Primero fue casi un caos. Afortunadamente, las fuerzas vitales de la nación se manifestaban y se ordenaban dentro del desorden. Y triunfaron rápidamente. Había razones para estar preocupados en medio de la alegría con que despertó el día, con que despertó el año. (Un año que puede tener resonancias seculares. Eso depende de nosotros). La Revolución no es solo la fuga del tirano. Ya se sabe. No es solo el restablecimiento de la libertad de prensa, la supresión de las torturas, el afincamiento, por primera vez, de la honestidad administrativa, el castigo a los culpables, las depuraciones, etc. La Revolución, esta Revolución, irá más lejos. Hay razones sobradas para pensar que esto será así. La victoria sobre el pasado régimen no fue obra de una conspiración de militares o de civiles de espaldas al pueblo; no fue obra de un pequeño grupo de valientes sin compromisos con un pueblo en el que el crimen y el robo y el sometimiento se habían hecho costumbre. La Revolución, afortunadamente, tuvo un proceso largo y difícil. Y al pasar por este desesperante camino sembrado de muerte es que fruteció y maduró la conciencia de este pueblo. Así pudo caer el tirano en la mejor de las formas: empujado por el pueblo entero.

“La Revolución tuvo un proceso largo y difícil. Y al pasar por este desesperante camino
sembrado de muerte, maduró la conciencia de este pueblo”. Fotos: Internet

 

Y no solo esto. El pueblo no solo tiene una conciencia más clara de sus problemas y de los factores que dan origen a estos. No solo tiene la fuerza de la opinión pública alimentada por las mismas aspiraciones. Tiene además la fuerza de un ejército popular, nutrido por los elementos más sanos de la población, campesinos y obreros. Un ejército victorioso, que ha devuelto a todos la fe en la justicia, y que se mantiene vigilante, por primera vez al lado del pueblo. Y tiene hombres de clara visión que representan ampliamente las aspiraciones de este pueblo y que han sabido merecer su admiración y respeto.

Así podemos sentirnos optimistas y esperar que la Revolución no haya de detenerse en medidas superficiales de saneamiento, sino que ahondará más en las necesidades de este pueblo y llevará más lejos sus aspiraciones. Sustancialmente estas se traducen en ansia de emancipación en todos los órdenes, como condición primera para alcanzar la justicia social.

Ha crecido el cubano desde sus orígenes, sin haber dejado nunca de estar sometido a intereses extraños. Ha crecido maniatado, amordazado, y desde siempre su sudor ha servido para regar terrenos ajenos. Pero ha crecido el cubano y ha cuajado en nación su espíritu.

Y ha crecido más fuerte en medio de la opresión y por primera vez ha conquistado su derecho a manifestarse como nación libre y a proyectar su personalidad ante el mundo. Este ha de ser un camino largo y difícil, porque estamos muy lejos todavía de haber alcanzado la necesaria reestructuración de este país sobre las bases más firmes del pensamiento revolucionario. Pero ya avanza el cubano con nueva fe por ese camino.

La cultura de Cuba ha reflejado este proceso largo de sometimiento y lucha por la libertad. Si bien el balance final puede dejar en muchos una impresión de pobreza cultural, la luz de la historia brinda elementos de juicio más cabales y sin dudas más constructivos. Es interesante recordar que nuestro siglo XIX, de abierta rebeldía, ofrece un panorama cultural en consonancia con ese sentimiento. Por primera vez se siente que Cuba es, no una simple factoría, no un simple puerto de escala, no solo un simple instrumento de dominación en manos españolas, sino una tierra donde han ido tomando forma los elementos necesarios para hacer surgir una nueva nación ante el mundo. Con este sentimiento aparecen artistas e intelectuales cubanos que trabajan por la cultura con el entusiasmo de quien hace la cosa perdurable. La nación tiene personalidad propia y esta empieza a proyectarse ante el mundo a través de las obras de sus artistas. Los más sensibles sienten en su carne las limitaciones de todo tipo que se derivan del sometimiento al coloniaje más mediocre, y manifiestan su rebeldía en formas diversas. La cultura es un arma nueva en manos de los cubanos que luchan por su libertad.

