Murió el gran ensayista de quien puede presumir la cultura cubana, el investigador incansable, el lector tenaz, defensor del libro y la literatura. Hombre de familia, bueno y decente, de esos seres humanos que dejan su profunda estela de admiración y respeto entre quienes tuvieron el privilegio de conocerlo, alejado de la fatuidad ridícula.

Nos inclinamos ante su sabiduría, que no era cosa solo de erudición. Reverenciamos su lucidez para siempre enrumbar los criterios revolucionarios y cuestionadores, pero en la devoción por Cuba, inspirado en la lozanía eterna de nuestros patriotas.

Con la premura propia de las incontables tareas cotidianas y ante la triste certidumbre de su muerte, dejo al lector algunas de las respuestas que recibí a mis preguntas durante las entrevistas que me concedió en diversas etapas de su vida.

¿Cuándo se tomó en serio la profesión de editor?

Trabajar en la Imprenta Nacional con Alejo Carpentier, y antes con Herminio Almendros en el Ministerio de Educación, me dio la impresión de que ya era un profesional, y esa sensación de ser un profesional en algo es una sensación muy agradable y gratificante. Se la debo a mi trabajo editorial.

¿Un editor viene siendo una suerte de promotor cultural?

Uno está tratando de abrirse profesionalmente un camino, pero para eso tiene que contar con un respaldo y una demanda del público y, por consiguiente, uno lo que está tratando de hacer es satisfacer una demanda y crear otra.

Tenemos la suerte de divertirnos leyéndolo, ¿usted se divierte escribiendo?

Muy buena pregunta. Yo tengo la impresión de que sí, aun cuando uno sufre porque no encuentra la palabra exacta que busca o no encuentra la forma de redondear una idea que tiene en la cabeza. Esa misma búsqueda, que pudiera parecer angustiosa en otro terreno, es en este deleitosa, para usar una palabra que empleaban los clásicos. Es decir, la búsqueda misma, aunque sea muy esforzada y muy dura, se hace gratificante.

¿Son literatura la crítica y el ensayo literario?

Si buscas en primer lugar la comunicación, identificar un interlocutor posible, entonces no tienes más remedio que encontrar los recursos —y eso es lo que te justifica como escritor, como crítico, como ensayista, como novelista— para que esa relación y ese diálogo se hagan dinámicos. En algún momento el crítico y el ensayista fueron definidos como primeros entre sus iguales.

¿Son la lectura y la literatura un entretenimiento?

Tengo la impresión de que el entretenimiento se ha como depreciado, porque el entretenimiento se convirtió en el centro mismo de las obras literarias o creativas. Tú puedes buscar eso en determinados momentos, pero cuando decides leer La guerra y la paz, no buscas entretenimiento. Pero si La guerra y la paz te entretiene, si hallaste orientación, estás preparado, puedes colocarte en otro nivel de entretenimiento. Leo una novela vorazmente, con pasión, y se me pasan las horas. Me estoy entreteniendo pero no dispersándome con el entretenimiento. Me estoy concentrando. Por consiguiente, lo que tenemos que buscar no es tanto literatura de entretenimiento, o entretener con la literatura, sino ir formando un lector que sea capaz de entretenerse leyendo La montaña mágica, Cecilia Valdés o La guerra y la paz.

“Si tuviera que definirla (a la literatura) en pocas palabras diría: es una fuerza transformadora, espiritual, cultural y moral”.

Usted ha dicho que la lectura es un vicio…

Tuve como profesor en la Universidad de Madrid a Carlos Bousoño, maestro muy reconocido que en algún momento recibió el Premio Cervantes. Pasé un curso con él y al final me dijo: Fornet, el problema suyo es que usted ha leído demasiado. No sabía si tomarlo como un elogio o como que me estaba reprobando esa acción. Y sí, yo he dicho que la lectura es un vicio, pero eso lo dijo Horacio antes que yo, el clásico latino, lo llamó un vicio impune. El único vicio que uno puede ejercer impunemente, de una manera atractiva y enriquecedora, es la lectura.

¿Se considera un historiador?

Ojalá, pero no aspiro a ese título… ojalá alguien me confunda alguna vez. Me satisface mucho que de pronto me hagas ese tipo de pregunta y entiendo por qué. Tengo la tendencia de hablar más de la crítica o el ensayo filológico tradicional; de hablar más de sociología de la literatura y de la cultura. Es decir, ¿cuáles son los vínculos entre cultura y sociedad? Desde el momento en que empiezas a pensar en el lector y en un tipo de consumo intelectual, en un tipo de comunicación… ya inmediatamente entras en el círculo de lo que pudiéramos llamar la literatura y la cultura en general vista como una parte de la dialéctica social. ¿Cómo opera la literatura sobre la sociedad o la sociedad sobre la literatura? Es una pregunta de respuesta infinita.

