Genio pictórico y poético

Julián del Casal
19/5/2016
Las niñas, de Juana Borrero, expuesto en el Museo Nacional de Bellas Artes. Foto: Kike 

Queréis conocerla? Tomad el tren que sale, a cada hora, de la estación de Concha, para los pueblecillos cercanos a nuestra población, donde la fantasía tropical, a la vez que el mal gusto, os habrá hecho soñar en paisajes maravillosos, o en viviendas ideales. El viaje solo dura algunos minutos. Tan corta duración os preservará, si tenéis gustos de ciudadanos de la contemplación, fatigosa e insípida, de los anchos senderos que parecen alfombrados de polvo de marfil, de las redes de verdura que, como encajes metálicos, incrustados de granates, bordan los bejucos en flor, de las quintas ruinosas que a la trepidación de la locomotora, fingen desmoronarse, de los surcos de tierra azafranada en que los labriegos, con la yunta de bueyes uncida al arado, se hunden hasta los tobillos, de las palmas solitarias que, como verdes plumeros de habitaciones ciclópeas, desmayan en las llanuras y de las chozas de guano, frente a las cuales escarban la tierra las gallinas, hincha su moco el pavo, enróscase el perro al sol y surge una figura humana que os contempla con asombro o pasea sobre vuestra persona su mirada melancólica de animal.

Frente al río célebre, citado por los periodistas mediocres y ensalzado por los copleros populares, que se encuentra a mitad del camino, descended del ferrocarril. En su morada, que se mira en las ondas, siempre la podréis encontrar.

Frente al río célebre, citado por los periodistas mediocres y ensalzado por los copleros populares, que se encuentra a mitad del camino, descended del ferrocarril. En su morada, que se mira en las ondas, siempre la podréis encontrar.Hasta la fecha en que escribo estas líneas, su pie no ha traspasado los umbrales de ningún salón a la moda, yendo a mecerse allí en brazos de algún elegante, como una muñeca de carne en los de un titiritero de frac, al sonido monótono de la llovizna de los valses o al del estrepitoso que forma el aguacero de los rigodones. Tampoco se ha grabado su retrato para ninguna de las galerías de celebridades que exhiben algunos periódicos, porque no es hija de mantequero acaudalado o de noble colonial, porque no se ha dignado solicitar ese honor y, en suma, porque, como más que talento ha revelado genio, le cabe la honra de ser indiferente al público o paralizar la pluma de sus camaradas. Los periódicos no se han ocupado de sus producciones, más que en el folletín o en la sección de gacetillas, sitios destinados a decir lo que no compromete, lo que no tiene importancia, lo que dura un solo día, lo que sirve para llenar renglones. En las columnas principales no se habla más que de lo que pueda interesar al suscriptor, de la barrabasada de algún ministro o de la hazaña de un bandolero, del saqueamiento de un burócrata o del homicidio último, del matrimonio de un par de imbéciles o de la llegada de cómicos de la lengua, pero nunca de los esfuerzos artísticos de algunas individualidades, ni mucho menos de los de una niña de doce años que, como la presente, ha dado tan brillantes muestras de su genio excepcional, toda vez que eso tan solo interesa a un grupo pequeño de ociosos, desequilibrados o soñadores.

Yendo por la mañana, el caserío presenta alguna animación. Es la hora en que desfila, por la calzada polvorosa, la diligencia atestada de pasajeros; en que rechinan las ruedas de enormes carretas arrastradas por bueyes que jadean al sentir en sus espaldas de bronce el hierro punzante del aguijón; en que cruje el pavimento de los puentes al paso de los campesinos que, con la azada al hombro y una copla en los labios, marchan a sus faenas; y en que las rojas chimeneas de las fábricas abiertas vomitan serpientes de humo que se alargan, se enroscan, se quiebran y se disgregan entre los aromas del aire matinal. En tales horas, podréis encontrar a la niña, con el pincel empuñado en la diestra y con la paleta asida en la izquierda, manchando una de sus telas, donde veréis embellecido algún rincón de aquel paisaje, iluminado por los rayos de oro de un sol de fuego y embalsamado por los aromas de lujuriosa vegetación.

