Entre las figuras grandes, verdaderamente grandes del teatro en cualquier época, está la actriz italiana Eleonora Duse, quien desembarcó en La Habana el 26 de enero de 1924, fecha de la que semanas atrás se ha cumplido un siglo. Como el público cubano había conocido antes de las actuaciones de madame Sarah Bernhardt, casi un mito, tenía ahora ante sí la oportunidad de deleitarse con el arte escénico de la otra gran diva de las tablas europeas, la signora Eleonora Duse.

Para aquellos que gustaban de establecer comparaciones se presentaba una inmejorable —y pueril— ocasión para confrontar dos estilos y caracteres diferentes. La Bernhardt, más efectista; la Duse, más natural; la primera, más clásica; la segunda, siempre renovadora. Pero ambas inmensas, por lo que no tenían sentido las comparaciones.

La actriz italiana fue una de las estrellas del teatro más venerada de su época.

Eleonora rondaba los 65 años, aunque, según la opinión de los espectadores, conservaba el maduro encanto de una exquisita donna. La prensa habanera le prodigó fotografías y elogios.

El 29 de enero se inauguró la temporada teatral del Nacional, en el Paseo del Prado, con la actuación de la compañía encabezada por la Duse. Presentó La puerta cerrada, de Marco Praga, dramaturgo italiano, y un diario capitalino comentaba el acontecimiento: “Sigue siendo la Duse, sin duda, la actriz maravillosa de las bellas manos que encantara al primer lírico de nuestra época, Gabriel d’Annunzio”.

En una segunda actuación representó, en la noche del 31 de enero, la obra Espectros, de Henrik Ibsen. Otra vez la prensa se deshizo en complacencia:

“Anoche Eleonora Duse, en el papel de Elena Alving, nos demostró de nuevo poseer aquel quid divinumque atribuía Horacio al genio”.

En la función de despedida, el 4 de febrero, protagonizó una obra escrita para ella, La ciudad muerta, de D’Annunzio, a teatro lleno y con interminable ovación. El cronista del Diario de la Marina destacaba que la Duse hizo un derroche de “sus excepcionales aptitudes y, sobre todo, de su naturalidad incomparable”.

Apenas dos días después, el miércoles 6, la actriz partió con su compañía hacia Estados Unidos.

“Eleonora rondaba los 65 años, aunque, según la opinión de los espectadores, conservaba el maduro encanto de una exquisita donna”.

Hija de una familia de cómicos y nacida en 1859, Eleonora creció y se educó en los escenarios, aunque en sus inicios un maestro no muy visionario le aconsejó dedicarse a otra profesión que no fuera la de las tablas, porque en ella no tendría futuro. Terca y confiada en sí misma, Eleonora no hizo caso del desatinado consejo.

Triunfó en Italia y Europa, los críticos y el público aclamaron su temperamento impetuoso, su sensibilidad y realismo. Su encuentro con Gabriel d’Annunzio depuró aquel carácter, en adelante más contenido, y estilizó la actuación. Alcanzó éxitos delirantes, mas la ruptura de sus amores con D’Annunzio en 1910, la crisis espiritual que esto le provocó y el ruido generado en torno a ello, llevaron a la artista a optar por el retiro, que si bien no resultó definitivo, la mantuvo alejada de la escena por una década.

Compenetrada con los asuntos de su patria, durante la Primera Guerra Mundial Eleonora realizó obras de asistencia a los heridos y ofreció recitales en el frente. Hasta 1921 no regresó al teatro, con nuevas obras, e inició una extensa gira.

Hallándose en Norteamérica contrajo neumonía y murió en Pittsburg, Pensilvania, el 21 de abril de 1924, fecha de la cual se conmemoran también ahora 100 años.

Siempre, no importa cuál resultara el escenario, a Eleonora Duse se le acogió con entusiasmo febril, pues solía entregarse en cada actuación y hacer palpable su emoción. La consumía el afán de superación, la búsqueda de un ideal cualitativo más elevado. Suerte tuvieron los habaneros de entonces al disfrutar de la encantadora Eleonora.