La Candelaria: teatro de luces para América Latina y el mundo

María Carla Gárciga
20/5/2016

La Candelaria no hace teatro, La Candelaria es el teatro. Por ello resulta un privilegio para los amantes de la dramaturgia sentir, compartir y aprehender la magia intrínseca de uno de los colectivos más antiguos y prestigiosos de las artes escénicas en el continente; una agrupación que no solo ha sentado pautas y trazado directrices con las casi 100 obras propias que marcan su historia, sino por los aportes teóricos que han enriquecido el quehacer teatral contemporáneo en América Latina y el mundo.


Foto: Tomada de Internet
 

De ahí que no pudiera faltar, en Mayo Teatral, el homenaje de Casa de las Américas a La Candelaria por el medio siglo que cumple en junio del presente año. En la sección Celebración y ejercicio de pensamiento: mirar/se por dentro, del Encuentro de Teatristas Latinoamericanos y Caribeños, la Dra. Graziella Pogolotti; la actriz Nohra González y la directora Patricia Ariza, de La Candelaria; y la actriz Ana Correa, del grupo peruano Yuyachkani, compartieron su visión del colectivo colombiano desde diversas perspectivas: como espectadora la primera, como parte del mismo las segundas y como eterna discípula la tercera.

La intelectual y estudiosa cubana Graziella Pogolotti recuerda con imágenes vívidas la primera vez que vio una puesta en escena de La Candelaria: fue a inicios de los 80, en el Festival de las Naciones de Caracas, donde América Latina estaba representada por unos pocos grupos y existía un ambiente multitudinario en el que convivía el teatro tradicional con el alternativo emergente.

“La obra Los 10 días que estremecieron al mundo me ha hecho pensar mucho y me ha acompañado a través de los años. Su núcleo central era una relación compleja, una metáfora del teatro, la política y la revolución. Pero todo aquello tan conceptual y teórico estaba dado con un sentido del humor extraordinario que ha caracterizado siempre a La Candelaria, esa capacidad de reír y divertirnos, no para escapar de la realidad, sino para producir un resorte de autorreconocimiento y disfrute. Utiliza la alegría de la vida, el sentido profundo del divertimento, asociado a una larga tradición teatral, al elemento farsesco y que, en términos de imagen, queda grabado en la memoria más allá de la función”.

Luego rememoró al inolvidable maestro Santiago García, fundador y director de la agrupación, a quien “las hadas le pusieron todos los dones en la cuna y, a diferencia de otros, no los despilfarró, sino que supo aprovecharlos al máximo”. La estudiosa resaltó la multiplicidad artística de Santiago, el intelectual lúcido que fue, su principio ético de respeto al arte y al ser humano, y la consecuencia de sus ideas. También confesó que, gracias a La Candelaria, pudo conocer a Colombia, país hermoso y trágico que la ha impactado para siempre, con una dolorosa historia que el colectivo teatral ha vivido intensamente.

Sus palabras finales fueron para el teatro como refugio de la relación humana en medio de la realidad mundial que hoy nos abruma, como “proceso vivo en el que interactúan de verdad los actores y espectadores, partícipes de una forma u otra de la creación. El teatro que se ha ido haciendo en América Latina desde la independencia, desde la construcción de sus propias formas de producción y supervivencia, es el ámbito de la resistencia, no solamente de la cultura, sino también de lo que tiene que ver intrínsecamente con ella: el ser humano. El teatro no canta a la muerte; el teatro canta a la vida, al regocijo y a la lucha”.

Desde una perspectiva a lo interno de la experimentación, la actriz Nohra González compartió la historia de sus 18 años en el colectivo teatral, así como las preocupaciones estéticas y temáticas que han atravesado a la agrupación en las dos últimas décadas.

“Cuando entré a La Candelaria comencé con la obra El Quijote. El maestro Santiago proponía que habláramos de la utopía, algo que me pareció hermoso e importante, pero después de mucho tiempo entendí por qué lo hacía: él hablaba de la utopía no como algo imposible, sino como aquello posible que queremos lograr, entendí entonces por qué emprendimos este viaje por el Quijote, que era nuestro viaje también como grupo por nuestros sueños para convertirlos en realidad. El maestro tenía la mirada más joven del grupo, siendo la persona de más edad”.

Seguiría la puesta en escena De Caos y Deca Caos, que hablaba de la fractalidad y la compaginación de todas las fuerzas del universo, y luego A título personal, la cual discursaba en torno a la autorreferencia y la indagación del grupo sobre su voz como actores, sus preocupaciones frente a la estética, la sociedad, las relaciones personales; la crisis de la representación y cómo la voz personal puede convertirse en una voz universal que logre comunicarse con otros mundos.


Antígona Foto: Tomada de La Ventana
 

Más adelante, con Antígona, Nohra comentó que La Candelaria entró en una búsqueda más directa que planteaba la dicotomía entre las leyes naturales y las leyes del estado, a cuáles de ellas debemos seguir, contradicción vinculada profundamente a la realidad colombiana. En consonancia con ello, el grupo desarrolló una trilogía de obras que discursaban acerca del cuerpo en todas sus manifestaciones: “el cuerpo físico y geográfico adolorido, masacrado, acribillado. Con nuestras obras buscábamos respuestas de por qué, en qué momento y cómo esos ríos arteriales y el universo montañoso de nuestro país se convirtieron en fosas comunes”.