Los periódicos no se han ocupado de sus producciones, más que en el folletín o en la sección de gacetillas, sitios destinados a decir lo que no compromete, lo que no tiene importancia, lo que dura un solo día, lo que sirve para llenar renglones.Llegada la noche, el sitio se llega mágicamente a transformar. Más que al borde de un río del trópico, os creéis trasportados a orillas del Rhin. Basta un poco de fantasía para que veáis convertirse la choza humeante a lo lejos en la tradicional taberna de atmósfera agriada por el fermento de la ambarina cerveza y ennegrecida por el humo azulado de las pipas; para que el galope de un caballo a través de la arboleda os haga evocar la imagen del Rey de los Alamos, de Goethe o la del Postillón, de Lenan; para que el pararrayos de una de las fábricas que recortan su mole gigantesca sobre las evaporaciones nocturnas os parezca la flecha de histórica catedral; y para que el simple ruido de las ondas zafirinas, franjeadas de espumas prismáticas, os traiga al oído la voz de Loreley que, destrenzados los cabellos de oro sobre las espaldas de mármol, entona al viento de la noche, desde musgosa peña, su inmortal canción. Para la que inspira esta página, será la hora de arrinconar la tela esbozada, pasear la espátula sobre la paleta y aprisionar el color en sus frascos, dejando que su espíritu, como halcón desencadenado, se aleje de la tierra y se remonte a los espacios azules de la fantasía, donde las quimeras, como mariposas de oro en torno de una estrella, revoloteen sin cesar. Ella nos brindará después, en la concha de la rima, la perla de su ensueño, pálida unas veces y deslumbradora otras, pero siempre de inestimable valor. Así pasa los días de su infancia esta niña verdaderamente asombrosa, cuyo genio pictórico, a la vez que poético, promete ilustrar el nombre de la patria que la viera nacer.

No la he visto más que dos veces, pero siempre ha evocado, en el fondo de mi alma, la imagen de la fascinadora María Bashkirseff. Esta no aprendió nunca a rimar, pero su prosa encanta y sugestiona su pincel. Ambos espíritus han tenido, en la misma época de la vida, idéntica revelación de los destinos humanos y análogos puntos de vista para juzgarlos. Se ve que han sufrido y han gozado por el mismo ideal. Pero ahí debe limitarse la comparación. Una vivió en los medios más propicios para el desarrollo de sus facultades y la otra se enflora en mísero rincón de su país natal. Aquella fue rica y esta no lo es. Tuvo la primera por maestros los dioses de la pintura moderna y la segunda no ha recibido otras lecciones que la de su intuición. La hija de la estepa voló tempranamente al cielo […] y la del trópico, por fortuna, se afirma en la tierra con toda la fuerza de la juventud. Una tarde, al volver de su casa, esbocé su retrato por el camino en los siguientes versos: 

Tez de ámbar, labios rojos,
Pupilas de terciopelo
Que más que el azul del cielo
Ven del mundo los abrojos.

Cabellera azabachada
Que, en ligera ondulación,
Como velo de crespón
Cubre su frente tostada.

Ceño que a reces arruga,
Abriendo en su alma una herida,
La realidad de la vida
O de una ilusión la fuga.

Mejillas suaves de raso
En que la vida fundiera
La palidez de la cera,
Lu púrpura del ocaso.

¿Su boca? Rojo clavel
Quemado por el estío,
Mas donde vierte el hastío
Gotas amargas de hiel.

Seno en que el dolor habita
De una ilusión engañosa,
Como negra mariposa
En fragante margarita.

Manos que para el laurel
Que a alcanzar su genio aspira,
Ora recorren la lira,
Ora mueven el pincel.

¡Doce años! Mas sus facciones
Veló ya de honda amargura
La tristeza prematura
De los grandes corazones.

¡Ah! Y también de las grandes inteligencias. Hay pocos seres que, con doble número de años, tengan percepciones tan claras de las cosas y puedan emitir juicios tan acertados sobre ellas. Sin haber visto nada, dijérase que lo ha visto todo. Un simple hecho observado, rápidas lecturas de algunos libros, ligeras reflexiones emitidas en su presencia, han bastado para desgarrarle el velo negro del misterio y hacer que sus ojos contemplen a la inmortal Isis en su fría desnudez. Como todos los grandes artistas, oye la voz de la realidad, pero no se aprovecha de sus lecciones. Es que esos soñadores, a la par que los espíritus más lúcidos, son también los más rebeldes. Aunque el mundo imagina lo contrario, nada pasa inadvertido para ellos, por más indiferentes que se muestren a todos los acontecimientos. Esa indiferencia no es más que la resignación al mal o el desprecio que inspira el peligro a los fuertes. Es la confianza que adormece a la oveja extraviada en un bosque de lobos o la osadía del águila que bate sus alas entre nubes preñadas de rayos. Todavía puede afirmarse que, por la delicadeza de su sensibilidad, los hechos dejan en su carácter huella más profunda que en el de los otros. Algún tiempo tarda en descubrirse, pero se la llega a encontrar.

