Aproximación teórica a la diferenciación político-ideológica en los Estados Unidos (I parte)

Jorge Hernández Martínez
24/8/2020

“Comprender la dificultad que en verdad encierra lo
que no se puede comprender y, después, continuar
avanzando y, pese a todo, continuar intentándolo”.

(Edward Said, La función pública de los escritores e intelectuales)

 

Cuando se lee sobre los Estados Unidos, es frecuente tropezar —tanto en textos especializados que abordan con profundidad la realidad estructural e histórica, como en acuciosos trabajos periodísticos que los medios de comunicación tradicionales y las redes sociales difunden, referidos a acontecimientos específicos recientes—, con visiones encontradas acerca de las diferenciaciones político-ideológicas en ese país. Unas caracterizan la sociedad norteamericana partir de un elevado nivel de consenso, minimizando las dimensiones de conflicto, en tanto otras identifican contradicciones tan marcadas que las perciben en términos de una polarización, como si se tratase de relaciones de incompatibilidad o antagonismo.

Según se les entiende de la manera más compartida y generalizada, dejando a un lado definiciones académicas precisas, el consenso supone un acuerdo social más o menos predominante, y la polarización consiste en un proceso que organiza a un sistema alrededor de puntos o polos situados en posiciones extremas del mismo, con respecto a preferencias y posturas políticas que se adopten ante figuras, élites, partidos, colectividades, situaciones. Se toma como referencia, justamente, un eje que cuenta con dos polos o puntos extremos, definidos en términos partidistas o ideológicos, o sea: republicanos y demócratas, o conservadores y liberales[1].

 “Se toma como referencia un eje que cuenta con dos polos o puntos extremos, definidos en términos partidistas o ideológicos: republicanos y demócratas, o conservadores y liberales”. Fotos: Internet
 

Vale la pena aproximarse al tema desde el pensamiento crítico latinoamericano, y estimular el intercambio desde sus coordenadas, toda vez que la mayoría de las miradas que circulan son las de las ciencias sociales norteamericanas, y con ello, se desdibujan algunas implicaciones.

¿Polarización político-ideológica?

La perspectiva de la polarización gana presencia en los análisis sobre los procesos electorales, sobre todo presidenciales, efectuados en el siglo en curso, y se aplica a la confrontación personal, partidista e ideológica que se lleva a cabo en la contienda actual, entre el mandatario republicano Donald Trump y su rival demócrata, Joseph Biden, al punto que en ocasiones se habla, como sucedió en la puja entre George W. Bush y Al Gore en 2000, o entre John McCain y Barack Obama en 2008, de una confrontación entre conservadores y liberales, e incluso, entre derecha e izquierda. Algo similar ocurrió en los primeros meses de 2020, cuando aún Bernie Sanders se mantenía como precandidato. Se le consideraba —como había ocurrido en las elecciones de 2016, cuando competía también como precandidato por el partido demócrata con Hillary Clinton— como una figura “de izquierda”.

El mandatario republicano Donald Trump y su rival demócrata, Joseph Biden.
 

Por momentos, ha parecido que figuras como Sanders y Biden, salvando la distancia entre ellos, podrían propiciar cambios profundos en esa nación, cuando en rigor, ambos son exponentes de uno de los dos partidos que integran el sistema bipartidista en los Estados Unidos. Y si se retiene una experiencia cercana, como la del doble gobierno de Obama —aun cuando despertó gran expectativa en torno a la consigna basada en el cambio que enarboló en su primera campaña y obtuvo la sorprendente victoria, al llegar a la Casa Blanca un hombre de piel negra—, fue obvio que los demócratas abrieron muchas más puertas que las que cerraron. De las reformas que prometió Obama, la sanitaria quedó inconclusa, en tanto que la migratoria y la energética ni se intentaron, además de la paradoja que definió su benévolo tratamiento discursivo sobre los migrantes y la dura política real de deportaciones que promovió. Por eso no estaría de más recordar que se trata de un sistema diseñado por las reglas clasistas de la democracia burguesa representativa, que en las condiciones del imperialismo contemporáneo se ha hecho más elitista y excluyente, y que no ha sido concebido para cambiar, sino para mantener, consolidar y reproducir el sistema.

