Enrique José Varona: Orígenes fundacionales de la educación y la pedagogía en Cuba. Parte II

Alicia Conde Rodríguez
19/4/2021

Si una cuestión ha sido medular en la enseñanza cubana, desde los primeros intentos de emancipación de la escolástica hasta el empeño de transformación de la enseñanza en la primera mitad del siglo XX, es la relacionada con el método. Enseñar a pensar expresa la clave de la escuela moderna, implica un cambio en la actitud y aptitud del maestro ante el conocimiento y en consecuencia un horizonte nuevo para el alumno. Expresa también una clave de identidad, pues solo a través de la independencia crítica del pensamiento se afirma la personalidad del individuo y la de la nación para el ejercicio del gobierno propio.

Pensar su naturaleza, su ideología, su filosofía, su lógica, su política, sus costumbres, su moral, su religión, su economía, su sociedad, su cultura toda, es crear las bases de una diferencia, de una singularidad universal que identificaría a la nación cubana.

Debe significarse que, si bien el punto de partida de la nueva enseñanza era enseñar a pensar, romper con la tradición cuya primacía de la erudición anulaba el espíritu investigativo resultó una proeza solo el intento, pues los obstáculos que se levantaban en la práctica así lo determinaron.

Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona. Imagen: Tribuna de la Habana
 

Varona demuestra su independencia intelectual a partir de su exigencia hacia los referentes teóricos con los que contó en su época: Augusto Comte, Herbert Spencer, John Stuart Mill, Híppolyte Taine o Alexander Bain, y privilegió en la conformación de sus ideas el legado de nuestro siglo XIX creador. Nadie como José de la Luz le daría la clave de la ciencia que es una, solo se divide para conocer, pero se ha de reunir para entender; la necesidad de una antropología filosófica que contendría a todas las ciencias que estudian al hombre para conocer la sociedad; la propuesta de formación del hombre que requería de la creación de una racionalidad y una espiritualidad sin ataduras a los dogmas de ninguna autoridad, lo que lo identifica no solo con el espíritu de la escuela moderna, sino con la necesidad de formar en Cuba a seres activos y pensadores: “(…) yo no quiero esa ciega obediencia, que será muy oportuna en otros casos, pero que de nada puede servirme a mí que trato de encender, no de apagar, de crear hombres, no máquinas”.8 Nadie como Luz le descubriría el desvelo y la angustia por la enseñanza: “Hombres más bien que académicos es la necesidad de la época”.9

En el año 1902 saldría a la luz el texto Nociones de Lógica de Varona, mientras fungía como catedrático en Psicología, Filosofía, Moral y Sociología en la Universidad de La Habana. Inspirado en la nueva orientación que los estudios debían tener, lo elaboró para la clase de Lógica de los Institutos y Escuelas Normales. Cómo entrenar al estudiante en la adquisición de conocimientos, cómo conducir su espíritu de manera que se alejara del error, cuáles eran los medios de que debía valerse en ese escabroso camino que es la investigación.

El análisis de la inferencia inmediata y la inferencia mediata10 como modos del conocimiento entre los cuales señalaba también la intuición y la observación, le permitía establecer las diferencias entre el método basado en la observación y la experimentación y aquel que se basaba en las reglas del silogismo. En el epígrafe 26 del capítulo cuarto dedicado al método, Varona sintetizaba las operaciones principales de este: la observación, la generalización o construcción, la verificación. Consignaba que “el método hace que el espíritu empiece su tarea frente a la naturaleza y la termine volviendo a la naturaleza”.11 Ya no se trataba sino de descolocar al texto del primer plano, donde había estado situado históricamente, y hacer prevalecer la posición del profesor en la dirección del alumno en el campo de la observación. “Mirar un objeto con inteligencia ―decía― es un arte muy difícil”.12 Conocer significaría establecer las diferencias y semejanzas entre los fenómenos y procesos, sus relaciones, que es la clave de la clasificación.

