En el centro de la diana. Notas en torno a un libro necesario

Hassan Pérez Casabona
13/12/2018

I

Hace apenas un mes, durante la Cumbre Iberoamericana efectuada en Guatemala, volvió a brillar, por la contundencia de sus argumentaciones, el presidente Evo Morales Ayma. Con elocuencia y seguridad en sus palabras, el mandatario andino se ratificó como dirigente de estatura continental. Semanas atrás, durante el desarrollo del período ordinario de sesiones de la Asamblea General de Naciones Unidas, Evo desgranó argumentos irrefutables incluso delante del presidente estadounidense Donald Trump, el cual, pese a su manifiesta incontinencia en estas lides internacionales, se vio obligado a guardar silencio ante el vigor de la presentación de un hombre que surgió de los sectores más humildes de su pueblo.


Presidente boliviano Evo Morales. Fotos: Internet

 

Unos años antes, en esta misma línea, el estadista indígena realizó también una exposición demoledora frente a autoridades de Defensa y altos oficiales de países de la funesta Organización de Estados Americanos, reunidos en suelo boliviano. En todos los casos Evo, mirando a los ojos de sus interlocutores, reflexionó sobre el papel ignominioso desempeñado durante siglos por las potencias coloniales y las estructuras creadas desde el advenimiento de la centuria pasada, con el objetivo de maniatarnos.

Es tal el prestigio —y los resultados concretos en su labor— alcanzado por el otrora líder sindical desde que asumió en 2006 la más alta responsabilidad política de su país, que se ha vuelto blanco frecuente de los ataques imperiales, con la finalidad de desacreditarlo, inhabilitarlo de sus funciones y, peor aún, llevarlo a la cárcel (al igual que hicieron con Lula da Silva); todo ello para impedir que prosiga encabezando las trasformaciones emancipatorias que tienen lugar en su bella y noble nación.

Tanto los que dictan las pautas criminales desde los centros de poder, como sus acólitos en los espacios domésticos, saben que Evo no tiene rivales que puedan, desde esos proyectos perfectamente alineados con Washington, disputarle en una contienda limpia y sin artilugios, el respaldo popular. Esa verdad del tamaño de un templo los lleva a maquinar todo tipo de estratagemas, en el afán de coronar sus pretensiones. Desde intentar relanzar la figura carcomida de Carlos Mesa (para ser exactos hay que decir que se trata de una jugada que encarna el pasado, ni siquiera reconfigurado en copa nueva) hasta emprenderla contra la intimidad de un hombre que está pintado, parafraseando al Che, de los colores originarios de nuestros pueblos.

Hasta octubre de 2019, fecha en que tendrán lugar los comicios presidenciales, se dirimirá un verdadero campo de batalla, con resonancias que desbordan La Paz, Santa Cruz, Cochabamba y el resto de las hermosas ciudades bolivianas, expresiones ellas mismas de la intensidad con la que se ha trabajado durante estos dos sexenios. El escenario fundamental de la lucha tiene que estar en el plano de las ideas, fundamentalmente dentro de una población que en su inmensa mayoría, por primera vez en su historia ancestral (el 6 de agosto de 2025 se cumplen los 200 años de vida republicana), fue protagonista de su destino.

No existe ninguna duda de que ese hombre sencillo (quien nació en Isallavi, pequeña comunidad cercana al pueblo de Orinoca, en el departamento de Oruro) posee el temple necesario para encarar los complejos retos del futuro.[1] Esa vocación, la de luchar sin hacer concesiones en sus principios, la aprendió desde la infancia, robusteciendo luego en su juventud dicho sentimiento mientras trabajó como pastor de llamas, ladrillero, panadero y trompetista, y más tarde en la vanguardia de la lucha sindical.

II

En un mundo pletórico de imágenes —en buena parte concebidas para apartarnos de la médula de los asuntos—, todo lo que apunte a propiciar el crecimiento intelectual desde posiciones contrahegemónicas está prácticamente condenado a nadar a contracorriente. Es una de las consecuencias de ese planeta patas arriba que describió con agudeza Eduardo Galeano, en el que lo fatuo se levanta por encima de lo sustantivo.