Esta corriente de rebeldía se desarrolla y penetra en nuestro siglo con sus intervalos de explosiones de entusiasmo cuando todo parece ganado y de retrocesos inevitables cuando todo se ha vuelto a perder. En los largos períodos de escepticismo nacional que han sucedido siempre a las más tremendas derrotas, han proliferado también otras corrientes que insensiblemente, a su modo, también reflejan el más lamentable derrotismo, la entrega, la evasión. Hoy esto parece un poco fuera de lugar, porque hoy el cubano puede ver más hondas las aspiraciones nacionales, y esto es, en definitiva, lo que más le preocupa. Hoy esa corriente tradicional y cubanísima de rebeldía y preocupación por los problemas de nuestro pueblo ve ante sí los diques rotos, y su desbordamiento no será una casualidad. El núcleo de nuestra cultura, de una cultura cubana, nacional, tiene finalmente un terreno donde podrá desarrollarse y crecer más fuerte. El cine, como manifestación de un pueblo, ve ante sí los diques rotos, y su desbordamiento no será una casualidad. El cine, como manifestación de la cultura de un pueblo, es la actividad más comprometida con intereses ajenos a la cultura. Es la actividad que refleja más crudamente los factores reales que condicionan una sociedad. Y si se trata de una sociedad subdesarrollada y sometida como la nuestra, es natural que el cine cubano haya encontrado los más grandes obstáculos para desarrollarse tanto en el orden industrial como en el orden artístico.

Como industria, el problema del cine es muy complicado y depende de muchos factores disímiles, como son la extensión del mercado y su capacidad adquisitiva, los costos de producción, el control ejercido por diversas organizaciones monopolísticas sobre las redes de distribución, la presencia de estrellas de gran renombre, la capacidad de los realizadores, y otros más imponderables aún. Hasta ahora, como se sabe, en Cuba solo ha habido intentos con carácter aventurero en mayor o menor grado y no se ha logrado nunca estabilizar una industria. El Estado pudo haber jugado un papel importante en esto, pero todo lo que se hizo fue crear organismos burocráticos sin ningún resultado práctico, al menos para el cine. Ya el Estado había intervenido también en la confección de una película dizque para honrar la memoria de Martí.

A tenor con estos altos ideales parece que las cifras de las filtraciones fueron también bastante altas. La Rosa Blanca quedará como una muestra más del cinismo y la rapiña que caracterizó al anterior gobierno.

Como manifestación de la cultura de un pueblo, la pobreza de nuestro cine es aún más deplorable. Y aquí los factores que entran en juego son también muy disímiles y complicados. Cualquier intento por llevar a cabo una obra de cine cubano con legítimos valores (sin que esto signifique salirse del marco comercial en que se desenvuelve la actividad) ha tropezado siempre con los prejuicios seudocomerciales del inversionista. En la base de esto se encuentra la inseguridad económica que acompaña a este tipo de actividades. El resultado ha sido el reflejo del sometimiento económico que ha sufrido siempre nuestra patria: imitación de modelos, fenómenos, falta de personalidad, superficialidad…

Cuando el cine ha querido hablar en cubano, solo ha podido expresarse en el mismo lenguaje de los fabricantes de recuerdos para turistas tontos. No se ha logrado nunca penetrar en nuestros más hondos problemas, que por hondos y humanos alcanzarían verdadera resonancia universal.

Pero hay más, y esto es importante. El cine es un medio de expresión de gran impacto emocional en las masas. Es por definición un arte de masas, con todo lo que esto representa políticamente. Ningún otro medio influye tan hondamente en la conciencia del espectador.

La oscuridad necesaria en que se produce la exhibición cinematográfica suprime elementos de distracción de manera que la atención del espectador se dirige ininterrumpidamente hacia el único punto luminoso, la pantalla. El hecho de que a pesar de la oscuridad el espectador se siente en comunión de emociones con un grupo grande de espectadores que lo rodean. El gran tamaño de la pantalla que parece envolver al espectador. La naturaleza analítica del lenguaje cinematográfico que permite traer a un primer término los detalles más escurridizos. Todos estos factores de orden sicológico, y otros que merecen un análisis más profundo, como la pasividad del espectador, la individualización de los conflictos que representa en personalidades que resultan atractivas en algún sentido, hacen del cine el arte de mayor potencia sugestiva. Agréguese a esto la gran difusión que alcanza en todos los públicos del mundo, y se comprenderá por qué el cine es la manifestación artística más popular.

