Es “quizás la última divina de nuestro tiempo”, afirmó Mario Pasi. El crítico de críticos. Arnold Haskell, resultó concluyente: “¿Cómo puedes interpretar a Giselle si Giselle eres tú?”. Dulce María Loynaz escribió que la bailarina era “leve, ondulosa, casi traslúcida”. Y de pronto, aquel ser divino, traslúcido, la infinita Giselle, se aparece en las tablas del teatro Oriente ―hoy un dinosaurio vacío― en el mismo corazón de Santiago de Cuba. Viene a tocarnos, viene a soñarnos convertida en la Callas. Aun tengo sus brazos, el aire, el espejo, los cantos.

“Alicia es la danza. Es Cuba”.

Ahora la tengo frente a mí, muchos años después. Fuera del escenario, carnal, cercana, incluso niña. Habla de cuando era solo “Unguita”, cuando era Alicia Martínez. Y del tiempo emerge una hilarante anécdota:

El primer ejercicio que recuerdo era en la barra, en forma de U. El profesor, Nicolái Yavorsky me puso en el centro, y subía la pierna, la subía… entonces, llegan varias damas de la Sociedad Pro-Arte y me dicen que no era de niña decente levantar tanto la pierna. Jamás en mi vida había sentido tanta vergüenza, sentí que se me salía la sangre por los poros… Me fui corriendo para mi casa, le dije a mi mamá lo que me habían dicho, y mi mamá fue a ver al profesor:

―Profesor, ¿a qué altura están supuestas a poner las piernas, las niñas? Y él, con aquel acento suyo, inocente de todo, respondió:

―¡No, no… lo que puedan, lo que puedan!… Entonces, mi madre se vira hacia mí y me dice: “Unguita, ya sabes…. ¡lo que puedas, lo que puedas!”

Después, en la casa, me llamó: fíjate bien, en los ensayos no subas tanto la pierna; pero si el día de la función, no subes la pierna todo lo que puedas, con quien vas a tener unas palabras es conmigo.

Pero Alicia nunca se rindió. Ni ante su ceguera parcial,  ni ante el escaso apoyo oficial de los inicios de su compañía ―fundada en 1948 junto a otros grandes como Fernando y Alberto Alonso―, ni ante los prejuicios que le salieron al camino. Su compañía bailó en grandes teatros y también en pequeños pueblos, en las montañas, en los centrales. Y cuenta que no importa el escenario, no importa que esté de espectadora: ella sigue bailando. El cuerpo se contrae, se agota. El baile en la mente no acaba nunca.

Es “quizás la última divina de nuestro tiempo”

Me adelanto, quiero saber sobre la preparación física de un bailarín. Me ha tocado de cerca: mi hermana fue bailarina de ballet, y toqué sus ampollas, sus callosidades, el duro taco de las zapatillas de puntas. El deporte y el arte están más cerca de lo que imaginamos. Alicia ilustra su respuesta, con un encuentro entre la selección nacional de levantamiento de pesas y el Ballet Nacional de Cuba:

“Todo tiene que bailarse que parezca natural, que el público no tome conciencia de ese esfuerzo físico, de lo duro que es. Cuando los pesistas veían a los bailarines levantando a las muchachas, haciendo las cargadas, decían: ‘mira, mira qué fácil es’. Y yo les digo: ‘¿sí?, a ver…’ y les pedí: ‘ahora cárgala… y sonríe al mismo tiempo’. Aquello fue tremendo cuando intentaron hacerlo. ¡No, no es nada fácil!, lo entendieron…”

En Santiago otra vez. La veo solitaria en su silla, dramática, solemne. Ahora que ya no baila, bailan sus manos. Es la primera vez que se entrega el Escudo de la provincia. La resolución es solemne. El lugar lo es. El silencio sobrecoge. De pronto, aquella personalidad que ha recibido merecimientos de tantas partes del mundo, agradece. Su pequeña voz llena el espacio del Salón de los Vitrales de la Plaza de la Revolución Antonio Maceo:

“Es muy fuerte, es muy fuerte para mí. En la Ciudad Héroe, en este maravilloso Santiago, donde me han dicho palabras tan bellas; donde estoy pisando una tierra que está sembrada de héroes, de Patria, de Cuba. Les doy las gracias. Este es un alto, muy alto honor. Gracias…”

“Alicia es la danza. Es Cuba”.

Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz, diría El Maestro.

El tiempo sigue. Y Alicia sigue. Vigésimo quinto Festival Internacional de Ballet. 2016. Octubre. La veo subir las escaleras del Gran Teatro de La Habana, rebautizado con su nombre. A sus 95 años, sube los escaños de la vida. Ha sido su signo. En el balcón, inclina levemente el torso, cruza en el aire los brazos en una reverencia exquisita, estoica, mítica, infinita. Y al fin, los extiende para que comience la función. El mundo baila en la Habana, al modo de decir de mi colega José Luis Estrada.

Alicia siempre nos ha acompañado, siempre lo hará. Alicia es la danza. Es Cuba.

Este artículo fue publicado originalmente en La Jiribilla, el 20 de octubre de 2022, Día de la Cultura cubana.