Como sostén de esas engañifas se erige el capital monopolista transnacional, empeñado en colonizar las mentes desde el consumo desmedido. Con certeza lo denunció en múltiples ocasiones el Comandante en Jefe Fidel Castro, al afirmar que le robaron el aparato de pensar a las personas y que las grandes compañías, a través de la televisión y el resto de los medios, se abrogaron el derecho de decidir cómo debíamos vestirnos, qué productos adquirir o, peor aún, por quién votar en una elección.

En esa concepción diabólica cada pieza encarna objetivos específicos, dentro de un engranaje que toma como motor la separación del ser humano con la realidad. Es, sin lugar a dudas, una formulación tenebrosa que se vertebra sobre la fractura con nuestras raíces, la apatía por las problemáticas presentes y el total desinterés por el acontecer futuro. El empeño de esas élites, además, radica en cercenarnos la posibilidad de apreciar, en toda su magnitud, nuestro devenir como naciones.

En el imaginario de los poderosos siempre aparecemos los de tez oscura, ojos rasgados, espíritu abierto o cualquier otro rasgo diferente a los suyos, como comunidades menores,  carentes de los atributos para descollar en el concierto internacional. Es algo macabro que, desde este lado de la tierra, se remonta al período en que inmigrantes puritanos en el norte se pensaron como espacio a imitar en lo “alto de la colina”, invocando un mandato divino; hasta las manifestaciones ultrajantes de Donald Trump en Puerto Rico, lanzando papel sanitario a un pueblo que aún vive el horror de no poder recuperarse de los embates del huracán María.[2]

Los que continuamos creyendo en las utopías, y no renunciamos a tocar con las manos nuevos horizontes, necesitamos incrementar el morral de argumentos, con el que batirnos en este combate. De ahí la significación de proyectos editoriales concebidos para dotarnos, despojados de lugares comunes y repeticiones estériles, de herramientas de enorme valor en el afán de colocar cada cosa en su debido lugar.

III

América Latina y el Caribe están plagados de extraordinarios acontecimientos y figuras. A lo largo de centurias nuestros pueblos no cejaron en el empeño de construir una identidad propia, tomando como brújula las aspiraciones emancipatorias.

Esa voluntad, la de no dejarnos engullir por la apetencias imperiales, nos condujo a hablar con autenticidad en el concierto internacional, orgullosos del legado de nuestro predecesores. Es cierto que dicho devenir no fue sobre lechos de rosas ni calzadas reales. Asimismo tuvimos que encarar no solo a adversarios foráneos, sino a cipayos que vendieron sus almas a postores, los cuales al final, como también sucedió 25 siglos atrás en Roma, los despreciaron.

Como todo resultado verdadero, el sentimiento integracionista emergió fortalecido de la pugna entre los que nos entregamos por entero a la Patria Grande y quienes asumieron actitudes genuflexas, ante las intimidaciones procedentes del Norte. No formamos esos valores dentro de urnas de cristal, sino peleando en diferentes terrenos y con instrumentos diversos, en pos de mantener enhiesta la frente y tender la mano solidaria a todos aquellos que desean levantar puentes y no muros.

En la última etapa, sin embargo, la rancia burguesía hemisférica se envalentonó en sus propósitos de revertir el panorama de logros que alcanzamos durante la gestión gubernamental liderada por diferentes movimientos y partidos de izquierda. Su actitud calenturienta se intensificó con los éxitos electorales en Argentina, y los golpes de Estado parlamentarios que consumaron contra Fernando Lugo, en Paraguay, y Dilma Roussef, en Brasil, así como la reciente victoria en la propia nación de una figura de talente fascistoide como Jair Bolsonaro. Este personaje ultraconservador, misógino y con expresiones bárbaras en múltiples temáticas, no ha asumido todavía la banda presidencial en el Palacio de Planalto y ya pisotea a su propio pueblo, al  privar a millones de ciudadanos del acceso a la salud que se garantizaba, básicamente, mediante la presencia de galenos cubanos como parte del programa Más Médicos.


Jair Bolsonaro no ha asumido todavía la banda presidencial en el
Palacio de Planalto y ya pisotea a su propio pueblo.

