La roja del 17

Maité Hernández–Lorenzo
13/7/2017

La roja del 17. Buen nombre para bautizar esta nueva entrega de La Gaceta. Como Norberto me había adelantado, este número, el 3 de mayo- junio, es más literario. Para confirmarlo (a veces comienzo por el final) la sección de crítica, que habitualmente acoge reflexiones en torno a las artes plásticas, el teatro, la música o el cine, aquí luce libresca y todo lo que ofrece son reseñas de libros.

En un doblete, Ediciones Boloña, se apunta Cuba en sepia, crónicas de José Antonio Michelena, género que hoy se campea tanto en el periodismo como en la literatura; y junto a Letras Cubanas, El juego galante, pasión e historia, de Félix Julio Alfonso sobre la pelota, con prólogo de Roberto González Echeverría.  Más adelante, el testimonio de los años cubanos, que no han terminado aún, de Margaret Randall;  los fractales del todo poético de José Rolando Rivero; y para rematar, la mirada de Mirta Yañez a la novela El fuego de Ruan llueve sobre La Habana, de Roberto Méndez, poniendo punto final a una peculiar cartografía literaria. Le pregunto a Nahela Hechavarría, al frente de este apartado en la revista, por qué todo sobre libros, y me dice, casualidad. Bueno, nunca es tanta casualidad, quiero pensar. Una revista, lo digo como lectora pura, es un palimpsesto de sentidos, donde el azar es coqueto y caprichoso afortunadamente. Siempre me ocurre al leer una revista de un tirón: un nombre se repite, palabras o frases casi idénticas en distintos trabajos. En esa práctica progresiva, encuentro el sabor de su lectura de una revista, intento de libro, proyecto de aleph en manos de los revisteros, autores colectivos que ponen en valor a los otros.


De la serie Serie Huérfanos de Babel. Ilustraciones: La Gaceta de Cuba

De manera que sí, este  número es puro cuento, es decir literatura. Tanto en la semblanza de músicos o pintores, como en diálogos visibles e invisibles con escritores. Y, justamente, en la sección de Cuento (me gusta mucho que cada sección tenga el número de páginas, es un servicio público, gratuito y eficaz), “Andrew versus Andrés”, excelente relato de Alejandro Robles que narra en primera persona, y, desde estrategias más cercanas a la crónica y la autoficción, su relación con el chef Andrés, su afán creativo y las circunstancias extrañas de su muerte. Robles nos remite a verificar, en esa necesidad de documentar la ficción, a datos reales que corroboran la rareza de esas circunstancias. Un juego entre lo real y lo ficticio que marca hoy una zona importante de la creación artística y literaria.

Los editores quieren defenderse aclarando “en tiempos en que la literatura parece importar poco…”. Es el primer llamado, el primer descoloque: blanca letra sobre fondo negro. No me parece, diría cualquiera de la calle y este número le sigue la corriente.

Lo primero, empezando la lectura como se debe, es la entrevista de Erian Peña Pupo al escritor, investigador y ensayista Alberto Garrandés. Aquí comienza mi juego. Selecciono palabras, las subrayo aleatoriamente y voy acomodando así al voyeur que soy, somos. Y sobre esto abunda Garrandés en un diálogo que es pretexto para, desde diversas estaciones creativas del escritor, reflexionar sobre el estado de cosas en torno a ellas: los múltiples cuerpos que toman cuerpo, a su vez, en la antología, cine, el ensayo, la pintura; el cuerpo sensorial, sexual, erótico, extraño, desbordado. En esa ruta crítica, se ponen en cuestión aseveraciones vistas hoy en otro contexto, la conversación se va volviendo más arborescente y deja entrever un pesimismo estimulante, una sapiencia que va más allá de lo erudito, y que trasluce una honestidad transparente y humanista, una mirada reflexiva que estremece ciertas nociones dadas. Sí, es un hecho, Garrandés descree de la utopía, el mundo le resulta nauseabundo, desilusionador y peligroso. Y casi casi se le escucha decir, que el refugio está en el Dios de las pequeñas cosas, en los gestos más cercanos de bondad y amor. Es una entrevista que la academia diría de personalidad, pero que rompe, justamente, lo esperado, el regodeo, tan típico en estos casos, de lo sabido. Ahonda más en lo complejo y lo contradictorio, enriqueciendo profundamente la semblanza intelectual del escritor y ensayista.

