A los sesenta años de su primera publicación

En memoria de Rolando de Oraá

Iniciar este análisis nos obliga a hacer un breve recuento de la historia gráfica de la revista, aunque sea a muy grandes trazos. La revista comienza en el año 1961 con un número de prueba dirigido por Alejo Carpentier; este número nunca vio la luz por causas desconocidas según testimonia Leonardo Acosta, uno de sus redactores.1 El primer número aparecido en ese mismo año —“Año de la Educación”— llevaba el nombre de Pueblo y Cultura, respondía al Consejo Nacional de Cultura, su diseñador era Manuel Vidal y fue diseñado tipo periódico, con papel gaceta, en formato A3. La fotografía tenía un gran predominio y contaba con excelentes fotógrafos como Luc Chessex, Salas, Mario García Joya (Mayito)…, algo que después sería una línea importante de la revista. Incluimos la imagen del quizás único número que se conserva, en la propia revista Revolución y Cultura, aunque en muy mal estado.

Primer número de lo que después sería Revolución y Cultura. Fotos: De la autora
Créditos del primer número.

En una entrevista que se le hiciera a Luc Chessex por la revista web Circuito Líquido, cuando se le preguntó por su participación en Pueblo y Cultura, este declaró:

Era la revista del Consejo que creó Alejo. Cuando me contrató él tenía en mente crear esta revista. Después se llamó Revolución y Cultura. Fue donde conocí a Reynaldo González y a Héctor Villaverde. En el primer equipo de Pueblo y Cultura, en la calle 2, estaba Manolo Vidal como diseñador, hermano del pintor Antonio. Era un colectivo de trabajo pequeño, tres o cuatro personas, Reynaldo González entra un poco más tarde. Después nos mudamos para la sede de Marianao, en el edificio del ayuntamiento, y luego para el Palacio del Segundo Cabo. Entra también Villaverde. Se cambia la edición que era sobre papel gaceta, así como la Gaceta de la Uneac, y con el cambio de nombre viene la modificación de formato y una impresión mucho mejor.

En 1967 cambia drásticamente de diseño y hasta de título, se llamó RC, con un formato más pequeño ya tipo revista o más bien folleto, papel gaceta, cubiertas de fondo blanco con tipografía negra de gran puntaje (podía llegar a 72 puntos), negritas a veces casi “Grotesk” —en terminología alemana—, muy pocas ilustraciones interiores y se le daba mayor importancia al texto que casi siempre incluía dosieres de diferentes temas. La frecuencia empezó siendo quincenal. Su director fue Lisandro Otero y su diseñador, Frémez.

Ya en los años 70, el formato de la revista se amplía y su nombre se plasma completo en letras minúsculas de gran puntaje, la cubierta en papel cromo adquiere la cuatricromía y una influencia marcada del Pop-Art. Aún hay poco movimiento interior en la tripa de papel gaceta, a una y dos columnas, con algunas ilustraciones a línea y grabados, la letra con serif en la tipografía interior. El índice se coloca dentro de un simple recuadro hecho de filetes gruesos.

Revolución y Cultura, nro. 8 de 1973.
Revolución y Cultura, nro. 8 de 1973.
Revolución y Cultura, nro. 8 de 1973.
Revolución y Cultura, nro. 8 de 1973.
Revolución y Cultura, nro. 8 de 1973.

Pero no tiene una identidad visual firme. El crédito de diseño se da a Roger Aguilar, Estela Laborde y Manuel López Alistoy.

En el mismo año 1973 se produce un vuelco en la concepción del diseño de la revista con la entrada del diseñador Aldo Menéndez. Cambia la tipografía del título de la revista que actúa prácticamente como un logotipo, se le da mayor movimiento al índice al partirlo en dos columnas inconclusas, se incorpora allí por primera vez la foto de la portada; en la tripa se utiliza un lenguaje gráfico original, muy creativo, con dos o tres columnas más espacios en blanco y utilización de gráfica intercalada, titulares con protagonismo, se apoya además en colaboraciones de jóvenes artistas de la plástica y ya se pueden encontrar reproducciones en colores en un pliego de cuatro páginas cromo. La portada también se vuelve más imaginativa y se le da continuidad en el interior. Los fotógrafos siguen siendo destacados: Tito Álvarez, Mario Díaz, entre otros.


