Homenaje gráfico a un hombre de pueblo

Ernesto Cuní
11/10/2019

A Camilo Cienfuegos Gorriarán no le quedan los términos grandilocuentes ni magnos. Su grandeza, más allá de lo consabido de su estatura de héroe —conscientes estamos de que fue un ser extraordinario—, es la de ser un hombre de pueblo.

 En la Casa del ALBA Cultural quedó inaugurada este miércoles 9 de octubre la exposición Camilo Cienfuegos,
el Señor de la Vanguardia
; muestra que reúne más de una veintena de instantáneas
tomadas por Romero a Camilo en 1959. Fotos: Ariel Cecilio Lemus

 

Es la de reconocerse en un obrero, un artista, un niño; o identificarse con las más genuinas expresiones sociales y culturales de nuestro país, como el baile, del cual era ferviente simpatizante; el béisbol; nuestra más jacarandosa cubanía, era el típico bromista y “chivador” cubano.

Y ese es el hombre que captó en su lente el fotógrafo Perfecto Romero, un ícono de la fotografía cubana revolucionaria y también hombre de pueblo, guajiro nato que el poblado de Cabaiguán vio nacer hace ya 85 años.

En la Casa del ALBA Cultural quedó inaugurada este miércoles 9 de octubre la exposición Camilo Cienfuegos, el Señor de la Vanguardia; muestra que reúne más de una veintena de instantáneas tomadas por Romero a Camilo en 1959.

La luminosa sonrisa de Camilo, su rostro afable de mirada amigable; también la atención profunda. El andar entre la gente como uno más, vestido de civil. Momentos junto a otros grandes como el Che, Fidel, Raúl; otros de intimidad filial y amistosa, instantes todos develados por el ojo detrás del lente de este campesino rellollo.

 

Perfecto Romero llegó a la fotografía casi por accidente, “a mí no me retrataron ni cuando era chiquito. No sabía nada de fotos, nunca había visto una”, me comenta al preguntarle cómo se acercó a este arte.

Fue en su natal terruño donde un amigo lo convida: “Alfredo Rodríguez, fotógrafo profesional que trabajaba en un estudio de mi pueblo, fue el primero en hablarme de la fotografía y me embulló a que me hiciera fotógrafo. Me dijo que eso me daría más dinero. Cuando aquello yo trabajaba en una panadería, tenía 17 años, en 1955”.

Y le prestó oídos al amigo. Empezó a visitar el laboratorio del padre de este, fotógrafo ambulante. Allí ayudaba a revelar rollos y comenzó a conocer todo el proceso fotográfico y su técnica. Aún no tenía cámara. “Nunca imaginé ser fotógrafo. Poco a poco fui convirtiéndome. Lo hacía para vivir, aquella época era difícil”.

Un buen día, gracias a un golpe de suerte, se compró una cámara. “Soñé con los policías y un amigo me dijo que jugara el 51 —el número que correspondía en la charada a este—. Me gané el premio mayor. Empecé a trabajar con ella en actividades festivas como cumpleaños. Retrataba a muchos niños. Me salían bien las fotos. Se me daban bien”. 

Las injusticias vividas y la situación social caótica de la Cuba de los 50 lo llevó a alzarse junto a los rebeldes en la Sierra Maestra. Pertenecía a una célula del Movimiento 26 de Julio y fue llamado a subir a las montañas del Escambray.

No tenía fusil y llevó su cámara. Allí estaba el Che. El argentino fue virando a los que no tenían armas, “busquen un fusil y vengan, esa era la orden que daba el Che. Había que quitarles un arma a los guardias batistianos.

“Cuando llegó a mí me dijo riéndose, ‘qué usted hace aquí sin fusil. Aquí hay que venir con un fusil y con balas’. Entonces me ve el estuche de la cámara y me dice: ‘y eso qué cosa es’. Le contesto que es una cámara fotográfica y le digo que soy fotógrafo. Entonces me ordena corresponsal de guerra de la columna. Ahí empecé en la Sierra”.

Es ahí cuando empieza a tomar varias de las fotos icónicas de la guerrilla revolucionaria. También su primer encuentro con Camilo. Estando en la jefatura del Che, llega el capitán Ángel Frías, de la columna comandada por el argentino, y le dice que lo acompañe.

“Nos montamos en un jeep lleno de morteros, bazucas y ametralladoras. Pensé que íbamos para un combate. Pero en el trayecto veo que va para Yagüajay. Allí nos esperaba Camilo y tomé esa foto —señala para una de las fotos expuestas. Están en ella el Comandante Pinares, Guillermo García Frías y otros combatientes”.

Después de eso cada vez que Camilo necesitaba una foto, Romero era el encargado de tomarla. Atesora infinidad de fotos de Camilo y de momentos a su lado.

 

Le pido que me hable de su relación con el mítico combatiente. Su acercamiento era de trabajo, pero el héroe irradiaba a todos su transparencia. “Era una persona tremenda, siempre estaba riéndose. Saludaba a todos. Nunca lo vi maltratar a alguien, tenía muy buena forma. Era de unos sentimientos muy humanos. Le encantaban los niños”.

Romero comenta cada una de las fotos y responde a la curiosidad de los presentes. Y lo hace con la satisfacción de quien suma, a su pasión por la fotografía, no solo el haber registrado gráficamente con ella a un héroe como Camilo, sino el placer espiritual que le proporcionó conocerlo personalmente.