La lengua de Tata

Adán González García
22/8/2017

Cada vez que me topo con Fina, la enfermera, me acuerdo de lo que le pasó a Tata Gómez —según él mismo cuenta— la vez que se montó en el carro de Meleco Meregildo y se puso a despotricar contra la muchacha: que si andaba con Quintana, el inspector de campo; que si había tenido tantos novios; que si era tremenda… hasta que se dio cuenta de que la persona con quien estaba hablando es hermano de Fina. Se murió de la pena, se puso blanco como un papel y le pidió a Meleco que lo dejara ahí mismo, a pesar de que le faltaba mucho todavía para llegar al batey del central.

Tuvo la suerte de que al poco rato pasó Mongo Caridad en su camión, quien lo recogió, dispuesto a llevarlo. Tata, muerto de pena, le hizo el cuento a Mongo de lo que acababa de pasar, cuando de pronto —todavía se impresiona al recordarlo— cae en la cuenta de que este también es hermano de Fina. Se volvió a bajar, frío como una rana. Se quería pegar con una piedra en la cabeza, machacarse un güevo, cortarse una oreja, pero acabó poniéndose el castigo de seguir a pie hasta el central, por comemierda, me dijo. Pero esta historia no termina ahí, porque el caso es que Quintana, el que andaba con Fina, al poco tiempo se arrengó a causa del lumbago. Él es un hombre cincuentón ya, que mide más de seis pies, y un buen día, mientras hacía el estimado de un campo de caña, se quedó tieso sobre la montura, como enterizo. Tuvieron que bajarlo de la bestia con una rondana y unas trepaderas, apareado a una guásima, según me contó el viejo mío, que lo vio. Luego anduvo como 15 días con una tira de guamá atrincada a la cintura —que lo vi yo— y gracias a eso se puso bien. El viejo también me contó que por aquellos días Tata, jaraneando con Pucha la de Nelo, le comentó que el lumbago de Quintana usaba bata blanca y empezaba con “F”, y al momento se percata de que Pucha… Bueno, ya usted sabe… Ojalá le haya servido de escarmiento definitivo —remachaba mi viejo— para ver si se cura de tener la lengua tan larga.