Del humor sin ética o del látigo sin cascabel

Reinaldo Cedeño Pineda
16/10/2019

Cuando Carlos Ruiz de la Tejera terminó su peña del Museo Napoleónico, lo esperé. Quería estrechar sus manos. Ya sé que lo habrán hecho muchos, pero de alguna manera debía retribuirle aquella sacudida. El actor había compartido en broma, había reflexionado en serio sobre el papel del humor en la sociedad. La hiena parece reír, pero es apenas una mueca, decía. Uno ha de reírse de las almas feas y no de las narices feas. Si queremos saber cómo es una persona, preguntémosle de qué se ríe, remarcaba.

“Un humor sin ética es como un látigo sin cascabel que restalla sobre la dignidad de las personas, sobre el entramado afectivo de la nación”.  Ilustración: Internet
 

Dulce María Loynaz se refirió a la risa en su discurso de agradecimiento al concedérsele el Premio Cervantes de Literatura. Ella supo darle la dimensión exacta a un tema que, a primera vista, parecía algo sencillo para tan magna ocasión. Poco tiempo después ―en una entrevista inolvidable―, me confesó que las lágrimas son producto de la soledad, pero que la risa, en cambio, tenía algo de ecuménico que podía compartirse con los demás.

Como un campanazo, el actor y la escritora volvieron a mí. Sus ecos resonaron cuando apareció en la pequeña pantalla el videoclip del grupo Los Trifónicos y varios humoristas cubanos, estrenado de manera rimbombante en el espacio “A otro con ese cuento”, en la programación dominical del canal Cubavisión.

¿De qué se reían ellos? ¿Con quiénes querían compartir esa risa?

La emigración de los orientales hacia la capital cubana es el tema que aborda el clip humorístico. Conste que no estamos negando el papel epigonal del humor, ni las asimetrías en el desarrollo que perviven en Cuba, sus circunstancias y sus contextos. No. Nos referimos a los estereotipos trasnochados que recorta este clip, a la letra ofensiva que sostiene, a la estética que propugna. A los antivalores que canta y los patrones que intenta fijar (el oportunismo, el desarraigo). Y lo peor, el pensamiento que asoma: un chovinismo exacerbado, rayano en la xenofobia y el racismo cultural, por más que venga envuelto en rostros conocidos o en poses de simpática apariencia.

Desde el comienzo, el clip traza “el camino del éxito”, abre “las fronteras”, recorta una Cuba otra (el fango, el “allá”), y toma como objeto de escarnio a los que están cerca de la tierra. Sietemesinos les llamaría Martí. Siempre me he preguntado qué propósitos persigue auspiciar o respaldar obras como estas, cuánto de coloniaje se esconde en tales actitudes, qué ganancias sociales y culturales nos dejan.

En los últimos años ―hay que decirlo―, algunos espacios de la televisión cubana han sido irresponsables y desproporcionados en prefabricar imágenes acerca de los orientales. Aunque el goteo ha ido en aumento, la crítica ante tales manifestaciones ha sido endeble o no se ha dado por enterada.

Más allá de un clip

Los orientales, especialmente su emigración hacia la capital, ha devenido en un asunto recurrente en el humor cubano. En ese estricto sentido habría que agradecérselo, puesto que los análisis de un asunto tan serio, suelen ser lamentablemente esquivos. Sin embargo, un humorismo sin altura intelectual, ha arrojado un humor burdo y lacerante, un humor que excomulga y descalifica, un humor triste y facilista, un humor insano y autofágico que suele lanzar sus dardos también contra las “otredades” ―pinareños, homosexuales, negros― en ciertos centros nocturnos y presentaciones teatrales.

Mientras noticieros y ediciones informativas intentan ―pese a todas las deficiencias que puedan endilgárseles― mostrar los esfuerzos de todo un país, más de un programa humorístico o dramatizado hace trizas ese propósito. Se ha abierto espacio a un habanocentrismo ramplón, a una mirada que invisibiliza a los que viven en el oriente del país, o devalúa y folcloriza a los que llegan desde allí. Emerge entonces “el oriental mediático”, trazado a discreción.

El humor, la televisión cubana ―y la sociedad en su conjunto― han de aceptar de manera natural las diferencias que enriquecen nuestra identidad, devenida de numerosos choques y refundiciones, al modo de decir de Fernando Martínez Heredia. Han de extirpar ese pensamiento que confunde diferencia con inferioridad, que pretende suplantar el país por su capital. Han de barrer la tendencia uniformadora de los modos de “ser cubano”.

La excesiva verticalidad de los medios de alcance nacional en Cuba ha terminado siendo un tósigo. La pérdida del canal Tele Rebelde desde sus sedes múltiples en Santiago de Cuba, Holguín y La Habana, resultó una oportunidad malograda para hacer savia del imaginario cubano, las maneras, autoridades, historias, personajes y voces desde varias regiones del país. Se ha creado una infraestructura nacional, mas subsiste un desaprovechamiento de los productos mediáticos que se generan en los telecentros y en el centenar de emisoras radiales del archipiélago, que merecerían ser patrimonio sonoro y visual de los cubanos.

Cuba se enorgullece de sostener una cultura antihegemónica y cimarrona, a contracanto con la práctica del centro y la periferia, que intenta imponerse en muchos lugares del mundo. En consecuencia, resulta una contradicción sostener ese último rasero en nuestro propio patio.

La televisión cubana no puede ser rehén de ninguna forma de discriminación, más o menos visible, más o menos velada. No ha de serlo de asesorías ligeras o direcciones cómplices, ni de prejuiciosos vasallajes que intenten legitimarse. El ámbito legal requiere ser proactivo, pues no puede ignorarse el artículo 42 de la Constitución cubana que refrenda la protección contra las formas de discriminación, incluida aquella devenida por el origen territorial.

En más de un foro, más de un artículo, he expuesto el tema. Incluso en los documentos de la comisión Cultura y Sociedad del VII Congreso de la Uneac (2008), se tomó nota de “las crecientes manifestaciones despectivas hacia las personas de la región oriental del país”. Mientras el problema no se acepte y analice, no estaremos en condiciones de encontrar vías de solución.

Cuba tiene en su memoria una larga lista de escritores, actores y programas humorísticos que han marcado época. Sería bueno regresar de vez en cuando a beber de su nivel profesional. Un humor sin ética es como un látigo sin cascabel que restalla sobre la dignidad de las personas, sobre el entramado afectivo de la nación. Y es gangrenoso, porque envilece a los que lo hacen y contamina a los que lo disfrutan.