Dos números de la Revista Casa a la vez

Aurelio Alonso
23/9/2019

Estas dos entregas marcarán el término de una época de la revista Casa de las Américas, por ser los últimos números salidos de la mano de Roberto Fernández Retamar, poeta y pensador que la dirigió, o más bien la pensó, la bordó y la amó entrañablemente, como su criatura mimada, desde 1965. Él le imprimió a la revista un sello inconfundible, la hizo crecer con coherencia, articulada con la institución que él mismo presidiría desde 1986, y que madurarían juntas sin concesiones a su compromiso político ni a la identidad que Haydée le imprimió. Las figuras de la magnitud de Roberto dejan siempre una huella indeleble, que mantiene viva su creación y su ejemplo, aunque su partida nos deje nuevos retos.

Aurelio Alonso y Jorge Fornet presentaron los números 294 y 295 de la revista Casa de las Américas.
Foto: Tomada de La Ventana
 

Quiso el azar que estos dos números, el 294 y el 295, sean los correspondientes a la celebración de los sesenta años de nuestra Revolución y de la Casa de las Américas, respectivamente. También parecería cosa del azar que los problemas económicos hayan hecho que aparezcan tarde y juntos. Gracias a la solidaridad de los amigos de la Casa por la posibilidad misma de que hayan salido.

Jorge Fornet ha tenido la gentileza de permitirme compartir con él una presentación que en rigor solo a él correspondía hacer, como ustedes han podido apreciar, pues era él su colaborador más cercano, formado desde la niñez a la sombra fecunda de Fernández Retamar, su mentor, y de su padre, Ambrosio Fornet. A Jorge agradezco poder decir algunas cosas en este lanzamiento.

Cuando Roberto me propuso hace 15 años sumarme al equipo de redacción de Casa de las Américas, me sentí muy halagado, pero le confesé que no me sentía con posibilidades de aportar algo en una revista esencialmente literaria, y con un nivel tan alto de calidad. Me aseguró que no era para la literatura para lo que me quería en el equipo, que eso le tocaba a él. En realidad todo le tocaba a él, porque Roberto no es solo el poeta, es el pensador. De todos modos, su aclaración me hizo sentir más cómodo. Espero no haberle defraudado, y puedo decir que si le ocasioné algún dolor de cabeza siempre me lo negó.

Al responder a la invitación de Jorge he querido aprovechar para destacar, simplemente, en estos números su aliento de pensador.

Para celebrar los 60 años de Revolución, el No. 294, Roberto no pidió mensajes de saludo a nuestros colaboradores, sino que optó por abrir el número, en calidad de “páginas salvadas”, con la selección de una veintena de los recibidos en 1969 por el décimo aniversario (publicados en el no. 51-52) y el vigésimo en 1879 (no. 111 y 112). Mensajes de figuras intelectuales de talla mundial, como Italo Calvino, Gabriel García Márquez, Roberto Matta, José Emilio Pacheco, Juan Gelman, entre otros. Algo que nos permite volver ahora a recuerdos imborrables, como el de Eduardo Galeano cuando escribe: “En todo este tiempo yo he amado mucho a esta Revolución. Y no solo en sus aciertos, lo que sería fácil, sino también en sus tropezones y en sus contradicciones […]. La Revolución Cubana me ha proporcionado una incesante fuente de esperanza”.

Le sigue a esta introducción en el número la sección Hechos e ideas, con dos importantes ensayos. El primero, de Fernández Retamar, redactado a propósito de la celebración (lo terminó en diciembre del pasado año) que lleva el título de Notas sobre América. En vísperas de los sesenta años de la Revolución Cubana, el cual dedica precisamente a Ambrosio y a Jorge. Ni sombra de formalismos triunfalistas. Nos revela las contradicciones entre una América crecida en los virreinatos y capitanías generales de la corona española, que nunca propició unidad en sus dominios y, al Norte, las trece colonias inglesas, cuya economía se había levantado con el trabajo esclavo, que se asociaron estrechamente para independizarse de Inglaterra, donde se promovían ya leyes de abolición de la esclavitud. Se sintieron en posesión también del derecho de llamarse América. Roberto resume con rigor y claridad el recorrido inescrupuloso y violento de la construcción del imperio, con revelaciones que nuestro lector hallará valiosas, para concentrar en la Cuba revolucionaria sus últimas páginas, y expresar en ellas la complejidad geopolítica de la coyuntura que ahora se nos presenta. La grande, que no se limita al presente ni se resuelve en los límites del mar que nos rodea. 

