Son pocos los compatriotas nuestros que han rehusado una proposición del líder de la Revolución, el Comandante Fidel Castro. Y Maruja Iglesias, sorpresivamente, lo hizo. Quizás la amistad que los unía, consolidada durante los tiempos en que compartieron la casa de huéspedes en El Vedado capitalino ―cuando el entonces joven Fidel estudiaba la carrera de Derecho y ella Filosofía y Letras― le posibilitó rebatirle su proyecto de nombrarla, al triunfo de la Revolución, directora de la Biblioteca Nacional José Martí (BNJM).

No tardó Maruja en expresar su argumento: “el aval de la doctora [María Teresa] Freyre de Andrade es cultura y experiencia, ella fue mi profesora”.[1] En tal decisión resultó determinante el sentido de justicia y de ética profesional, capaz de convencer al Comandante acerca de quién era la persona idónea para ocupar la dirección de la Biblioteca Nacional, pues se trataba de una institución clave en el desarrollo social, educativo y cultural de la Revolución triunfante. Desde su puesto como subdirectora tendría una importante trinchera para ser útil y demostrar su fidelidad.

La mañana del primero de enero de 1959, la Biblioteca Nacional había sido ocupada por una brigada del Movimiento 26-7. Dos semanas después, exactamente el día 16, el abogado y ministro de Educación, doctor Armando Hart Dávalos, designa a Maruja Iglesias delegada de la institución.

Si bien el historial revolucionario de Maruja comenzó en la ciudad de Holguín, su llegada a La Habana para estudiar en la Universidad avivó los intereses de la joven y la vinculó al intenso movimiento revolucionario gestado en la principal institución académica cubana.

Era María Ramona Iglesias Tauler, Maruja, natural de Gibara. Nació el 29 de agosto de 1920. De origen pequeñoburgués, su padre era propietario de una importante ferretería, condiciones que no mellaron el espíritu rebelde de la joven en función de un futuro enaltecedor para la patria.

El golpe de Estado encabezado por Fulgencio Batista, el 10 de marzo de 1952, cambió la vida de la nación cubana y abrió un camino de luchas que contó con el arrojo de las mujeres. Desde entonces, la militancia de Maruja Iglesias quedó inscripta en la vanguardia femenina de la época.

Entre las organizaciones revolucionarias surgidas a inicios de esa década estuvo el Frente Cívico de Mujeres del Centenario Martiano, creado en noviembre de 1952, con representación en todas las capitales provinciales, el que, luego de conmemorarse el centenario del Apóstol, pasó a la historia como Frente Cívico de Mujeres Martianas.

Con una membresía muy heterogénea, al Frente Cívico de Mujeres Martianas se afiliaron féminas de diversas orientaciones políticas y ocupaciones. Ortodoxas, auténticas, liberales, socialistas, amas de casa, trabajadoras y estudiantes perseguían un objetivo común: derrocar la tiranía batistiana. Las ideas del Maestro se convirtieron en la más potente arma de lucha de las denodadas mujeres. Entre sus fundadoras estuvo Maruja Iglesias Tauler, quien sumaba a su fecunda actividad la jefatura de una cédula del Movimiento 26-7 desde el clandestinaje.

A la par que Maruja intensificaba sus acciones clandestinas contra la dictadura de Batista, participaba del ambiente cultural de la ciudad. Perteneció a la sociedad femenina Lyceum Lawn Tennis Club, en la sección de trabajo comunitario. Se vinculó al mundo de las bibliotecas y, de la mano de la doctora María Teresa Freyre de Andrade, recibió, en los años cincuenta, un curso de especialización en Bibliotecología, lo cual le permitió desempeñarse como bibliotecaria de la Escuela de Derecho y ejercer funciones de ejecutiva en la fundación del Colegio Nacional de Bibliotecarios.

“Su impronta habita en las decenas de bibliotecas que contribuyó a convertir en realidad como fiel embajadora del ideario martiano”.

El triunfo revolucionario amplía sus responsabilidades y la involucra, de manera creciente, en diversas tareas: auditoría, supervisión del proyecto de ley, disolución de la Junta de Patronos, así como modificaciones importantes en el nombramiento de nuevos timoneles en las instituciones culturales que iban surgiendo.

Comenzaba, pues, su etapa como subdirectora de la BNJM. Una renovada biblioteca se construía cada jornada, con novedosos proyectos, la ampliación de servicios a profesionales, docentes, estudiantes, obreros, niños y jóvenes. Confiesa Maruja en sus artículos y entrevistas que, en la oficina de la directora conoció a escritores e intelectuales cubanos y extranjeros que descubrían la magnitud de una biblioteca en medio de una Revolución.

