Aún reciente es el éxito en las librerías del mundo de El infinito es un junco de la filóloga española Irene Vallejo. En esta obra, que obtuviera el Premio Nacional de Ensayo (España, Ediciones Siruela, S.A, 2019), la escritora confiesa:

“…Cada cierto tiempo leo con desconsuelo artículos periodísticos que vaticinan la extinción de los libros, sustituidos por dispositivos electrónicos y derrotados frente a las inmensas posibilidades de ocio (…).

“Parecen insinuar que muy pronto los libros se exhibirán en las vitrinas de los museos etnológicos, cerca de las puntas de lanza prehistóricas. Con esas imágenes grabadas en la imaginación, paseo la mirada por mis filas interminables de libros y las hileras de discos de vinilo, preguntándome si un viejo mundo entrañable está a punto de desaparecer.

“¿Estamos seguros?

“El libro ha superado la prueba del tiempo, ha demostrado ser un corredor de fondo. Cada vez que hemos despertado del sueño de nuestras revoluciones o de la pesadilla de nuestras catástrofes humanas, el libro seguía ahí. Como dice Umberto Eco, pertenece a la misma categoría que la cuchara, el martillo, la rueda o las tijeras. Una vez inventados, no se puede hacer nada mejor.

“Por supuesto, la tecnología es deslumbrante y tiene fuerza suficiente como para destronar a las antiguas monarquías (…). Lo curioso es que aún podemos leer un manuscrito pacientemente copiado hace más de diez siglos, pero ya no podemos ver una cinta de vídeo o un disquete de hace apenas algunos años (…)”.

“El libro ha superado la prueba del tiempo, ha demostrado ser un corredor de fondo”.

Las reflexiones citadas de Irene Vallejo en su libro sobre La invención de los libros en el mundo antiguo nos llevan a pensar en otros temas afines, como es el de los cambios vertiginosos hoy en los sistemas de comunicación.

En este orden de ideas, en 2015, año en que se celebró la XII Bienal de La Habana que se tituló Entre la idea y la experiencia que entonces ya celebrara su entrada en la madurez, a 30 años de fundada, participé como ponente en un Panel titulado “Retos de la edición en América Latina y el Caribe”, en otro evento diferente, mas de gran impacto en la población cubana: la Feria Internacional del Libro de la Habana. Ya entonces, hace más de un lustro, destacaba en aquella presentación la relevancia a nivel mundial que han ido ganando las políticas editoriales y de comunicación respecto, específicamente, a las artes visuales y cómo ello implica un incentivo para su evolución, al mismo tiempo que conlleva un enfoque que se centre en objetivos para su desarrollo en países como Cuba. Sin embargo, una problemática de tanto interés no ha tenido la suerte, llamémoslo así, de obtener la atención que en todo sentido solemos observar se dedica en Norteamérica y Europa.

Es de resaltar que estas preocupaciones de los países desarrollados, en específico, sobre el libro de arte y en sus diferencias el artístico —que es a lo que me he dedicado como historiadora del arte― tienen lugar en una actualidad en que, como sabemos, han ido desapareciendo tradiciones del mundo editorial. Y prevalecen, en especial, las mega corporaciones, sus fusiones cada vez más amplias, que vienen acompañadas de un desempeño en la internacionalización de la cultura popular, como grandes empresas que inciden en los mercados de consumo. A lo que se suma paralelamente la integración del arte en el espectáculo de masas. Todo en un paisaje general donde, a la par, se ha producido una especialización de las editoriales.

Y son, precisamente, las pequeñas empresas, más especializadas, y no los grandes conglomerados, los que aportan culturalmente sobre todo títulos menos relacionados con el propósito de las ventas y best sellers en un mercado global.

Intervención en la librería, Yornel Martínez.

Si bien nuestros países del Tercer Mundo, hoy llamados en vías de desarrollo, no pueden sustraerse respecto al arte, a las corrientes centristas desde el Norte desarrollado, asimismo sería significativo resaltar la importancia de aquellas publicaciones que reconozcan, indaguen, den a conocer el arte producido al margen de los centros de poder y que dignifiquen o den a conocer estas nuevas y menos reconocidas prácticas y creaciones.