Por su propia naturaleza evade el protagonismo que merece en la sociedad cubana. Que le dediquen la Feria Internacional del Libro es algo que usted recibe quizás con mucho beneplácito, pero a la vez como un gran compromiso que debe superar a pesar de su timidez…

Puedo decir que me sorprendió, pero no me alarmó, porque no sabía las dimensiones que tenía y el compromiso que significaba de visitar lugares, dar charlas, ofrecer conferencias y empezar a mostrarme en una imagen que yo siempre se la atribuía a los artistas de televisión y cine, pero nunca a un crítico literario ni a un ensayista. Entonces, trato de hacerlo lo mejor posible, poner cara de que sí, que estoy de acuerdo, pero al mismo tiempo te confieso que sí, que me cuesta trabajo.

¿No cree que ese reconocimiento público es también una señal de jerarquización del oficio del crítico literario?

Ese me parece el aspecto más importante desde el punto de vista de la cultura y el desarrollo literario: reconocer que en la crítica, en la historia de la literatura, en la reflexión sobre las relaciones literatura-sociedad, se va construyendo un cuerpo de pensamiento, sensibilidad y visión que solo puede ser hecho desde esta perspectiva. El autor escribe la obra. Por supuesto, esa obra es muy variada, puede ser un poeta, un narrador… pero el que construye la literatura y le da todo ese mundo —en nuestro caso sería desde Espejo de paciencia, pasando por Heredia hasta nuestro días—, ese es el historiador, el crítico literario. Y si un crítico literario, un ensayista, de pronto es Premio Nacional de Literatura, es una especie de desafío.

Por consiguiente, existe una relación estrecha entre la producción literaria y la producción ensayística que convierte a la literatura en un conjunto coherente que soy capaz de entender y seguir desde sus orígenes hasta nuestros días.

“… y empezar a mostrarme en una imagen que yo siempre se la atribuía a los artistas de televisión y cine,
pero nunca a un crítico literario ni a un ensayista. Entonces, trato de hacerlo lo mejor posible (…)
pero al mismo tiempo te confieso que sí, que me cuesta trabajo”.

¿Agobiante el oficio de un editor?

El agobio no viene por un rechazo del oficio, sino por la conciencia de que no se termina nunca y que siempre tienes la sospecha de que algo ha quedado que no lograste descubrir, por ejemplo, una errata en un libro, una selección que quizás no fue la más adecuada en el momento en que ya el libro va a salir, un plan editorial que pudiera ser mejorado. Es decir, uno nunca está suficientemente satisfecho. ¿Por qué? Porque conoce casos de trabajo y proyectos editoriales que superan lo que uno mismo imagina. De manera que siempre estás tratando de llegar a ese tipo de perfección.

Entonces, ¿un editor es un eterno insatisfecho?

Tengo la impresión de que sí. Si es un buen editor, sí.

Y ¿cómo es el buen editor?

Un buen editor tiene clara conciencia del público al que se dirige, del lector que quiere formar y del tipo de literatura que puede satisfacer ese proyecto cultural.

¿Erudito?

Tiene que ser un conocedor, como es natural. La palabra erudito posee una connotación un poco peyorativa, como de que uno se encierra en una biblioteca y empieza a estudiar los orígenes del universo desde el Big Bang hasta nuestros días. Y no se trata de ese tipo de erudición. Se trata de lo que pudiéramos llamar una erudición dinámica, en el sentido de la cultura que tiene que ver con la historia y con no estar ajeno al mundo en que uno vive.

¿Cómo se produce en Fornet el diálogo entre el investigador literario y la producción propia?

Esa relación para mí es transparente porque empecé escribiendo ensayos. Era trabajador del Banco Núñez, de Bayamo, y El bancario, que era la revista nacional de los bancarios, convocó a un concurso de ensayos en el que participé. Dos años seguidos me gané el premio. Y ahí me dije, entonces yo soy ensayista, crítico-ensayista… porque si me gano el premio entre los bancarios que participaron un año tras otro, esto es lo mío.

Por otra parte, tenía una especie de subestimación de la literatura, porque consideraba que eso era una cosa frívola que no valía la pena. Tenía una gran inclinación por los ensayos, leía los discursos de Martí, leía a Ortega y Gasset, leía a Unamuno. Fui miembro de la última generación que leyó sistemáticamente a los de la denominada generación del 98 en Cuba. No obstante lo cual, mi primer libro fue de cuentos. Se llamaba A un paso del diluvio, y dice Francisco López Sacha: título profético, si los hay; porque apareció en 1958 y llamarse así era efectivamente como entrever el diluvio que estaba acercándose.

