Constitución y paz: los poetas saben lo que digo

Ángel Martínez Niubó
16/8/2018

No sé si me perdonen los juristas, los poetas sé que me perdonarán, es obvio. Pero ir a la Constitución supone un entramado de leyes… Supone saber qué es el poder constituyente y qué —o cuál es— el poder constituido. Supone entonces saber que el poder constituyente es el poder del pueblo y que el constituido es la institucionalidad creada para ejercer el poder público. Y ojo: no están reñidos. Ahora mismo la consulta se hace para que ambos poderes no se opongan. O sea, se nos está dando, incluso, la oportunidad de limitar los poderes del constituido. Eso es una consulta: qué quieres, qué no, qué quieres limitar, qué quieres cambiar. Eso se aplaude, se agradece.


Foto: La Jiribilla

 

Pero confieso algo: uno abre el proyecto de Constitución, el folleto, y —al menos a mí— acostumbrado a poemas, a cuentos y novelas, me asusta. A veces me sucede lo mismo con los libros de matemática. Quizás los poetas saben lo que digo. Los juristas no. Por eso pido que me perdonen los juristas. Así y todo, y de cualquier forma, ¡lo leí! Incluso fui a la historia. Leí sobre otras constituciones —o constituyentes—, leí sobre las de Ecuador, la de Bolivia, Polonia, Marruecos, Turquía, Chile, Brasil… ¡Confieso que he leído! Y el asunto se limita a pocas líneas: ¿Qué deseo cambiar? ¿Qué no? ¿Qué quiero incorporar a la Constitución, qué quiero que sea ley? Y ahora, otra vez, “me sale” la imagen de la página con el poema. 

Porque en verdad pienso en la Asamblea Constituyente, en un Parlamento con facultades, pienso en una Comisión de expertos…, e intento resumir en una sola frase lo que pienso al respecto: la verdadera originalidad de una Constitución es hacer feliz a su pueblo, aun cuando en nuestro caso —pues ya sabemos cuántas presiones externas hay— la felicidad no solo depende de una Constitución. Estos días de la Constitución hay que vivirlos como una fiesta. Allá por el año 1869 se vivieron días similares y Manuel Sanguily hablaba de la “euforia popular”. Escribía sobre “la alegría que inundaba en aquellos días únicos y consagradores de la unión de los cubanos”. Ya desde aquella época soñábamos y veíamos las constituciones como fiesta, oportunidad, posibilidad infinita.

Y sigo con el intento poético de resumir: creo que lo que no debe cambiar es la alegría de los niños que atraviesan el parque cada mañana —solos— rumbo a la escuela. Creo que no debe cambiar la fiesta espontánea que ellos mismos hacen cuando le ponen la pañoleta azul, o la roja. Lo que no puede cambiar es la PAZ —perdonen por escribirlo en mayúscula— de nuestros jóvenes cuando hasta la media noche cantan en los parques. Debe cambiar la economía. Tenemos que trazar estrategias para que la economía mejore, y mejoren los salarios… Y lo dejo escrito: cuando leamos la Constitución no olvidemos que el enemigo sigue siendo el mismo. Desde hace años, muchos años, incluso más de un siglo, el enemigo es uno. Eso no está en las leyes, pero debe saberse.

Por eso —y como el enemigo es uno— soy de los que creo en un solo partido: para un solo enemigo, un único partido. Es la mejor manera de que el enemigo quede solo. Yo creo que —en Cuba y fuera de Cuba— se le deben muchas tristezas a este enemigo común. Eso pienso: que los cubanos cuidemos la paz. Las leyes se hacen también para proteger la paz. Miro América del Sur y veo tanta bala perdida y encontrada, tantos jóvenes muertos cada día. Ahora mismo no recuerdo cuál fue el filosofo, creo que fue Diderot, que escribió: “El bien es la aspiración que tienen todos los seres humanos al placer sin perjudicar los intereses de los demás, el mal es cuando nos privan de esto o aquello o nosotros intentamos privar de esto o aquello a los demás”. Está claro, cuando me dicen del placer pienso en los niños que atraviesan el parque, pienso en la tranquilidad de los padres que están en el trabajo o en la casa. Cuando pienso en los males, pienso en el enemigo común, y claro, pienso en los que acá no sueñan ni se esfuerzan o intentan limitar amores o esperanzas. Que la Constitución preserve la paz y ayude a levantar la economía, sin olvidar el enemigo común.