Revolución y Cultura, nro. 16 de 1973.
Revolución y Cultura, nro. 16 de 1973.
Revolución y Cultura, nro. 16 de 1973.
Revolución y Cultura, nro. 16 de 1973.

Los años 80 son los de la consolidación, en lo fundamental, de un perfil definitivo de la revista con la entrada del diseñador Rolando de Oraá. Gilda Betancourt, en ese momento la directora, lo llama para que haga el diseño de la revista, y Oraá, un artista que viene de la publicidad y la cartelística, además de haber trabajado en el periódico Hoy y después en Granma, se pone a estudiar ejemplos de revistas foráneas, en especial norteamericanas, hasta dar con su propuesta, que se usará en todos los años 80, los 90 y principios del 2000, además de que, en esencia, al menos la pauta, se utiliza hasta el día de hoy. Por lo que las características que explicaremos continúan en los años 90, aunque hay diferencias que expondremos después. El título se agiganta a 3 cm las mayúsculas, con un sombreado que da la ilusión de 3D. La revista adquiere el formato A4, para Oraá un diseño cómodo de leer hasta en la guagua, y se introduce la tipografía Arial por su legibilidad, por lo general de 10 puntos con interlineado en 12, lo cual es sumamente legible; pero hay que aclarar que a veces, en aras de colocar mayor texto, se usó un puntaje menor o la Arial Narrow que ya no es tan legible. Se utilizan tres o cuatro columnas mayormente, divididas casi siempre por corondeles, aunque a veces puede dividirse la página en dos horizontalmente con filetes. No hay ninguna aplicación de la teoría de las retículas de manera consciente, pero la división de la “mancha” (la parte impresa) en cuatro columnas que pueden utilizarse combinando texto y fotos, gráfica en general y espacios en blanco le da un movimiento “reticular”. Para Josef Müller-Brockmann 2 quizás estos espacios serían unos blancos mal proporcionados; sin embargo, en mi opinión no profesional del diseño considero que funcionan en aras de aprovechar el papel en las 72 páginas (contando la cubierta) que comprende la revista, siempre algo muy presente en la realidad cubana. Se dejan espacios blancos en los inicios de los artículos, sobre todo, espacios verticales donde se coloca la ficha del autor; esto le da una limpieza y elegancia al diseño junto con la tipografía y el formato. Oraá lucha siempre con los periodistas redactores para que los titulares no lleven más de seis palabras sin contar los artículos y preposiciones y, si es necesario, hacer subtítulos, aunque siempre se ponen los epígrafes. Los folios se colocan al pie hacia la derecha en las páginas impares y hacia la izquierda en las pares. Todo el interior va enmarcado con corondeles finos, pero la gráfica puede salirse de este espacio delimitado. La fotografía es la gran protagonista en el interior y también en la cubierta, aunque en el interior además se utilizan grabados, dibujos a línea, infografía, aunque escasamente, reproducciones de obras en blanco y negro y un pliego a color en cromo; el resto, gaceta.3

“Los años 80 son los de la consolidación, en lo fundamental, de un perfil definitivo de la revista con la entrada del diseñador Rolando de Oraá”.

La cubierta en cromo, enmarcada en blanco, responde a la línea editorial de ese momento: fotografías de artistas de diferentes especialidades, el teatro, la danza, el canto, la escultura, etc. Al artista escogido se le dedicaba un artículo, reportaje o entrevista en el interior. Era una revista más periodística, del mundo del espectáculo y la vida de los artistas sin dejar de incluir artículos sobre literatura y cultura en general. Se añade una sección fija: “Tiempo”, pues “Poesía y Narrativa” no siempre aparecen. En este sentido adquiere una identidad visual que se corresponde con su línea editorial.

