La casa con el galeón colgado del techo, donde valía la pena vivir

Félix Julio Alfonso López
29/6/2020

Para Omar Valiño y Pablo Fornet,
compañeros en esta travesía

A fines del siglo pasado había, en una sosegada calle de la Habana Vieja, cierto almacén de antigüedades cuyo dueño era hombre por muchos conceptos singular. Lo era entre los comerciantes por su despego a las ganancias y las pérdidas —ya que no había joven pintor o pálido poeta o simple hambriento que no recibiesen de él sobrada ayuda—; y lo era entre los hombres de bien por una curiosa sombra o veladura de sus escrúpulos. Consistía ésta en ser incapaz de resistirse a provocar la felicidad de sus clientes.

Eliseo Diego, “Historia del anticuario”

Cubierta del libro A través de mi espejo. Foto: Cortesía de la Biblioteca Nacional de Cuba

En el conocido ensayo “A través de mi espejo”, aparecido en la revista Unión en 1970, el gran poeta cubano Eliseo Diego (La Habana, 2 de julio de 1920- Ciudad de México, 1 de marzo de 1994), del cual se cumplen ahora cien años de su natalicio, afirmó que había nacido en la calle Concordia. Y lo cuenta como una suerte de evocación poética de algo que sucederá después: “Pero en torno a lo que habría de corresponderme descubro un antecedente de especial prodigio, una escena que habría podido servir a Carlos Dickens para el corazón de una de sus novelas. Sucede en la sombría casona que habitaban mis tíos en la calle Concordia —la misma donde nací el año de 1920”.[1]

El familiar al que se refiere este pasaje era Francisco del Calvo, llamado cariñosamente el tío Paco, el que sin duda ejerció una enorme fascinación sobre el niño Eliseo, quien lo recuerda de este modo: “Mi tío Francisco —el que compraba todos sus trajes en Londres y se hacía lavar las camisas en Nueva York, corpulento, decidor, elegante, increíble calavera”. Pero lo verdaderamente sorprendente para la mirada de aquel infante de nueve años era que este tío lanzaba cajetillas de cigarros vacías con un clavel adentro, hacia el balcón opuesto de la calle, y allí eran recibidas al vuelo por una misteriosa niña de pelo lacio, “hija de uno de los mejores médicos de La Habana, su compañero de fiestas”. Esa muchacha, como en el azar concurrente de Lezama, será luego “una de las prodigiosas jóvenes del paseo”,[2] su futura esposa, Bella García Marruz.

En el documento que da fe de su inscripción ante el juez municipal del este de La Habana y encargado del registro civil, se lee que fue asentado en el folio 257 del tomo 36 de NACIMIENTOS (sic), en el acta 256, el niño con el nombre Eliseo Julio de Jesús de Diego Fernández Cuervo:

En La Habana, a las nueve y media de la mañana del día seis de Agosto del año mil novecientos veinte, ante el Dr. Juan Sousa y García, Juez Municipal Suplente del Este, y de Fernando Rodríguez y Martínez, secretario, compareció Constante de Diego y González, natural de Oviedo, mayor de edad, del comercio, y vecino de Compostela cincuenta y seis, solicitando la inscripción de nacimiento de un varón, y al efecto como padre del mismo declara: -que nació en su domicilio a las doce y veinte de la tarde, el día dos de Julio último; -que es hijo del declarante y de Berta Fernández Cuervo y Giberga, natural de La Habana, mayor de edad y del mismo domicilio.[3]

Ante semejante evidencia legal, no caben dudas sobre el lugar real de su nacimiento: la casa de la calle habanera de Compostela, marcada con el número 56 (antiguo), actual 316-318. Dicho inmueble, como se lee también en el documento, era el domicilio de sus padres, y al mismo tiempo compartía el espacio doméstico con una importante firma comercial de aquellos años: la Casa Borbolla, propiedad de Constante de Diego, su progenitor, un emigrado pobre asturiano que había llegado casi niño a La Habana a finales del siglo XIX. Es este lugar el que despierta en el poeta una de sus más penetrantes y cariñosas reminiscencias. En el texto que citamos al inicio rememora:

