Las banderas de la cultura nacional nos harán más fuertes

Armando Hart Dávalos
28/6/2016

Pleno de sentimientos y de emociones arribamos hoy a la víspera del 30 aniversario de las célebres palabras de Fidel a los intelectuales. Quizá ni los mismos protagonistas de aquel encuentro nos percatamos suficientemente del alcance histórico que el mismo tendría. Dos meses atrás, habíamos derrotado al imperialismo en Girón y andábamos, entonces, en la gran Campaña de Alfabetización de 1961. Se incubaban, por aquella época, las amenazas de agresión y los planes del imperialismo que desembocarían, un año más tarde, en la Crisis de Octubre de 1962. Eran momentos en que la tensión internacional creciente convertía ya a Cuba en el centro del debate ideológico mundial, con todas sus consecuencias políticas, económicas y militares.

El arte y la cultura, en aquellos tempranos tiempos de la Revolución triunfante, no podían estar ajenos a los requerimientos y circunstancias de la época. Por ello, en las nuevas condiciones, se desataban viejas disputas, antiguas y aun recientes querellas y diversos enfoques ideológicos. En la memorable intervención de Fidel, que concluyó tres sesiones de trabajo, quedó plasmada una idea, un pensamiento que, por responder a una exigencia política, se convirtió en un magisterio para 30 años de Revolución en la cultura: “dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada”. Era no solo una frase feliz, sino algo mucho más trascendente: fue la síntesis de una época y la raíz de una política que fecundó el quehacer cultural cubano en lo adelante.

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A lo largo de estas tres décadas, las ideas de “Palabras a los intelectuales” le abrieron a la Revolución, en la cultura, caminos insospechados y facilitaron la creación de una obra inconmensurable. Aunque hoy no es el momento de hacer su balance, sí es de subrayar que el célebre documento de Fidel posibilitó el esclarecimiento político necesario para que el arte y la literatura del país alcanzaran, sobre los fundamentos de una historia anterior, niveles aun más altos y fueran ejemplos en América y el mundo.

El arte y la cultura, en aquellos tempranos tiempos de la Revolución triunfante, no podían estar ajenos a los requerimientos y circunstancias de la época. 

Si bien nuestros enemigos pretenden, en la actualidad, tapar el sol con un dedo, la cultura cubana se extiende a todos los rincones de la patria, al extremo de que ya se puede afirmar que no se encuentra concentrada en una o varias ciudades, sino que se promueve a lo largo y ancho de la república, ejerce una influencia internacional importante y tiene un marcado respeto en todos los continentes. Quizá sea, en la hora presente, una de las fuerzas políticas principales de la Revolución cubana en el exterior. Esa es una obra que empezó entonces y que hoy, 30 años después, debemos continuar.

Es cierto que ha habido reveses, algunos dolorosos y bastante amargos, pero ninguno de ellos estratégico ni con el peso como para nublar la obra de la Revolución en la cultura. Hemos dicho, una y mil veces, que lo mejor, más depurado y de más alto nivel intelectual del país, permaneció fiel a “Palabras a los intelectuales” y se mantiene al servicio de la Revolución  Cubana.

Con orgullo levantamos esta bandera. No hay obra humana que no tenga errores y quizá, hoy más que nunca, debamos comprender lo que se dijo con motivo de la inauguración de la Escuela Internacional de Cine y Televisión: “no es posible crear sin derecho al error”. Pero ha sido el sol, y no las sombras, lo que ha prevalecido en 30 años de revolución en la cultura.

Desde el principio de la década del 80, apreciamos que una generación nueva de creadores, reflejo de los cambios de edades que ya habían tenido lugar en la Revolución y que no conocía los pormenores ni los hilos históricos de la trama transcurrida en los 20 años anteriores, irrumpía en la vida intelectual de la nación con un ímpetu renovador. Todo movimiento de esta naturaleza, tanto en lo cultural como en lo político, viene siempre cargado de nobles y altos propósitos y, también, de confusiones y errores. Eran nuestros hijos y, como tales, teníamos obligación de mirarlos. Eran hijos de nuestra obra y, como tales, teníamos la exigencia de considerarlos.  

Las ideas de “Palabras a los intelectuales” le abrieron a la Revolución, en la cultura, caminos insospechados y facilitaron la creación de una obra inconmensurable. 

