Arriba, pero sumergidos

Omar Valiño
24/9/2019

En la importante salita de Argos Teatro, detrás de la Biblioteca Nacional, el dramaturgo y director Abel González Melo ha estrenado en Cuba al autor catalán Josep Maria Miró, quien a sus 40 años es un referente ineludible de la dramaturgia española actual y fuera protagonista del recién celebrado Espacios ITI, un ejemplo de colaboración entre varias instituciones cubanas encabezadas por el Consejo Nacional de las Artes Escénicas y el apoyo de la embajada española en la Isla. Y allí estará en temporada esta producción, firmada por Los Impertinentes y Argos Teatro, hasta el 6 de octubre.

Escena de El principio de Arquímedes. Foto: Sonia Almaguer/ Granma
 

Refulge el texto de El principio de Arquímedes, obra montada en medio mundo antes de que explotara, aún con más fuerza y por todas partes, la denuncia de la pederastia como un viejo mal de incurable presente. Con suma inteligencia, Miró focaliza al fenómeno de una manera frontal y nunca sale de ahí hasta de una manera estrictamente clásica, mediante las unidades aristotélicas de tiempo, lugar y acción. Pero al mismo tiempo coloca la discusión en el espacio crítico del teatro, con lo cual la ensancha hacia las percepciones sobre la creencia en el otro, la verdad, los intereses y las fragilidades de los humanos, así como la injusticia posible de los linchamientos sin pruebas.

Porque nunca llega a saberse si el entrenador ha besado en los labios a su alumno temeroso de tirarse a la piscina. Jordi (Alberto Corona), el protagonista, lo niega, una niña afirma haberlo visto, los signos de las conversaciones y los escarceos con su colega Héctor (Amaury Millán) pudieran parecer signos en su contra. La responsable del centro, Ana (Yailín Coppola), hurga en lo ocurrido y trata de contener la bola de nieve, que crece afuera entre los padres interconectados en la red, sintetizados en el excelente trazado del personaje de David (Frank Andrés Mora).

Esa sensación de equilibrio, y su negación por la formidable intriga y el logro de un extraño enrarecimiento, al que contribuye la sonoridad de Denis Peralta, se refuerza en una escenografía que semeja un plano arquitectónico trazado en líneas breves y racionales sobre un fondo color piscina, salidos del talento de Omar Batista. Un verde azul limpísimo que puede no serlo tanto. Una simetría demasiado sospechosa que se mira en un espejo entre un lado y el otro, y subraya con pequeños cambios cada vez las “repeticiones” de la narración, un brillante recurso con que el autor va en espiral hacia atrás en la historia como si quisiera explicarla mejor.

Varios recursos, en definitiva, de texto y puesta, para relativizar de manera minimalista, al igual que en el código actoral insoslayable y logrado, cómo pudieron transcurrir los hechos o cómo podemos percibirlos. Sin escamotear, por supuesto, y valga la paradoja, el principio de Arquímedes: el peso que flota equivale al peso del fluido que abajo se desplaza. Cualquier acción acarrea consecuencias. Estamos arriba, pero sumergidos.

 
Tomado de Granma