¿Y qué es en fin lo que yo he visto, esto que cuento como el primero de mis recuerdos? Mi padre fue comerciante por azar, pero su corazón llenó su tienda de prodigios. Llamóse la Casa Borbolla aquel emporio de objetos de arte, muebles, joyas y, sobre todo, antigüedades. En un breve relato que titulé “Historia de un anticuario” (…) he tratado de rendirle un homenaje que no podré acabar nunca a mi gusto. El nombre Casa Borbolla tiene aún para mí una reminiscencia bárbara y medieval que sin duda procede de su asociación con el más bárbaro y medieval de los nombres: el del Ducado de Borgoña. Y entrar en la casa en nada desmerecía la asociación gratuita: ¡ah de su penumbra inacabable, atestada de maravillas en exquisito desorden![4]

Anuncio Casa Borbolla. Fotos: Cortesía del autor

El acucioso investigador y estudioso de la presencia española en Cuba, Jorge Domingo Cuadriello, afirma que el padre de Eliseo, Constante de Diego González (1876-1944) fue “narrador, poeta y comerciante. A los doce años llegó a Cuba y al poco tiempo tuvo que comenzar a trabajar como empleado de limpieza en la Casa de Muebles Borbolla. Años después, al fallecer el dueño, se vio favorecido por el testamento de este y pasó a ser propietario de la entidad”.[5] De acuerdo con este parecer, Constante habría llegado a la isla en algún momento de finales de la década de 1880, trabajó como mozo de limpieza de la mueblería Borbolla, y al fallecer su dueño este le transfirió su negocio por disposición testamentaria.

La propiedad de J. Borbolla era muy conocida en La Habana de finales del siglo XIX. La guía de La Habana y la Isla de Cuba, compilada por Abel Linares en 1893, muestra entre los comercios habaneros que se anuncian en sus páginas la razón llamada La América de J. Borbolla, sita en Compostela 52-54-56 y Obrapía 61, cuyo negocio declara la importación de joyería fina, muebles y pianos. El establecimiento poseía cable del telégrafo, apartado de correos y el teléfono 208.[6] Pocos años más tarde, un repertorio comercial estadounidense sobre los diferentes países de Latinoamérica, el Commercial Directory of the American Republics, consigna como fabricantes y almacenistas de muebles en La Habana a J. Borbolla, con domicilio en Compostela 52.[7]

La escritora Renée Méndez Capote, quien en su juventud frecuentó aquella morada, ofrece numerosos detalles e informaciones relacionadas con la presencia de Constante de Diego en la Casa Borbolla. En su libro de memorias Amables figuras del pasado, en el capítulo dedicado a los que llama “gente del alto comercio”, escribe: “Don Constante Diego ―padre del poeta Eliseo Diego― había nacido en Infiesto, bella aldea grande, asturiana, en 1878 (sic). En 1891 empezó a trabajar en la mejor mueblería que tuvo jamás La Habana, y de la que quedó dueño al morir Borbolla sin pariente alguno e impresionado por la rectitud, la honradez y la espiritualidad de su empleado de excepción”.[8]

Casa Borbolla, Muebles.

El verdadero nombre del padre de Eliseo Diego era Constantino de Diego González, pero solía usar indistintamente el de Constante (y suprimía la partícula “de” que precedía su primer apellido), quizás porque le recordaba uno de los rasgos más notorios de su personalidad, la persistencia. Domingo Cuadriello dice que nació en 1876 y Méndez Capote afirma que fue en 1878, pero su verdadera fecha de nacimiento fue el 26 de julio de 1875. Si los datos que aporta Méndez Capote son ciertos, fue a la edad de 16 años (1891) que Constante inició su relación laboral con Borbolla, y es altamente significativo el gran aprecio que sentía el dueño por las virtudes morales del joven aprendiz.

Queda en suspenso el momento en que Constante se convierte en dueño de la mueblería, sin embargo, un año antes de nacer Eliseo, un documento de 1919 consigna una petición, hecha al registro de la propiedad industrial el 8 de febrero de ese año (Número de Registro de la Sección 6125) por C. Diego, con domicilio en Compostela 56, para que se reconociera la marca de comercio Borbolla, con los siguientes productos que deseaba amparar: “joyerías de todas clases, relojes de bolsillo y de pared de todas clases, pianos y aparatos musicales de todas clases, y accesorios para los mismos, lámparas de todas clases, objetos de uso personal de oro, plata, metal, cristal, porcelana, loza y mármol de todas clases, alfombras y tapices de todas clases, bastones, paraguas, carteras, cinturones, maletas y perfumería y en general”.[9] Como se desprende de la relación anterior, la Casa Borbolla era mucho más que una mueblería, se trataba de un importante establecimiento comercial dedicado a rubros muy diversos, que le confieren aquel aire que recordaba Eliseo de almacén de antigüedades.

