Con o sin Grammy se reinventa el legado vital del jazz afrocubano

Pedro de la Hoz
31/1/2018

Lo que no se transmite, no existe. El Grammy privilegia mediáticamente las categorías más comerciales: álbum, grabación, revelación, pop, rock, Bruno Mars en el estrellato y el hundimiento de Despacito.  Las restantes quedan para consumo de aficionados especializados o se convierten en meras referencias discográficas. No clasifican para el espectáculo de la alfombra roja.

Hay que hurgar cuidadosamente en las listas —no en las noticias de los diarios, ni en los reportajes televisivos, ni en los titulares de las redes sociales— para saber que algo bueno sucedió en la categoría Mejor Composición Instrumental: el jazz afrocubano; por la vía del encuentro entre el mexicano de origen cubano, radicado en Estados Unidos, Arturo O’ Farrrill y el cubano Chucho Valdés; obtuvo el premio por encima de otros cuatro candidatos de excelencia.

El mérito es mayor cuando se escucha Choros # 3 de Vince Mendoza, con la orquesta de la televisora alemana WDR; Alkaline de Pascal Le Boeuf, con su grupo unido al Jack Quartet; Home free del percusionista Nate Smith, extraído de Kinfolk: Postcards From Everywhere y Warped cowboy del director y arreglista Chuck Owen con su banda The Surge Jazz. Todos compositores norteamericanos que a partir del lenguaje jazzístico se lanzan a  experimentar nuevas estructuras y posibilidades tímbricas en sus obras.

Arturo y Chucho dieron en la diana con Three Revolutions, segundo corte del primer disco del álbum doble Familia, del sello independiente  Motema, radicado en el barrio neoyorquino de Harlem, que los reunió a finales de 2016 para grabar el fonograma puesto a circular en septiembre de 2017.

Las obras concebidas para esta producción, sobre todo en el disco número uno, rinden homenaje a los padres de ambos: Chico O’ Farrill (1921 – 2001) y Bebo Valdés (1918 – 2013), figuras esenciales en el desarrollo del jazz afrocubano. Uno nació en La Habana, el otro en Quivicán, un pueblito cercano a la capital cubana.

Chico desarrolló la mayor parte de su carrera en Estados Unidos, aunque entre 1955 y 1965 se estableció en México. Su talento como orquestador fue probado por  el clarinetista Benny Goodman quien lo empleó a finales de los años 40. Pero cuando el productor Norman Granz lo indujo a crear en 1950 la Afro Cuban Jazz Suite, dio un salto espectacular al articular los ritmos cubanos con el mainstream del jazz —lo cual venían haciendo Dizzy Gillespie, Chano Pozo y Mario Bauzá— y añadirle el largo aliento de las convenciones morfológicas y armónicas de la música de concierto de matriz occidental.

Mientras en México Dámaso Pérez Prado hacía revolución con el mambo; Chico, que también asimiló las maneras del mambo, le dio otro orden a esa revolución. Ello se comprueba en obras suyas como Suite Manteca (1954) y Oro, incienso y mirra (1975) para Dizzy Gillespie; Suite Azteca (1959) para Art Farmer; Three Afro Cuban Jazz Moods (1970) para Clark Terry; Suite Tanga (1992) para Mario Bauzá y Trumpet  Fantasy (1995) para Wynton Marsalis.

A Bebo lo redescubrieron los melómanos por sus conciertos y el álbum Lágrimas negras, con el cantaor flamenco Diego el Cigala, pero ya era desde mucho antes una leyenda, forjada al calor de las noches habaneras, los estudios de grabación,  el cabaret Tropicana su trabajo con Benny Moré y Lucho Gatica, la creación de la orquesta Sabor de Cuba y la invención del ritmo batanga.

¿Cómo no juntar a Chico y Bebo, cuando sus hijos también han sido y son pilares de una de las vertientes más internacionalizadas de la música popular cubana? Chucho es el pianista más importante del jazz cubano, el fundador de Irakere y The Afro Cuban Messengers, el autor de clásicos contemporáneos como Misa negra, Juana 1600, Mambo influenciado y muchísimos temas innovadores y raigales a la vez. Arturo, formado en la Manhattan School of Music,  heredó en 2001 y dio nuevo impulso a la Afro Latin Jazz Orchestra.


 El legado de sus respectivos padres sigue vivo en la música de sus hijos
 

Esta agrupación es la base del primero de los discos de Familia. Cualquiera de las seis piezas contenidas en esa sesión pudo haber  sido nominada o premiada pero la que llamó la atención fue Three Revolutions, escrita por Arturo O’ Farrilll para la banda (cuatro trompetas, cuatro saxofones, tres trombones y una sección de percusión)  y Chucho en calidad de solista en el piano.

El  compositor asimila en la introducción procedimientos próximos al Stravinsky del Ebony Concerto más cierto rozamiento con el atonalismo, pero después se decanta, afincado en un concepto rítmico groove,  por  el trazado de un tejido contrapuntístico de puro sabor latino. Es una obra para que Chucho luzca su poderoso pianismo, tanto en los pasajes más intrincados como en los que exigen el virtuosismo que lo distingue.

Estoy seguro de que ni Arturo ni Chucho, al igual que sus hijos, protagonistas de la tercera generación y del otro disco del álbum doble, se pusieron de acuerdo pensando en un Grammy. El premio vino y está bien. Pudo no venir y nada hubiera pasado. Familia, con su Three Revolutions es importante porque honra un linaje y abre cauce al futuro: el jazz afrocubano sigue expandiéndose con este sonido y verifica su inmejorable estado de salud.