En Latinoamérica existen publicaciones que han servido como generadoras de espacios para el debate en los estudios culturales, y para expandir, “la cultura académica hacia campos más amplios de intervención político cultural”, como ha expresado Nelly Richard respecto a lo que ella calificara como “las geopolíticas del conocimiento”.

Sin embargo, mientras repaso las casi infinitas páginas que he leído sobre estas temáticas, suelo preguntarme: “¿Por qué existe mención a una evolución del libro de arte occidental, pero no publicaciones que incluyan nuestro riquísimo acervo en cuanto a libro de arte latinoamericano y caribeño?”.

Los enfoques desde el Primer Mundo no incluyen, generalmente, la investigación sobre la cultura artística y visual del libro en países en vías de desarrollo. De ahí que mi inquietud es sobre nuestra cultura textual, literaria y artística sobre artes visuales, y en específico dirigida a convocar a soluciones que pudieran implementarse desde el sistema editorial y del arte en el caso de Cuba ―incluso ahora cuando nuestro contexto en términos económicos, políticos y sociales es más complejo.

“Sería significativo resaltar la importancia de aquellas publicaciones que reconozcan, indaguen, den a conocer el arte producido al margen de los centros de poder”.

Indudablemente, este llamado acentúa la función divulgativa de las publicaciones en relación con el tema de las artes visuales y la importancia artística, en otra dimensión y tema de la creación visual de libros arte.

Sobre esto último investigar y difundir el libro de arte sobre artistas no necesariamente reconocidos en la mainstream o corriente principal internacional, contribuiría a ese futuro de construcción de sociedades del saber, capaces de promover políticas en torno al libro y al arte en su acepción más amplia. 

Todo lo anterior implica, además y en otra dirección, justipreciar la inclusión de nuestra cultura artística en libros como un capítulo interrelacionado horizontalmente con la historia universal, a diferencia de aquel otro relato fragmentado y vertical que, reitero, con frecuencia, solemos hallar en las investigaciones del Norte desarrollado.

Nuestra región también pudiera vincular propuestas locales en un esfuerzo común capaz de transgredir las fronteras que limitan el saber sobre el arte de nuestros pueblos y darnos la posibilidad de impactar en el sector de la enseñanza artística y profesional.

Mientras en Reino Unido, otros países europeos y en los Estados Unidos, los editores especializados en arte discuten vehementemente sobre los problemas de la accesibilidad a colecciones completas de museos principales en la red y otros aspectos vinculados a la edición electrónica sobre arte: ¿no pudiéramos nosotros en nuestra región latinoamericana y caribeña también preocuparnos por una comunión de intereses que hiciera más señalada la presencia de bancos de imágenes, colecciones de arte, sitios web de pedagogía y académicos, y otros de teoría artística y de editoriales donde se difundiera el saber de nuestras prácticas artísticas, del libro arte y difundir también los libros sobre obras y artistas de la región?

Hoy estamos conscientes que tanto la edición en papel como la digital se refuerzan mutuamente citando contenidos que pueden hallarse en la web o viceversa.

El insoslayable desarrollo de las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación) a nivel mundial ha tenido también un impacto en la edición de arte.

La preocupación de editores y autores con los derechos de las ediciones electrónicas está siendo reevaluada según las ventajas en nuestra América. Este aspecto sigue siendo uno de los problemas para el cambio en lo que ha dado en llamarse “nueva cadena del libro” e implica, según expertos, el desarrollo profesional, la capacitación y eventos que incluyan al libro digital. A todo ello sumaríamos, igualmente, el énfasis en el libro de arte digital interactivo, multimedial, con mucho menos costo que los del impreso en papel, mayor capacidad informativa y ecológicamente más pertinente.

“Nuestra región también pudiera vincular propuestas locales en un esfuerzo común capaz de transgredir las fronteras que limitan el saber sobre el arte de nuestros pueblos”.

Indudablemente, en un mundo donde coexisten diferencias sociales y económicas entre el Centro y la Periferia, y en el que convivirán el soporte de papel y el digital, debe tomarse en consideración, además, que las publicaciones digitales no son de fácil acceso a un sector que no tiene acceso a esta tecnología en los países en vías de desarrollo.