Estas nuevas promociones surgían, además, de las capas más humildes de la población; arrastraban algunas lagunas culturales, históricas y, a su vez, se comportaban como parte integral de la Revolución. Como hijos de ella, enjuiciaban, con espíritu crítico, el pasado reciente. Comprendí, desde entonces, y así lo advertí expresamente, que una crisis de crecimiento se presentaba en el desarrollo de la vida espiritual y cultural del cubano; entendí, con mayor fuerza, la necesidad de un trabajo ideológico-cultural más profundo con estas nuevas generaciones; aprecié que algo teníamos que hacer si no queríamos dejar, a la posteridad, una laguna en la trama de la historia de la política cultural cubana. Pero la dificultad estaba, y está, en que tal historia, de 1959 hacia acá, era parte, o reflejo, de la propia historia de la política cubana. Y ya esto era otro plano más complejo del problema.

A quienes aspiramos siempre a afrontar la historia haciéndola, y no simplemente escribiéndola, les sugiero analizar el momento presente como el instante más dramático y difícil de la vida y de la historia del país. En “Palabras a los intelectuales”, Fidel exhortó a los escritores y artistas a narrar y escribir los hechos heroicos de aquella epopeya. Hoy, a 30 años de distancia, con la serenidad y la justeza de la obra realizada, los exhortamos, también, a hacer la historia y a vivirla, como la ha vivido la inmensa mayoría de ustedes, en estas tres décadas de Revolución. Los invitamos a vivir y actuar, en la historia presente, desde sus trincheras de ideas, con una visión universal que siempre el cubano ha tenido de la vida y de la propia historia.

Lo mejor, más depurado y de más alto nivel intelectual del país, permaneció fiel a “Palabras a los intelectuales” y se mantiene al servicio de la Revolución  Cubana.

Quienes, de una manera u otra, nos relacionamos con los importantes empeños culturales cubanos, y estamos a diario enfrentándonos a tareas que nos reclaman un tiempo precioso, debemos hoy analizar y proceder conforme con la situación política y cultural actual, sin perder de vista lo que lúcidamente señaló Martí en el primer párrafo de su ensayo magistral “Nuestra América”. Aunque mucho se ha repetido en estos días, vale la pena volver, con amor, sobre su lectura cuidadosa:

“Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifiquen al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas, y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el cielo, que van por el aire dormido [s] engullendo mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de almohada, como los varones de Juan de Castellanos: las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas, valen más que trincheras de piedras.

No hay proa que taje una nube de ideas. Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados” [1].

Foto: Archivo La Jiribilla

De eso se trata, compañeros. En la hora que viven Cuba y el mundo, la intelectualidad del país está en el deber de generar una nube de ideas y flamearla ante el mundo para parar, como la bandera mística del juicio final, a los escuadrones de acorazados. Situar la cultura cubana en el punto de vanguardia, tanto nacional como internacional ―lo saben bien ustedes―, ha sido siempre la más noble y alta aspiración del Ministerio de Cultura. Saben, también, que hemos insistido en que tenemos historia y capacidad intelectual para semejante propósito. Esto contribuirá a fortalecernos y hacernos más eficaces en nuestras posiciones ideológicamente radicales. No hay otra opción, para el pensamiento radical cubano, que tomar esta postura.

Es preciso hacer un análisis para actualizar y profundizar en la aplicación de la política cultural de la Revolución. No es aquí donde corresponde hacerlo, pero sí voy a subrayar algunas ideas esenciales. La visión del arte y la cultura que teníamos, en 1961, era estrecha y se reducía a eso, a lo estético. La visión del arte y la cultura que hoy tenemos abarca el amplio panorama de la creación humana. Una explosión cultural, educacional y científica ha tenido lugar en el país. Se ha convertido en necesidad política enfrentar estos problemas, junto a la inmensa masa educada o instruida por la Revolución, y promover su más íntima relación con el movimiento político y social en su conjunto.

La visión del arte y la cultura que hoy tenemos abarca el amplio panorama de la creación humana. 

En las instituciones educacionales, científicas y culturales, y en general en las nuevas generaciones que han elevado su nivel espiritual, hay una fuerza potencial, de enorme significado, que ha surgido del pueblo. Un contacto o una relación profundamente cultural e ideológica con ellas constituirían un factor de enorme significación para el fortalecimiento de las posiciones más radicales y consecuentes. El problema no es simplemente artístico, ni puede analizarse exclusivamente por las actitudes individuales de un grupo de personas. El problema es político, social y cultural.