Febrilmente, sigo mi juego de escoger palabras “calientes” o etiquetas que me permiten armar hipervínculos, superposiciones: caudaloso, pasmosa, distopía, Leopoldo Ávila. Intuyo que ellas me llevan a otros lugares, viajan entre las páginas, se meten, forzosamente, entre las líneas de otros textos, creando nuevos cuerpos relatados. Así sucede con Virgilio Piñera.

La aproximación de Ambrosio Fornet al libro Piñera Corresponsal: una vida de cartas, de Thomas F. Anderson, es, amén de otra forma de voyeurismo crítico, una vía para recolocar al lector de hoy en el contexto y referencias de un Piñera más íntimo, semioculto en una forma de escritura que lo retrata y “protege” de algún modo. Aquí la correspondencia con su amigo Humberto Rodríguez Tomeu delata distintas facetas que van desde sus ingresos económicos, y con ellos, el cambio de estatus, el éxito en el teatro o su expectativa ante el arribo de novedades europeas, las “carnitas” que tanto lo estimulan y que Humberto y otros amigos se esmeran en hacerle llegar. Ambrosio Fornet nos invita a seguir redescubriendo a un autor que atravesó la década de los noventa con la devoción de nuevos lectores, y que sigue siendo una voz que hoy se lee quizá no con igual apasionamiento. De ese texto subrayo no una palabra, sino una imagen: “Virgilio inclinándose y tocando madera cuando le desea a Humberto que el año 72 le traiga bienandanzas”. Los Fornet saben bien, que luego de “vencer” el 71, Virgilio tocó madera.

Fue Virgilio Piñera quien lo tildó de “caso”. Uno a continuación del otro, comparten una hoja, la 11 y la 12. Baragaño, apenas 30 añitos en vida y un cúmulo importante de textos, lamentablemente casi desconocidos, es presentado por la joven Grethel Domenech. Si Virgilio Piñera lo nombró de esa forma, por provocador, incómodo, radical en sus criterios y sus expresiones, es porque tiene que haberlo sido en grande. Me resulta fascinante el desmontaje de este “caso”. Como piezas en una investigación detectivesca, vamos armando el fresco del siempre joven, muy joven escritor surrealista.  No pude evitar sonreír ante el título de un artículo que Grethel menciona, “Más despacio Baragaño” que, por un lado, enfatiza cierta simpatía hacia el escritor, y, por otro, podría resultar una lectura premonitoria. A pesar de su corta existencia fue pródigo en escritos y estuvo a punto de recibir, según se cuenta aquí, el Premio Casa de poesía en su primera edición, donde, por cierto, Virgilio tuvo mucho que ver. Alrededor de él, gracias a los trazos precisos y exhaustivos de Domenech, podemos avizorar conflictos que aún siguen marcando el paso y el pulso de la creación. Su conciencia revolucionaria se cosificaba en el acto creativo en un sentido expandido e (in)pandido. Hallazgos como estos, rehabilitan, como nombró la autora su libro sobre Lunes de Revolución, una escritura y una actitud “literaria e intelectual” truncadas por la muerte y el olvido. Como pieza final del rompecabezas, el número concluye, en su sección final, especie de tributo en estos 55 años de La Gaceta, con el último texto escrito por Baragaño. En él se respira una épica del escritor y ciudadano de su tiempo que completa, de manera cabal, su semblanza. En los continuos juegos especulativos que inspira esta lectura, imprescindible virtud de este ejercicio, no puedo evitar preguntarme qué hubiera pasado con ese espíritu diez años después si hubiera sobrevivido a aquel agosto de 1962; qué hubiera dicho de esto, qué hubiera hecho ante esto y lo otro…No sé, se me antoja.

