Acudió a una de las funciones de La zapatera prodigiosa, acompañado de una amiga italiana que andaba de paso por Cuba. Su llegada fue una sorpresa, aunque no era tan poco frecuente su presencia en los estrenos de Teatro El Público.

Cuando Carlos Díaz dirigió La clemencia de Tito, en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, también fue a una de las representaciones, gracias al cuidado de Rubén Gallo que se encargó de llevarlo desde su casa de Prado hasta el coliseo cercano. Esa noche insistió en ir a saludar al director del espectáculo, aunque ya le costaba caminar, y hubo que guiarlo entre las bambalinas, sitio peligroso siempre. Pero él insistió.

“Gracias, Antón, por la presencia que tanto nos exigía, por esa última visita a nuestro teatro, que tú hacías de alguna manera aún más teatral con tu llegada”.

En la noche de La zapatera… volvimos a hacer chistes, a reír un poco, junto a esa amiga y a Manuel, su acompañante de tantos años. Era el mismo Arrufat que fue a ver Ícaros, en el 2003, y tantas otras puestas del grupo. En el 2005, cuando cumplía 70 años, lo entrevisté nuevamente, y quise saber quién era el espectador que, a esa edad, con su rigor, su ironía, su sarcasmo, su cultura y sus exigencias y sus manías, era ese Antón Arrufat. Y esto me dijo:

“Yo creo que para el espectador que soy, el período de costumbrismo ha terminado. El momento relacionado con el modo de actuar, gesticular, comportarse, proveniente de la televisión, y el facilismo con el que algunos actores y directores trabajan en ese medio, y que contamina al teatro y viceversa; me parece que tiene un público, y debe continuar hasta que ese mismo público siga o no respondiéndole, pues es un proceso que no se puede determinar por la voluntad de dos o tres personas; pero va cediendo un espacio a otro tipo de representación que también tiene sus espectadores. Es el teatro que ejemplifican Vida y muerte, de Pier Paolo Pasolini, Bacantes o Charenton, que tienen entre sí una relación basada en el rigor. Esos directores están unidos por el rigor: Celdrán, Flora Lauten, Carlos Díaz o Raúl Martín. Están enlazados más allá de lo evidente por el rigor de las búsquedas, por la no complacencia, por cierto amor al artificio, que para mí en la literatura es lo artificial y en el escenario es lo teatral. Ese tipo de teatro tiene una relación misteriosa y no unívoca con la realidad. El teatro tendrá que ponerse en contacto con la realidad, pero su camino es otro, es un camino que toca los sentidos, al atractivo sensual de una representación o su valor conceptual, es lo que me hace salir de mi casa y ver esas funciones. Hay amigos que me avisan, casi nunca me expongo. Son amigos en los cuales confío, en sus gustos, y me dicen: Hay algo para ti. Y yo me visto y voy. Y casi nunca se equivocan”.

“Y que sigamos haciendo teatro con la misma intensidad, y con los mismos nervios, con los cuales oíamos, a pocos minutos de comenzar la función, la noticia de que estabas a las puertas del Trianón”.

Gracias, Antón, por la presencia que tanto nos exigía, por esa última visita a nuestro teatro, que tú hacías de alguna manera aún más teatral con tu llegada. Que no dejemos de recordarte entre nuestros espectadores más ilustres, Antón Arrufat. Gracias por las lecciones, las polémicas, los debates, la incomodidad que tú representabas como el joven actor que fuiste bajo la guía de Francisco Morín, allá en tu natal Santiago de Cuba. Y que sigamos haciendo teatro con la misma intensidad, y con los mismos nervios, con los cuales oíamos, a pocos minutos de comenzar la función, la noticia de que estabas a las puertas del Trianón.

Tomado de la página de Facebook de Teatro El Público