Esta explosión cultural nos permite analizar los medios prácticos de que disponemos para la realización de nuestro trabajo. Debemos estrechar relaciones con el sistema nacional de educación, a través de las escuelas del ministerio del ramo. Hemos encontrado una clara comprensión y una identificación total entre los objetivos de la educación y las aspiraciones de la promoción cultural. Vincular las escuelas con las instituciones culturales ha sido una de nuestras mayores aspiraciones, en eso hemos trabajado y debemos continuar laborando. Debemos vincular nuestro trabajo con la extensión universitaria ―y así se ha venido haciendo― y hemos sostenido diversas reuniones en los propios centros universitarios. Allí hemos encontrado el calor y la comprensión necesarios para implementar estas ideas.

Debemos, asimismo, elaborar programas, como los que venimos instrumentando en regiones, provincias y municipios, con fines y objetivos bien definidos, bajo una concepción de proyectos socioculturales que sean, además, sometidos a los Órganos del Poder Popular. Debemos continuar agilizando el trabajo de los Consejos Populares de la Cultura que, por cierto, con los nuevos estilos de trabajo, han venido mejorando notablemente su gestión. Debemos lograr, cada vez más, que en las escuelas de arte se brinde no solo la enseñanza de una profesión artística o se promueva, exclusivamente, el talento, sino que también se acentúe la educación integral y la formación humanista completa. Debemos vincularnos, como lo estamos haciendo, con el desarrollo del turismo, y los programas que al efecto se realizan van encontrando caminos de materialización por diversas vías. Debemos relacionarnos con algunos de los objetivos económicos-sociales más importantes de la Revolución, como lo estamos tratando de hacer en Moa, Nicaro y en diversos planes agrícolas. Nuestra relación con el sistema de escuelas, con las instituciones científicas, con los centros universitarios, es una necesidad imprescindible para el desarrollo de la cultura. En la medida en que hemos avanzado en cada uno de estos terrenos y esclarecidas algunas de estas ideas, hemos encontrado solución a importantes problemas culturales, laborales y sociales.

Hace 30 años, hablábamos de libertad de creación dentro de la Revolución y se nos exhortó a promover un arte a la altura del socialismo. Hoy tenemos la suficiente experiencia para enfocar y fortalecer los mecanismos institucionales, ideológicos y políticos, que sirvan de fundamento a nuestra acción. En muchas ocasiones, hemos insistido en los principios institucionales y en su eficaz funcionamiento para garantizar el éxito de la gestión. Siempre hemos subrayado, también, la necesidad de fortalecer nuestra identidad nacional, latinoamericana y caribeña, así como nuestra vocación antiimperialista. Ahora permítaseme destacar la necesidad de que la crítica artística literaria, dada a conocer por todos los medios de difusión posibles, constituya una exigencia y un requisito indispensable para el desarrollo de una mejor gestión.

En cuanto a la crítica, nadie como Martí nos enseñó el camino. Relean estos fragmentos memorables:

“(…) Crítica no es más que el mero ejercicio del criterio. (…) Criticar, no es morder, ni tenacear, ni clavar en la áspera picota, no es consagrarse impíamente a escudriñar con miradas avaras en la obra bella los lunares y manchas que la afean; es señalar con noble intento el lunar negro, y desvanecer con mano piadosa la sombra que oscurece la obra bella (…)” [2].

“Los pueblos han de vivir criticándose, porque la crítica es la salud: pero con un solo pecho y una sola mente” [3].

Nosotros agregamos: a veces, en nuestra práctica artística, la crítica desmedida, hipertrofiada, que no le haya salida fácil a los problemas descritos, bien porque no la encuentra o porque no es fácil hallarla, puede producir, como reacción lógica y natural, la  indignación y el malestar. No ha de quejarse el crítico que exagera por el desborde de las pasiones que provoca; pero, a su vez, han de contenerse las pasiones, para que el juicio sereno, que es la pasión mayor, se imponga y se comprenda que puede haber, en la exageración, algún elemento de verdad. Pero no es este, aunque parezca en ocasiones el más sobresaliente, el peor problema que tenemos en la crítica. La dificultad mayor está en la ausencia de una crítica rigurosa, seria y profunda, de la que no culpo a nadie en particular, pero en la que todos los que tenemos alguna posibilidad de influencia debemos trabajar por resolver de forma radical. La cultura del país la necesita, como el hombre necesita el aire para respirar.

