Apuntes para una historia circular del terrorismo (III Parte)

Antonio Rodríguez Salvador
18/9/2017

Cuando el 29 de junio de 1987 los funcionarios policiales abrieron la tumba de Juan Domingo Perón, perplejos comprobaron que, en efecto, al cadáver le faltaban las manos. Tras el rápido inventario, también verificaron que en la cripta no estaban la espada ni la gorra militar ni un poema que el finado presidente dedicara a Isabelita, su última esposa. Según se avisaba en la carta anónima recibida ese mismo día en la sede del Partido Justicialista, las manos y demás reliquias solo serían devueltas previo pago de ocho millones de dólares.


Juan Domingo Perón junto a su esposa Eva Perón, dirigiéndose al pueblo. Foto: Fanpop.com

 

Las pesquisas de rigor pronto determinaron que las manos del cadáver embalsamado fueron cortadas con una sierra eléctrica. También que la puerta del mausoleo no fue forzada: se empleó la llave para abrirla, lo cual reducía bastante el círculo de sospechosos. De inmediato fue requerido el sereno de esa noche, pero pocos días después este aparecería muerto, molido a palos en el propio cementerio. En breve también serían objeto de sendos atentados Carlos Zunino, detective del caso, y Jaime Far Suau, juez a cargo de la investigación. Entretanto, el jefe de la Policía Federal, Juan Ángel Pirker, era hallado muerto en su casa: por causas naturales, según se informó.

Nadie fue procesado por ese hecho; pero años después las sospechas recayeron sobre actores relacionados con la logia masónica Propaganda Due (P2), de la cual Perón era miembro. Una vez descartadas las motivaciones económicas, se presumió que la profanación tendría razones políticas: hipótesis que aún se encuentra vigente. Esto formaría parte de acciones encaminadas a desestabilizar la débil democracia argentina, luego de la sangrienta dictadura, denominada Proceso de Reorganización Nacional, que había ocupado el poder y asesinado miles de personas entre 1976 y 1983.

Tres meses antes de que robaran las manos al cadáver de Perón, en Semana Santa, se había realizado un intento de golpe de estado que puso al país al borde de la guerra civil. Dicha rebelión, concertada por jóvenes oficiales de ultraderecha, autodenominados los Carapintadas, pretendía parar procesos judiciales por violaciones de derechos humanos y crímenes de lesa humanidad, cometidos por militares durante la recién finalizada dictadura. El presidente Raúl Alfonsín había promovido leyes como el Punto Final, y la Obediencia Debida —luego conocidas como Leyes de Impunidad en tanto impedían enjuiciar a la mayoría de los criminales—; pero aún proseguían juicios por denuncias realizadas con antelación a estas. De hecho, antes de finalizar su mandato, el gobierno de Alfonsín debió resistir otros dos levantamientos militares, a la par que se registraban numerosos atentados con bombas.

Aquí cabe apuntar que durante la década de 1970 la logia masónica P2 no solo había logrado convertirse en un gobierno paralelo en Italia —cuyo ejército también paralelo respondía al nombre de Operación Gladio—, sino que asimismo había penetrado las estructuras gubernamentales, militares y civiles, de la República Argentina.

Según Licio Gelli, venerable de la P2, Perón fue iniciado en esa logia tras la ceremonia conocida como Orecchio del maestro (Oreja del maestro), realizada en el monumento de Puerta de Hierro, en Madrid, ciudad donde ese exmandatario se hallaba residiendo. En realidad no era nuevo el vínculo de Perón con los fascistas nazis derrotados en la Segunda Guerra Mundial. Durante su primer gobierno, 1946-1955, entraron a la Argentina —y allí vivieron en total impunidad— numerosos criminales de guerra, miembros de la SS, entre ellos los connotados Adolph Eichmann, Erich Priebke, Josef Schwammberger, Walter Kutschmann, y Joseph Menguele, este último conocido como “El ángel de la muerte” por sus experimentos macabros con niños judíos.

Según el escritor y periodista argentino Uki Goñi, fue Rodolfo Freude, secretario personal del presidente Perón, quien desde su despacho en la Casa Rosada estructuró la red que permitió escapar a muchos nazis hacia Sudamérica mediante las llamadas Líneas de ratas. Conocida también es la vinculación de Perón con la GOU, organización secreta de carácter nacionalista, fundada en 1943, que entre otros postulados proclamaba prevenir la insurgencia comunista, y evitar que Argentina entrara en la Segunda Guerra Mundial. En una circular publicada por el destacado antiperonista Silvano Santander, la GOU era presentada como un aliado de la Alemania nazi.

