Creadoras gemelas en las artes visuales apenas se conocen. Son rara avis de esa expresión artística. Algunas, se mantienen en el universo de la celebridad internacional como las arpistas Camille y Kennerly Kitt o el dúo musical Nicole y Natalie Albino. Ellas conforman lo que se ha denominado, por la tradición de genetistas, como especies crípticas al registrar actitudes y cualidades físicas similares. En la emblemática galería Oscar Fernández Morera, de Sancti Spíritus, fue inaugurada la exposición 2 en 1, de las gemelas Luisa María (Lichi) y María Elena Serrano Fernández (Maye), quienes cumplen en este mes de octubre 75 años de edad y celebran la Jornada por el Día de la Cultura Cubana. Se trata de un conjunto de dibujos y tapices elaborados por dos personas nacidas del mismo embrión, de ahí el título que identifica la muestra.

Obra Lanzarse al vacío, de Luisa María Serrano Fernández (Lichi).

Los dibujos inéditos de Lichi, elaborados fundamentalmente en los meses de pandemia, mantienen el mismo rigor conceptual de su dilatada vida artística de hace más de 50 años. Como una verdadera cronista de su tiempo registra la sobrevivencia de quienes viven el actual drama cotidiano desde la óptica de quienes más sufren los rigores de una época convulsa e inestable. Pero la artista no apela a los recursos del melodrama ramplón para contar esas historias, prefiere crear, con cierto distanciamiento brechtiano, a partir del recurso del humor irónico y la pulcritud del trazo.

Bajo esa vertiente de potencial corte sociológico se oculta una voluntad antropológica, al escudriñar en la capacidad del ser humano por insertarse sobreviviendo en el complejo entramado de sus enrarecidas circunstancias. La artista tiene un modo peculiar de discursar sus desvelos e inquietudes éticas a través de objetos con valores sígnicos. Cada obra tiene un referente simbólico de la realidad, que pueden ser calderos amontonados en espera de un agua que no llega, la diseminación caótica de objetos electrodomésticos que están pendientes de la ansiada corriente eléctrica, o pequeños avioncitos de papel que buscan la luz de la razón. Esta contextualización evidencia el registro de una época de precarias condiciones existenciales.

Tales mundos creativos, particularmente diferentes, de estas dos artistas, unidas desde el vientre materno, han logrado trazar nuevos derroteros imaginarios donde no falta la sensibilidad especial hacia el entorno que las envuelve y subyuga…

Otra cualidad de sus dibujos descansa en esa voluntad realista. Lichi copia de la realidad, no gusta de estilizar los elementos compositivos al crear cierta atmósfera de extrañamiento virtual. Su visión un tanto expresionista no está en lo deforme, sino en la intención de hacer absurdo el relato que sintetiza modos de vida de quienes viven inmersos en situaciones precarias. Al seleccionar sus motivos temáticos, acude al arsenal más cercano a su vida de encierro voluntario: enseres de cocina, efectos electrodomésticos, abanico, gorriones que cada día alimenta cuando entran en el hogar, productos del agro, que tanto le obsesionan por los elevados precios. Es un modo de contabilizar aquellos referentes materiales que la acosan con valor icónico.

Lichi comenzó su labor profesional como dibujante en la década de 1970. Desde entonces no ha dejado de dibujar aquellos temas neurálgicos para su época. No parte de grandes hechos heroicos, sino que registra lo cotidiano con la pasión de quien se entrega en cuerpo y alma a su labor, por lo general de carácter autorreferencial. Con tales motivaciones, la artista ha fecundado múltiples muestras personales que abarcan su personalísimo credo ideo-estético. Ella ha abordado con humor irónico temas sobre las relaciones de pareja, las crisis de la sociedad, el cuestionamiento a las falsas egolatrías, los conflictos de poder, la protección a los animales y el respeto a las diferencias humanas desde una postura de la otredad. Sus obras se definen morfológicamente por el dominio y exquisita factura de la línea y el magistral manejo de los claroscuros que ofrecen efectos volumétricos.

Gallito colorado, de María Elena Serrano Fernández (Maye).

Maye ha dedicado su vida a observar y proteger la vida silvestre. Si al principio se dedicó, como su hermana gemela, a dibujar espacios imaginarios donde no faltaba el matiz de humor irónico, finalmente optó por el bordado punto de cruz, técnica que ha venido perfeccionando a través del uso del lenguaje digital, al que acude para diseñar sus tapices. Así, de las posibles combinaciones de las gamas de colores que brinda la computación, ella logra delicadas figuras de animales bordados. Diríase que desea mostrar la belleza de lo incorporado a la tela con primoroso gesto de solidaridad hacia la fauna que tanto la fascina desde la niñez, cuando aprendió, junto a su hermana, a amar a los animales por trasmisión familiar.  

Gracias a un excelso desarrollo de la observación, su actual producción artística se define por el alto nivel de autenticidad, que demuestra una sensibilidad especial para captar los más mínimos detalles de la figura recreada. Contemplar sus creaciones constituye un goce estético excepcional, pues transparenta una penetrante capacidad emotiva en el arte animalístico. Podría decirse que cada tapiz constituye fórmula fecunda de la vida animal que encierra en sorprendentes cenefas. Con esa voluntad de trasmitir al espectador su pasión por los animales, ha logrado crear un reservorio de fuerte impronta testimonial desde la urdimbre de las madejas de hilo policromado que utiliza con maestría. 

Tales mundos creativos, particularmente diferentes, de estas dos artistas, unidas desde el vientre materno, han logrado trazar nuevos derroteros imaginarios donde no falta la sensibilidad especial hacia el entorno que las envuelve y subyuga, con óptica realista y muy cercana a la naturaleza de seres vivientes que claman por la atención detallada de su existir. Como comenta la periodista Lisandra Gómez Guerra en el periódico Escambray, se trata de la visión de un arte de dos.

1