En fin, que el movimiento cultural cubano, en lo interno, tiene clara su estrategia, camina sobre bases sólidas y solo se ve afectado por los conocidos factores internacionales que enturbian nuestra obra, aunque, incluso, ha ido encontrando fórmulas para enfrentarlos. Su esencia está en promover una relación más directa con los objetivos socioculturales de la sociedad cubana y una acción cultural más inmediata con la comunidad, con el barrio, con el municipio y con la provincia. Estos empeños generosos, llevados a cabo provincia por provincia, región por región del país, renglón por renglón de la economía, persiguen, precisamente, que el arte y la cultura no queden desvinculados de las grandes aspiraciones socioeconómicas de la sociedad cubana. Pero su valor no es de carácter económico.

Aunque siempre hemos creído que la cultura tiene un peso enorme en la economía, a través de la elevación de la calidad de la vida, ha sido esta última la meta principal, la aspiración esencial de los conceptos de política cultural que hemos tratado de defender. Defendiendo estos principios, creemos que le estamos abriendo un camino al porvenir y un camino a la cultura. El valor principal del arte y la cultura ―bien lo saben ustedes― es formativo, ideológico, comunicador, teórico, etc. Con esto aspiramos, además, a insertar el arte y la cultura nacionales en los más diversos planos de la vida del país. Para todos estos empeños se requiere un creciente apoyo político y un estímulo a nuestro trabajo.

Tal estímulo lo hemos encontrado en los cuadros del Partido y de las organizaciones sociales en las más diversas provincias. Debo decir que no en pocas de ellas hay un estímulo al movimiento cultural de impresionante consecuencia. Cuando el tercer congreso de la UNEAC, se criticó la no presencia de las provincias en el quehacer intelectual y en la integración de los organismos dirigentes de artistas y escritores. Esta ya no es una crítica válida. Ya existen cuadros, tanto de la UNEAC como de la Asociación Hermanos Saíz, que, bien orientados en la política cultural de la Revolución, producirán resultados muy positivos. Hay un enorme potencial cultural en el país, creado por una diversidad de centros de enseñanza media y superior; hay un caudal intelectual en la nación que no puede quedar ―y no quedará― al margen de las necesidades que impone el quehacer económico, social y moral. Su peso debe ser cada vez mayor.

Todavía está por estudiarse el desconocimiento que se tuvo de los valores culturales y científicos más importantes del siglo XX en diversos países socialistas, o ―como decimos nosotros― en la práctica socialista del siglo XX. En algunos casos, los tenemos bastante estudiados; en otros, merecería la pena un análisis más detenido, a escala internacional. En el orden nacional, los valores intelectuales y culturales de la sociedad cubana se insertaron con el programa socialista de la Revolución y constituyen ―como hemos explicado más de una vez― un escudo ideológico esencial para afrontar los problemas espirituales que tiene planteados el país en los próximos años y décadas. Vale la pena, efectivamente, subrayarlo.

Hemos explicado, en otras oportunidades, cómo el movimiento intelectual cubano del siglo XX, a la vez que se fue afectando por la intervención imperialista en los momentos iniciales de la república mediatizada, fue inclinándose, con mayor fuerza, a partir de los años 20, hacia la izquierda. Ello responde a una tradición que viene desde sus orígenes, orientada hacia el progreso social, la investigación científica, la democracia y el derecho de los humildes, cuya síntesis más alta ―todos lo sabemos― fue un gran poeta, un gran organizador de pueblos, un inmenso ideólogo, José Martí.

Con esta historia, con esta tradición, si nos mantenemos unidos, y si logramos que el movimiento intelectual del país se inserte y articule de una manera orgánica con el movimiento político y social, habremos alcanzado metas insospechadas. Como dijeron algunos jóvenes en el IV congreso de la UJC, lo que se solicita es un espacio para servir a la Revolución. Con una profunda convicción y plena responsabilidad del alcance de mis palabras, digo hoy, aquí, que la necesidad más apremiante del movimiento intelectual cubano es que ocupe su espacio en la vida social cubana y pueda contribuir, como está dispuesto a hacerlo, a afrontar nuestros problemas con la misma decisión y el mismo coraje que muchos intelectuales cubanos del siglo pasado así lo hicieron.

