Acaba de morir Pocho. Justo hace unos pocos días mi esposa y yo vimos por enésima vez, pero siempre como si fuera la primera, el documental que el jovial Tony Lechuga le dedicara, filmación en la que además estuve involucrado. Nos emocionamos con los amigos ahora ausentes –Jaime, Roberto–, la persona tan querida para nosotros que es Ambrosio, e incluso al recorrer con la cámara ese apartamento tan familiar y el entorno de nuestro antiguo barrio.

El seis de octubre hubiera cumplido noventa años. Como me escribió su hijo Pablo, “se fue tranquilo y orgulloso de la vida que llevó, y feliz de los amigos que tuvo” … y yo agregaría… y en primer lugar de su familia, con la que logró el noble sortilegio de que nos sintiéramos parte de ella.

El pasado 19 de febrero, hace unas pocas semanas, tuvimos nuestro último intercambio epistolar, a tenor de una entrevista que compartí con él, y donde como era habitual en mí, lo mencionaba en más de una ocasión.

Querido Norberto:

Gracias por esa polifacética y fascinante entrevista. Y gracias también por repetir la cita. Te felicito y espero que el impulso continúe.

Un abrazo, extensivo a Gisela y Jimena, Pocho.

Querido Pocho, gracias a ti por tu amistad, la de tu familia, y este mensaje.

El impulso siempre continúa, tú eres un ejemplo, pero como seguro sabes, ya presenté mi jubilación, como tú hiciste en su momento.

Pero en este oficio, y sigo con tu ejemplo, uno se jubila pero no se retira.

Abrazos a los dos.

El texto que ahora comparto, escrito hace unos pocos años, tal vez compendia algo de lo mucho que nos unió, mejor que estas torpes líneas emborronadas bajo la presión de la tristeza y de la inmediatez. Siempre será recordado como vecino de muchos años, sin par amigo, escritor admirado, gacetero ejemplar, y alguien tan querido por los míos, que se resume en lo que mi hija define como un raro sentimiento, al sentir que una parte de su infancia se fue con él.                                                

                                     El Vedado que nos acompaña, 5 de abril de 2022.

A los diez años me tocó ser vecino de Ambrosio Fornet. Me gusta repetir que fui sucesivamente vecino, lector, amigo, promotor y editor de Ambrosio, y que todo lo que diga sobre él pasa por una relación memoriosa, familiar y profesional. De lo primero da fe algo que escribí hace años,[1] al celebrar que en los edificios colindantes a mi casa tenía «a un conversador que se agradece como Ambrosio Fornet, un interlocutor con la paciencia de Enrique Saínz y un barbero con cualidades de escultor como Enrique Angulo. En los bajos de los Fornet-Gil visité durante años, incluyendo sistemáticas “pegadas de gorra”, a la escritora norteamericana Margaret Randall… en ese cálido apartamento compartí ―a veces junto a Pocho―, con una galería de intelectuales como Julio Cortázar, Juan Gelman, Ernesto Cardenal, Efraín Huerta, Arnaldo Orfila…».

“…pese a haber nacido Pocho en Veguitas (…)  él se declare bayamés sin cortapisas
―aunque Silvia es por sí sola un argumento irrebatible por casi siete décadas
para que asumiera esa condición”. Foto: Tomada de Cubadebate

Lo familiar se prolonga en las nuevas generaciones, tal vez el cariño que les profesa mi hija sea el mejor testimonio… Claro está, como toda amistad que se respete he tenido mis desacuerdos, y un par de ellos son irreconciliables… uno es que pese a haber nacido Pocho en Veguitas, pequeño pueblo donde el legendario Manuel Alarcón debutara como short stop del Deportivo, devenido después en mi lanzador favorito, y plaza ubicada a unos pocos kilómetros del Manzanillo de mis mayores, él se declare bayamés sin cortapisas ―aunque Silvia es por sí sola un argumento irrebatible por casi siete décadas para que asumiera esa condición―. Y lo otro es que esa auténtica estirpe oriental que ellos representan tenga dos hijos declarados sempiternos industrialistas.

El pretexto de estas líneas para elogiar a tan estimado amigo fue el homenaje que en el pasado verano le rendimos en su querida Casa de las Américas, a tenor de un merecido reconocimiento. El carnal Félix Masud fue el primero en darme la noticia en esas fechas del Premio por La Excelencia Académica, de la Sección Cuba de LASA, otorgado a Ambrosio… Me consta, pues lo viví en persona, la entusiasta acogida que tuvo la propuesta cuando se hizo pública en el congreso de Nueva York, celebrado en mayo de 2016. Son varias las razones que lo avalaron, solo quiero compartir algunas con ustedes, retomando esa relación profesional apuntada al inicio.

“Fornet fue decisivo para empezar a reconocer la literatura y el arte cubano donde quiera que se genere (…) un tejido que en sus diferentes vertientes conforma lo que hemos comprendido como diáspora”.

