación de Cuba del yugo extranjero, que se había apoderado de las principales riquezas del país. Las ideas del marxismo y del leninismo, unidas a lo mejor y más avanzado de nuestras tradiciones del siglo XIX, actuaron como fuerza poderosa en las grandes batallas de los trabajadores por mejorar sus condiciones de vida y de trabajo; en las luchas campesinas por su derecho a la tierra; en las acciones revolucionarias de diversos sectores de la sociedad contra el imperialismo y el poder corrupto de la oligarquía y sus regímenes tiránicos de Machado y Batista, y en el continuado batallar de los cubanos por el logro de la unidad de la clase obrera y de todo el pueblo para obtener el triunfo definitivo.

Llegado a este punto es preciso preguntar cuáles son las circunstancias peculiares del liderazgo político y revolucionario de José Martí que lo proyectan hacia nuestra época con un sentido de actualidad y vigencia incuestionables.

Para responder a esta interrogante es preciso considerar que Martí, como líder político paradigmático, es resultado de un proceso en el cual desempeña un papel relevante la tradición patriótica y pedagógica de la primera mitad del siglo XIX, cuyo legado supo aprehender de forma creadora y original. Cuba fue en aquella época escenario de grandes debates y reflexiones acerca de la educación científica y la búsqueda de un pensamiento propio asentado en presupuestos de justicia, principios éticos y convicciones políticas emancipadoras.

Los pensadores cubanos tenían clara conciencia de que la formulación de sus ideas filosóficas no se producía de forma descontextualizada. En todo momento insistieron en la necesidad de que la vida intelectual de los países latinoamericanos, y en particular de Cuba —que aún no había logrado su independencia de España—, tuviese un grado de compromiso político-social en correspondencia con las aspiraciones emancipatorias y desalienadoras propias de los ciudadanos de estados modernos y soberanos.

Importa subrayar algo que no debe olvidarse, y es que la conciencia proletaria organizada en Cuba surge al mismo tiempo que el movimiento nacional liberador. Ambos se vincularán muy estrechamente, de modo tal que desde el estallido de la primera guerra de independencia en 1868 hasta la preparada por Martí en 1895 el principal sustento económico procederá de la emigración patriótica, integrada en lo fundamental por trabajadores muy humildes.

El Apóstol asumió esa revolución desde su más temprana juventud, y la defendió hasta su caída en combate. Una revolución que tenía como finalidad  el logro de la independencia y colocar a la nación en un camino autónomo de desarrollo. Todo ello exigía de la unidad como estrategia política y de la justicia social como esencia del movimiento emancipador. Por esto proclama: “La campaña por la independencia significa en Cuba la campaña por la libertad. (…) Nada son los partidos políticos si no representan condiciones sociales”.[4]

“La imagen de Martí es la de un político íntegro, literalmente honesto, esencialmente sincero”. Foto: Obra “José Martí, 1989”, de Gloria González. Tomada del sitio web del Centro de Estudios Martianos
 

La justicia para Martí no solo es calidad ideal o un mero valor, es mucho más: es reordenamiento de la sociedad; es búsqueda de las vías y formas de organización de la colectividad para su buen funcionamiento, de modo que pueda situarse en el escalón más alto de la dignidad humana; es, en resumen, la determinación de la política. Debido a todo ello, expresó en uno de sus textos: “Política es eso: el arte de ir levantando hasta la justicia la humanidad injusta, de conciliar la fiera egoísta con el ángel generoso, de favorecer y de armonizar para el bien general, y con miras en la virtud los intereses”.[5]

Por estas razones la práctica política e ideológica de José Martí en el movimiento revolucionario cubano lo convierte en un dirigente de especial relieve, que funda un precedente cultural esencial en el desarrollo del liderazgo revolucionario de su país. Aunque no llegó a ejercer el poder político, el camino transitado como organizador, ideólogo y líder espiritual de su pueblo dejó una huella trascendente en torno a su actuación.