 

El combate entre revolución y contrarrevolución (el dilema real que está sobre el tapete en esta hora definitoria) es mucho más complejo y abarcador que las porfías en las urnas. Transita de igual manera por todos los ámbitos de la sociedad y se presenta con tonalidades diversas. En ese sentido no podemos retroceder en ningún plano (incluyendo los imaginarios colectivos) pues los enemigos de siempre —desprovistos de ética y escrúpulo alguno— están dispuestos a emplear cualquier procedimiento en aras de mantener intactos su privilegios y, más grave aún, arremeter contra los humildes, porque nos atrevimos a desafiar la hegemonía de esas clases dominantes.

Nuestra divisa esencial, la unidad, tiene que acrecentarse. Solo la cohesión en torno a las ideas estratégicas —desde agrupaciones con miras y proyecciones amplias— nos hará salir airosos en esta batalla, donde las ideas adquieren especial relieve.

IV

El libro Bolivia Leaks. La injerencia política de Estados Unidos contra el proceso de cambio (2006-2010), con la edición del Ministerio de la Presidencia del Estado Plurinacional de Bolivia y coordinado por Juan Ramón Quintana Taborga, embajador del hermano pueblo en Cuba, es un verdadero mazazo en el rostro impúdico imperial, al tiempo que una demostración inequívoca de que en nuestro lado de la trinchera existe toda la sabiduría para salir airosos en cualquier escenario de lucha.

A partir de una documentada investigación —con una prosa elegante y un argumento que se entreteje de forma orgánica dentro del torrente central que le da cuerpo al texto— un quinteto de jóvenes autores disecciona las estratagemas intervencionistas estadounidenses en la nación andina.

Mediante el empleo de diversos referentes teóricos y disciplinas —la historia, el derecho, la sociología, la ciencia política, los estudios sobre seguridad y defensa, las relaciones internacionales, entre otras—, los cuales se amalgaman en torno al tronco común que brota del compromiso revolucionario, el embajador Quintana Taborga, en una introducción devenida pórtico de lujo para comprender las ataduras que generó un pasado de sumisión, junto a Fernando Torres Gorena, Jessica Suárez Mamani, Loreta Tellería Escobar e Iván Fernando Mérida Aguilar, realizan análisis de hondo calado para develar la verdadera naturaleza de las acciones acometidas por la delegación diplomática estadounidense.

Tomando el toro por los cuernos emergen a través de estos ensayos los nexos entre la embajada yanqui y conocidos e inesperados colaboradores, en la misma medida en que se afianza una idea de larga data asumida por la vanguardia revolucionaria e intelectual del continente: la diplomacia del poderoso vecino se dedica fundamentalmente a labores de inteligencia que les garanticen, en algunos sitios, la preservación de sus intereses estratégicos, y en otros —donde los desposeídos sienten que detentan el poder, como es el caso boliviano— el quebrantamiento de las bases de esos procesos, valiéndose de los más inverosímiles mecanismos, con el propósito de volver a colocarlos bajo su órbita.

Con agudeza lo expresó décadas atrás Raúl Roa, Canciller de la Dignidad: “El único lugar exento de que se produzca un golpe de Estado es Washington, porque en dicha capital no hay una embajada de Estados Unidos”. 

Con valentía y rigor, sin medias tintas, como debe ser el combate ideológico, en las páginas de la obra se coloca el nombre exacto sobre cada acontecimiento y figura. Si bien la materia prima para las valoraciones tuvo como rampa de despegue la aparición de los cables de Wikileaks (1299 de los 251 287 están relacionados con Bolivia, el octavo país con mayor número de estos documentos oficiales emanados desde la actividad diplomática estadounidense), lo cierto es que el examen desborda lo fático, para adentrarse en lo perverso de la relación y componendas establecidas a lo largo del tiempo, entre los representantes del poder imperialista y sus corifeos en una nación con cultura y valores ancestrales.

Este es uno de los tantos méritos de la investigación: no es solo un material útil para las peleas de hoy, sino que encontramos reflexiones de enorme valía para entender la esencia de un sistema que durante más de una centuria garantizó que Wall Street esquilmara nuestro recursos, del mismo modo que en el plano ideológico y cultural se cebaba un andamiaje de pleitesía hacia el american way of life.