Abundante en retratos, la más reciente Gaceta, ha puesto sobre blanco y negro, a escritores poco recordados. Al igual que Baragaño, otro rescate: el del poeta matancero Luis Marimón. Jorge R. Bermúdez dibuja un perfil riquísimo de su también amigo, que no solamente demarca su producción lírica, sino, su costado humano. El texto, además, sugiere una discusión en torno a lo atlántico en la poesía matancera, como una de las matrices fundamentales, que abre un camino de indagación hasta ahora no tan abordado. Lo que lleva a preguntarse sobre esa condición en otras matrices poéticas de la Isla y su colisión con lo caribeño, por ejemplo.

Las palabras me siguen levantando el ánimo: taludes, desprendimientos, ojo, hostil, agolpada. Alberto Tosca. El poeta Rito Ramón Aroche nos agarra de la mano y nos lleva al Canal del Cerro y allí vemos a Alberto Tosca niño bailando un zapateo con botas ortopédicas, imitando a Los Zafiros o a Pello el Afrocán, mientras que su padre devoraba, libro tras libro, a Kafka, Stendhal, Balzac o Dostoivski. De ese conjunto amorfo, solo en apariencia, Alberto coció su arcilla. Tosca músico, escritor, poeta, pintor, guionista…. La Negra, la Isla de la Juventud, la Nueva Trova, la peña del Riviera, México, el regreso, capítulos o cuadros, desde donde se deja ver bien adentro “Por si se va del aire”, título de su más reciente poemario. Sorprendentes noticias para quienes su nombre fue común en las bocinas de los ochentas y noventas y una eficaz introducción a los que han llegado después. Pude disfrutarlo meses atrás haciendo química con Ray Fernández.

Regreso por igual el de Gustavo Díaz Sosa, de quien la Gaceta deja ver en su portada una hermosa imagen que dibuja un río de personas en tránsito, meandros humanos en fuga. Quizá, en esos cuerpos difusos, está él, camino al país vasco, luego de que partiera a una beca, dejando la pregunta atrás de qué pasó con ese muchacho de San Alejandro. La entrevista nos actualiza sobre su producción y también ofrece un itinerario de maduración, de crecimiento artístico y  personal. A Gustavo lo recordamos, en una imagen diferente a la que muestra la foto de la Gaceta, con apenas 15 años, siendo estudiante de San Alejandro, asombrando a todos con sus trazos, que tenían ciertas resonancias de Pollock, nombre que también menciona aquí. Hoy se inserta en el circuito español y europeo, ha mutado su signo, ha construido otras confluencias y nuevas devoluciones. “Querido amigo mío, en palabras más sencillas: simplemente, pinto”, le dice a Rafael Acosta de Arriba, quien fue, además, testigo de su juvenil despunte.


 

Creo que la presentación de una revista, oficio literario que le envidio a Senel Paz, por ejemplo, debe dejar migajas en un camino sinuoso, de retrocesos y zig zigs juguetones. Así me gusta leerla, viendo lo que no está, entrando por una palabra a otra, metiéndome por vericuetos y esquinas que conducen a títulos tan pero tan “volaos”, para citar a José Julián Valiño Hernández, como “La máquina de Kozer”, diálogo interior, torrente, selvático, entre Ronel González Sánchez y José Kozer; o el de “La suciedad del espectáculo”, otro monólogo interior, catarata y marejada, de José Luis Serrano que le valió el  Premio de poesía Ilse Erythropel”.

Sigo esas “contundencias”, y de hermosa “suciedad…” entro de lleno en la factory donde está la Singer de Kozer. Me enredo con la palabra de Ronel contra/con la de José. En ese estira y encoge, donde las cursivas y redondas me van dando el ritmo, la idea, la confirmación de esa contundencia, veo a uno frente al otro, poetizando, palabra que suena feo y que la poesía no merece, pero que da una idea, siempre pobre, de su misterio. Al finalizar, lo más importante, creo yo, es nuestro deseo de meternos en ese espacio común, invisible que ambos demarcan. Sin levantar la mano ni pedir permiso,  queremos darle al pedal de la Singer para seguir “koziendo” de poesía, de vida, de Cuba y sus sucesivos desgarramientos.