La imagen de Martí es la de un político íntegro, literalmente honesto, esencialmente sincero. La modestia de sus atuendos no era un cálculo para mover la conmiseración y dar falsa idea de honradez: se debió a su aceptada pobreza. Su gigantesco trabajo periodístico, unido a sus modestísimos empleos de oficinista, traductor y maestro, apenas alcanzaba para socorrer a sus dos familias. Las entradas debieron aumentar algo con el incremento de las colaboraciones en grandes diarios como La Nación, de Buenos Aires, y su desempeño como cónsul de Argentina, Uruguay y Paraguay, cargos a los que renunció —al igual que a sus colaboraciones periodísticas—  para dedicarse por entero a la revolución. Aquel que habría podido colocar su talento en función del bienestar personal, eligió siempre el camino de la entrega a las causas patrióticas y de emancipación social. Sin embargo, constituye un error el atribuir la idea de austeridad a los ropajes raídos, a los atributos externos. La idea proviene de la congruencia de sus actuaciones, porque se sabía de los actos de honradez como de sus renuncias a los consulados latinoamericanos que lo sustentaban modestamente; de los gestos de valentía política, como los protagonizados desde su temprana juventud —al ser acusado del delito de infidencia— hasta el desafío que significó el fracaso del Plan de Fernandina.

El hecho de que los trabajadores le llamaran Maestro obedecía no solo a sus dedicaciones de carácter docente; había en ello un reconocimiento implícito al magisterio superior del cual  hacía ejercicio continuo. Como maestro, respondía a cuantas preguntas se le hacían en el aula, cuestionaba él mismo, y en sus clases todo salía a relucir: la sabiduría de los libros y de la vida; la historia, la moral, la política. Conversaciones pedagógicas fueron aquellas de la Liga[6] que, de haberse conservado, serían hoy una valiosa guía para el magisterio cubano.

Por ello su noción de educación está visiblemente ligada a su concepto de la lucha social. En su eterna y siempre vigente máxima “Ser culto es el único modo de ser libre”,[7] se propone rescatar los valores humanos de nuestras sociedades latinoamericanas a partir de un enfoque ético que sienta sus bases en la cultura, en la herencia del pensamiento de los grandes próceres de la libertad continental, en la defensa de la identidad nacional como auténtico proceso formativo en pos de la consolidación de una individualidad que fructifique en bienestar común. No debemos olvidar que en el propio texto donde Martí relaciona la cultura con la libertad y la ética de las naciones, argumenta que “en lo común de la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno”, y advierte que “el único camino abierto a la prosperidad constante y fácil es el de conocer, cultivar y aprovechar los elementos inagotables e infatigables de la naturaleza”[8]. Aquel mismo año (1884) había meditado que “sin razonable prosperidad, la vida, para el común de las gentes, es amarga; pero es un cáncer sin los goces del espíritu”.[9]

No fue, por cierto, en los libros ni en su clara inteligencia donde Martí halló respuesta organizativa al nuevo momento histórico cubano y latinoamericano, sino en el estudio de los asuntos políticos y sociales de su tiempo histórico, así como en los encuentros con las masas, más o menos conscientes o comprometidas, pero experimentadas en esa época de conmoción civilizatoria. Es el líder que las escucha atentamente con el objeto de elaborar una estrategia adecuada que permita a esas fuerzas la conducción más acertada posible de la revolución en marcha. El tacto, la delicadeza hacia las propuestas emanadas de los sectores más humildes están plasmados en los estatutos y en la propia práctica del Partido Revolucionario Cubano. Tuvo mucho cuidado de no sofocar las iniciativas populares espontáneas; de darse cuenta de que la efectividad de la acción revolucionaria exigía en todo momento la participación activa y creadora del pueblo, la masa adolorida con la cual había que hacer causa común, y en la que se debían fomentar los mejores valores.