Méndez Capote agrega otros datos relacionados con la figura de Constante, su matrimonio con la habanera Berta Fernández Cuervo y Giberga,  sobrina por vía materna del tribuno autonomista Eliseo Giberga,[10] así como su interés por corresponder su bien surtido negocio con el mundo de las artes y la cultura. Así, consigna que fue allí donde la joven Amelia Peláez realizó su primera exposición: “gesto que logró emocionar a Víctor Manuel a quien impresionaba vivamente la sólida y amable personalidad de este comerciante”.[11] También señala que Constante “era poeta, e hizo el primer anuncio literario de la época en 1922.  Es un folleto que tiene un dibujo de La Casa del marino, en La Habana Vieja, hecho por Hurtado de Mendoza, y con la siguiente explicación: ‘Para que el público pueda darse cuenta mejor de La historia del marino, la Casa Borbolla ha reconstruido la que vivió el protagonista de esta leyenda con valiosos muebles, cuadros y adornos de la época´”.

 Historia del Marino.

Sobre los gustos artísticos de su padre, Eliseo Diego apunta: “En materia de pintura el gusto de mi padre no fue ciertamente espectacular —si bien la Casa abrió sus puertas, en una insólita innovación, a algunos de nuestros mejores pintores modernos, entonces principiantes, como Victor Manuel o Amelia Peláez— pero, eso sí, era un gusto canónico. De las paredes colgaban sólidos paisajes que abrían otras tantas ventanas a sitios de remota belleza”.[13]

En materia de creación literaria, Jorge Domingo Cuadriello afirma que Constante de Diego “cultivó la literatura con modestia, no participó en la vida cultural habanera y solo hemos encontrado un poema suyo en El Progreso de Asturias y otro en el Diario de la Marina”.[14] Pese a la brevedad de su obra en verso, Cuadriello menciona entre sus obras publicadas el cuadernillo Historia del marino (1922, 16 pp.) y otro volumen más extenso, la novela titulada Gesto de hidalgo (1940, 149 pp.).[15] Además fue socio fundador y secretario de finanzas de la Asociación Nacional de Poetas Cubanos, con sede en la calle Industria 458. Al morir Constante a inicios de 1944, el presidente de dicha corporación, Romualdo Crusco, le envió una sensible misiva a su viuda, invitándola a una peregrinación a su tumba con motivo de cumplirse un mes de su fallecimiento.[16]

;Asociación Nacional de Poetas Cubanos

En opinión de Méndez Capote, la novedosa manera de imbricar su corporación comercial con prácticas culturales, como en el ejemplo de la citada exposición de pintura, habrían llevado a otros dueños de importantes negocios habaneros a imitar la iniciativa de Constante Diego:

Pepín Fernández Rodríguez introdujo la moda de adornar las vidrieras de El Encanto por jóvenes valores de la pintura, como Luis López Méndez; Rafael Suárez Solís se hizo cargo de lo concerniente a la literatura, que de la intención puramente comercial pasó a ser inteligente y culta; Fin de Siglo siguió la ruta y contrató artistas plásticos para sus vidrieras y Jorge Mañach se hizo cargo de la propaganda. El Encanto inauguró un restaurante pequeño, sumamente elegante y de magnífica cocina, el Salón Verde, en el cual recibía a cuanta figura notable en el mundo de las letras, el arte escénico y las artes plásticas pasó en aquella época por La Habana.[17]  

No obstante, todo lo dicho sobre el éxito comercial de la Casa Borbolla (eran frecuentes sus anuncios en la revista Social como representantes exclusivos de la prestigiosa marca de relojes suizos Patek Philippe) y su notoriedad en la alta sociedad habanera (Méndez Capote la llama “la mejor mueblería que tuvo jamás La Habana” y se ufana de haber decorado su vivienda con “piezas de la exposición de la Casa Borbolla”), el negocio de Constante de Diego fue víctima de la pavorosa Crisis Económica de 1929 y la fortuna familiar se vio perdida.