Con la precisión que exhiben los cirujanos dentro del quirófano, cado uno de estos analistas blande el escalpelo en aras de remover los tejidos infestados. Saben que la descomposición, desafortunadamente, es superior a lo que se palpa de manera inicial, de ahí la encomienda impostergable de sumergirse hasta la médula en cuestiones que, en modo alguno fortuito, fueron ignoradas desde las instituciones de pensamiento inherentes a los modelos corroídos que proliferaron, en contubernio macabro entre el amo con prerrogativas omnímodas y el vasallo satisfecho por acceder a migajas del pastel.

Como las zonas de necropsia son múltiples, es necesario proceder en varios ámbitos a la vez. Esa tarea la acometen sin rehuir ningún aspecto, por filoso que sea. Bajo el prisma de que se trata de un carcinoma que solo es posible entender como resultado de un tipo de relación histórica concebida para privilegiar los intereses espurios de una élite, que se piensa desde una supuesta infalibilidad mesiánica, ponen el dedo sobre la llaga, como única vía para drenar la podredumbre y comenzar a levantar los cimientos de un nuevo modo de actuación.

Durante la “democracia pactada” que proliferó hasta la llegada de Evo Morales,  se impuso un andamiaje enfocado en la “domesticación” de las estructuras y ciudadanos, como soporte para el latrocinio de los usurpadores de siempre. En verdad era un esquema elaborado como remake de los virreinatos y protectorados donde formalmente se mostraban atributos, pero la soberanía estaba por completo cercenada. La aberración fue tal que, en palabras de los autores, un sargento estadounidense mandaba más que un general, y las decisiones trascendentales se generaban desde la sede diplomática yanqui o debían recibir el visto bueno de estas para su implementación.

Por supuesto que no fue Bolivia el único territorio marcado por dicho flagelo. Pienso, por citar solo uno ejemplos, en la sorna con que los Enoch Crowder, Benjamín Sumer Wells, Earl Smith o Philip Bonsal reconocían que, en muchas ocasiones el embajador de Estados Unidos era el hombre más importante en la Mayor de las Antillas. O cuando uno de esos personajes intentó pedir disculpas, en 1948, luego de que la efigie de José Martí fuera mancillada por unos marines embriagados, y no conocía el nombre de nuestro Héroe Nacional. Era tal la desfachatez e impunidad con que laceraban constantemente a hombres y mujeres curtidos por el trabajo de sol a sol.

Esa ligazón dantesca, que ultrajó la memoria de todos los que desde Túpac Catari hasta Camilo Torres, Berta Cáceres o Santiago Maldonado dieron sus vidas por una patria libre, no puede instaurarse nuevamente como norma.

El libro, en su conjunto, adquiere un vigor expositivo que propicia una lectura con el ímpetu con que se asume una novela de excelencia. Solo que esta vez la veracidad de los hechos desborda cualquier recurso literario. El texto, y es otro acierto, no es el empaste forzoso de varios trabajos, sino una obra ejecutada con organicidad impresionante en la que cada estudio brinda nuevas aportaciones, en la misma medida en que complementa y enriquece la idea central que le da vida.  


A partir de una documentada investigación, un quinteto de jóvenes autores disecciona
las estratagemas intervencionistas estadounidenses en la nación andina.

 

Sin obstáculo de ninguna clase salen a la superficie las mendicidades de los sectores privilegiados internos hacia los capataces imperiales. Esos grupos siguen detenidos en el tiempo con la añoranza de llevar adelante el decálogo de John Williamson, que tomó cuerpo en el denominado Consenso de Washington. Esta obra es también una confirmación del desfasaje de estos grupos, los cuales no podrán hacer desaparecer —ni siquiera en los espacios donde la derecha comenzó nuevamente a mostrar sus fauces— el enorme acervo que los pueblos incorporaron a la lucha durante años de intenso bregar bajo la impronta de Chávez, Lula, Evo, Néstor y Cristina Kirchner, Correa, Daniel, Tabaré, Mujica y Maduro.

Otro tanto a favor de la travesía, que hoy cristaliza en esta edición, es el hecho de que la misma pone al descubierto concertaciones de la más variada calaña, con el objetivo de impedir primero la llegada de Evo Morales al gobierno y de sacarlo luego de la máxima responsabilidad gubernamental por cualquier vía, incluyendo el magnicidio. Dentro de esos capítulos, donde la mano del Tío Sam se mostró con toda su maldad, sobresalen los intentos del golpe cívico-prefectoral de 2008.

