La gran Chela

Miguel Barnet
15/5/2019
“Por su lealtad y su disciplina profesional, Chela (primera a la izquierda) se coloca en el pedestal de las grandes secretarias del siglo. Y es parte de una raza en extinción que no necesitó computadora ni wikipedias
para alcanzar el sueño martiano de ser útil desde la virtud”. Foto: Internet

 

Si en cualquier lugar de Cuba uno pregunta a toda voz por Graciela Rodríguez Pérez, todos se mirarán desconcertados, ¿quién es, a quién estamos convocando? Todos se mirarán a los ojos sin respuesta. Pero si alguien pregunta por Chela, jubilosos identificamos enseguida a la mujer que casi toda su vida fue la secretaria ejemplar de Armando Hart Dávalos, depositaria de los más acariciados secretos, dueña de los candados de todos sus escritorios y de las llaves de todas sus oficinas. Con solo mencionar ese nombre se encenderán los candelabros y se abrirán, para algunos, todas las puertas. Porque, como verdad de Perogrullo, detrás de un gran hombre, y este es el caso, siempre hay una gran mujer. Llegó a Hart por su temprana amistad con Haydée Santamaría, la Heroína del Moncada. Ambas nacieron para servir a la Revolución. A sus funciones como secretaria, por casi 60 años, de uno de los más dotados discípulos de José Martí y Fidel Castro, sumó misiones de compromiso y diálogos con la intelectualidad cubana y del mundo. Fue, para decirlo con propiedad, la otra mitad de Hart, le leía el pensamiento, le adivinaba sus ideas y las seguía a cabalidad. Esta dimensión personal de Chela se hizo visible desde los días en que el joven revolucionario ocupó la cartera de ministro de Educación del primer gabinete del Gobierno Revolucionario en 1959. Alcanzaba ya esta comunión espiritual, lo acompañó en todo su quehacer político, tanto en el duro oficio de ministro de Cultura, donde abrió puertas y levantó puentes, como en el Programa Martiano y en la Sociedad Cultural José Martí. Chela, con aguda inteligencia y sensibilidad, supo distinguir entre lo superfluo y lo trascendente y, con suspicacia y juicio, le allanó el camino a su jefe. ¡Qué misión más grande y útil desempeñó para separar la paja del grano! Eso solo lo saben hacer los aliados inteligentes, y Chela lo hizo cumpliendo con firmeza su papel de secretaria. Para ella nunca existieron los horarios ni las tarjetas de entrada. Solícita, sabía que solo podía abandonar la oficina cuando Armando ya se hubiera despedido de sus papeles y de sus tareas del día. Ágil, profunda, amable en su severidad, ella se ha sabido dar su lugar. Nunca se ufanó de ser la secretaria de un gran hombre, conociendo mejor que nadie su estatura de pensador y guía intelectual, por el contrario, humilde hasta en su vestir, lo acompañó en las altas y las bajas, en turbulentos avatares políticos y en su vida familiar, siendo una más de su familia. Eso, mejor que yo, lo puede afirmar su esposa Eloísa Carrera, que ha cuidado con esmero la obra de Hart y sus valiosos archivos, sistema nervioso del proyecto de la Sociedad Cultural José Martí. Chela es únicamente comparable a la inolvidable Conchita Fernández, secretaria de Fernando Ortiz, de Eduardo Chibás y de Fidel Castro. Por su lealtad y su disciplina profesional, ella se coloca en el pedestal de las grandes secretarias del siglo. Y es parte de una raza en extinción que no necesitó computadora ni wikipedias para alcanzar el sueño martiano de ser útil desde la virtud. Honrémosla ahora que está con nosotros, porque mujeres como ella no se repiten. Felicito a la Universidad José Martí de Latinoamérica por esta distinción a la gran Chela.