Ella nos brindará después, en la concha de la rima, la perla de su ensueño, pálida unas veces y deslumbradora otras, pero siempre de inestimable valor. Así pasa los días de su infancia esta niña verdaderamente asombrosa, cuyo genio pictórico, a la vez que poético, promete ilustrar el nombre de la patria que la viera nacer.La melancolía que destilan las primeras producciones de ciertos artistas no es más que la fermentación de los pesares que, día por día, les ha causado la observación de las múltiples deficiencias que la vida ofrece ante sus deseos. No es imaginaria, como algunos pretenden, sino real. En unos suele ser pasajera y en otros, inmortal. De ahí ese hastío prematuro, ese profundo descorazonamiento, ese escepticismo glacial, ese adormecimiento de los sentidos, ese apetito desenfrenado de lo raro y ese estado de catalepsia en que se encuentran por completo sumergidos a los veinte años. Los que se consuelan en algunas horas, son los que se construyen, en el campo de la fantasía, un lazareto ideal, donde esconden la purulencia de sus llagas, pero donde nadie los seguirá por temor a los contagios mortales. Allí viven con sus ensueños, con sus alucinaciones y con una familia compuesta de seres imaginarios. Cada vez que salen al mundo, el asco los obliga a volver sobre sus pasos. Si hubieran nacido, en los primeros siglos, hubiesen ardido, como antorchas de carne, en los jardines de Nerón; si en la época medioeval, sus imágenes serían veneradas sobre el mármol de los templos cristianos. Pero han venido al mundo en pleno siglo diecinueve y no ha encontrado ninguno su sitio al sol. Tan absoluta desconformidad, [sic] no solo los hastía de lo que han conocido, sino de lo que no han visto, de lo que no verán jamás. Así se explica que algunos, como la niña de quien me ocupo, contemplando solamente el mundo desde la ventana de su hogar, se sientan ya tan adoloridos y se atrevan a impetrar su misericordia de la manera desgarradora que ella lo hace en su composición. 

Todavía puede afirmarse que, por la delicadeza de su sensibilidad, los hechos dejan en su carácter huella más profunda que en el de los otros. Algún tiempo tarda en descubrirse, pero se la llega a encontrar.¡Todavía!

¿Por qué tan pronto ¡oh mundo! me brindaste
Tu veneno amarguísimo y letal…?
¿Por qué de mi niñez el lirio abierto
           Te gozas en tronchar?

¿Por qué cuando tus galas admiraba, 
Mi espíritu infantil vino a rozar 
Del pálido fantasma del hastío
           El hálito glacial?

Los pétalos de seda de las flores 
Déjame ver y alborozada amar, 
Ocúltame la espina que punzante
            Junto al cáliz está.

¡Más tarde…! Cuando el triste desaliento
Sienta sobre mi espíritu bajar
Y el alma mustia o muerta haya apurado
             La copa del pesar,

Entonces sienta de tu burla el frío 
Y de la duda el aguijón mortal… 
¡Pero deja que goce de la infancia
             En la hora fugaz!

Todas sus composiciones inéditas, ya las que duermen en el fondo de su memoria, como ramas de corales bajo las ondas marinas, ya las que oculta en sus estuches, como enjambre de luciérnagas vivas en vasos de cristal, porque esta niña, como verdadera artista, comprende la mezquindad de la gloria y le repugna la ostentación de sus sentimientos, están humedecidas por ese relente de tristeza que se aspira en las estrofas que acabo de copiar. A través de esas composiciones, el alma de la niña parece un botón de rosa amortajado en un crespón, un ramo de violetas agonizante entre la nieve, un disco de estrella sumergido en un lago turbio. Las que irradian fulgores esplendorosos son aquellas en que revela su gran talento de artista, bosquejando un paisaje, como los de Sanz, verdaderamente ideal, o cincelando una estatua que, por el soplo de vida que las anima, parecen sustraídas del taller de un Rodin. Ved una muestra de lo primero: 

Crepuscular

Todo es quietud y paz… en la penumbra
Se respira el olor de los jazmines,
Y más allá, sobre el cristal del río
Se escucha el aleteo de los cisnes
Que, como grupo de nevadas flores,
Resbalan por la tersa superficie;
Los obscuros murciélagos resurgen
De sus mil ignorados escondites
Y vueltas mil y caprichosos giros
En la tranquila atmósfera describen
O vuelan luego rastreando el suelo,
Rozando apenas con sus alas grises
Del agrio cardo el amarillo pétalo,
De humilde malva la corola virgen.

Y otra de lo segundo:

Apolo

Marmóreo, altivo, indiferente y bello,
Corona de su rostro la dulzura
Cayendo en torno de su frente pura
En ondulados rizos el cabello:

Al enlazar mis brazos a su cuello
Y al estrechar su espléndida hermosura 
Anhelante de dicha y de ventura
La blanca frente con mis labios sello.

