Contra la arteriosclerosis: sustos

Enrique Gómez Pentón
23/8/2017

Muchos fueron los males del gallego José Guardado. Y los más raros del mundo. Pero el único real era la escasez de vista, que padeció desde joven. Lo otro, sin ofender a nadie, era pura arteriosclerosis. A medida que se fue avejentando, se le sumaron males extravagantes. Uno de ellos, por ejemplo, fue cuando le cayó el capricho de que tenía una lagartija viviendo dentro del oído derecho. Su hija Cucú le miró en el oído con una linterna, le echó alcohol, aceite de comer y hasta aire con una bomba, pero la lagartija nunca dio señales de existencia, ni de fallecimiento.

Todos los días el viejo amanecía con una jodienda nueva. Yo la que más recuerdo es la última, que deja ver si lo cuento igual que él lo describía: “Tengo un sentimiento que me nace aquí —se tocaba el estómago—, me coge por aquí —desplazaba la mano hacia la columna vertebral—, me sube por aquí —por el espinazo para arriba—, me llega aquí —al cerebro—, me da cuatro vueltas —dibujaba un molinete con la mano—, cada día peor y peor y peor —chasqueaba un latigazo con el dedo—. ¡Y pa’lcoño’e su madre! —para finalmente añadir—: Y estornudando es como único se me podría quitar”. La lucha de su familia para hacerlo estornudar fue tremenda: le regaban talcos delante, luz brillante, humo de tabaco, el polvillo que se le saca al arroz cuando lo escogen, pero el puñetero viejo no estornudaba. Hasta que un día, así sin más ni más, estornudó. Estaba solo en el portal de la casa y pensó que nadie lo había visto. Pero Cucú, que estaba en la cocina sí lo oyó, porque fue un estornudo aparatoso. Vino corriendo para el portal y le dijo: “¡Papá, estornudaste!”, a lo cual José respondió: “Sí, pero no creas que estoy bien”. En ese momento comprendieron que lo suyo era mental y lo llevaron a ver a una mujer de Placetas, llamada Filomena, que era espantadora de espíritus, según les dijeron. Aquella mujer, aseguran que con mucho misterio, le mandó dos cosas al pobre hombre: dieta y que le pegaran un buen susto. La dieta consistía en tenerlo una semana a gofio nada más. Lo del susto lo resolvieron de la siguiente forma: como el viejo no veía nada, lo sacaron a pasear, prepararon a los vecinos para que formaran una buena bulla cuando ellos regresaran, cosa que hicieron, y en ese momento le dijeron al infeliz que se les había quemado la casa. Por poco lo matan; ese corazón casi no aguanta el hambre y un impacto como ese juntos. Y no mejoró nada. Nunca, que yo sepa, dejó de hablar la misma mierda.