Armando Manzanero, la banda sonora del corazón

Norge Espinosa Mendoza
30/12/2020

Sin pudor alguno, elijo un título que se acerca a lo deliberadamente cursi para escribir otras líneas en la despedida de Manzanero. Su música era de las que iba conmigo a Santa Clara en cada visita a mi madre. Probablemente de ella escuché por primera vez algunas de esas piezas, y por eso al conocer la noticia mi mente volvió rápido a su voz: a la voz de Armando Manzanero a través de la voz de mi madre. El 2020 se despide con una lentitud arrasadora, y cuando se oiga su última campanada ya no tendré a ninguno de los dos. Ha sido un año cargado de despedidas y ausencias, que nos estremecen lo mismo en un círculo de afectos muy íntimos, como en este otro, en el cual nuestro adiós se añade al de tantas personas que también despidieron al artista.

“Con Armando Manzanero se va el último de los grandes compositores románticos de Hispanoamérica”.
Foto: Internet

 

Con Armando Manzanero se va el último de los grandes compositores románticos de Hispanoamérica. Quedan otras y otros, pero él consiguió equilibrar un vocabulario y una melodía que sobrepasaron fronteras y épocas de un modo muy singular. Acaso sean la discreción y la transparencia de sus letras las que le permitieron no quedar congelado en un calendario. Quizás fue la necesidad de pensar los gestos del amor en una dimensión más sencilla —no por eso simplemente común— que sus melodías arropaban adecuadamente. A los 85 años, tras varios días de incertidumbre luego de su ingreso por síntomas de Covid-19, ha muerto el compositor nacido en Mérida. El impacto de su desaparición halló eco inmediato en muchos sitios del mundo, incluso en aquellos donde tal vez pocos puedan repetir sus estrofas en español.

Nunca le faltaron intérpretes y devotos. Su música fue cantada por artistas tan disímiles como Angélica María, Frank Sinatra, Ana Belén, Olga Guillot, Mina Mazzini, Lucho Gatica, Elvis Presley y Tony Bennet. Su alianza con Luis Miguel, nacida de una exigencia pendiente de la disquera de El Sol, trajo a la luz el primer Romance, que resucitó el bolero y la canción romántica de modo inusitado, para permitir que en una misma celebración abuelos, padres, hijos y nietos pudieran entonar una pieza de requiebro, idilio y reconciliaciones. Él es uno de los imprescindibles en la banda sonora del corazón, como podría afirmar cualquier locutor de voz engolada. Su nombre está en esa línea que se enlaza con Agustín Lara, María Grever, José Alfredo Jiménez, Roberto Cantoral o Vicente Garrido; llegando al Juan Gabriel de “Hasta que te conocí” y “Costumbres”, por solo mencionar algunas presencias cruciales en el repertorio mexicano. Su obra se engarza de manera orgánica, al tiempo que ineludible e inconfundible, a la de compositores cubanos —el núcleo del filin, aunque no solo ellos, recordemos su grabación de “No puedo ser feliz”, de Adolfo Guzmán— y de otras latitudes. Fue toda una época, y se mantuvo como una oleada que siempre supo regresar y mantenerse al alcance de la mano, a la hora del encuentro y de la confesión. Se las arreglaba él solo para poner letra y música a esos arranques de enamorados. Hoy aparecen como responsables de una canción tres o cinco compositores como si tal cosa en un mercado musical sobresaturado de las mismas fórmulas, e incluso puede que no nos quede en la memoria un solo acorde de semejante colaboración.

Acaso por ello no pienso en Armando Manzanero solo como compositor, sino como un autor y guardián de todo ese acervo, capaz de acercarlo una y otra vez a muchos públicos bajo diversas maneras de su proverbial generosidad. La pandemia impedirá que se le rindan los funerales que merece; esta vez no habrá despedida en Bellas Artes, tampoco día de duelo. Aunque sí espero que haya muchos días para volver a sus canciones: “Adoro”, “Voy a apagar la luz”, “Somos novios”, “Nada personal”, “El ciego”, “Esperaré”, “Cuando estoy contigo”, “Mía”, “No sé tú”, “Por debajo de la mesa”, “No”, “Todavía”, “Te extraño” o la infaltable “Esta tarde vi llover”. Pasando de generación a generación, nos sabemos de memoria algunos de sus versos. Nos han acompañado, a través de mejores y peores versiones, hasta en los momentos más inesperados. De ahí nace un lazo que le asegura a Manzanero otra biografía en nuestras propias biografías, en la historia sentimental de una patria común que en este caso no se limita a ciertas fronteras. También en él se cruzan las referencias a una idea de lo romántico que en nuestra cultura se conecta a la poesía de Amado Nervo, Neruda o Buesa. Eso es también lo que somos, y sus canciones nos lo recuerdan con la humildad del lenguaje de todos los días. Digo lenguaje y no exactamente idioma. Por eso lo cantan y lo evocan hoy en tantas esquinas del mundo.

La muerte de los demás es una manera de recordarnos que nos quedamos más solos. Sospecho que este año horrible nos mantendrá en vilo hasta dar su último coletazo: no ha respetado ámbitos ni currículos, edades ni garantías. Tal vez no se esfume el 2020 sin otro golpe igual de duro. Pongo a Manzanero entre los nombres de los amigos y amigas a quienes perdí en estos doce meses, porque aunque nunca lo tuve cerca físicamente, él se encargó de estar entre nosotros como una esencia, un puente común para los buenos y los malos ratos; porque cuando evoque a alguno de ellos también una canción suya hará mejor la evocación. Esta mañana mi familia de la Ciudad de México me contaba la noticia entre sollozos. En Cuba, vuelvo a pensarlo. Regresa a mí, como una voz cálida que llega desde el patio o el portal, la voz de mi madre. Vale decir a todas esas presencias: voy a escuchar esta balada nuevamente… para pensar en ti.

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