Revolución y Cultura, nro. 7, julio de 1988.

La página inicial, donde va el índice, se divide en cuatro columnas, se pone la fotografía de la cubierta, más fotografías de los diferentes artículos que se separan por filetes y se incluyen los créditos del equipo de la revista.

Los años 90 en Cuba están signados por “el período especial”; las causas que condicionaron esa etapa de nuestra historia son de todos conocidas: el derrumbe del campo socialista que trajo como consecuencia la pérdida del comercio favorecedor con los países de ese bloque, en especial la extinta URSS, y el inicio paulatino de una apertura económica a diferentes partes del mundo. En la esfera cultural, como en todas las del país, se produjo una grave contracción. En el mundo editorial en específico cerraron en su mayoría las imprentas para convertirse en talleres de artesanía popular. Esto significó la casi no publicación de libros, a no ser que fueran coediciones con otros países, sobre todo de libros de textos para la educación, con algún país que asumiera la parte de la imprenta, la de mayor costo del proceso editorial en insumos y tecnología. El invento de las plaquettes —no sé el porqué de seguir usando este galicismo, quizás porque parece “elegante” y también así se usa en España y Latinoamérica, ya que en realidad su traducción en buen español es “folletos” y eran eso, folletos de papel gaceta, pero encuadernados en cartulina de mala calidad sin siquiera presillar en la mayoría de los casos, no podría afirmar que en todos— fue otro de los modos creativos para, al menos, publicar algo. No obstante, recuerdo algunas cubiertas interesantes dentro de esta modalidad, creo que el diseño de esta etapa merecería un estudio que no se ha hecho, según mi conocimiento. Los periódicos redujeron dramáticamente su tirada, algunos prácticamente dejaron de existir y en el caso de las revistas culturales solo tres se mantuvieron en pie: Casa de las Américas, La Gaceta y Revolución y Cultura,que pertenecían a tres organismos importantes: la Casa de las Américas, la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y el Ministerio de Cultura.

“Los años 90 representan la cristalización del diseño de Revolución y Cultura por Rolando de Oraá”.

En este contexto llegué yo, en el año 1991, a dirigir la revista Revolución y Cultura, primero a ocuparme de los números que estaban hechos por su director anterior, gravemente enfermo, quien murió solo unos pocos meses después, y ya en 1992 bajo mi plena responsabilidad. Cuando llegué tuve la suerte de encontrar un equipo ya formado, de una gran experiencia y calidad: Enrique Vignier, Jaime Sarusky, Evangelina Chió, Enrique Pérez, Antón Arrufat, después pude incorporar a Marilyn Bobes y al siempre querido y recordado Amado del Pino, así como a José León, que sigue siendo el subdirector de la revista. Como jefe de diseño estaba Rolando de Oraá.