Al referirse a la escuela, a esa “clínica intelectual y tal vez moral”,13 en sus Cursos de Estudios para las Escuelas Públicas, de 1901, aludía al espíritu de libertad de la enseñanza que debería primar en la misma, como José de la Luz lo habría de afirmar: “Todos los sistemas y ningún sistema, he ahí el sistema”.14 Concebía a la enseñanza primaria como intuitiva, práctica, objetiva (comparar, generalizar y razonar) y colectiva y simultánea, o sea, tener en cuenta a la totalidad de la clase. Sostenía la necesidad del empleo de los instrumentos más adecuados en la enseñanza, el hecho, de verdadera trascendencia, de combinar las asignaturas:

Todos los conocimientos humanos, a despecho de la más minuciosa clasificación, tienen íntimas conexiones. Como los eslabones de una cadena, su contacto es unas veces mediato y otras inmediato, pero es siempre real. Aislar absolutamente las asignaturas unas de otras, no guardar en su estudio cierta correlación que podríamos llamar de paralelismo, priva de una fecundación recíproca á las ideas, y por consiguiente de fertilidad á la acción pedagógica.15 (sic)

Las materias sobre moral se vincularían estrechamente con las nociones de higiene, de fisiología y de psicología. En un texto de Agricultura sugería el entrelazamiento de conocimientos de las ciencias naturales, nociones de mecánica, de industria, de comercio, de economía política.

En cuanto a la enseñanza agrícola en la escuela primaria, como parte de los estudios de la naturaleza, al igual que la higiene y la fisiología, afirmaba la importancia de los métodos experimentales, específicamente los trabajos prácticos en las escuelas de los distritos rurales, en los cuales debía existir un campo de experimentación. Esta asignatura aportaría mayores beneficios en la medida en que el maestro conociera la agricultura y la industria de la zona donde la impartía.

Si el método de enseñanza, los planes de estudio, la organización escolar, y la formación del hombre hacia el bien común, resultan vitales, no lo es menos el hecho de que la educación en el hogar y la del medio social tienen un poder formativo o deformador que aseguran o no la educación moral del niño, garantía del destino de la nación. Muy pronto los pedagogos y maestros cubanos reflexionarían sobre este proceso esencial. ¿Cómo podría realizarse tal proeza en la sociedad neocolonial en cuyas entrañas latía la colonia, no solo en sus estructuras, sino en el universo mental de las diferentes clases sociales, capas y estratos? Habría que enfrentar, como lo hicieron pedagogos, maestros e intelectuales comprometidos con el porvenir del país, el ambiente degradante, mutilador de espíritus, de una República que apenas comenzaba a cubrir sus llagas con las máscaras de los derechos constitucionales en el ejercicio de una “democracia” que hacía crecer la pobreza de los desposeídos.

Es por eso que se pensó en los fines de la educación nacional16 en el año 1917, fruto de una Comisión Pedagógica dirigida por Enrique José Varona y se presentarían a manera de resumen por Ramiro Guerra. No quiere esto decir que hubiese unanimidad, más bien se trataba de consensuar las ideas y de asumir, por la mayoría, lo que el propio Guerra calificara de un suceso de vida o muerte, de la condición de nuestra vida nacional. Durante la República se perfilaron los fines de la educación hasta preguntarse a qué sociedad verdaderamente se aspiraba.

Formar al ciudadano capaz de levantar la República, todavía como proyecto, implicaba formar al hombre en el sentido esencial de ser humano, y en el sentido de pertenencia a la cultura que define a la nación en construcción. Formarlo con altos ideales, hasta hace muy poco frustrados, y burlados también, incluso, por algunos de los que participaron, entre ellos generales, en la guerra de liberación17, resultaba, en extremo, una labor compleja.

No obstante, Cuba perfilaba su carácter como nación no solo desde la perspectiva de las sociedades capitalistas modernas con todas sus consecuencias psicosociológicas,18 con el advenimiento de la República, la herencia de servidumbre de su pasado colonial, también el grito de independencia en el alma, con el concepto de libertad que había estremecido al siglo XIX cubano.19 No era posible entonces arrancar de raíz el impulso de liberación de un pueblo, su sensibilidad patriótica que había dado razón de ser a su existencia.