Y la más peligrosa, naturalmente, para todos aquellos que no andan muy claros en sus cuentas con el pueblo. El cine es el arma ideológica de más grueso calibre. Y esto lo saben todos los que tienen algo que ver con la opinión pública. Por eso aquellas corrientes de rebeldía que se manifestaban en alguna medida en las otras artes, no era posible encontrarlas en el cine. El espíritu existía, pero no podía manifestarse. Tanto es así que tenemos un ejemplo en escala menor de lo que sucede bajo un régimen entregado a intereses que no son los del pueblo, cuando se intenta mostrar, aun con grandes limitaciones, algún aspecto poco placentero de la realidad de ese pueblo: El Mégano. Esta película, cuya difusión ya de origen estaba grandemente limitada por el hecho de haber sido confeccionada en 16mm., no mostraba más crudeza que las que podían aparecer en la misma época en algunas revistas de gran circulación.

Sin embargo, la dictadura se sentía más duramente golpeada porque en este caso se trataba de una película, es decir, de una cosa viva, de un pedazo de la más profunda realidad puesto ante el público con toda su intensidad dramática. En casos como este existe el peligro de que el público se llegue a parecer demasiado a un gran jurado.

Documental cubano El Mégano (1955).
 

Hoy los que secuestraron esa película se encuentran presos y fugitivos. Ese gran jurado ha dicho que eran culpables. Los que en todas formas posibles atentaron contra las manifestaciones más genuinas del desarrollo de nuestra cultura nacional, los mismos que asesinaban, robaban, vendían a su propio pueblo y querían corromper la fe nacional, han corrido la misma suerte. Hoy se empieza a cumplir la voluntad del pueblo y esta exige, en primer lugar, una gran sinceridad en la exposición de sus problemas. Esta ha sido hasta ahora la gran conquista de la revolución: por primera vez se le habla claro al pueblo con toda la franqueza para que pueda llegar a comprender el fondo de sus problemas. Por primera vez el pueblo de Cuba puede desarrollar su conciencia libremente, como primer paso importante para alcanzar las soluciones más justas.

Como consecuencia de la nueva situación, el cine en manos del pueblo puede llegar a jugar un importante papel en todo este proceso de desarrollo de su propia conciencia. Por eso, entre otras cosas, no es extraño que por parte del Gobierno Revolucionario exista actualmente una verdadera preocupación por estimular el nacimiento de una industria cinematográfica nacional.

Para su desarrollo industrial, es preciso partir de un estudio a fondo de todos los complicados elementos que condicionan esta actividad. Y es preciso que el Estado forme parte activa de la protección y el estímulo necesarios para que el cine funcione como una actividad estable dentro de los límites previsibles. Existen ahora las condiciones para que una actividad estatal tendiente al fomento de la industria cinematográfica pueda llegar a funcionar correctamente, pues existen por primera vez factores totalmente nuevos en el panorama nacional: ausencia de compromisos politiqueros, honestidad administrativa, y suficiente base moral como para poder pensar en planes de largo alcance en los objetivos propuestos. Y estos concuerdan plenamente con los ideales revolucionarios. Porque una industria cinematográfica no solo significará una nueva fuente de trabajo, aun considerándola con todas las limitaciones que la realidad imponga. La consecuencia más importante será otra: en un régimen de libertad, de progreso y de preocupación ciudadana como este que hoy el pueblo quiere llevar hacia delante, el cine llegará a ser un importante factor de la cultura de ese pueblo. Dentro del cine tendrán cabida por primera vez las tendencias más revolucionarias (en el sentido que esta palabra tiene de progreso, de avance hacia lo nuevo) que arrancan de nuestras más cubanas tradiciones culturales.

Aquel espíritu de rebeldía que nacía de una sincera preocupación del hombre frente a la injusta realidad, y que se proyectaba en alguna medida a través de su obra, llegará a manifestarse, sin duda, también en el cine. Porque será más fácil lograr un acercamiento de los verdaderos artistas de esta actividad.

El cine cubano será, sin duda, una realidad como industria estable. Con la revolución, pueden ser eliminados los obstáculos económicos que hacían abortar todo esfuerzo por llevar acabo esta aspiración. Pero, además, en este momento el cine en nuestro país puede llegar a ser algo más que una simple industria del espectáculo. Puede y debe ser reflejo de nuestra cultura y nuestra personalidad en su más hondo significado. Puede y debe ser un factor de progreso, porque frente a todos los esfuerzos por impedirlo se alza y trasciende a todos los órdenes el espíritu revolucionario que vive el pueblo. 

 

Nota:
Texto publicado en el periódico Revolución, el lunes 16 de marzo de 1959, pp. 4 y 6.