Remembranzas de Josefina, hija de Eliseo, de las vivencias en la casona Villa Berta.
Foto: Internet

Según Méndez Capote, la Casa Borbolla fue arrastrada por la quiebra del Banco Español, pero su dueño, en un acto de asombrosa generosidad “no quiso presentar quiebra y pagó hasta el último centavo de las deudas y compromisos que tenía pendientes su negocio”.[18] Sobre este sensible particular, Eliseo apuntó con gran respeto: “Mi padre jamás se aprovechó de nadie ni tuvo nunca conciencia de sí mismo. Prueba de ello es que no me dejó un centavo en herencia, por lo que ya no cesaré de alabarlo. No me dejó en herencia más que la poesía y una casa vieja, que era, también curiosamente, la poesía”.[19]


Anuncio de Social, mayo de 1923.
 

Por los datos aportados por Josefina de Diego, hija y albacea de Eliseo Diego, sabemos que su abuelo asturiano Constante falleció el 12 de enero de 1944 en la Quinta Covadonga de La Habana. Su esposa Berta lo sobrevivió casi cuatro décadas, y murió el 5 de agosto de 1981. Se habían casado el 29 de agosto de 1917 y tres años después, el 2 de julio de 1920, tuvieron a su hijo Eliseo Julio de Jesús de Diego Fernández Cuervo, nacido como ya hemos visto al inicio de estas páginas en la calle Compostela 56 (actual 316-318) esquina a Obrapía, a las doce y veinte minutos de la tarde.

Anuncio en la revista Social.

La misma casona que, en conmovedora remembranza, el poeta recorre como en una ensoñación: “Ir por la Casa Borbolla adentro, entre las armaduras aromosas a aceites y pavor, sorteando los bargueños y las frágiles sillas doradas, mirando desde abajo, como un pez atónito, la quilla del galeón, que navegaba colgado del techo: Ir por la Casa Borbolla adentro bien valía la pena de vivir”.[20]  


Notas:
[1] Eliseo Diego: “A través de mi espejo”, en Poesía y prosa selectas. Selección, prólogo, cronología y bibliografía de Aramís Quintero. Fundación Biblioteca Ayacucho, Caracas, 2004, p. 446. 
[2] Eliseo Diego: op. cit., p. 447.
[3] Inscripción de nacimiento de Eliseo Diego. Documento perteneciente al archivo de su hija Josefina de Diego.
[4] Eliseo Diego: op. cit., p. 443.
[5] Jorge Domingo Cuadriello: Diccionario bio-bibliográfico de escritores españoles en Cuba. Siglo XX. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2010, p. 79.
[6]Guide Book of the Havana and the Island of Cuba, compiled by Abel Linares, Printing Establishment “La Lucha”, Havana, 1893, p. 81.
[7]Commercial Directory of the American Republics, Washington, vol. II, 1898, p. 1480.
[8Renée Méndez Capote: Amables figuras del pasado. Editorial José Martí, La Habana, 2011, p. 157.
[9]Boletín oficial de marcas y patentes de la Secretaría de Agricultura, Comercio y Trabajo, La Habana, año XIII, no. 1, 31 de julio de 1919, p. 385.
[10] En comunicación enviada por Josefina de Diego, consta que Eliseo Giberga y su esposa María del Calvo fueron quienes regalaron al joven matrimonio de Constante y Berta los terrenos en Arroyo Naranjo, donde se construyó la casa familiar de Villa Berta. Asimismo, al fallecer María del Calvo, le dejó en herencia a la mamá de Eliseo un edificio de apartamentos en la calle Compostela. En palabras de Josefina, “del alquiler de esos apartamentos salieron muchos de los juguetes que tanto disfrutamos de niños”.
[11] Renée Méndez Capote: op. cit., p. 158.
[12] Ibídem.
[13] Eliseo Diego: op. cit., p. 443.
[14] Se trata de los poemas “A las viajeras del Lafayette”, Diario de la Marina, 10 de enero de 1926, y “Asturias”, El Progreso de Asturias, 30 de abril de 1942. Más tarde Jorge Domingo Cuadriello halló otro poema, “Primavera”, Diario de la Marina, 20 de abril de 1940. Constante Diego es el autor de otros dos poemas, parcialmente inéditos, el soneto “Villa Berta” y los versos titulados “Todo ama”. Agradezco esta información a Josefina de Diego.
[15] Jorge Domingo Cuadriello: op. cit., pp. 79-80.
[16] Documento perteneciente al archivo de Josefina de Diego.
[17] Renée Méndez Capote, op. cit., pp. 158-159.
[18] Idem, p. 158.
[19] Eliseo Diego, “A través de mi espejo”, op. cit., p. 443.
[20] Ibídem.