Desde el testimonio epistolar: Gaceta del Caribe

Cira Romero
9/12/2016

Una carta a José Antonio Portuondo, entonces en México, firmada por Nicolás Guillén y Mirta Aguirre, y fechada en abril de 1944, daba cuenta de la aparición de Gaceta del Caribe, del siguiente modo:

Estamos en la imprenta hoy, 5 de abril, con la revista ya impresa como lo prometimos. Ya tenemos papel — ¡míralo qué lindo!— y sobres, como habrás visto antes de leer esta carta. Te enviaremos mañana por avión diez ejemplares (o más, de acuerdo con el cobro aéreo) del primer y segundo número. A vuelta de correos mándanos una colaboración de Alfonso Reyes, poemas inéditos de González Martínez y todo lo más que puedas coger por ahí, contando desde luego con lo tuyo.

Cuajaba así un proyecto nacido, como se lee en el primer número de marzo de dicho año, “con ánimo polémico y creyendo en la eficacia saludable de ciertas controversias”, y con el espíritu de combatir

sin excesos, pero sin descanso, a cuantos huyen, a la hora de crear, de todo contacto con el alma y la sangre del pueblo, de todo roce con las grandes cuestiones humanas, por temor a rebajar la categoría de la obra… Solo nos guía el afán de servir a la cultura en esta parte del mapa con un limpio espíritu solidario hacia los pueblos con los que estamos hermanados en el Caribe.

Su comité editor, integrado por Nicolás Guillén, José Antonio Portuondo, Ángel Augier y Mirta Aguirre, a quienes se unió, en el número 2, Félix Pita Rodríguez, se  proponía

patrocinar actos públicos de carácter cultural, rendir homenaje fervoroso a los hombres de artes y letras  que ayudaron a darnos dimensión de nacionalidad, propiciar ediciones de obras cubanas, antiguas y contemporáneas; contribuir a la difusión de nuestros elementos de cultura, dando a conocer nuestros literatos y nuestros artistas al resto de América y del Mundo; realizar, en fin, sin estrecheces de criterios ni mezquindades rivalistas, la obra crítica de que carecemos y plantear con energía los problemas más vitales de nuestra inquietud.

Y señalaban, además, que “«el narcisismo intelectual […] no cabrá en Gaceta del Caribe. Pero cabrá, en cambio, todo lo demás, porque el mensuario aspira a tener una anchura en la que pueda entrar todo, salvo lo que no pueda entrar”.

Gaceta del Caribe abrió sus páginas, siempre de carácter beligerante, a destacados intelectuales revolucionarios del momento, que se manifestaron a través de artículos, críticas y diversos comentarios, tanto de carácter literario como histórico. También publicó cuentos, poesías y reseñas de libros, estos últimos mediante su sección “Los libros”. Asimismo, mantuvo secciones dedicadas a la música, el teatro y las artes plásticas. Su nómina de colaboradores abarca nombres de tan alta significación en nuestra vida cultural y política como los de Juan Marinello, Carlos Rafael Rodríguez, Sergio Aguirre, Enrique Serpa, Fernando Ortiz, Emilio Roig de Leuchsenring, José Antonio Ramos, Julio Le Riverend, Alejo Carpentier, Onelio Jorge Cardoso, Dora Alonso y Salvador Bueno.

Como otras revistas del momento de filiación marxista, Gaceta del Caribe se destaca por la perspectiva desde la que abordó diferentes problemáticas relacionadas con la cultura y por sus serios aportes al conocimiento de la literatura, la historia y el arte nacionales, sin desentenderse de tópicos universales, amplitud de criterios que, unida a la calidad de los textos publicados, fueron factores decisivos para hacer de ella una publicación de importancia esencial para nuestra cultura.

Su trayectoria, de corta duración —el último número doble, 9-10, correspondió a los meses de noviembre y diciembre de 1944—, puede seguirse paso a paso en las cartas que, desde Cuba, le enviaba la Aguirre a Portuondo —quien entonces estaba realizando estudios en el Colegio de México—, y que reuní, junto con Marcia Castillo, en el volumen Cuestiones privadas. Correspondencia a José Antonio Portuondo (Santiago de Cuba, Editorial Oriente, 2002). En una misiva fechada el 11 de noviembre, la futura autora de “Canción antigua a Che Guevara” le preguntaba  a su interlocutor: “¿Te gusta cómo ha seguido saliendo Gaceta? Ahora, para emparejarnos con la fecha de salida y por otras causas, pensamos hacer un número especial de fin de año que comprenda noviembre y diciembre. Tiene que tener buena calidad, ya que reúne dos números en uno. Ponte con tu contribución, a ver qué sale”.

En otra carta, del 8 febrero  de 1945, Mirta le comenta:

En cierto modo, esta es una de esas cartas que se escriben a los parientes fuera del país cuando hay novedad en la familia. Efectivamente: tenemos un enfermo grave, muy grave. No te diré que lo haya desahuciado el médico, pero hay una junta de eminencias clínicas para ver qué carajo tiene… como comprenderás, me estoy refiriendo a nuestra amadísima Gaceta.

Se refiere a lo barata que ha costado la revista —“una bagatela, si se tiene en cuenta la calidad de la impresión”, y alude a la importancia “que juega una publicación así en cuanto a la penetración en muchas capas, en muchos sectores que de otro modo no podríamos ver ni de lejos”. Decididos a que la revista no muriera, se dan a la tarea de reunir fondos, mientras siguen preparando el número de enero de 1945, que nunca llegaría a salir, aunque nos enteramos de su contenido: trabajos sobre el boliviano Franz Tamayo, textos de Eva Frejaville y Salvador Bueno, un ensayo sobre el poeta húngaro Sándor Petoffi. En carta del 9 de febrero, Ángel Augier le subraya a Portuondo  que Gaceta del Caribe “no debe morir por ningún concepto”. Finalmente, Mirta, en carta de igual mes,   refiere:

No te diré que madre es muerta para no darte “pesadumbre”; pero la Gaceta fallecida es. Matóla la necesidad después de que el hambre la había acosado. De esto que hablo en broma mucho nos hemos lamentado en serio y algo hay que intentar antes de proceder al entierro definitivo. Pero, tengo para mí que ya la hora llegó.

En efecto, desde aquel número de noviembre-diciembre de 1944, no saldría a la luz ningún otro, por razones fundamentalmente económicas, con lo cual desapareció una revista de corta vida, pero de extrema significación en nuestra vida cultural.

Muerta, en efecto, estaba Gaceta del Caribe, pero no los que la gestaron y contribuyeron a que sus páginas continuaron bregando, en otras revistas, para seguir en la batalla.