Giselle es el ballet, es el ballet por antonomasia. Desde su estreno mundial en 1841 en París ha imantado a todos los públicos. Giselle es seducida por Albrecht, el duque de Silesia, disfrazado de campesino. El amor se convertirá en tragedia, el engaño en desesperación, sobrevendrá la locura (esa célebre escena) y la muerte. En un segundo acto, danzan las Willis, espíritus de doncellas que mueren vírgenes.

Fue Carlota Grissi quien primero interpretó a esta aldeana de frágil salud, a esta chica enamorada que es arrancada de la cosecha de la uva. La música de Adolphe Adam, la coreografía de Jean Coralli y Jules Perrot, el libreto de Théophile Gautier, Vernoy de Saint-Georges y Coralli —inspirado en una leyenda popular germánica recogida por Heinrich Heine— completan los créditos fundacionales de esta puesta que desborda romanticismo.

Giselle es el ballet, es el ballet por antonomasia”.

Giselle exige no solo un despliegue técnico exquisito sino un histrionismo notorio que acentúe la inocencia, el amor, la pérdida de la razón, la ingravidez más allá de la muerte. Esa es justa la obra a la que se enfrenta Alicia Alonso como miembro del American Ballet Theatre en Nueva York, el 2 de noviembre de 1943. Nada menos. Por si fuera poco, sustituía a una artista notable, la inglesa Alicia Markova, a quien llegarían a apodar “La Pávlova en miniatura”.

El debut

La cubana no es entonces el mito en que la convertirá una fértil y dilatada trayectoria, es apenas una chica a punto de cumplir 23 años. Hemos tenido acceso a un material de excepción, obra de la maestra del radio documental Gladys Pérez. De su obra ¿Cómo puedes bailar Giselle, si Giselle eres tú? (Radio Progreso, 1978) hemos extraído el testimonio de la propia Alicia:

En el Metropolitan Opera House estaba otra bailarina que se llamaba Alicia Markova, una gran bailarina, que era la primera bailarina de la companía en ese momento… y se enfermó. Pidieron quién podía bailar Giselle y después me pidieron a mí que yo bailara Giselle, porque ya la función estaba anunciada, estaba vendida y no querían quitarla del programa… Varias bailarines dijeron que no, que ellas no lo bailaban, y quizás mi inexperiencia, mi juventud… o mi cabeza dura… Yo ya lo había practicado en mi mente, lo había practicado muchas veces, yo sola, porque era un papel que me gustaba muchísimo, y con la ayuda de Antón Dolin, en cinco días, a medida que dábamos funciones por la noche (eran ocho funciones a la semana, matiné sábado y domingo, y los lunes, libres) y yo estaba en todas las funciones. Hacía de cuerpo de baile, de solista y así y todo estábamos ensayando, me fui preparando… y a los cinco días debuté en Giselle.

Por supuesto, tamaño atrevimiento no solo requería disposición y entrega sin par, sino una óptica definida, una estrategia escénica a la hora de representar el ballet como figura central, alrededor de la cual gira el resto. Si bien el destino echó una mano, solo una verdadera artista ―con mucha confianza en sí misma― podía asumir el desafío. Eso, una compañía de calibre y un coreógrafo que supo conducirla: “(…) quizás hubiera podido por instinto, por sensación, tratar de buscar algo diferente. Él me dijo: ‘no tienes tiempo, en cinco días tienes tiempo nada más de repasarlo, aprendértelo bien y, en ciertas cosas, sigue el mismo dibujo de lo que ha estado haciendo Markova’… la primera función lo seguí en esa forma”.

La aldeana Giselle corporizada por Alicia Alonso.

Después de los aplausos

El artista, aun transfigurado en la piel de otro, lleva siempre consigo sus propias pasiones. No se conoce este bien si se busca solamente en el furor del aplauso o en el papel que encarna en determina función. Un destello puede cegar. Un detalle puede alumbrar, puede conducir hasta la estatura humana de un creador.

Me emocionó encontrar a dos Alicias frente al espejo de las circunstancias.

La Markova presta un adorno de cabeza a la Alonso, el mismo que ha usado en su debut de Giselle. Le ha dado suerte y espera que también acompañe a la cubana en su gran noche en el Metropolitan neoyorquino. Es una forma de danzar en ella, con ella. ¿Y qué hace la cubana después de su debut, cuando cae el telón, cuando la ovación se apaga? El documental de Gladys Pérez nos acerca a una verdadera filigrana:

“Después que acabé de bailar, sentí que aquellas flores tenían que ser de ella, ya que esa función la que debía haber bailado era ella… así que fui a su hotel donde estaba convaleciente, en su cama, y le llevé todas las flores, junto con su adorno de cabeza, y le di las gracias”.

“Ella es de veras una luz que se mueve. Ella es leve, ondulosa, casi traslúcida”.

Es sabido que la Alonso ―quien jamás aceptó alguna intención de transformar su apellido a Alonsova― introdujo a lo grande la estirpe latina en la danza clásica y convirtió a Giselle en uno de sus éxitos rutilantes. Tal vez fue la intérprete más fiel a las sutilezas del estilo romántico. Dulce María Loynaz estará en su debut en Cuba en 1948 en el teatro Auditorium y escribirá para la historia:

“Isadora Duncan dice sencillamente, casi como si hablara a la ligera, que la bailarina debe moverse como una luz (…) Ninguna otra bailarina —excepción hecha de su propia rival Ana Pávlova— ha asimilado mejor la gran sentencia de Isadora Duncan como esta nuestra Alicia Alonso. Ella es de veras una luz que se mueve. Ella es leve, ondulosa, casi traslúcida”.

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