Hay una tendencia a decir que la crítica y el ensayo no son exactamente literatura, y por eso a veces te preguntan: ¿y cómo tú que sabes tanto de literatura no haces literatura? Es que mi impulso literario va a la ensayística y no al cuento o la novela.

Por otra parte, hay una razón anecdótica, cuando triunfa la Revolución yo vivía en España. Me había ido de Bayamo en 1957, al ver claramente que no tenía madera de héroe y que la situación era insostenible. Y el hecho de ser ortodoxo mi padre también… me puso en una situación bastante difícil y me dije: hay que poner mar por el medio. Me fui a Nueva York y de ahí a España.

Estando allí me llega la noticia del triunfo de la Revolución: oye, se fue Batista. Y decidí terminar lo que estaba estudiando en la universidad y en septiembre vine para Cuba.

“¿Qué hago yo con un título de académico si toda mi proyección mental y cultural es antiacadémica? Pero muy pronto descubres en el trato con los colegas y en el tipo de trabajo que realizas, que la academia no tiene por qué tener un carácter académico”.

A pesar de que yo había acabado de publicar en Barcelona el libro de cuentos A un paso del diluvio, cuando llego a Cuba me encuentro con que todos mis amigos nuevos escriben cuentos o novelas. No los conocía de antes. Eran Lisandro Otero, Edmundo Desnoes, Jaime Sarusky… Todos escribían cuentos y novelas y me los daban a mí para que los leyera. Empecé a opinar y de algún modo, sin buscarlo, sin pretenderlo, me convertí en el crítico de mi propia generación. Alguien dijo una vez, si Ambrosio no lo ha leído todavía es que no se va a publicar, porque hasta que él no lo lea el autor no se atreve a llevarlo para la imprenta. Efectivamente, como era algo que me gustaba desde siempre, seguí en esa dirección. Cuando me convertí en editor, se trataba de editar los libros de otros, lo que me producía un placer tan grande como hubiera sido editar los propios míos.

Usted dijo que su generación tiene mucho que agradecer a los dogmáticos que en las décadas del sesenta y el setenta pusieron a prueba la solidez de sus convicciones estéticas y políticas. ¿Por qué?

Uno solo se desarrolla en confrontación con otros y solo desarrolla profundamente sus propias opiniones cuando tiene que lidiar con las opiniones contrarias. Entre los dramas más profundos que uno siente en nuestro medio cultural, está el hecho de que la confrontación solo se hace en una dirección. Sí, yo sé que el imperialismo es malo, pero a partir de que sé que es malo ya desecho por completo esa polémica porque no me aporta nada. Es decir, ya parte de una convicción y, por consiguiente, no voy a llegar a nuevas convicciones a través de mi oposición radical y completa al imperialismo. Lo mejor es tener que confrontarte con aquel que dice que el capitalismo y el imperialismo son buenos, en la lucha ideológica real.

Lo que hicieron los dogmáticos de las distintas épocas por mí y por mi generación lo agradezco. Éramos ortodoxos mi padre y yo, estábamos contra aquella república, pero no teníamos convicciones marxistas profundas. Estas se desarrollaron luego, pero si nos hubiéramos encontrado con un mundo plácido, donde no hubiera habido lucha ideológica alguna, posiblemente estaríamos todavía pensando en los marañones de la estancia, como se decía en mi pueblo.

¿Qué lo motivó a estudiar la literatura de la diáspora cubana?

A finales de los años setenta, cuando vinieron por primera vez jóvenes que se habían ido de aquí muy temprano, de niños, descubrí de pronto no solo personas que todavía siguen siendo amigos míos después de tantos años, sino personas que tenían una actividad literaria cultural interesante, importante, con una visión a veces muy distinta a la nuestra, pero siempre coincidente en lo fundamental. Me di cuenta de que no sabíamos nada de eso.

De pronto tuve la sensación de que tenía el deber de averiguar, y no solo de averiguar, sino de dar a conocer a otros el hecho de que estos grupos existían. En ese momento era el grupo Areíto que funcionaba en Nueva York, pero que se nutría de la obra de jóvenes escritores diaspóricos radicados en todos los Estados Unidos, y a veces de afuera de los Estados Unidos.

Ahí empecé a publicar los famosos dossiers de La Gaceta. Del 93 al 98 publiqué varios por géneros: los cuentistas, los ensayistas, los poetas… Después recogí buena parte de ese material en un libro que se publicó en Santa Clara por Capiro, que se llamó Memorias recobradas, introducción al discurso literario de la diáspora.