“No hay que temer”, dice Orestes Sandoval para iniciarnos en una lectura paralela de Haiti Cheri, de Hans Christoph Buch y de La visita de la Infanta, de Reinaldo Montero (entre nos, esta última mi novela preferida de Montero. Por algún tiempo cuando escuchaba a Reinaldo hablar de la visita de la Infanta pensaba que se refería a la llegada de su hija Inés, en esos momentos aún en la panza de su madre, no me atreví a decírselo por miedo a un coscorrón figurativo y seco de la mano del Rei, quizá me toque ahora).

El texto me remite a otro voyuerismo en el cual los autores construyen dualidades o espejismos desde donde operar lo narrativo. Para Sandoval, tanto Buch como Montero, indagan en la Historia por medio de personajes que “literaturizan” los acontecimientos. Uno desde la oralidad o la memoria que la protagonista cuenta; y el otro, desde la escritura íntima de un diario. Como trasfondo, los escenarios políticos, las relaciones de sujeción, en el poder real y también a través del deseo de los cuerpos, cuerpos sensuales y territoriales.

Cuerpo y territorio son algunas derivaciones que me deja el títere sin cabeza de Ángel Pérez cuando habla de la poeta, editora, investigadora, escritora, a fin de cuentas, Jamila Medina Ríos. De su acercamiento crítico, donde prefiero trocar patria por matria, Pérez va fragmentando núcleos, jirones poéticos de Jamila que forman un todo y le confieren una cualidad performativa tan cercana a la escritura de los autores de la noria, más a la de Legna Rodríguez Iglesias, o a voces teatrales como las de Rogelio Orizondo o Nara Mansur. Lo que Pérez denomina “inclinación por lo lateral”, es sustancia misma de su poesía, de su generación y “estado de ánimo”. Esas incertidumbres, desajustes e inestabilidad que él observa en sus versos, son derecho propio, tarea de choque, rendición de cuentas, “excitación verbal”, y como él mismo apunta, definición de su oficio. En Anémonas, referenciada aquí, quedan claras, desde lo poético y lo político, las estrategias de lenguaje que, de forma misteriosa, me halan a Baragaño, a Piñera, y, por ende, retroceso, doy vuelta atrás y me meto en la Manigua, de Eduar Encina, y en la Celda, de Milho Montenegro.

El primero Premio de Poesía La Gaceta de Cuba, en su edición 22, que es, ya lo sabemos, un parteaguas, y el segundo, Beca de Creación Prometeo, un empujón. Siento que ambos están hablando desde el mismo lugar, Encina en sus pasados cuarentas, y Montenegro, con una década más joven. A fin de cuentas, son también territorios, abiertos y cerrados, uno público, el otro íntimo, uno afuera y el otro adentro, que se funden y se encuentran en dos poemas como “Dos p eme”, de Encina, y X, de Montenegro. Trampas de estos revisteros que saben y esperan ansiosos ver cómo nos atrapan. Casualidad, sí, Nahela, otra sabrosa y provechosa casualidad.

Roberto Viñas trae de vuelta, siguiendo los ritornellos de este número, a Amado del Pino, fallecido el pasado 22 de enero. De ese testimonio, en tanto joven dramaturgo, que se suma a los muchísimos aparecidos en revistas y espacios públicos desde entonces, solo me resta imaginar a Amado, como lo veré siempre, enroscándose el pelo sobre la frente, el mocho de lápiz entre los dedos, y con el codo en la costilla de Tania, diciéndole, “Viste al chama, en el Gacetón”, con esa actitud infantil que era parte también de una honestidad irremediable.

Escrupulosamente, en la acepción rescatada por Alejandro Robles y su chef de cocina, llega la defensa del pop. Es decir, la pizca de sal entre los dedos, que siempre tiene un número de la revista de manera explícita. En Pop cubano: el género maldito, Carlos Fornés Chirino y L. Jesús B. Encinosa, refuerzan un alegato, a su modo de ver justo, contra ciertas zonas de la musicología, las publicaciones culturales y otros espacios de legitimación, que tienen al género pop entre los menos favorecidos y ninguneados. Seguramente, al menos yo lo espero, habrá tela por donde cortar en un futuro.

Completica. 64 páginas. A estas alturas ya tengo mi listica de palabras “calientes”. Ahora yo también me siento en la Singer y le doy pedal.