Bernhard Schimpelsberger, poeta del drum

Miriela Fernández
9/1/2018

Bernhard Schimpelsberger ha cambiado el escenario. La batería, que usualmente ocupa un sitio al fondo, agarra en primer plano la atención del público. Seguido por la cámara del cineasta Sushant Chaudhary, el músico ha venido realizando un diario de ritmos por diferentes lugares hasta esta primera presentación en la Fábrica de Arte, en La Habana, junto a dos maestros cubanos de la percusión, Yaroldy Abreu, el de las manos prodigiosas de Irakere, y Degnis Bofill, reconocido por sus Golpes Libres y los que ha integrado con destreza al sonido de Síntesis.

“Conocer a estos percusionistas y solo tocar es uno de mis sueños en la vida”, dice el joven austriaco, quien escogió salirse del cuadro de la música clásica que refiere a Viena para irse a la India donde, al adentrarse en los solos del tabla, ha podido tocar la poesía escondida en el drum. Ese viaje, bajo la tutela de Suresh Talwalkar, uno de los grandes ejecutantes del tambor indio, y el encuentro con otros percusionistas legendarios como Zakir Hussein, lo dotó de un estilo propio que marca sus presentaciones y su filosofía acerca del lenguaje de la música.

Bernhard Schimpelsberger
El percusionista Bernhard Schimpelsberger. Foto: Alejandro Calero
 

Sobre el escenario Bernhard puede comenzar una pieza recitando y luego continuarla con algún instrumento, ya sea la batería, campanas, o el kalimba. “En la India, cuando aprendes percusión, tienes que cantar primero el ritmo. Es una tradición y, por tanto, para mí es muy natural utilizar la voz. Uno se siente más seguro para improvisar. Se trata de una base que colocas en las congas, el drum, el cajón u otra cosa”.

Es su primera vez en Cuba y el desafío, me cuenta brevemente, está no solo en presentarse en un país que es escuela de percusión, sino en lograr que su estilo llegue a los cubanos. “Quiero mostrar a la gente que el ritmo está en todos los momentos de la vida, ligado a emociones, las cuales puedes revivir a través del drum. Como escuchaste, he buscado diferentes sonidos con varios instrumentos, he creado melodías, incluso para ellas necesitamos el drum”.

El músico toca una canción de cuna en el kalimba y refiere una anécdota de su historia familiar. Intenta llevar al público, precisamente, al diario sonoro que hace en vivo. Así recrea también el ambiente amazónico, a partir de sonidos de aves. Dice que en Londres los utilizó como base del drum, pero la pieza no consiguió convencerlo. Ahora, el recorrido por La Habana, la inspiración en los batá que siguió durante un concierto de rumba en la ciudad, y su deseo de abordar desde su estilo la música cubana, le dieron una nueva forma al tema. “Primero empieza con este sonido de pájaros y luego entra al ritmo de la rumba. Espero que a la audiencia le haya gustado”.

Sus performances son distintos en cada lugar, no solo por la improvisación, sino porque con sus manos se va introduciendo en el alma del sitio adonde arriba. Puede decirse que si bien sobresale la alusión a la música clásica de la India, sus ejecuciones son una suerte de caja china de muchas sonoridades del mundo.
 

 Durante su primera presentación en Cuba, junto a Yaroldy Abreu
y Degnis Boffil. 
Foto: Alejandro Calero
 

“En Cuba también he querido captar el sentimiento de este país. Al mismo tiempo que me focalizo en ese aspecto, intento conectar mi estilo con el de la estética de la música cubana. Eso he tratado al juntarme en escena con Yaroldy y Degnis”, comenta el percusionista, quien, como en sueños, se deja arrastrar por la historia que hay detrás de cada sonido, de cada nacimiento musical. “Es lo que me da la posibilidad de sentirme un estudiante siempre. Por ejemplo, cuando fui a ver al grupo Osain del Monte lo que sentí mientras tocaban fue una conexión con la historia de estas personas, con todos los obstáculos, las migraciones, su cultura. Esto es algo que quiero experimentar todavía más”.

Antes de su viaje a La Habana, Bernhard ya conocía a los músicos con los que regaló solo una introducción a sus poemas con percusión. “Quería investigar el ritmo cubano y encontré a dos maestros. Uno de ellos, Degnis, con un estilo muy moderno, joven, que he escuchado desde Síntesis; el otro, Yaroldy, a quien he venido estudiando a través de videos. Por primera vez lo vi en Londres como parte de Irakere, que es un grupo muy reconocido allí. Tocar con ellos es un momento especial para mí.

“Nosotros nos vimos días antes, pero no practicamos porque no era necesario. Primero porque son maestros. Y en segundo lugar, porque buscamos la posibilidad de hacer un real intercambio. No obstante, aunque en otros momentos surjan estas improvisaciones mi experiencia es que en el concierto, en el escenario, frente al público, siempre todo es más difícil”.

Una sonoridad “salvaje” —jugando si se quiere con el argot cubano—, pero también por lo intrincado de los ritmos; por la compacta, y a la vez diversificada exuberancia del performance; por la desenvoltura de los músicos, se apoderó del espacio en la Fábrica de Arte. El percusionista austriaco propició otra forma de hablar de la contemporaneidad a partir de la música. Él prefiere ahondar en las capas de la experiencia humana, donde los toques pasan por culturas e historias, que imbrica en solo instantes.

Durante las jornadas del Jazz Plaza, el día 18 en los Jardines del Mella y el 20, en las afueras del Cine Yara, Schimpelsberger, con colaboraciones de percusionistas del patio, estará de vuelta sobre la escena cubana.