De la literatura y las academias

¿Qué es para Ambrosio Fornet la literatura?

Es una especie de memoria sensible, visible, de la humanidad, del hombre sobre la tierra; el testimonio global de una determinada sensibilidad. La necesidad de vivir otra vida, de imaginar alternativas, de ver moverse a otros personajes que no sean los cotidianos, la necesidad de oír hablar de cosas que generalmente no se hablan en tu casa. De manera que cuando tú entras en el mundo de la literatura entras en el universo de pronto, por distintas vías que uno ni se imagina, y puede ser que esté hablando de Madame Bovary, o Los tres mosqueteros, o los Diarios de campaña de José Martí… te metes en un mundo y enriqueces de tal manera tu visión, que sales como transformado. Si tuviera que definirla en pocas palabras diría: es una fuerza transformadora, espiritual, cultural y moral. 

¿Cómo va el desarrollo de la crítica literaria en el país?

Hay un desarrollo enorme de las personas que piensan en términos críticos y ensayísticos, de la cultura literaria cubana. Te hago una lista de los jóvenes que escriben libros sobre autores y tesis sobre determinados autores y movimientos y te das cuenta de que en tu época eso no existía. Y hoy en día son incontables. Ahora bien, ¿cómo se manifiesta eso en los medios? No suficientemente. Hay una especie de sensación de carencia porque no está adecuadamente divulgado y socializado ese pensamiento crítico, analítico y reflexivo en relación con la literatura tanto cubana como extranjera. El mundo divulgativo no se ha desarrollado a la par que la cultura crítica y analítica.

“Si la falta de palabras es una carencia, las palabras que brotan de uno son una riqueza y una forma de manifestarte. El papel del lenguaje y de las posibilidades de expresarse es fundamental para la persona y para las relaciones sociales”.

¿Cómo sobrelleva un hombre de pensamiento tan retador como Ambrosio, su condición de miembro de la Academia Cubana de la Lengua?

Cuando entras a la primera reunión de la academia y te posicionas de tu responsabilidad, te preguntas, ¿qué hago yo aquí? Porque me he pasado la vida entera tomando posiciones que se supone que sean antiacadémicas. No sé si era Baroja o Azorín el que decía: uno se pone a tirarle piedras a la academia simplemente para ver si le abren la puerta. Uno se pasa la vida de joven tirándole piedras a la academia y un día te comunican que eres académico. ¿Qué hago yo con un título de académico si toda mi proyección mental y cultural es antiacadémica? Pero muy pronto descubres en el trato con los colegas y en el tipo de trabajo que realizas, que la academia no tiene por qué tener un carácter académico.

La academia tiene un carácter dinámico que va con el desarrollo mismo del idioma. Por ejemplo, aquí los lexicógrafos y lingüistas están estudiando todo el proceso de desarrollo de la lengua en Cuba y, por consiguiente, enriqueciendo el acervo general de la lengua.

Y ahora que la conoce en su interioridad, ¿por qué es tan importante que exista la Academia de la Lengua y que defendamos su papel en la sociedad?

Uno es uno en la medida en que pueda expresarse en una lengua. Uno es en parte la lengua en que se expresa. Y si oyes a un vasco, un húngaro o un francés hablando español, te das cuenta de que hay algo en esa persona que delata que no está siendo él mismo. En otras palabras, uno cuando habla en un idioma que no es el suyo, el materno, un poco como que tiene que representar un papel: de alguien que aprendió un idioma otro. Y por consiguiente hay todo un mundo, terminologías, recuerdos y sensaciones que tienen que ver con la palabra que lo representa. Cuando dices, tengo la palabra en la punta de la lengua pero no me sale, es como si hubiera una mutación; hay algo que te falta porque, además, sabes que esa palabra es propiedad tuya, la sabías, la usaste en un momento determinado. ¿Cómo eso se te perdió? ¿La memoria te traicionó?

Si la falta de palabras es una carencia, las palabras que brotan de uno son una riqueza y una forma de manifestarte. El papel del lenguaje y de las posibilidades de expresarse es fundamental para la persona y para las relaciones sociales. Me alarma un poco cuando veo a un joven con pobreza de recursos al expresarse y me digo, aquí hay un problema. Este muchacho o muchacha no van a desarrollar suficientemente su personalidad, no porque no tengan inteligencia o sensibilidad, sino porque no tienen palabras para expresarse. Como en el momento en que la emoción es muy fuerte y se dice, no tengo palabras para expresar lo que siento. Bueno, si no tienes palabras, se limita la vida interior y la social, por tanto, desarrollar la lengua es una de las funciones básicas de la institucionalidad cultural y de la nación.