Lesbia Vent Dumois expone por primera vez en Holguín. La muestra se titula Memoria —un título abarcador para quien ha vivido y protagonizado tantos momentos importantes del arte y la política cultural cubana en las últimas, al menos, seis décadas; y para quien ha hecho de la memoria un ejercicio vital— y fue inaugurada en la Sala Pequeña del Centro Provincial de Arte como parte de Babel, el evento de las artes visuales en las Romerías de Mayo, que este año celebra sus 30 años como Festival Mundial del Arte Joven.

Las piezas reunidas en Memoria son esbozos para invitar a esta exposición de Lesbia Vent Dumois.

La integran piezas de cinco series que nos pueden servir para, de alguna manera, cartografiar el trabajo de Lesbia, sus búsquedas y miradas recientes; y mostrar al público una parcela representativa de una producción mayor que la hizo merecedora del Premio Nacional de Artes Plásticas 2019; la segunda mujer en ganarlo después de Rita Longa en el temprano 1995, pues el Premio se instauró un año antes, mereciéndolo Raúl Martínez. Unos 24 años distan entre el Premio de Rita y el de Lesbia, y apenas —dado el talento de un grupo de valiosas creadoras, en el que ellas encabezan la relación— sólo tres al de Flora Font.

Las piezas de Retratos, la primera de las series, están firmadas entre 1995 y 2000 y son mayormente dibujos al grafito y collage vegetal sobre papel Canson (entre ellas destaco “A mamá” por el uso cuidadoso de tonalidades ocres que aportan al retrato un tono similar al bañado por el paso del tiempo, como sacado de una vieja fotografía del álbum familiar).

“Las piezas de Retratos, la primera de las series, están firmadas entre 1995 y 2000 y son mayormente dibujos al grafito y collage vegetal sobre papel Canson”.

Ángeles y demonios andan juntos, con obras realizadas entre 2006 y 2009 —mi serie preferida en esta muestra, con curaduría de Berta Beltrán Ordoñez y dirección general de Yuricel Moreno Zaldívar— ostenta, respecto a su obra anterior, un cambio notable en el plano formal, al ganar espacio los tonos ocres, predominando la síntesis del dibujo. Los tonos en estas piezas se simplifican, las figuras se revelan en un rejuego expresionista, dúctil a contrastes y matices, en cercanía con la psiquis de la artista (estos ángeles y demonios dialogan en una especie de divertimento y sanación, de juego con una tradición occidental que se “transculturizó” en América Latina y que nos devuelven estos seres como si fueran sacados de una cosmovisión personal y popular al mismo tiempo, en picardía y paz).

“De la serie Cartas de amor, a partir de técnicas mixtas y del uso del collage, Lesbia incluyó cinco piezas-cartas que son confesiones”.

“Largo camino es el que esta exposición recoge muy sucintamente, derrotero de quien no cesa de reinventarse a la hora de los prodigios”, asegura el escritor Eugenio Marrón, autor de las palabras del catálogo de una muestra que abre ventanas a su obra. Y añade: “Desde sus primeras piezas, exhibidas a mediados y finales de los cincuenta en La Habana y Santa Clara, hasta las más recientes al calor del Premio Nacional de Artes Plásticas 2019, se extiende ese viaje a través de disímiles y trenzadas parcelas: el grabado, principalmente la xilografía y sus coordenadas más propicias al encuentro de maestría e imaginación; el dibujo, convertido en destrezas y encantamientos que atestiguan trazos como salidos de bosques primigenios; la pintura, inmarcesible al expresionismo fustigador la figuración seductora; la escultura, técnicas mixtas tan arriesgadas como afortunadas”.

Sabores, por su parte, es una serie de obras tridimensionales: esculturas blandas”.

De la serie Cartas de amor, a partir de técnicas mixtas y del uso del collage, Lesbia incluyó cinco piezas-cartas que son confesiones, puentes hacia el recuerdo y el pasado: la primera es más bien un poema, un soneto escrito por Sor Juana Inés de la Cruz cerca de 1683; una de Ignacio Agramonte a Amalia Simoni en los campos de Cuba libre en 1868, la escrita por Martí a María Mantilla en Cabo Haitiano en 1895; y una de Julio Antonio Mella a Tina Modotti en los años 20; textos/piezas como anclajes en la evocación y la memoria.

“Como si no quisiera dejar nada sin alterar, sin tocar por la mano y la mirada”.

Sabores, por su parte, es una serie de obras tridimensionales: esculturas blandas en las que Lesbia recrea una naturaleza tropical de frutas y vegetales a partir del trabajo con la tela, el bordado, la costura, el tejido y los accesorios con la habilidad heredada de sus mayores (y en décadas como investigadora, promotora y curadora de la tradición latinoamericana). Ahora en cajas de acrílico de pequeño formato disfruta los detalles, inserta insectos, otros animales, y graba el cristal que sirve de fondo e interviene marcos, como si la curiosidad motivara cada pieza, como si no quisiera dejar nada sin alterar, sin tocar por la mano y la mirada.

Las piezas de Sabores tienen continuidad en la serie Alianzas, comenzada en 2017, y con obras en esta selección hasta el 2020. Lesbia regresa, manteniendo el grafito, el carboncillo y la tinta, al collage con fuerza; aplica objetos disímiles, crea espacios, construcciones, ambientes, y se apropia de la cosmovisión de ocho figuras femeninas que constituyen el centro de la representación; las observa a ellas, pero en ellas se ven también: Frida Kahlo, Virginia Woolf, Rita Montaner, Isadora Duncan, Nahui Olin, Tina Modotti y Lucía Jerez.

“Joven ante collages, galería” .

La familia y la memoria —añade Eugenio Marrón— se entrecruzan “con la naturaleza y la historia, en incesante redescubrimiento de lo intrínseco y lo universal: numerosas exhibiciones y lauros en Cuba y el mundo dan fe de todo ello; y no puede olvidarse la gravitación que han ejercido en su vida los largos años en Casa de las Américas y luego en la Uneac; su faena como profesora; y la amistad con Antonia Eiriz y Umberto Peña, grandes maestros de la plástica cubana”. Las piezas reunidas en Memoria —suerte de acercamiento a una obra importante, vital y necesaria en el cuerpo visual de la Nación, aunque no tan mediática o conocida como muchos de sus contemporáneos— son esbozos para invitar a esta exposición de Lesbia Vent Dumois, la “confirmación de que ella miraba a su madre dibujar los bordados”, al decir del propio Marrón, y de que cada puntada abrió los caminos que, nueve décadas después de su nacimiento en Cruces, Villa Clara, nos reafirman su quehacer y su trabajo, como un tejido variopinto e identificable, dueño de una obra tan personal como vivaz y dialógica con su vida, su contexto y la tradición.

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