El segundo ensayo, que completa la sección, es una sólida exposición de Michael Löwy, uno de los pensadores marxistas vivos más consecuentes de nuestro tiempo. El autor explora una coincidencia entre Walter Benjamin, uno de los marxistas más relevantes de la escuela de Frankfurt, y José Carlos Mariátegui, el más esclarecido de los marxistas latinoamericanos de la primera mitad del XX. Sin que llegaran a conocerse, aunque su corta vida coincidiera en el tiempo, ambos pensadores, renuentes a presupuestos dogmáticos, como debe ser, censurados en sus respectivos entornos por la ortodoxia estaliniana prevaleciente, coinciden en el rechazo crítico del concepto del “progreso” en el mundo de la ideología. Benjamin lo describe como “una tormenta catastrófica que nos aleja del paraíso, acumulando ruinas y víctimas”. La herejía mariateguiana “rompe con el enfoque eurocéntrico”, a diferencia de la de Benjamin, pero rechaza, como este, el “progreso”, desde su perspectiva, como “culto supersticioso”. Esta crítica es un tema sustancial, que aflora hoy en la heterodoxia revolucionaria latinoamericana reciente, y parece sustancias para desplegar el diseño de un socialismo sustentable.

El número siguiente de la revista, el 295, comienza también con una sección conmemorativa por el aniversario de la Casa de las Américas. Abre con la reproducción facsimilar de los mensajes de los compañeros Raúl Castro Ruz y Miguel Díaz-Canel a la institución. Le siguen las palabras de Roberto Fernández Retamar para inaugurar el Premio Literario 2019. “Nos enorgullece saber que muchos autores y autoras latinoamericanos y caribeños , entre los más valiosos, se sienten vinculados con nosotros, o murieron fieles a los ideales de la Casa y de nuestra Revolución [….] , una revolución que, como todas, no es un paseo por un jardín; al igual que cualquier creación humana no está exenta de errores, que rectifica, y ocurre a 90 millas del imperio que nos ha agredido de mil formas, incluyendo el bloqueo criminal de que se tiene noticia, y no deja de amenazarnos”, dice Roberto.

En el artículo que sigue, La casa antes de la Casa, Lorena Sánchez explora los orígenes de la edificación, una Asociación de Escritores y Artistas Latinoamericanos de identidad borrosa y ambigua. Una indagación para la cual muchos no habíamos encontrado respuesta. A mí personalmente siempre me motivó el parecido del diseño con el de algunos templos mormones que he visto. Tal vez un mimetismo de la época.

Cierra la sesión el texto de Jorge Fornet Radiografía de un entusiasmo: los escritores argentinos y la Casa de las Américas, propiamente un testimonio pionero, relatado con precisión de estudioso. Indispensable porque como dicen su palabras finales, sin el concurso de la intelectualidad argentina “la historia de la Casa difícilmente podría ser contada”. Parte de la presencia fundadora de Ezequiel Martínez Estrada y esa lista de autores que en los mismos sesenta se hizo numerosa, ganando premios, integrando jurados, estableciendo vínculos de colaboración: “servir de alguna manera a la Casa de las Américas, es decir, a su proyecto de integración latinoamericana”. Sin obviar las situaciones conflictuales, como el llamado caso Padilla, o los casos de enemistad declarada, como las “borrascosas opiniones de Borges de sobre Cuba” (se reconoció incluso a favor de la invasión de Girón), “pese a la admiración que despertaba en la Isla”. Sin pasar por alto los párrafos dedicados a Julio Cortázar, quien, según Fornet, “llevó más lejos que nadie entre sus coterráneos el entusiasmo por la Casa de las Américas”.

Doy de nuevo las gracias, a Jorge porque he podido decir algunas cosas que seguramente él, por modestia, omitiría, a Roberto por su afecto y sus enseñanzas y a la Casa por descubrirme la hondura de mi identidad  con ese “estado del alma” con que alguien la caracterizó.

A ustedes, gracias también. 

Tomado de La Ventana