Contra su pecho inmóvil, apretada 
Adoré su belleza indiferente;
Y al quererla animar, desesperada,

Llevada por mi amante desvarío,
Dejé mil besos de ternura ardiente
Allí apagados sobre el mármol frío.

Así tiene muchas que no transcribo por haber sido ya publicadas, sobresaliendo entre todas el soneto “Las hijas de Ran”:

Envueltas entre espumas diamantinas 
Que salpican sus cuerpos sonrosados 
Por los rayos del sol iluminados, 
Surgen del mar en grupo las ondinas.

Cubriendo sus espaldas peregrinas
Descienden los cabellos destrenzados
Y al rumor de las olas van mezclados
Los ecos de sus risas argentinas.

Así viven contentas y dichosas
Entre el cielo y el mar, regocijadas,
Ignorando tal vez que son hermosas

Y que las olas, entre sí rivales,
Se entrechocan de espuma coronadas
Por estrechar sus formas virginales.

Para comprender el valor de sus cuadros, es preciso contemplar algunos de ellos. Corta serie de lecciones, recibida de distintos maestros, han bastado para que, iluminada por su genio, se lanzase a la conquista de todos los secretos del arte pictórico. Puede decirse, sin hipérbole alguna, que está en posesión de todos ellos. «No me explique teorías, porque son inútiles para mí —le decía recientemente a Menocal—, pinte un poco en esa tela y así lo entenderé mejor». Y, en efecto, al segundo día, la discípula sorprendió al maestro con un boceto incomparable. Muchas personas lo han admirado más tarde en el Salón Pola. Era una cabeza de viejo, preparada en rojo, donde se encontraban trozos soberbios. Aquella calva amarfilada, cubierta de grueso pañuelo, bajo cuyos bordes surgían mechones de cabellos grises; aquella frente rugosa, deprimida hondamente en las sienes, donde la piel parecía acabada de pegar a los huesos; párpados abotagados, próximos a cerrarse sobre las pupilas lánguidas, húmedas vidriosas; labios absorbidos que moldeaban una boca desdentada aquellas bolsas de carne, colgadas alrededor de la barba, y sobre todo aquella expresión de cansancio, de sufrimiento y de mansedumbre senil sorprendían al más indiferente de los espectadores.

Después de ese retrato, ha hecho otros muchos, abordando de seguida el paisaje y el cuadro de fantasía. Merece especial mención entre los primeros, el que representa la salida de su hogar. Es el fondo de vetusta casa, tras cuya altura se dilata el firmamento azul. Se ve una puerta solferina, de madera agrietada y de goznes oxidados, encuadrada en ancho murallón, jaspeado por las placas verdinegras de la humedad y enguirnaldado por los encajes de verde enredadera cuajada de flores. Frente al murallón, serpentea un trozo del camino, sembrado de guijarros que chispean a la luz del sol. Tallos de plantas silvestres se siguen a trechos. Hacia la izquierda se extiende el río entre la yerba de sus orillas, como una banda de tela plateada que ciñera una túnica de terciopelo verde. Así tiene otros paisajes, lo mismo que cuadros de fantasía, que producen la impresión de lo sublime en lo incompleto, pues al lado de trozos magistrales se ven algunos que solo su inexperiencia ha dejado sin retocar.

A través de esas composiciones, el alma de la niña parece un botón de rosa amortajado en un crespón, un ramo de violetas agonizante entre la nieve, un disco de estrella sumergido en un lago turbio.Dentro de poco tiempo, toda vez que una artista de tan brillantes facultades no puede permanecer en la sombra, ya porque una mano poderosa la arrastre a la arena del combate, ya porque se lance ella misma a cumplir fatalmente su destino, su obra será sancionada por la muchedumbre y su nombre recibirá la marca candente de la celebridad. Entonces llegarán para ella los días de prueba, los días en que se cicatrizan las viejas heridas o se abren las que ningún bálsamo ha de cerrar, los días en que el alma se estrella de ilusiones o las esperanzas naufragan en el mar de las lágrimas, los días en que uno se siente más acompañado o tal vez más solo que nunca, los días en que fuerzas generosas nos encumbran a las nubes o manos enemigas nos empujan a los abismos de la desolación. ¡Ay de ella si no sabe, al llegar esa época, encastillarse con su ideal, nutrir con su sangre sus ensueños, dar rienda suelta a su temperamento, agigantarse ante los ataques, desoír consejos ridículos, aplastar las babosas de la envidia y mostrar el más absoluto desprecio, a la par que la más profunda indiferencia, por las opiniones de los burgueses de las letras!

 

Notas:
Tomado de Prosas. Edición del Centenario. La Habana, Consejo Nacional de Cultura, 1963. Tomo I, pp.264-271.