En aquella oportunidad —al igual que antes y después— la labor abyecta de los entreguistas y la intromisión de los creadores de la partitura llegaron a un paroxismo pocas veces visto, torpedeando con claras intenciones secesionistas los acontecimientos en Tarija, Beni, Pando, Santa Cruz y, en sentido general, en toda la geografía boliviana. Dicho proceder aborrecible propició que los representantes diplomáticos del Departamento de Estado, cual mutación kafkiana, elaboraran sus partes escribiendo con el vocabulario de la oposición interna. 

Como los investigadores tienen claridad sobre quiénes diseñaron los guiones de las distintas operetas, logran desentrañar una telaraña que, como ya expresamos, la historiografía adherida a la alternancia burguesa en el poder  no se molestó en examinar. Esos hilos, que invariablemente siguen la ruta del dinero, interconectaban lo mismo a funcionarios de la cancillería, altos mandos militares (la institución armada signada por la fragilidad ideológica y los dobles discursos), que a supuestos defensores de derechos civiles. No en balde Evo, consciente de la necesidad de su transformación, creó la Escuela de Comando Antimperialista General Juan José Torres González, para preparar a la nueva oficialidad

La armazón resultante se vertebraba desde las fachadas que brindan la UASID, la NED, la Cuenta Desafíos del Milenio y otros engendros, parapetados todos a su vez en torno a la vedette de la función: la Agencia Central de Inteligencia. El libro, de manera contundente, arranca de cuajo los antifaces y pantomimas de una puesta en escena que siempre conduce a Langley y otros oscuros rincones. Las revelaciones que facilitó Wikileaks fueron el punto de partida, pero para descorrer las máscaras y, evitar así las excomulgaciones de plañideras, había que ir más allá. Este texto no es un vuelo fugaz y epidérmico, sino tránsito integral sobre senderos escabrosos.

Es una pelea contra viejos y nuevos demonios donde cada pregunta tiene su respuesta, especialmente porque no deseamos los desechos que, como apunta el embajador Quintana Taborga, nos llegaban “traducidos en escuelitas de adobe, mantequilla o leche en polvo con el logotipo de Alianza para el Progreso/USAID o en letrinas pintadas de blanco con pedazos de calamina como techo”.

Si algo deja claro el recorrido por las páginas de Bolivia Leaks… es el temor de las élites a los valores de nuestros pueblos y a sus legítimos representantes. La miopía y arrogancia en el comportamiento de quienes nos desprecian —dos rasgos perniciosos particularmente nefastos en sus efectos combinados— los llevó a cometer por enésima vez el error de subestimarnos. “La administración de Morales nos necesita”, afirmó el exponente de una nación marcada por el destino manifiesto, con la certeza de estar uncido por una miel divina que lo convertía en intocable.[3]

La historia, que no se escribe en modo subjuntivo, le regaló una sorpresa al destabilizador consuetudinario: el 10 de septiembre de 2008 el otrora líder campesino, orgulloso en todo momento de su origen indígena, expulsó al embajador Philip Goldberg, personero en la cúspide de la conspiración, al igual que haría más tarde con la DEA y los programas de la USAID. El funcionario, promovido luego a Secretario de Estado Adjunto para Inteligencia, en retribución a su historial macabro en los Balcanes y Sudamérica, solo atinó desconcertado a amenazar ante el anuncio firme del presidente. Eran sus palabras, en buena medida, alaridos que anunciaban los estertores de un sistema que ya no toleraríamos.

Ese mismo líder que no deja de recordar la idea de Chávez de “meterle pecho a los problemas” fue el principal impulsor de una Asamblea Constituyente que dio como resultado la nueva Constitución Política de la cual brotó el Estado Plurinacional, el cual reivindicó derechos ancestrales y, con mirada serena e inamovible, se encamina hacia horizontes que redunden en un buen vivir para su pueblo.