El autor de En tres y dos ha ejercido con naturalidad y lucidez la orientación intelectual, literaria, estética de un determinado momento ―llámese «quinquenio gris»―, o de un determinado escritor ―llámese Alejo Carpentier―. Una cátedra ―llámese historia del libro en Cuba, lectura de originales ajenos, talleres de guiones―, que ha desempeñado desde su reconocida modestia. Como bien dice su fraterno Roberto Fernández Retamar ―parafraseando a Eduardo Galeano―, «parece que no se ha enterado todavía que él es Ambrosio Fornet». El crítico «severo y amable» que ha sido a la vez, «se las ha agenciado» como nos recuerda su colega de años en las lides cinematográficas Manolito Pérez, para que esas cualidades sumen «una voluntad constructiva», aunque para nada complaciente.

Un capítulo de ese magisterio, y correspondiente al meollo de LASA, está en su vínculo con La Gaceta de Cuba. La revistaprimero de una forma tímida, después como una voluntad editorial, contribuyó a darle visibilidad a la llamada diáspora cultural cubana. Fornet fue decisivo para empezar a reconocer la literatura y el arte cubano donde quiera que se genere, debido ya sea al fenómeno del exilio, o la emigración simplemente económica, un tejido que en sus diferentes vertientes conforma lo que hemos comprendido como diáspora. Él fue un abanderado desde La Gaceta para el examen de la cultura cubana en el mapa traumático y disperso del emigrante. Se empezaron a publicar los dosieres de la revista desde el año 1993… sumando cinco en total, recogidos posteriormente por la Editorial Capiro. En el prólogo a Memorias recobradas ―compilación que constituye casi un cuarto de siglo después la piedra angular de este temario en La Gaceta…―, el autor escribe:

Desde que apareció el primer dosier de La Gaceta… se hizo evidente que estábamos dando respuesta a una necesidad profunda, tanto de información, como de coherencia intelectual […] los dosier cumplían también una función imprevista ―una doble función, de hecho: sociocultural y psicosocial― puesto que a los autores les permitía incorporarse a su ámbito mayor, el formado por los lectores de la Isla, y a nosotros nos permitía recobrar esos fragmentos de nuestra propia memoria colectiva, escindida por el trauma recurrente de la diáspora. No hemos hecho más que empezar, pero de eso se trataba, justamente, de dar el primer paso.[2]

Aprovecho para subrayar esta idea final, pues como dice el proverbio armenio ―aunque los chinos, como es natural, también se lo apropian―, para caminar mil millas primero hay que dar un paso. Indiscutiblemente que esas ideas a las que le dio cuerpo en la revista, marcaron una pauta no solo en sus páginas, no solo en nuestro perfil editorial, sino de forma evidente dentro de todo el espacio editorial y académico de la Isla y con derivaciones fuera de ella, y estableció puentes que han perdurado y se han multiplicado hasta el presente. Todo esto dio lugar a un proceso sostenido, que aunque hoy sigue siendo en parte insuficiente, su dinámica pasó de emergente y aislada, a orgánica y ampliamente consensuada.

Placa del Premio por La Excelencia Académica, de la Sección Cuba de LASA, otorgado a Ambrosio Fornet en 2016. Foto: Tomada de Cubadebate

Cuando al cumplir ochenta le preguntaron en un documental sobre su vida y obra por la importancia de los premios, Pocho respondió con su habitual cordialidad criolla que a esa edad el mejor premio puede ser una buena digestión. Y aunque esa cita es para mí a la vez un dogma y una guía para la acción, si puedo asegurarle que este premio de la academia cubana-norteamericana ―siendo ya el más grande de todos, Silvia, su familia, su patria, sus amigos―, se suma con justicia a la voluntad de celebrarte a nombre de los que de una forma u otra le conocemos y le queremos, y compartimos la conciencia de lo mucho que ha hecho durante toda su trayectoria por identificar las esencias de nuestra cultura.

Puede sentirse feliz, pues como él aspiraba «ha pasado por este mundo y ha sido útil». Pues citándole en aquella memorable entrevista que le hiciera uno de sus deudos agradecidos, Leonardo Padura Fuentes, y que publicamos en La Gaceta de Cuba con motivo de sus sesenta ―¡qué jóvenes éramos todos!―: «No es [solo] la cultura lo que te hace mejor, sino tu capacidad para vivir de acuerdo con determinados valores, uno de los cuales es el sentido de la justicia».

Puede sentirse feliz, pues como él aspiraba «ha pasado por este mundo y ha sido útil».

Ya emprendiendo su año 85, que cumplirá en el venidero octubre, solo nos queda expresarle, como diría Omara, la hija de Bartolomé Portuondo y otra vecina ilustre de nuestro barrio:

Ambrosio… gracias… gracias… gracias…


Notas

[1] Norberto Codina. Ciudades paralelas. La Habana, entre la memoria y los sentidos (Ediciones Matanzas, 2010), pp. 62-63.
[2] Ambrosio Fornet: Memorias recobradas (compilación de dosiers de La Gaceta de Cuba), Editorial Capiro, Villa Clara, 2000, pp. 9-12.