El diseño de la revista en los años 90, a cargo de este diseñador, se corresponde con el que acabamos de reseñar más arriba en los 80. Sin embargo, algunos cambios interiores se hacen y sobre todo la cubierta cambia. En el interior se mantienen los corondeles que separan las columnas hasta el número 5 de 1992, a partir del número 6 se eliminan para siempre, la revista adquiere mayor elegancia. Las cuatro columnas mayoritarias se van convirtiendo en solo tres, lo cual le quita un poco de pesantez a la página que se ve más aireada. Se incluyen dos secciones fijas más, primero “Vistazo al mundo”, después “Espacio abierto”; estas secciones se van a diferenciar del resto de la tripa con un tratamiento de diseño diferente, aunque dentro de la misma pauta, los nombres de estas secciones van generalmente verticales, a veces se le da un color al recuadro de las páginas, y también en otras partes de la revista que se quieren destacar. La fotografía sigue teniendo un papel protagónico, aunque algunos buenos fotógrafos han salido de la revista, se mantiene Mario Díaz, aunque por poco tiempo, colaboran Tito Álvarez, Roberto Moro y se utilizan muchas otras colaboraciones de fotógrafos externos. La reproducción de obras de arte, ya sean grabados, dibujos a línea en blanco y negro o pinturas en colores se intensifica sobre todo a partir de volver a utilizar cromo en la cubierta y en un pliego interior, más papel bond en la tripa. El año 1992 había comenzado con papel gaceta de mala calidad hasta para la cubierta en medio del auge de las escaseces del período especial; pero tras iniciar una política editorial de la revista de publicar anuncios, todos relacionados con el mundo cultural, pudo autofinanciarse por dos años e incluir estos materiales para su producción, por lo que se incorporaron anuncios casi siempre en cuatricromía. Fue increíble la mejora de la visualidad. El pliego en colores interior más la cubierta, siempre dedicados a un artista de la plástica, pudieron suplir por aquellos años la absoluta carencia de reproducciones de la plástica. Autores como Nelson Domínguez, Flora Fong, Roberto Fabelo, Abel Barroso, Lázaro García, Sandra Ramos, Rafael Consuegra, Carlos Estévez y muchos más se vieron representados en las páginas de Revolución y Cultura, a quienes además se les organizaba una exposición en la galería Espacio Abierto perteneciente a la revista, junto con la presentación del número donde ellos se incluían.

La cubierta adquiere entonces un perfil identificador coherente gracias a la utilización de estas obras de arte a toda página y el recuadro en blanco casi siempre, además de incorporarse tipografía en blanco bordeada en negro, sans serif, para anunciar los artículos más llamativos del interior y a veces con fajas impresas destinadas al mismo fin. Hay así un todo armónico entre la línea editorial de ese momento con el diseño. Es justo hacer mención de que todo el equipo editorial se volcaba en la elección de los textos que se publicarían y en la selección de materiales ilustrativos. Cada revista se analizaba colectivamente antes de enviarla a imprenta y después de su publicación.

Creemos que los años 90 representan la cristalización del diseño de Revolución y Cultura por Rolando de Oraá, diseño mantenido por casi veinte años con algunas variaciones. Ahora, en los 2000, después de 2004 que sale definitivamente Oraá de la revista, se han hecho modificaciones como utilizar tipografía con serif; además, se cambió también la tipografía del nombre de la revista con otra colocación en cubierta y se trata de dar mayor movimiento interior. El diseñador Arturo Bustillos ganó un Premio Nacional de Diseño 26 de Julio por una cubierta. Pero ya esto sería otro análisis.

Revolución y Cultura bien merece un trabajo más amplio; esto es solo un acercamiento al tema, pues aún hay muchos elementos de los que se pudiera hablar o entrar en más detalles, sobre todo en cuanto a las temáticas tratadas, a los cambios dentro de su línea editorial en tan importante revista de tan larga trayectoria en nuestro ámbito cultural. Solo conozco un trabajo, de Karina Durant Durruthy, “Atisbos y consideraciones: El periodismo cultural en la revista Revolución y Cultura (1995-1998)”, tesis de graduación por la Licenciatura en Periodismo, de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, hecha en 2008.

Ojalá este pequeño artículo de una no diseñadora que hoy ponemos a vuestra consideración sirva de incentivo para ello y hasta esperaría provocar reacciones críticas, enmiendas a la historia, que serían bienvenidas en aras del conocimiento.

Notas:

1. Acosta, Leonardo: “Pueblo y Cultura y Revolución y Cultura. Dos números envueltos en el misterio”, Revolución y Cultura, nro. 2, abril-mayo-junio, La Habana, 2006.

2. Müller-Brockmann, Josef: Sistemas de retículas, editorial Gustavo Gili S. A., Barcelona, 1982.

3. Entrevista inédita realizada por Elizabeth Díaz a Rolando de Oraá.

4. López Teijeiro, Lissette: “Una mirada contemporánea al diseño de la revista Revolución y Cultura”, Revolución y Cultura, nro.2, abril-mayo-junio, La Habana, 2005.