El libro de mi maestro

Yoimel González Hernández
12/1/2017

Tengo que reconocerlo: editar el libro de mi querido Eberto no resultó ser la típica labor de edición. Ya había tenido contacto con el material que conforma el libro. Habíamos leído en clases algunas de estas críticas, y durante el proceso del Doctorado en Ciencias del Arte de Eberto, alguna que otra volvió a resurgir en mis lecturas de su trabajo de defensa.

Mi humilde tarea para que ahora disfrutemos de Estaciones teatrales puedo describirla en apenas unos pocos pasos, que en el cronos mesurable duró algunos meses: leer 30 años de producción crítica y ensayística del autor y cotejar para el lector contemporáneo un corpus que circuló primigeniamente en diversas revistas y fuentes. En resumen: pasar la mano sobre el tiempo. Y en ese acto básico de palpar el tiempo transcurrido en la escritura de un autor, experimenté el peso de la isla, la impenetrabilidad del bosque del teatro y la profundidad de la mirada atenta e inquieta de su testigo.

Portada del libro  Estaciones Teatrales
Portada de Estaciones. Ediciones Alarcos 2016

Aunque parezca lo contrario, Eberto no fue un autor difícil. Saben a qué me refiero, a esos autores demasiado celosos con su obra que arremeten contra el editor como si fuera el profanador de su más preciado tesoro. Eberto me entregó el suyo, guardado durante tres décadas, y accedió a mis pocos antojos de editor. Agradezco su confianza, sobre todo cuando sabemos que el autor habla de sus críticas como de sus propias hijas, las llama por su nombre y sabe en qué año vieron la luz de la letra impresa.

Mis queridas amigas y colegas del ISA, Aimelys, Dania, Isabel y Patricia, me dirán que editar Estaciones teatrales fue casi como volver a las aulas de la Facultad de Arte Teatral donde escuchábamos las historias de Eberto. Es cierto. Todo o casi todo lo que nos enseñó está en esas páginas. Es decir, que nos lo entregó todo: sus 30 años de febril relación con el teatro, en la cotidiana rutina del aula. Estaciones teatrales es el libro de texto que no tuvimos, aquel con el que, de tenerlo, podíamos haber no concordado, en vez de someternos a la opinión del maestro frente a frente.

Ahí está todo o casi todo: la reverencia al maestro Vicente, su pasión por Chejov y el teatro ruso, el asombro ante la alquimia del dueto Estorino-Adria Santana, su eterna lucha con el teatro antropológico y experimental, su complicidad con Celdrán y Flora Lauten y las poética de Argos Teatro y Buendía, el respeto por el Odin y Barba, su fidelidad a Teatro Escambray…

Estaciones teatrales es, no lo dudemos, un recorrido por el teatro, cubano e internacional, al que Eberto accedió durante todos estos años de trabajo y disfrute. Pero sobre todo, su libro es una mirada detenida, profunda e intencionada de las más recientes décadas del teatro cubano. En sus páginas subyacen los principales colectivos, dramaturgos y actores que han poblado la escena y la dramaturgia nacional en los últimos 35 años. Pero lo más interesante no es el paisaje panorámico que nos brinda el autor, sino más específicamente dónde pone su mirada, cómo lee los procesos teatrales en curso y la posición que toma como crítico e investigador ante los derroteros escénicos, las estaciones, diría él. Su mirada del teatro cubano no es neutral. Por el contrario, se atreve a tomar partido, a arriesgar hipótesis, a abrir caminos, como un Elegguá, entre el marasmo de la selva oscura de nuestro teatro.

Para aquellos que fueron mis alumnos y que todavía pueblan las aulas de la Facultad de Arte Teatral, aquellos con quienes intenté compartir lo que aprendí de mis maestros, les recuerdo que Estaciones teatrales pertenece a ese conjunto de libros que quisiera llamar “los libros de mis maestros”. Entre ellos están aquellos que recogen la producción crítica de nuestros padres y madres en la profesión: Rine Leal, Vivian Martínez Tabares, Norge Espinosa, Amado del Pino, ya sé que pronto verán la luz los libros de Omar Valiño y de Osvaldo Cano. Todos ellos, y otros, son los testigos del teatro que no tuvimos la dicha de ver, del tiempo transcurrido sobre las tablas, de la inmensa pasión del ser humano por comprender la magia del teatro. A nosotros, sus discípulos, solo nos queda pasar la mano sobre el tiempo que ellos ya vivieron y nos regalan.

Desde la lejanía todavía añoro pasar mis manos sobre el libro de mi maestro. Recorrer la cubierta donde ese hombre que es Eberto, como un San Sebastián, es atravesado por las flechas de las estaciones que marcan los momentos más importantes de la vida. El ser humano atravesado por el teatro. El arte atravesando la llaga más profunda de la sensibilidad y el alma humanas.