Innegablemente, la nuestra es la época de la expansión e interactividad del libro de arte, aun cuando los presupuestos de mercado (vinculados a la distribución y venta y los derechos de reproducción) continúan restringiendo las posibilidades de acceso más amplias a todo tipo de público.

Si bien es cierto, por ejemplo, que poderosas empresas como Taschen dominan el mercado del libro de arte impreso y digital, y promueven los artistas legitimados por la Historia del Arte con mayúsculas de Occidente, también nosotros, desde el Sur, pudiéramos convocarnos en un reto común por promover la creación artística menos conocida y producida por artistas latinoamericanos y caribeños en ediciones igual de excelentes en cuanto a calidad editorial, investigativa y de imagen artística, ya sean en soporte papel o digitales.

Una de las resistencias notables a la literatura estandarizada y al libro con un propósito solo comercial es, por ejemplo, el incremento de editoriales artesanales en pleno siglo XXI, cuando se debate si desaparecerá el libro en soporte papel, se populariza la autoedición digital y, al mismo tiempo, prolifera la lectura del ebook en los teléfonos móviles.

“Si en el mapa de Latinoamérica se unieran con una línea los puntos de los lugares en los que ha aparecido cada una de estas editoriales independientes (…) se configuraría una auténtica columna vertebral que abarca desde México hasta Argentina y que se va convirtiendo en una malla cada vez más espesa”, afirmaba el profesor Jesús Cano Reyes en su ensayo Un nuevo boom latinoamericano?: La explosión de las editoriales cartoneras (2011), publicado en la Revista Espéculo de la Universidad Complutense de Madrid.

Este experto, además, resaltaba cómo en medio de las lógicas diferencias entre las muy disímiles editoriales cartoneras puede encontrarse un principio común en todos los proyectos de más de 30 editoriales que se encuentran en 13 países, y esa singularidad es que los textos publicados “pertenecen siempre a autores latinoamericanos (ya sean en español, en portugués o en guaraní)”, lo cual corresponde, “al deseo de reafirmación de la identidad cultural y literaria del continente”.

Panel Turner (2015). Casa de las Américas.

Está claro que el auge de las llamadas editoriales cartoneras nos habla de que constituyen un fenómeno paralelo que proyecta simbólicamente la resistencia del Sur al imperio del mercado neoliberal, y niega el fenómeno de la estandarización cultural en el continente.

Algunas de estas editoriales latinoamericanas asumen su existencia como entidades productoras de libros para colaborar con los marginados por la crisis, como son los recogedores de cartón. Otras buscan potenciar lo estético y se consideran colectivos artísticos más que editores únicos, individuales y privilegiados por el sistema. Su denominador común es concebir el libro artesanal, reclamar el aura artística para reproducciones limitadas (aunque integren a algún proceso de alta tecnología), asumir una política promotora de autores latinoamericanos o desconocidos (a la vez que se oponen a publicar a los autores de best sellers), coincidir en presupuestos sociales que favorezcan a grupos marginados socialmente, potenciar lo estético, considerarse colectivos artísticos más que actuar como editores únicos, individuales y privilegiados por su sociedad. 

En fin, todas las “cartoneras” se vinculan en un propósito significativo de confrontar su producción con el libro industrial, sinónimo de mercancía. Aquí en Cuba hemos tenido el ejemplo de Ediciones Vigía de Matanzas, que no es una editorial cartonera como tal, pero que incluye, además de libros artesanales, libros ilustrados, y libros de artista. Vigía es una fundadora en el ámbito latinoamericano del libro arte, junto a excepciones como Taller Leñateros, en México, diferenciada por su preocupación por arte, los pigmentos y los lenguajes indígenas.

En el orden de las ideas anteriores, lo que propongo es incitar al fomento de la creación no solo literaria, sino también la artística y estética, y extender esta producción de arte en y de las industrias creativas a redes internacionales, desde la validación de lo mejor de nuestro patrimonio artístico-cultural desde el Sur.

Al inicio de estas líneas, me refería a cómo planteaba estas ideas en aquel panel de la Feria del Libro, más en un año en que meses después se celebraría la XII Bienal de La Habana que ya entonces contaba con 30 años de fundada.