En materia de política internacional, y en el marco de la Guerra Fría, Juan Domingo Perón era partidario de la llamada “tercera posición”: corriente que en teoría buscaba enfatizar una actitud contraria lo mismo al capitalismo que al comunismo. Recordemos que, desde el punto de vista histórico, similar fachada política fue asumida tanto por el fascismo italiano como por el nacionalsocialismo alemán y la Falange Española en los años previos a la Segunda Guerra Mundial.

Dado que en este trabajo manejamos la tesis de la circularidad histórica del terrorismo como estrategia contemporánea de dominación global, es oportuno acotar que, desde finales del siglo XX, el llamado tercer posicionismo ha sido reivindicado por diversos movimientos ultraderechistas, neofascistas y supremacistas que no enmascaran su condición en tanto suelen usar como emblemas símbolos de clara referencia nazi. Estos no son grupos aislados ni aberraciones del sistema: analistas internacionales coinciden en que creaciones neonazis como por ejemplo el ucraniano batallón Azov —que usa como emblema el wolfsangel: runa usada por el neonazismo a nivel internacional, similar al de la división Das Reich de la Waffen-SS— apuntan a un rejuvenecimiento de la Operación Gladio.

El batallón Azov, que sistemáticamente realiza acciones terroristas contra civiles ucranianos de origen ruso, en la actualidad ha sido incorporado como un regimiento de operaciones especiales en la Guardia Nacional Ucraniana y, en consecuencia, ha recibido vehículos blindados y piezas de artillería, así como entrenamiento por militares estadounidenses pertenecientes a la 173ª División Aerotransportada y otros instructores de la OTAN. Esto unido al auge de organizaciones de extrema derecha como el Partido Nacional Social de Andrei Paruby, la Unión Nacional de Vitaly Krivosheev, y el Svoboda de Oleg Tiagnibok, hacen que Ucrania vaya camino de convertirse en un enclave fascista en el corazón de Europa.

Retornando a la Argentina, habríamos de decir que Perón no fue el único importante político o militar de ese país relacionado con la logia masónica Propaganda Due. Entre estos también jugó un papel muy destacado José López Rega, cercano a Perón y a Isabelita, quien desde su cargo de Ministro de Bienestar Social, en 1973 creó la temida “Triple A” —Alianza Anticomunista Argentina—, organización parapolicial responsable del asesinato y desaparición forzosa de unos 700 estudiantes, intelectuales, sindicalistas y políticos de izquierda.


 Perón, desde su cargo de Ministro de Bienestar Social, en 1973 creó la temida “Triple A”
—Alianza Anticomunista Argentina. Foto: La Nación

 

López Rega, conocido como El brujo por sus afinidades esotéricas, era miembro de  la  logia  fascista  ANAEL, y había establecido poderosas alianzas con la particularmente violenta organización nazi francesa OAS (Organisation de l´Armée Secrète); las corrientes fascistas italianas Ordine Nuovo y Avanguardia Nazionale, y sobre todo con la logia Propaganda Due de Licio Gelli, todas ellas estrechamente vinculadas al engendro OTAN-CIA denominado Operación Gladio.

En realidad, la estructura que dio origen a la “Triple A” ya estaba creada y fue participante activa en la llamada Masacre de Ezeiza, cuando en junio de 1973 militantes de izquierda fueron cazados por francotiradores, durante el recibimiento a Perón, tras casi 18 años de exilio. Una estimación de víctimas fija el saldo en 13 muertos y 365 heridos, si bien las cifras nunca pudieron cotejarse por falta de investigación oficial.

Merece la pena apuntar que bajo este mismo modus operandi se desarrolló la posterior Masacre de Plaza Taskim, en Estambul 1977, llevada a cabo por la Contraguerrilla, nombre de la rama turca de Gladio; así como los llamados sucesos de Montejurra, durante la transición española, en 1976, cuando varios neofascistas mataron a carlistas de izquierda. Ese día, en Montejurra, fueron vistos Rodolfo Eduardo Almirón, reconocido sicario de la Triple A argentina, y Stefano Delle Chiaie, neofascista italiano, celebérrimo miembro de Gladio y la logia P2, fundador de Ordine Nuovo y Avanguardia Nazionale —luego volveremos ampliamente sobre este sujeto—.

