Elena siempre fue por más

Pedro de la Hoz
27/2/2018

En una película que no corrió muy buena suerte que digamos por su intrincada experimentación, Barroco (1988), del mexicano Paul Leduc, asistimos a la interpretación a dúo de la canción Réquiem, por Elena Burke y su autor, Silvio Rodríguez. Los dos visten ropaje de época —se supone que la trama suceda en la primera mitad del siglo XVIII, cuando los protagonistas de la novela inspiradora, Concierto barroco, de Alejo Carpentier, un amo indiano y un esclavo negro, viajan a Europa.

Elena Burke, Frank Emilio y Tania Castellanos. Foto: La Jiribilla
 

Silvio guitarra en mano y Elena sentada en una taberna, con la voz templada por la atmósfera nostálgica de ese momento del filme. Elena refrendando a esas alturas de su carrera lo que ya sabíamos: su compromiso con una manera diferente de abordar la canción que identificamos como  Nueva Trova.

En una de sus crónicas sobre la vida musical cubana, Bladimir Zamora, ese poeta de la bohemia más reciente que nunca olvidaremos, despejó lo que para algunos era una paradoja: “Cualquiera podría pensar que esta mujer tan gozadora del ambiente de los grandes cabarets y los pequeños clubes nocturnos, amante de las inmortales canciones de amor y desamor, y capaz de hacer temas de pura burla y picardía femenina; no se interesaría por esa que han llamado desde hace mucho, canción comprometida. Afortunadamente las muchísimas grabaciones que se conservan demuestran lo contrario”.Bladimir puntualizó al respecto: “Pablo Milanés y Silvio Rodríguez, cuando no llenaban plazas del patio, ni foráneas, tuvieron también el espaldarazo de la Burke”.

A Luis Brunet, en una conversación sostenida a fines de los 90, rescatada a raíz del deceso de la artista y publicada en junio de 2002 en la revista digital La Jiribilla, se leen estas palabras: “No sigo con la canción que me dio mucho éxito en los años cincuenta. No puedo pasarme toda la vida cantándola. Si yo me quedo en el filin, si no canto las canciones de la Nueva Trova, creo que me muero. Hay que seguir adelante. Y si después surgen otras valiosas, seguro que intento incorporarlas”.

Es, que en efecto, estamos ante una artista poseedora de un olfato extraordinario para descubrir lo nuevo, estar al día y plantearse retadoras metas. En una entrevista confesó cómo no siempre le gustó escucharse, pues le parecía que podía hacer las cosas de un modo diferente; que de haberle sido dada la posibilidad de escoger una voz se quedaría con la de Yma Sumac, una soprano peruana de inusual registro, pero que había aprendido a conformarse con la suya de contralto y, a dios gracias, le iba bien.

No es asunto de registro ni color vocal, ni de esa afinación precisa por la que se distinguió, ni de poner cada frase en su sitio. La grandeza de Elena reside en la convicción con que canta —sea el verbo conjugado en presente- y transmite la sustancia del canto, sus contenidos textuales, emocionales y musicales, mediante un proceso natural de apropiación y recreación, en el que mucho tienen que ver su afinidad  e inteligencia.

De tal manera parecen hechas a su medida unas cuantas canciones de Pablo Milanés que hallaron en las interpretaciones de Elena una enorme difusión: sirvan de ejemplos Para vivir y Ámame como soy, Llegaste a mi cuerpo abierto y Los años mozos. Ella, que venía del filin, advirtió tempranamente que algo nuevo estaba pasando en la canción cubana cuando tempranamente asumió Mis 22 años, parteaguas entre dos zonas de la trova.

No podía ser ajeno a la sensibilidad de la cantante, por la fineza de la carga erótica, un tema como Todos los ojos te miran. La canción, compuesta a finales de los años 80 e incluida por el trovador en el disco Canto de la abuela (1991) es de las preferidas de Pablo que según él deberían ser más conocidas por los jóvenes que acuden a sus conciertos. Elena le saca partido a la entonación y paladea cada verso como quien da testimonio de una vivencia propia.

 
Portada del disco

 

Es lo mismo que ocurre cuando se la escucha en una pieza de Silvio Rodríguez que de difundirse nuevamente hoy en la voz de ella resultaría un descubrimiento. Hablo de El barquero, de la etapa inicial de Silvio, y que Elena registró en un sencillo.  De ello el mismotrovador ofreció en su blog Segunda Cita el siguiente testimonio: “Elena grabó El Barquero creo que en el 69, con una orquestación fabulosa de la gran Enriqueta Almanza (qué poco se habla de ella). Lo fantástico fue que Enriqueta distribuyó en toda la orquesta cada detalle que yo hacía en la guitarra. Me dejó patidifuso (una palabra que ya no se usa mucho) y por supuesto muy agradecido”.

Elena disfrutó mucho dándole cuerpo a otras canciones de Silvio —hay que recordar su versión de Hay un grupo que dice—, y de modo muy especial Te doy una canción. No es un secreto para nadie que al darle vuelo a esta pieza, como lo hizo Omara Portuondo con La era está pariendo un corazón, contribuyó —contribuyeron ambas- a que la Nueva Trova trascendiera el círculo de las jornadas conmemorativas o luctuosas al que la habían confinado ciertos usos mediáticos.

Un recorte de prensa y una grabación nos ponen sobre la pista de cómo Elena, más allá de su entrañable cercanía a la trova renovada de su patria, se insertó también en determinados momentos, en el entorno de la nueva canción latinoamericana de su época.

El primero nos remite a su participación el 10 de septiembre de 1987, junto a Omara, en el festival Víctor Jara Vive, efectuado en el Auditorio Nacional de México en homenaje al cantautor víctima de la asonada fascista contra la Unidad Popular chilena. En esa ocasión compartió faenas con el grupo chileno Illapú, entonces en el exilio, y el grupo mexicano Los Folkloristas.

La segunda se puede hallar en una rareza discográfica, un breve álbum de vinilo de aquellos llamados extended play —más largo que un sencillo y más corto que un LP o de larga duración—, publicado en 1969 por Ediciones Rocinante, en Venezuela, a partir de grabaciones realizadas en La Habana bajo el auspicio de la Casa de las Américas, como se hace explícita en la carátula que reproduce el célebre cartel de La Rosa y la Espina, de Alfredo Rostgaard para el Encuentro de la Canción Protesta, de la institución fundada y dirigida entonces por Haydée Santamaría.

Es un homenaje al Che Guevara, asesinado dos años antes en Bolivia, que incluye canciones de Pablo Milanés (Si el poeta eres tú), Vicente Feliú (Una canción necesaria), dos de Noel Nicola (Diciembre 3 y 4 y Pero no es réquiem) y otras dos del uruguayo Daniel Viglietti (Canción del hombre nuevo, que le da título al disco, y Cancióndel Guerrillero Heroico). Solo que esta última no la canta Viglietti, sino una Elena Burke espléndida en el tono elegíaco demandado por la composición. Por cierto, Viglietti no había grabado en su voz esa obra y solo lo hizo un tiempo después. “La Burke —recordaría al cabo del tiempo— llenó todos los espacios y los silencios; nadie mejor que ella para expresar aquella canción”.

Nos sentimos convocados para que la memoria de la Elena que he evocado en estas líneas, a 90 años de su nacimiento en La Habana el 28 de febrero de 1928, continúe alimentando el fuego de la canción compañera de lo mejor de los seres humanos.