A tenor con su cargo recorrió el archipiélago cubano de punta a cabo, responsabilizada con la inauguración de bibliotecas públicas y la capacitación del personal técnico. En 1961, en calidad de delegada a la Plenaria que convocó el Consejo Nacional de Cultura en la ciudad de Camagüey, presentó el Plan de la Red de Bibliotecas para el país, dividido en clases, según las funciones y complejidades de los territorios.

Fueron tiempos de construcción, de negociaciones con las autoridades para instalar las bibliotecas en edificaciones adecuadas, de inauguraciones y nombramientos. Reconoce la propia Maruja cuánto aportaron esas jornadas a su madurez intelectual cuando expresa: “[…] me doy cuenta de que aquella subdirectora llegó a tener una oratoria estratégica de la que antes no se había dado cuenta, y las casualidades la ayudaban”. [2]

Y es que, gracias a sus testimonios y a las entrevistas que concedió ―pues tuvo una larga vida nonagenaria, que se extinguió el 20 de enero de 2011― se pueden reconstruir pasajes esenciales de la historia de la BNJM, tomados de la palabra apasionada de quien fuera testigo activo de una etapa de gloria o, como ella misma definiera en 2001, de “re-nacimiento de la Biblioteca Nacional”.

Sus descripciones y remembranzas nos retrotraen a la inauguración de nuevos departamentos por el presidente de la República, Osvaldo Dorticós, la visita del Comandante Ernesto Che Guevara, la celebración de los sesenta años del poeta Nicolás Guillén, el productivo vínculo de Alejo Carpentier con la institución a partir de 1959, entre otras reflexiones y momentos memorables que emanan de sus apuntes y conversaciones.

Maruja Iglesias junto al poeta español Rafael Alberti, de visita en la Biblioteca Nacional, abril de 1960. Detrás, de izquierda a derecha: María Teresa Freyre de Andrade, Vicentina Antuña, María Teresa León (esposa de Alberti) y Graziella Pogolotti.

Reconoció Maruja, con pragmática lucidez, la necesidad de dotar de mayor presupuesto a la Biblioteca Nacional y a su red de bibliotecas en provincias y municipios, acorde con el desarrollo de la educación en Cuba. De igual modo valoró la profesión del bibliotecario, su entrega y necesaria presencia en la sociedad. Acerca del trabajo de dicho gremio expresó:

El resultado de su trabajo es tan indispensable como el del médico. Estos profesionales son tan indispensables al lado de los científicos, investigadores, como al lado de los humanistas en general, aunque ni el médico ni el bibliotecario ofrecen dividendos materiales, su trabajo, en un caso es salvar vidas, y en el otro la historia y la actualidad de las ciencias, las técnicas y las artes. [3]

Con posterioridad a su etapa de trabajo en la BNJM se traslada, con rango diplomático, al Departamento de Documentación Internacional del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba (Minrex), bajo la dirección del canciller Raúl Roa, quien había sido su profesor en la Universidad de La Habana. A instancias del doctor Roa es nombrada directora del mencionado Centro y, junto a Blanca Patallo ―amiga y colega de la Biblioteca Nacional― labora en el procesamiento de la documentación del archivo del profesor Salvador Vilaseca. Además, forma parte de delegaciones cubanas en visitas a países como España, Italia, las naciones del bloque socialista y la República Popular China, justo cuando Cuba se abría al mundo intelectual de Europa y Asia.

De Maruja, resalta Blanca Patallo su generosidad y rectitud ante la vida. “Era muy profesional, luchó intensamente por la Revolución, con una larga y útil trayectoria. Llevaba el pensamiento de Martí, el de la Revolución, y los defendió siempre. Su labor por la Red Nacional de Bibliotecas Públicas lo demuestra”.[4]

Cuando le pidieron unas cuartillas con motivo del centenario de la Biblioteca Nacional, se autodescribió como escritora frustrada, aunque con fuerte vocación. A pesar de que en los catálogos bibliográficos no encontramos la obra que Maruja alguna vez soñó publicar, su impronta habita en las decenas de bibliotecas que contribuyó a convertir en realidad como fiel embajadora del ideario martiano, para que la virtud se multiplicara y la cultura nos alcanzara a todos los cubanos y las cubanas.


Notas:

[1] Maruja Iglesias. “Re-nacimiento de la Biblioteca Nacional José Martí: tiempos y tonos”. Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, julio-diciembre 2001, p. 42.

[2] Ibidem., p. 83.

[3] Ibidem., p. 87.

[4] Conversación telefónica con Blanca Patallo, La Habana, 20 de febrero de 2021.