Antes de proseguir, quizá sea oportuno señalar que el parecido de los anteriores hechos, con los sucesos de puente Llaguno, en Caracas 2002, durante el golpe de estado perpetrado contra el presidente Hugo Chávez, tal vez no sea mera coincidencia. De hecho muchas de las maniobras desestabilizadoras realizadas en la actualidad contra el gobierno de Nicolás Maduro, son copia de las implementadas en Chile, entre 1970 y 1973, contra el gobierno de Salvador Allende. Semejantes son las campañas de terror y manipulación mediáticas, la inflación inducida, el desabastecimiento programado, las sanciones económicas por parte de los Estados Unidos, la violencia política callejera con saldos de decenas de muertos, las múltiples acciones encaminadas a provocar una guerra civil…

Tanto como hoy se conocen quiénes y en qué medida estuvieron tras el derrocamiento de Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973, algún día también se sabrán los detalles del plan desestabilizador contra Venezuela. De acuerdo con la historia, sin embargo, podemos intuirlo. Según Peter Kornbluh —quien jugó un gran rol en la campaña que permitió desclasificar los archivos secretos del Gobierno de Estados Unidos relacionados con el apoyo de ese país a la Dictadura de Pinochet—, Henry Kissinger fue “el arquitecto del programa que intentó derrocar a Allende”. Más aún: en 1970, al Allende ganar las elecciones en Chile, el presidente de EE.UU. Richard Nixon, junto a su canciller Henry Kissinger, en un replanteo de la Doctrina de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, idearon un plan de operaciones contrainsurgentes para toda América del Sur que luego pasaría a la historia con la denominación de Plan Cóndor.

En una próxima entrega abundaremos sobre este plan que en el Cono Sur dejó 50 mil muertos, 30 mil desaparecidos y 400 mil presos. Entretanto, retomemos el hilo de lo que veníamos exponiendo.

Dos meses antes del golpe de estado fascista contra Allende —el 13 de julio de 1973—, asumía la presidencia argentina Raúl Alberto Lastiri, miembro de la logia masónica Propaganda Due (ocho años más tarde su nombre aparecería en la lista de Licio Gelli, ocupada cuando los sucesos del Banco Ambrosiano). Tras la renuncia del presidente Héctor José Cámpora, el hilo constitucional fue mañosamente roto, pues en realidad a Lastirino le correspondía asumir ese cargo por ser el tercero en el orden jerárquico. La presidencia debió ser ocupada por Agustín Díaz Bialet, segundo en la línea sucesoria, pero con el objetivo de apartarlo del poder —y por influencias de José López Rega, suegro de Lastiri—, Díaz Bialet fue enviado con precipitación a Europa para hacerse cargo de una “importante misión inexistente”.

Después de esto, varios miembros de la logia masónica Propaganda Due ocuparon puestos claves en el gobierno de María Estela Martínez de Perón, hasta que finalmente fue derrocada en 1976. Entre ellos estaba Adolfo M. Savino, ministro de Defensa Nacional. Curioso resulta conocer que, de 1973 a 1974, Savino había sido embajador en Italia, designado por Héctor Cámpora: a consejo de López Rega y gracias a su nexo con Licio Gelli, quien en ese entonces era asesor económico de… ¡la embajada argentina en Roma!

También en la lista que en 1981 fuera incautada a Licio Gelli, aparecían los nombres de Alberto Vignes, ministro de Relaciones Exteriores entre 1973 y 1975; Guillermo Suárez Mason, General de División, encargado de tareas de inteligencia militar, posteriormente conocido como El carnicero del Olimpo, en referencia a uno de los más grandes centros de detención y muerte, del cual fue su principal responsable; y el almirante Emilio Eduardo Massera, quien entre 1976 y 1978, junto a Jorge Rafael Videla y Orlando Ramón Agosti, formó parte de la junta militar que depuso a la presidenta María Estela Martínez de Perón y gobernó de facto la Argentina durante el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional.

Tras el retorno a la democracia, Emilio Eduardo Massera y Jorge Rafael Videla (miembro de la logia Pro-Patria, filial argentina de la P2), fueron juzgados y condenados a reclusión perpetua por la desaparición, tortura y asesinato de miles de personas. Sin embargo, apenas cumplieron cinco años de prisión. En 1990 fueron indultados por el entonces presidente Carlos Saúl Menem: un antiguo miembro de la Triple A y promotor de condecoraciones a Pinochet. Solo en 2010, en el gobierno de Néstor Kirchner, Massera y Videla volvieron a la cárcel.