El ascenso de Virgilio

José Manuel Lapeira Casas
14/10/2019

El amanecer habanero contiene el bullicio y el frenesí propio de una ciudad que despierta nuevamente a la vida. En su casi medio milenio de existencia, infinidad de personajes han montado escenas propias de la ciudad maravilla, superando con creces cualquier trama teatral o invención literaria. Entre tantos actores, presentes, pasados y futuros, destaca uno que por su lumbre espectral que nos acompaña hasta el día de hoy: ese es Virgilio Piñera.

Muchos lo conocemos como el dramaturgo por excelencia, mientras unos pocos afortunados lo descubren en sus facetas poéticas o narrativas. Lo cierto es que adentrarse a la obra del autor nacido en Cárdenas, equivale a internarse en la espesura exuberante y selvática de la mente de uno de los creadores cubanos más importantes del siglo XX. Una intelectualidad tan completa como la suya, solo reside en unos pocos virtuosos a quienes la vida les confirió la facultad de tener premoniciones incluso de su propia muerte ¿Casualidad? Ya yo no creo en ellas. Por estos motivos cualquier honor que se le tribute debe respetar el legado de quien en vida fue un haz de luz para su tiempo, y que sigue irradiando desde la inflexibilidad del inframundo.

Homenaje al destacado escritor Virgilio Piñera en la Uneac. Fotos: Cortesía de la Uneac
 

Con ese reto inmenso, la Sala Villena de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) acogió el pasado viernes 11 de octubre, un sencillo homenaje dedicado al destacado escritor a casi cuatro décadas de su escape terrenal hacia la eternidad.

En sus palabras inaugurales Alberto Marrero, Presidente de Escritores de la Uneac, ofreció algunas pistas sobre los últimos momentos de la vida de Virgilio quien se dice escribía una obra de teatro cuando sintió en su pecho la primera punzada, como algo que se parte. Todo fue repentino. Virgilio nos abandonaba a la edad de 67 años aunque semanas antes soñaba con una imagen muy similar a la de su cuerpo inerte sobre una camilla en la sala de emergencias del Hospital Calixto García, cubierto por una sábana blanca donde solo sobresalían sus pies desnudos.

Quizás ese fue el destino que siempre prefirió antes que la prolongada e inútil lucha contra alguna enfermedad. Hubiese sido un final espantoso para alguien de su altura. “Virgilio hasta en su propia muerte no dejo de lanzarnos imágenes inquietantes” afirmaba Marrero cuando se refería a aquellos momentos cuando sin saberlo trepaba a la eternidad, dicho lo cual se cuestionaba “¿Qué era la eternidad para Virgilio?” Las respuestas transcurren en las paradojas contradictorias que tanto marcaron sus creaciones.

 

Miedos e incomprensiones ajenas lo condujeron a un estado de escepticismo o de optimismo suspicaz dentro de su dimensión humana pero nunca llego a ser chato, banal o intrascendente. “Hombre controversial, de agudezas, provocaciones e ironías hilarantes, maldito ora por vocación, ora por desagravio, pero por encima de todo fiel a sí mismo, dejo una traza en la literatura del país que nada podrá borrar” así lo describió directivo de la Uneac cuando nos invitaba a pensar en cómo debía ser recordado.

Luego de las palabras introductorias vale destacar los paneles que invitaban a reflexionar sobre el tamaño de tan distinguido personaje en la literatura cubana y la presencia de aquellas manifestaciones artísticas dentro y fuera del campo de las letras de las que también disfrutaba Virgilio en sus momentos de ocio o soledad. De aquí destaco las palabras de Antón Arrufat, uno de sus amigos entrañables, al invitarnos a leer en la poesía de Piñera “ese acto de descubrimiento y búsqueda de uno mismo y de otros horizontes que siempre fue el centro de las preocupaciones de su autor”. Su obra lírica también expresaba una actividad casi secreta y de insospechada devoción al pintor René Portocarrero de quien decía Piñera, partía una porción importante de la naturaleza de algunos de sus versos.

Después de concluido el encuentro no podía creer el ser humano que había pasado indiferente ante mis ojos por tantos años. Lo había encasillado solamente en sus incursiones en el teatro sin sospechar siquiera todo el universo que encerraba su pluma. Cuando caminaba por las calles pensaba: ¿Cuánto esplendor más le hubiese entregado Virgilio a esa nación, que tanto amo, si no le hubiera tocado ascender tan pronto?