Fiesta de fin de año en Cuba

Rafael Lam
19/12/2017

“Las fiestas de los pueblos son algo así como los juegos de los niños, torrente por donde se desbordan sus fuerzas psíquicas más potentes, espejo donde se refleja toda y constitución en la simple sencillez de su primitividad”

Fernando Ortiz, Entre cubanos.

Todos los pueblos se han procurado su manera de festejar el fin de año, una de ellas eran las “Fiestas de Navidad”, las preferidas de Nicolás Guillén. Eran fiestas de cierto ambiente religioso.

La investigadora del Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, Virtudes Feliú, escribe que estas fiestas se celebraban en los últimos días de diciembre y los primeros días del año siguiente (Noche Buena, Fin de año, Día de Reyes). Ver el libro Fiestas populares y tradicionales cubanas.

Muchas de estas fiestas eran de carácter familiar, todos se reunían para cenar el 24 de diciembre, víspera de la navidad. Lechón asado, arroz con frijoles negros o moros y cristianos, congrí, yuca con mojo o plátanos chatinos (aplastados), postres caseros y cerveza.

Uno de los hombres de la cultura que se preocupó por las diversiones de los hombres y los pueblos de Cuba fue el sociólogo José Antonio Saco, el cual consideraba no aconsejable abandonar las acostumbradas fiestas tradicionales.

A través de los tiempos, en Cuba han existido, además de las fiestas de navidad, los guateques, changüí, fiestas de bando, procesiones y mascaradas, verbenas, laicas, carnavalescas, trochas, tambor Yuka, Altares de cruz, fiestas patronales, fiestas laborales y rituales y otras fiestas folclóricas

En todas las sociedades han existido las fiestas como medio de afirmación. Tal vez sea un misterio, aquello que hacía de la fiesta un momento extraordinario, arrancado al tiempo en la vida cotidiana.

La fiesta ha tenido siempre la virtud de conciliar provisionalmente los contrarios, de unir lo que en el transcurso de los días tendía a separar: lo ritual y lo espontáneo, la tradición y la licencia, lo religioso y lo profano, la riqueza y la pobreza, la soledad de cada cual y la cordialidad de todos. Esta ruptura de los ritmos habituales del grupo era a la vez caótica y programada, festiva y ceremonial. De ese modo, permitía encontrar, cíclicamente, el secreto de los orígenes del mundo: la necesidad del orden que se impone por agotamiento del desorden.

Con frecuencia desconoce el sentido sagrado de las fiestas tradicionales colectivas y profanas como, por ejemplo, en los conciertos de música popular y las competiciones deportivas, muchas de ellas tienen el carácter de grandes misas paganas o de celebraciones de mitos vivientes.

También están las fiestas mucho más íntimas en reuniones de amigos, de índole estrictamente personal.


La fiesta es el latido de la alegría;  responde a una necesidad universal
 

La fiesta es mucho más que la fiesta: celebración convencional y repetida para unos, curiosidad folklórica para otros. Para comprender su significado, las distintas culturas han tenido primero que encontrarse y enfrentarse, revelar en cada una de ellas un sentido original y auténtico. A finales del siglo XIX Durkheim considera la fiesta como una “efervescencia” cuya intensidad mantiene la solidaridad de un grupo o de un pueblo, gracias a la representación y figuración de las relaciones invisibles del hombre con la naturaleza y sus leyes. En esa misma época, pero con un planteamiento distinto, Frazer, autor de La rama dorada, ve en la fiesta un acto eficaz de reproducción de los grandes sistemas de creencias y mitologías: lo sagrado, la magia y la política emergen, por así decirlo, de esas celebraciones señaladas. Otros antropólogos sostienen tesis comparables.

Los juegos del estadio griego, nos proyecta la silueta del alma helénica. El circo y las fiestas sagradas saturnales, etc., nos retratan los caracteres psicológicos más salientes de los romanos.

Hay que distinguir, en primer lugar, las fiestas que solemnizan un acontecimiento de la existencia: el nacimiento, la iniciación, el matrimonio, las exequias. Se trata de actos colectivos por lo que una sociedad responde a las imposiciones ineludibles de la naturaleza (el sexo, la muerte) y procura liberar al ser humano del miedo individual. Así, la comunidad participa en la unión sexual de la celebración de las bodas según un ceremonial que se reproduce —salvo algunos cambios—, bastante parecido, en todo el mundo. Otra categoría de las fiestas que podría denominarse de “la vuelta a los orígenes” en la medida en que se desenvuelven espectacularmente a la vida, la memoria de un pasado o de una cultura abolida.

No se trata meramente de una representación teatral de las creencias mágicas o religiosas: un anhelo más vehemente y profundo se apodera de los participantes en la unión de sus cuerpos, una percepción común de la vida y una manera de la voluntad de vivir.

Las manifestaciones festivas, por muy mal vistas que estuvieran antaño y por muy deformadas que se encuentren hoy, ayudaron a los esclavos a preservar a su dignidad de hombres contra la servidumbre o la miseria. La fiesta es un motor de la existencia colectiva. De ella obtiene el hombre el placer de ese “infinito sin límite” del que habla André Bretón.