“Aquí en Cuba hemos tenido el ejemplo de Ediciones Vigía de Matanzas, que no es una editorial cartonera como tal, pero que incluye, además de libros artesanales, libros ilustrados, y libros de artista”.

Fue, ciertamente, en aquella duodécima Bienal nuestra donde se mostró por primera vez, de modo sobresaliente, tanto la atención al libro sobre tema de arte con un panel de Ediciones Turner, como por otra parte y, en dimensión diferente, la creación de libros arte por artistas cubanos —aunque ambos temas, libro sobre arte y libro artístico no fuesen pensados como un propósito en específico del gran evento que, lógicamente, tenía objetivos curatoriales de otro alcance.

Así, en la exposición colectiva Libros Arte, presentada por el grupo de artistas cubanos Haciendo presión, en la Fortaleza de El Morro, se internacionalizaba, dentro del espacio expositivo que se tituló Zona Franca, ese “territorio cada vez más explorado, pero aún poco difundido”, según escribieron los artistas y curadores en aquella fecha.

En aquel espacio expusieron 24 artistas con la peculiaridad de incorporar la manifestación del libro arte a su distintivo quehacer formal. Julio César Peña lo hizo con los personajes calaveras en su obra “Windows” (2014), donde aparecen en ventanas sucesivas, estableciendo una relación metonímica con el significado de la palabra en inglés y la recurrencia de estas figuras.

En la obra “Cincuenta y cinco familias: cincuenta y cinco años”, Steven Daiber ensartó en forma de acordeón la misma cantidad de las conocidas por los cubanos como libretas de la bodega.

Por su parte, Yerandee Durán en Colección “Anaquel” (2007) ironizaba sobre el poder de los medios, el diseño y la masificación industrial, en minilibros cuyas páginas son cajas aplanadas de pastillas de caldo.

A esta muestra colectiva se sumaron otras significativas exhibiciones que permitieron que no pasara desapercibida la manifestación artística del libro arte entre el despliegue extenso de ese evento por la ciudad y sus galerías.

En la Librería Fayad Jamís, en la zona histórica de La Habana, se expuso Intervención en la librería, una exposición colectiva inserta en ese espacio nutrido por libros.

El organizador de las intervenciones, Yornel Martínez, sumó varias muestras en ese centro cultural que queda frente al Instituto Cubano del Libro. Entre estas Libros sin dominio, curada por Elvia Rosa Castro; Torre de letras, iniciativa de la laureada poeta Reina María Rodríguez, quien participó en un stand con su propio proyecto, no comercial, de ediciones de autores reconocidos que aún no han visto la luz en Cuba. Otra sección fue denominada La Fracción, de Julio César Llópiz, que sumó el Tabloide Noticias de Arte Cubano, donde el artista tiene una sección gráfica, también añadió su propuesta de una plataforma para investigaciones y procesos. De igual forma se observaron intervenciones como la de Jesús Hernández Güero (Época incorrecta para escritores célebres), y de Damián Ortega, y otras que se pudieron ver en las vidrieras, en marcadores de libros con poesía visual, y hasta escuchar con la integración de pistas sonoras, a la vez que se realizó la presentación de una novedad, el proyecto alternativo de revista, P350. Asimismo, los organizadores incluyeron tres días dedicados a charlas sobre el papel del editor y la obra del humorista gráfico y dibujante, Santiago Armada, Chago.

A escasos dos kilómetros de allí, en la galería Rubén Martínez Villena, que abre sus acristaladas puertas a la colonial Plaza de Armas, se hallaba también en la propia XII Bienal, la muestra Comercio, y el libro de artista Héroes de Baikonur, obras todas de Antonio Eligio Fernández (Tonel), quien es uno de los más reconocidos artistas cubanos. En Comercio el artista indagaba sobre las encrucijadas históricas tras el lente de lo individual mediante una narrativa de ficción, atravesada por un hilarante sentido del humor. La obra se inserta armónicamente con la característica visión intelectualizada de Tonel, quien sortea con imaginación, cáusticas reflexiones sobre el papel de la historia en la reconfiguración de lo social y lo individual.