El texto, por último, es también nítido exponente de que hay una generación de jóvenes y a la vez experimentados académicos y analistas comprometidos con el destino de su patria. Ellos encarnan al intelectual orgánico del que habló Gramsci, y que tantos han hecho realidad desde múltiples trincheras. No en balde en más de una ocasión los mayorales estadounidenses y sus secuaces nacionales arremetieron contra Quintana Taborga, por ese entonces Ministro de la Presidencia, identificándolo como uno de los dirigentes de mayor proyección antimperialista.

“Si ladran los perros es porque existimos”, le gustaba recordar al inolvidable Comandante Hugo Chávez, inspirado en el diálogo entre el Quijote y su escudero. Ante los molinos por desafiar seguiremos existiendo y venciendo, y los pusilánimes de todas las épocas, con independencia del ropaje que utilicen y de quiénes los amamanten desde el Norte, continuarán yéndose de bruces. En estas páginas aflora, en tanto sus argumentos doblegan al enemigo, la potencia de aymaras, quechuas, emberas, mapuches, garífunas o miskitos. Los de este lado de la trinchera no dejaremos de estar absueltos. Los que venden sus almas, y quienes los cobijan, no pueden escapar del estercolero de la historia. ¡Enhorabuena la aparición de este libro!

 

Notas y citas:
 
[1] “Mis papás me contaron que el día que estaba naciendo casi muero porque, al momento del parto, mi madre tuvo una fuerte hemorragia. No había médicos ni enfermeras para que la atiendan. La intervención de una abuelita curandera y la solidaridad de las vecinas nos salvaron. (…) Mi papá, cada mañana antes de salir al trabajo, hacía su convite para la Pachamama, mi mamá también challaba con alcohol y hojas de coca para que nos vaya bien. Era como si mis padres hablaran con la tierra. (…) Siempre recuerdo las flotas que transitaban por la carretera. La gente arrojaba cáscaras de naranja o plátano en el camino. Yo recogía esas cáscaras para comer. Desde entonces, uno de mis sueños era viajar en alguno de esos buses”. Véase en Evo. Una historia de dignidad, La Paz, pp. 3-6.
 
[2]En relación a la manera en que se perciben varios de los rasgos esenciales relacionados con Estados Unidos, escribe uno de los intelectuales más renombrados de ese país.  “Históricamente, la identidad nacional estadounidense se ha definido culturalmente por la herencia de la civilización occidental, y políticamente por los principios del credo norteamericano en el que coinciden abrumadoramente los estadounidenses: libertad, democracia, individualismo, igualdad ante la ley, constitucionalismo, propiedad privada. A finales del siglo XX, ambos componentes de la identidad norteamericana se vieron sometidos a un violento ataque, concentrado y continuo, por parte de un número pequeño pero influyente de intelectuales y publicistas. (…) Los multiculturalistas estadounidenses rechazan igualmente la herencia cultural de su país. Sin embargo, en lugar de intentar identificar a los Estados Unidos con otra civilización, desean crear un país de muchas civilizaciones, lo que equivale a decir un país que no pertenezca a ninguna civilización y carezca de núcleo cultural. La historia demuestra que ningún país así constituido puede pervivir largo tiempo como una sociedad coherente. Unos Estados Unidos de múltiples civilizaciones no serán los Estados Unidos, serán las Naciones Unidas”. Véase Samuel P. Huntington: El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial. Ed. Paidós, Buenos Aires, 2001, pp. 300-301. 
 
[3] Escribe el embajador Quintana Taborga: “El escenario jamás imaginado de un país soberano a partir de la desocupación del poder imperial en Bolivia y la nacionalización de sus estructuras estatales implicaron para Washington una sensación de pérdida dramática, pero a la vez de una derrota  política humillante frente a un país al que se lo había acostumbrado a obedecer y a una sociedad resignada a su dominio. (…) La maquinaria subversiva instalada en la embajada se complementó con sus redes aliadas, sostenidas en centenares de organizaciones no gubernamentales financiadas desde Washington o desde la propia ciudad de La Paz a través de USAID-PL-480. Estos denominados “hongos tácticos funcionales” de las organizaciones no gubernamentales, que en buena parte fueron creadas precisamente para cumplir el rol de informantes clave en el Tercer Mundo en la década de los 50 y 60 en plena Guerra Fría y al servicio del imperio, ofrecían información valiosa a partir de su anclaje territorial o institucional”. Ob. Cit., pp. 38-41.