A Mayo Teatral retornaron con Camilo, su más reciente puesta en escena. Sobre ella, explicó la joven actriz: “Nos adentramos en esta obra para tratar de comprender un poco —sin todavía tener las respuestas, porque son demasiado complejas— por qué tantos pensaron en algún momento que las soluciones frente a las desigualdades tan profundas de nuestro país eran las armas, como Camilo Torres, un sacerdote que después de luchar con la oración y el rezo decide que el camino es la lucha armada. Esta obra se da en el momento histórico del proceso de paz, donde los enemigos también están al acecho para ver de qué manera se puede romper la solución al conflicto armado”.


Obra teatral Camilo Foto: Tomada de La Ventana
 

Para terminar, Nohra relató las inquietudes del grupo de creación colectiva, sus encuentros y desencuentros, y su lucha para que las diferencias a nivel estético y personal no se convirtieran en un campo de batalla en el escenario, “porque el grupo es eso: las rosas, pero también las espinas”.

Por otra parte, Ana Correa, actriz del conjunto teatral peruano Yuyachkani, compartió coincidencias, hermandades e influencias entre ambas agrupaciones y lo que ha significado La Candelaria para ella en el plano personal. “Los vi por primera vez en 1971 y fue impactante, al punto que decidí entrar en una escuela de teatro. A través de ellos descubrí lo que era un grupo y el significado del teatro colectivo”.

Asimismo, narró las visitas de La Candelaria a Yuyachkani con las puestas en escena Guadalupe años sin Cuenta, El diálogo del rebusque y El Quijote, junto a varios seminarios del maestro Santiago García que, además de llevar la reflexión y el aprendizaje de la agrupación colombiana al Perú, constituyó un motor e incentivo para promover el Movimiento de Teatro Independiente en Lima, el cual luego se hizo extensivo al resto del país y llegó a tener casi 120 grupos de teatro organizados a nivel nacional.

“Si Yuyachkani tiene una casa y un espacio donde compartir el laboratorio de experimentación en el grupo, es por influencia de La Candelaria, que para mí es el impulso del teatro en América Latina, porque su dramaturgia y publicaciones han llegado a todo el continente. Lo otro importantísimo es su activismo político y el trabajo con los adolescentes, los adultos mayores y las abrazadas, que son mujeres víctimas de violencia política o familiar. La Candelaria es una inspiración permanente, es más allá de los espectáculos que hace, es esa lucha por ir al interior del país e invitar permanentemente a los teatristas de América Latina. Por eso sigo admirada de su fuerza y el trabajo de dar y siempre dar”.

Cerró el panel la intervención de la directora Patricia Ariza, fundadora de La Candelaria y seguidora de las enseñanzas de Santiago García: “A los 50 años nos hacemos preguntas distintas”, refirió la dramaturga. “Una es por qué hacemos teatro, y creo que es porque tenemos un nudo en la garganta que si no lo desatamos nos morimos; es un problema de vida o muerte. Ahora mismo no sabemos claramente de qué necesita la sociedad que hablemos; esa pregunta nos atraviesa la vida entera. Nos preguntamos, como un adolescente que va a una fiesta, qué vestido me pongo, cómo preparo mi cuerpo, la cara, el alma, la sonrisa, cómo preparo el espíritu”.


Foto: Tomada de La Ventana
 

“Estamos atravesados por la tragedia, pero también por la fiesta. La tragedia para nosotros ha sido una guerra larguísima, pero en Colombia ha pasado que en los mayores picos de la guerra se acrecientan las fiestas populares. Ello es un indicativo muy interesante de cómo estas se convierten en una forma poderosa de resistencia. La indagación de cómo vivimos de manera simultánea entre la guerra y la fiesta, motivó varios trabajos que hemos hecho con la dirección de Santiago. Sus enseñanzas se mantienen, aunque él ya no esté dirigiendo.

“La creación colectiva es una construcción donde Santiago ha jugado un papel determinante y ha resistido contra viento y marea, porque en estos tiempos algunos dicen que eso pasó de moda, que ahora hay otras formas. Posiblemente sea verdad, pero nosotros y nosotras hemos escogido esta y la defendemos a muerte, algo extraño en estos momentos en el mundo, donde todo indica que hay que ser individuo e individualista. Sí, es muy complicado ser grupo, es un desafío tenaz de las divergencias no solo estéticas, artísticas y metodológicas, sino también personales”.

¿Qué es lo que hace que uno permanezca tanto tiempo en un grupo? Para Patricia, la clave está en la creatividad, en la enseñanza de Santiago de inventar algo nuevo, porque para La Candelaria es más importante lo que busca que lo que sabe, y ante cada creación es “como si estuviéramos al borde de tirarnos al abismo y construir las alas mientras caemos. A veces hemos estado a punto de estallarnos contra el piso y hemos salido, pero no ilesos: cada obra es un dolor, pero también un placer; como dice Santiago, es un dolor ácido y placentero, un dolor complejísimo, porque uno sufre en una obra y también goza enormemente”.

Patricia narró los periodos de resistencia del grupo, los momentos más difíciles y gratificantes, el privilegio de contar con una casa-sede hermosa e independiente, junto al enorme repertorio de obras, una historia común y el empeño de continuar llegando todos los días sagradamente a las 9:00 de la mañana a ensayar. “Nosotros tenemos el teatro, que tampoco puede volverse un bunker, que no es la salida con mayúsculas, pero sí es una salida también. Por eso buscamos crearle al teatro luces, puertas y ventanas que se comuniquen con el mundo y, desde allí, hablar sobre cómo desatar esos enormes nudos que tenemos en la garganta”.