Ana y Fayad: tierras de ida y vuelta

Maikel José Rodríguez Calviño
19/11/2018

Este caluroso noviembre incluye dos fechas significativas para nuestra cultura: el treinta aniversario del fallecimiento del pintor, dibujante y poeta Fayad Jamís (Zacatecas, 1930-La Habana, 1988) y el setenta del nacimiento de la artista visual Ana Mendieta (La Habana, 1948-Nueva York, 1985), referentes obligatorios dentro del arte cubano contemporáneo.

Tanto el uno como la otra experimentaron procesos migratorios que, en gran medida, condicionaron parte de sus respectivas poéticas. Fayad, instalado por decisión familiar, y siendo apenas un niño, en el espirituano poblado de Guayos, donde realizó sus dibujos iniciáticos y escribió Brújula, su primer poemario, antes de trasladarse a la capital cubana; Ana, nacida en La Habana, ciudad que le fue arrebatada a los trece años para luego regresar a ella en cuerpo y espíritu. El primero, añorando la Isla desde el bucólico París, durante la estancia europea que le impuso el trabajo como diplomático; la segunda, soñando la Cuba de su adolescencia herida, consciente hasta los huesos de que la pérdida de la infancia es el peor destierro de todos.


Fayad Jamís. Tierra. Oleo, Tela 200 x 165 cm

 

Ambos desarrollaron poéticas profundamente conectadas con la Tierra como espacio físico e intelectual. Jamís, con sus abstracciones telúricas, geológicas, donde las superficies de color conviven como si fuesen capas de minerales dentro de la corteza terrestre y recuerdan, por sus tonos ocres, sepias, cocidos al interior de los volcanes, esas cerámicas mesoamericanas que él coleccionaba y apreciaba tanto. Ana, con sus siluetas femeninas: místicas pervivencias de antiquísimas diosas pertenecientes a antiguos panteones del Viejo y del Nuevo continentes, del México ancestral y la Cuba taína, que, mediante esculturas efímeras o dibujos rupestres, también hallaron cobijo en nuestra manigua. Fayad pinta la tierra, la convierte en imagen, en verso pictórico. Ana la moldea y acaricia, lacera y acumula, quema y disuelve, transformándola en espirales infinitas, en anchas caderas prestas al embarazo, en verso paisajístico. Ambos, trashumantes, ven en la tierra el anclaje definitivo a la existencia, el juguete ideal que les catapulta a la inocencia, la materia prima por excelencia para conjurar la belleza. Y entre ellos, la Isla, única y múltiple, real o soñada, lecho para el cuerpo, símbolo para el alma, último destino, puerto sin retorno.


Ana Mendieta. ST, de la serie Siluetas (1973-1978)

 

No me consta que ambos artistas se hayan conocido, pero la posibilidad de un encuentro entre ambos despierta un sinnúmero de fascinantes ideas que cubre de flores este cálido noviembre. Los imagino encontrándose en la penumbra del Museo Nacional de Bellas Artes, donde hoy se exhibe parte de sus trabajos. Yo mismo los presentaría: «Ana, este es Fayad. Jamís, ella es la Mendieta… Comparen hoy cuántas venas les palpitan en común. Luego, si les basta la eternidad, transformen este archipiélago en cimientos y elegía».