En este sentido no debe desestimarse lo que significaba para Varona la enseñanza de la historia como apoyatura de la instrucción cívica y moral. El maestro debía asegurar dos hechos de educación como hábitos: “la imparcialidad y la independencia del juicio, y el discernimiento entre la verdad y la fábula”.20 ¿Acaso no buscaba impedir el falseamiento de la historia en fecha tan temprana, garantizar su esclarecimiento que explicara las deformaciones mismas de nuestro nacimiento?

Se hacía visible esta intención cuando, fruto de una entrevista realizada en el año 1926, por un escritor chileno sobre los veinticinco libros que el pedagogo recomendaba a la juventud cubana como lectura imprescindible, Varona dejaba impresa su elección: Geografía de la Isla de Cuba, de Alfredo M. Aguayo y Carlos de la Torre; De la Colonia a la República, de Varona; José de la Luz y Caballero, de Sanguily; “Las cartas de El Lugareño”, publicadas en la Revista de Cuba; Papeles, de José Antonio Saco; Las Poesías, de Heredia; Cecilia Valdés, de Villaverde; Los discursos, de Montoro; Los discursos, de Sanguily; Cuba y sus Jueces, de Raymundo Cabrera; Los negros brujos, de Fernando Ortiz; Morales Lemus y la revolución de Cuba, de Piñeyro; Revista Cuba Contemporánea, de Velasco y Giral Moreno; Un cuarto de siglo de evolución cubana, de Ramiro Guerra; El feminismo contemporáneo, de Montori; Las Honradas, de Carrión; The Federalist, de Hamilton, Jay y Madison; The American Commonwealth, de Bryce; Nuestra América, de Bunge; La América Literaria, de Lagomaggione; Historia de civiliçao ibérica, de Oliveira Martuns; La sensibilidad en la poesía castellana, de Nicolás Heredia; El romanticismo en España, de Piñeyro; History of Civilization England, de Bucle; Granos de oro, de Martí.21

No es casual que los textos se orientaran hacia el conocimiento de la naturaleza, en primer lugar, de nuestro país, con la intención de conocerlo físicamente; su desenvolvimiento social para identificarlo en su proceso ideológico; el pensamiento cubano que penetrara en el alma de Cuba en sus etapas críticas, en la formación de la nacionalidad cubana y de la conciencia patriótico revolucionaria; diversos aspectos de la sociedad republicana para que se advirtiera cómo se ha expresado el espíritu cubano después de la revolución independentista; sobre el feminismo contemporáneo porque lo consideraba el problema social más importante de su tiempo 22 y Martí por la luz que había dejado después de su partida, su poesía.

Adviértase la avidez por construir el ser cubano, un proceso identitario complejo que no termina.

Podría reprochársele la ausencia imperdonable de textos sin los cuales no se puede soñar siquiera con alcanzar esa cercanía que funda el espíritu de la nación: Lecciones de filosofía, de Varela, Aforismos, de Luz, Nuestra América, de Martí. Sin embargo, también podría pensarse, sin riesgo de equivocarnos, que latía en él la aspiración profunda de futuras lecturas que la propia juventud pudiera encontrar en aras de edificarse una cultura del pensar para Cuba.

Esta propuesta tenía plena coherencia con lo declarado por él desde el periódico El Fígaro a veinte años de república, cuando exhortaba al trabajo en la tierra y en la industria, a la anulación de la politiquería, al trazo de fines alcanzables, a eliminar la burocracia ―inmenso organismo parasitario―, a no dejarse arrebatar la riqueza nacional, a promover la cultura y fomentar el ejercicio de la ciudadanía. Ya en 1903 había reflexionado de esa manera y volvía a mostrarse agradecido a la nación norteña por haber propiciado el establecimiento de la República. Era apenas un gesto de convivencia en aquellas circunstancias. Recuérdese el progreso que señoreaban los Estados Unidos ante el mundo: su capacidad industrial, su comercio, su agro, la democracia que exaltaban y el modo de vida norteamericano que pregonaban. Todo lo que cubría y cubre hoy la verdadera esencia de esa nación, a “pesar de lo que hicieron y soñaron sus fundadores”.