Héroes de Baikonur, libro de artista, incluía datos del propio Tonel, fotos y documentos de su archivo personal y otras imágenes que fotografió para ilustrar una historia ficticia sobre un programa espacial y cosmonáutico desde un humilde barrio cubano. Además, incluye una pista sonora que fue su iniciativa, mas compuesta por el músico Bob Turner de Canadá.

Resulta inolvidable la muestra concierto en aquella XII Bienal del libro partitura de performance titulado Cada sonido es una forma del tiempo, de la artista cubana Glenda León, quien primero confeccionó un libro de artista con siete grabados a modo de cuaderno de música, en cuyas páginas pautadas, donde van las notas musicales, sobre el pentagrama, ella grabó pequeñas hojas de otoño, gotas de lluvia, una noche estrellada, una ciudad, pajaritos volando, unos dados y puntos de escritura Braille, en 7 estampas (“La lluvia”, “El Otoño”, “El Vuelo”, “El Azar”, “Las Estrellas”, “La Ciudad” y “Los Dioses”), realizadas en las técnicas de monotipo, crayón y foto-grabado, y en aguafuerte y foto-grabado. Luego la artista le dio como guía sus obras al compositor y pianista cubano, Aldo López Gavilán, que improvisó su concierto a partir de la imagen de cada estampa digital del libro de artista homónimo realizado antes y que se escuchó como un concierto único en la sala de la Biblioteca Nacional.

Por citar un ejemplo más reciente, en la pasada XIII Bienal de La Habana en el Museo Orgánico (MOR) en Romerillo, La Habana, Alexis Leyva Machado (Kcho) exhibió Todo cambia (1997), una gran embarcación en base a la alineación de los atriles de exposición de libros que usualmente se emplean en ferias. En esos soportes él exhibe numerosos libros sobre arte, literatura, etc. Kcho compró estantes de madera de pino a vendedores de libros viejos en la zona histórica y turística de La Habana para conformar con estos el contorno de un barco en el piso de la galería, la representación del bote se percibe al rodear los estantes desde fuera. Desde luego que los espectadores y visitantes se internan en ese espacio y hojean los libros expuestos como si estuviesen en cualquier feria de libros del mundo. Libro arte como instalación y como performance, ya que implica la participación del público que se convierte en un “marinero en tierra y lector” por unos momentos. 

“Kcho compró estantes de madera de pino a vendedores de libros viejos en la zona histórica y turística de La Habana para conformar con estos el contorno de un barco en el piso de la galería”.

Había mencionado el panel de Ediciones Turner y es que fue, ciertamente, en aquella duodécima Bienal ya mencionada, donde se mostró por primera vez, de modo sobresaliente, la atención al libro sobre tema de arte.

En la Casa de las Américas se exhibieron más de 30 libros de arte: Turner en La Habana, la edición del libro de arte latinoamericano. Muestra que incluyó títulos sobre arte y artistas cubanos y latinoamericanos, como José Bedia, Frida Kahlo, Belkys Ayón, Gabriel Orozco, Leonora Carrington, entre otros que fueron donados por esa editorial a la institución cubana con casi medio siglo de existencia. Y también en esa institución tuvo lugar un panel en que participaron con sus experiencias en Turner, ya fuera como editores (Cristina Vives y Santiago Fernández), patrocinadores y coleccionistas (Ella Cisneros y José Gómez Fartaiz), en representación de un artista publicado en libro de arte por la editorial (el cubano Flavio Garciandía) y como diseñador editorial invitado participó Pepe Menéndez, diseñador de Casa de las Américas.

Tanto el libro con tema sobre arte, como en otro sentido diferente, las exhibiciones de libros arte creados por artistas cubanos, no fueron propósito en específico del gran evento que, lógicamente, tiene objetivos curatoriales de otro alcance—. Mas la he citado como un ejemplo de Bienal que incluyó el interés sobre libros de temática artística, como también y en el ámbito de las artes visuales propiamente he mencionado a aquellas obras que son libros arte creados por artistas cubanos y que fueron exhibidos en muestras colectivas y una personal.

En sentido general las obras y temas abordados en estas líneas son desde luego un acicate para continuar en el interés y las acciones a favor de las artes visuales en publicaciones y de las creaciones inspiradas en el libro.

1