El PRC sería el único encargado de unir y dirigir a las fuerzas patrióticas en pos de la independencia.
Foto: Internet

 

El poder del Delegado del Partido Revolucionario Cubano fue un poder expresivo de voluntad común, democráticamente manifiesta en el otorgamiento de una representación político-social de las masas. Una delegación de facultades y de autoridad totalmente opuesta a los privilegios de origen elitista y castrense. Un poder que reconoció sinceramente la soberanía de la instancia popular que lo sustentaba. Es por ello que, si bien el proyecto de liberación de Martí no era ni podía ni tenía que ser de carácter socialista —su proyecto giraba en torno a la contradicción, esencial para él, entre colonia y metrópoli, y a la necesidad que presentaba nuestra América de realizar su segunda independencia frente a los peligros que entrañaba el imperialismo norteamericano—,  un proyecto socialista en esencia, particularmente en Cuba, para serlo tenía que ser martiano.

En sentido estricto, fue con Fidel que llegó a su plena maduración la articulación de la tradición nacional con el marxismo y el leninismo, pero cabe recordar que el origen de este proceso parte de la década del 20 del siglo pasado, cuando se estructuró lo que se ha dado en llamar el marxismo fundacional cubano, vinculado con el pensamiento de José Martí e inspirado en la Revolución de Octubre.[10] El derrumbe del socialismo europeo y la destrucción de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (cuyos efectos ideológicos no dejaron de manifestarse en Cuba de diversas formas), coincidiendo con el recrudecimiento del bloqueo imperialista, evidenciaron la necesidad de someter a un profundo análisis el proceso de interrelación entre las tradiciones nacionales revolucionarias —especialmente el pensamiento martiano— con el marxismo y el leninismo, como problema clave para comprender las razones por las cuales la Revolución Cubana había seguido su propio camino, en su propósito de fundar una república cuya primera ley, como pidió Martí,  fuese “el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre”.[11]

.

Notas:
[1] Fidel Castro: “La Historia me absolverá”. Alegato de defensa en el juicio después del asalto al Cuartel Moncada, Santiago de Cuba, 16 de octubre de 1953. En José Martí en el ideario de Fidel Castro (Compilación: Dolores Guerra, Margarita Concepción y Amparo Hernández), Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2004, p.30
 
[2] José Martí: Cuaderno de apuntes no.5, en Obras Completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1991, t. 21, p. 162.
 
[3] Instituto de Historia del Movimiento Comunista y de la Revolución Socialista de Cuba anexo al Comité Central del Partido Comunista de Cuba. El pensamiento de Fidel Castro. Selección temática. Editora Política, La Habana, 1983, t. I, Volumen 2, pp. 608-610.
 
[4] José Martí: “Los cubanos de Jamaica y los revolucionarios de Haití”, en Ob. cit,  t. 3, p. 104-105.
 
[5] José Martí: La Nación, 2 de noviembre de 1888, en Ob. cit, t. 12, p. 57
 
[6] La Sociedad Protectora de la Instrucción La Liga fue creada en enero de 1890 por cubanos y puertorriqueños, negros en su mayoría,  para instruir a los sectores populares de la emigración.
 
[7] José Martí: “Maestros ambulantes”, en Ob. cit, t. 8, p. 289.
 
[8] Ibídem
 
[9] José Martí: “Cartas de Martí”, La Nación, Buenos Aires, 16 de julio de 1884, en Ob. cit, t. 10, p.63.
 
[10] Isabel Monal: Palabras de clausura en la jornada científica “Martí-Marx y la nueva etapa de la guerra que se nos hace”, de la Sección de Ciencias Sociales de la Sociedad Económica de Amigos del País, celebrada el 9 y el 10 de noviembre de 2015. En Revista Bimestre Cubana, v. CXIX, enero-junio de 2016, época III, no. 44, p. 101.
 
[11]  José Martí: Discurso en el Liceo Cubano, Tampa, 26 de noviembre de 1891, en Ob. cit, t. 4, p. 270.