El partido demócrata y el republicano responden al gran capital norteamericano, lo cual les imprime una similar identidad clasista, si bien responden a fracciones diferenciadas, con intereses específicos, económicos y políticos, determinados además por sus orígenes históricos, rasgos culturales y asentamientos geográficos[2]. De ahí que las diferencias partidistas, así como las ideológicas, plasmadas en la orientación liberal y conservadora que les acompañan, manifiestas con especificidades al interior de ambos partidos, son reducidas y más que contrapuestas, son contrastantes y complementarias[3].

El partido demócrata y el republicano responden al gran capital norteamericano, lo cual les imprime una similar identidad clasista.
 

El bipartidismo no le da cabida a un tercer partido. Por razones históricas, en los Estados Unidos la izquierda, en el sentido, por ejemplo, europeo o latinoamericano, con la que se asocia erróneamente, a menudo, a demócratas y liberales, ha quedado fuera del sistema partidista electoral y su resonancia en la sociedad civil ha encontrado fuertes límites. La izquierda norteamericana se expresa, fundamentalmente en el movimiento social, a través de organizaciones, instituciones y esfuerzos intelectuales que han alcanzado plazas en la academia, la cultura y el arte; ha sobrevivido en medio de luchas históricas, en las que han enfrentado brutales represiones, como parte de la lógica del imperialismo, que ha hecho lo imposible por aplastarla o silenciarla desde el siglo XIX y muy notoriamente en el XX, en los años de 1950, bajo el macartismo, en los círculos sindicales y demás nichos de la sociedad civil. No se trata de que, como algunos piensan, no exista, solo que choca con una sociedad fuertemente hegemonizada por los aparatos ideológicos y otros mecanismos de control y poder del Estado burgués, donde la ideología que se impone es la de las clases dominantes[4].

“La ideología que se impone es la de las clases dominantes”.
 

En este marco serían oportunas, entre otras, preguntas como las siguientes, que fijan los contornos analíticos de las presentes notas: ¿Las distancias entre republicanos y demócratas, entre liberales y conservadores, expresan una polarización, como extremos contrapuestos? ¿O se trata de una diferenciación con base en intereses puntuales, con zonas de solapamiento, superposición o intersección? ¿Cuál es el proceso que organiza las contradicciones del sistema a través de su unidad y diferencias? ¿Ofrece el sistema espacios y oportunidades a candidatos “de izquierda” —emancipadores, anticapitalistas, revolucionarios—que atenten contra el sistema? Quizás convenga aproximarse —siquiera brevemente, procurando explorar el fondo del asunto, dejando a un lado detalles y coyunturas, con una mirada teórica—, a esa realidad compleja, que requeriría de abordajes mucho más amplios y de interpelaciones empíricas para arribar a respuestas cercanas a lo conclusivo y exhaustivo. Como punto de partida de esta aproximación, se asume que en los Estados Unidos, el sistema capitalista en general, y el político en particular, se organiza y desarrolla a través de una contradicción clasista que se manifiesta con claridad en una real y primigenia polarización, la socioeconómica, y en una lucha de clases que suele perderse de vista, amortiguada por un entramado de dominación múltiple, de influencia, manipulación, cooptación y represión, que entre otras cosas ha condicionado el lugar subordinado y asimilado de una izquierda, en el sentido aludido. En la sociedad norteamericana, burguesa por definición y signada hoy por las condiciones del imperialismo contemporáneo, la vida social la organiza y proyecta, comenzando por el proceso básico que sostiene a toda nación (la producción) y abarcando el resto de las relaciones sociales(la política y la cultura incluidas): el capital.

Una referencia visible y elocuente del consenso existente en la sociedad norteamericana radica en el modo en que se asume, al nivel de la conciencia social, de la cultura política y la opinión pública, la identidad nacional o la adhesión al conjunto de valores fundacionales que conforman el ideario patriótico de los Estados Unidos. Tal vez uno de los más sencillos ejemplos de ello sea el hecho de que cada 4 de julio, como sucedió el pasado mes, se celebra en ese país el Día de la Independencia, festejándose de modo tradicional con grandes espectáculos públicos, que incluyen el estruendo e iluminación que provocan los fuegos artificiales, junto a numerosas actividades culturales que evocan con orgullo los símbolos de la nación. Así, en 2020 se conmemoró el 244 aniversario de la Revolución Norteamericana, estimulando y explotando una vez más el presidente Donald Trump el nacionalismo patriotero y chauvinista, con sus consignas America First y Make America Great Again.