En el último de sus libros Con el eslabón (1926) graficaría en nuevo y breve diálogo entre un metafísico y un físico, el vínculo con el vecino norteño:

―Para mí nuestras relaciones con los Estados Unidos constituyen un problema de alta política.

―A mí me parece de mecánica, un problema de alta presión.23

Observador social y profundo pensador, dejaría en este texto su experiencia como quien recoge los pedazos de su difícil existencia y los enseña sin pudor, espantado, sabiendo que son las heridas del alma amada de Cuba: “Hemos levantado el edificio sobre una base inquebrantable. El egoísmo forma el cimiento, y la mentira el cemento”.24

Por eso los estudiantes creyeron en él. Porque desde su cátedra universitaria los apoyó cuando decidieron constituir la Federación Estudiantil Universitaria en 1923, y se empeñaron en reformar aquella Universidad que padecía los males de la realidad republicana coronada con la dictadura machadista, la misma que persiguió a Mella hasta México y acabó con su vida. Sabían del compromiso de Varona como intelectual frente a aquella República: “Lo que necesita esta pobre sociedad nuestra, enferma de miedo, es una buena infusión de sinceridad que la tonifique”.25

Y sinceros fueron los jóvenes que se lanzaron a la Revolución, confiaron en su maestro al hacerle entrega del Manifiesto en el cual condenaban la prórroga de poderes, firmada el 30 de marzo de 1930, que mantendría en la Presidencia de la República al tirano Gerardo Machado. Con horror pudo ver el profesor universitario la sangre derramada de aquella hermosa juventud en las calles del país que él ayudó a pensar y descifrar sus orígenes. Pudo ver más allá de la gayada superficie de las cosas, como dijera, sin mentirse a sí mismo, y previó que su desaliento provisorio fuera interpretado como un pesimismo y escepticismo en el plano político, anticipando el juicio de su acendrada esperanza en el porvenir de Cuba.

 

 

Notas y referencias:

 
8. José de la Luz y Caballero: Elencos y discursos académicos, Editorial Imagen Contemporánea, La Habana, 2001, p. 467.
9. Ibídem, p.464.
10. Enrique J. Varona: Nociones de Lógica, Imprenta y Librería La Moderna Poesía, 1902, p. 26.
11. Ibídem, p.136.
12. Ibídem, p. 137.
13. Enrique J. Varona: Cursos de estudios para las escuelas públicas, Imprenta Librería La Moderna Poesía, 1901, p. 71.
14. José de la Luz y Caballero: Aforismos, Editorial Imagen Contemporánea, La Habana, 2001, p. 270.
15. Enrique J. Varona: Cursos de Estudios…, ob. Cit., p. 74
16. En su ponencia Los fines de la educación nacional (1917), presentada en la Sociedad Cubana de Estudios Pedagógicos, acentuaría: desarrollar y hacer más intenso el sentimiento de solidaridad nacional; crear hábitos de disciplina y obediencia y respeto a la ley; asegurar a cada hombre y mujer de Cuba la preparación profesional indispensable para subvenir a las necesidades de una vida que se desenvuelva en un plano superior de civilización.
17. Ver: Joel James Figarola: Cuba 1900-1928: República dividida contra sí misma, Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1976.
18. Ver: Jorge Ibarra Cuesta: Un análisis psicosocial del cubano: 1898-1925, Editorial de Ciencias Sociales, 1985.
19. El aforismo 548 de José de la Luz rezaba: La libertad es el alma del cuerpo social. Ver: José de la Luz, Obras, Aforismos, Editorial Imagen Contemporánea, La Habana, 2001.
20. Ibídem, p. 94.
21. Enrique J. Varona: ¿Cuáles son los veinticinco libros cuya lectura usted recomendaría en primer lugar a la juventud cubana?, en Revista Social, vol. XI, N.10, La Habana, 5 de agosto de 1926.
22. El feminismo que profesó Varona y el anticlericalismo lo sitúan entre lo más avanzado del pensamiento social cubano.
23. Enrique José Varona: Con el eslabón, op. Cit. p. 7.
24. Ibídem, p. 27.
25. Ibídem, p. 2.