Cada 4 de julio se celebra en Estados Unidos el Día de la Independencia.
 

La glorificación del pasado toma en cuenta los ideales de los llamados Padres Fundadores, plasmados en documentos como la Declaración de Independencia, la Constitución de Filadelfia y la Carta de Derechos, que añadió las diez primeras enmiendas constitucionales. La convicción de que el país nació como una “ciudad en la colina”, que el mundo vería cual ejemplo a seguir, al decir de John Winthrop a bordo del Arabella, en la Bahía de Massachusetts, en 1630, en pleno proceso de colonización inglesa de América del Norte hace casi cuatro siglos, fue conformando desde temprano una suerte de credo político estadounidense, que se vería reforzado por la certeza de quela revolución de 1776 era inseparable de la fe protestante y de que ello conformaba una identidad política americana inconfundible, según lo presentó Thomas Payne en aquel año en Common Sense, obra célebre que escribió con estilo sencillo y como si se tratara de un sermón, apoyándose en la Biblia para convencer al lector[5].

 

Notas:
[1]El tema del consenso ha sido más tratado en los estudios norteamericanos que el de la polarización, constituyendo su definición un lugar común y bastante convencional en los enfoques especializados de las ciencias sociales. Acerca de la polarización, en cambio, se registra una diversidad de miradas, que distingue diferentes tipos de polarización. Sobre lo primero, véase el análisis conceptual que presenta Jorge Hernández Martínez: “Hegemonía, legitimidad y consenso en los Estados Unidos”, en Revista Cubana de Ciencias Sociales, No. 38-39, octubre 2007-septiembre 2008, Instituto de Filosofía-CITMA, La Habana, 2008. Sobre lo segundo véase el recorrido por dichas miradas que realiza Ernesto Domínguez López: “La polarización política durante la Administración Obama”, en revista Universidad de La Habana, No. 287, enero-junio, La Habana, 2019.
[2] La importancia de la perspectiva clasista se acrecienta por el hecho de que la estadística y las ciencias sociales norteamericanas no utilizan conceptos  como el de clase social. La sociología y las ciencias políticas, por ejemplo, están marcadas por enfoques de estratificación social, del estructural-funcionalismo y el neopositivismo, y minimizan cuando no excluyen o incluso, rechazan las clases, sobre todo en sus formulaciones a través de Marx y Lenin, que son asumidas en el presente análisis. Se acogen a definiciones como las de G. Gurvitch, entre otras.
[3] De ahí que se afirme que en la sociedad estadounidense nada sea más parecido a un liberal que un conservador, o que, como señaló Fidel, “allí hay un solo partido, porque no hay nada más parecido en este mundo que el Partido Republicano y el Partido Demócrata”. Fidel Castro Ruz, en “Discurso pronunciado en el encuentro de intelectuales brasileños, en Sao Paulo, Brasil, el 18 de marzo de 1990”, en: http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1990/esp/f180390e.html. Según lo expresó Gore Vidal, “hay un solo partido en los Estados Unidos, el Partido de la Propiedad; y tiene dos alas derechas: la republicana y la demócrata. Los republicanos son un poco más estúpidos, más rígidos, más doctrinarios en su capitalismo laissez-faire que los demócratas, quienes son más simpáticos, más bonitos, un poco más corruptos, hasta recientemente. Y más dispuestos que los republicanos a hacer pequeños ajustes cuando los pobres, los negros, los antimperialistas no se portan bien. Pero, en esencia, no hay ninguna diferencia entre los dos partidos”.
[4] Véase Carlos Marx y Federico Engels, primer capítulo de La ideología alemana, Edición revolucionaria, La Habana, 1966.
[5] Ambas referencias remiten a ilustraciones históricas muy conocidas en el derrotero de la cultura política estadounidense, que documentan las bases de la sostenida visión consensual prevaleciente, que se suele comprender como un “credo” norteamericano, que penetra transversalmente el espectro de partidos y de corrientes de pensamiento.