La clave se halla en cómo abordamos la necesaria interrelación entre el poderoso movimiento cultural surgido en el seno de la Revolución ―que es, precisamente, uno de sus más importantes logros― y el proceso político y social, cargado de graves enfrentamientos, que vive Cuba. El problema es difícil, pero estamos en condiciones de hacerlo. Y, como hemos repetido en múltiples ocasiones y probado con determinados análisis, la intelectualidad de nuestro país, su historia, su tradición, se corresponden y articulan con los ideales del socialismo. El gran reto histórico que, a 30 años de revolución en la cultura, tiene planteada la intelectualidad cubana, esta, precisamente, en trabajar por ocupar un lugar en la vanguardia de nuestro pueblo. A aquellos que por vacilaciones, dudas o cualquier otra razón prefieran quedar al margen, les recordamos las palabras de Martí:

(…) Un error en Cuba, es un error en América, es un error en la humanidad moderna. Quien se levanta hoy con Cuba se levanta para todos los tiempos (…) ¡Los flojos, respeten: los grandes, adelante! Esta es tarea de grandes” [4].

Ocupar un lugar en las trincheras del pueblo, en las trincheras de ideas, en el diálogo franco, en la convicción de la victoria. Y ese lugar corresponde a la historia y a la tradición de lo mejor de la intelectualidad cubana, no está alejado de esa tradición, es parte de ella. Y si se quiebra es porque rompemos con nuestra tradición. Encontrar los vínculos prácticos de relación entre el movimiento intelectual y todo el movimiento social y político es, precisamente, una de nuestras más importantes tareas.

Foto: Archivo La Jiribilla

Ustedes saben que he hablado bastante de este asunto y no me cansaré de hacerlo. Conocen que hemos tratado de concebir fórmulas para ese encuentro. La masa de la población, en todos los rincones del país, también sabe que el Ministerio de Cultura ha trabajado con pasión en los más diversos escenarios. Entre ellos, los consejos populares de la cultura, para lograr estos objetivos. Hoy se labora por muchos, abnegada y desinteresadamente, con amor, en esta dirección, sin que sea, quizá, suficientemente conocido. Pero en este 30 aniversario, cuando los cometas están engullendo mundos, y la cultura cubana tiene que elevarse a una constelaciones de ideas, tenemos que acabar de consolidar esta unidad entre el pueblo y su intelectualidad.

En el plano internacional, han tenido lugar acontecimientos trascendentes que exigen nuestra respuesta. Si se me pregunta qué es lo que más deseo de la intelectualidad cubana, en el orden internacional, diría que seguir haciendo acto presencia, como hoy ocurre, en los más diversos escenarios, y promover, con fuerza, una nueva lectura de izquierda de la historia  del siglo XX. Ya hay, en ambas Américas, la del Norte y la del Sur, quienes vienen haciendo esa nueva lectura. Tentado estoy de hacer una selección de esos escritos. Desde luego, lo hacen desde su óptica, con verdades esenciales y no siempre con toda la información necesaria sobre Cuba. Pero ya hay quienes vienen regando un semillero de ideas nuevas acerca de una óptica revolucionaria de la situación actual del mundo.

A esto contribuyó, hace pocas semanas, uno de los más extraordinarios discursos que he oído últimamente. Me refiero a la intervención de Carlos Rafael Rodríguez, en el congreso de Sociología. Ha llegado la hora de andar por el camino del pensamiento que él esbozo. Fidel también, en sus entrevistas a la revista Siempre, de México, brinda ―como estamos acostumbrados― nuevas y sugerentes ideas. Se trata de eso: de unirnos en lo interno, de integrarnos orgánica y definitivamente al movimiento ideológico que se desarrolla en nuestro país y de seguir promoviendo, hacia afuera, hacia otras tierras, una nueva lectura, una lectura de izquierda de lo ocurrido en el siglo XX.

El movimiento ideológico y cultural, a escala internacional, está sometido a importantes cambios y ajustes. Eso repercute y ejerce su influencia en la comunidad mundial, de la cual formamos parte. Debemos prepararnos para dar una respuesta cabal, por ello es menester profundizar en el plano teórico y político. Nuestra Revolución, que desde los años 60 indicó la necesidad de cambios en los métodos, estilos y concepciones del socialismo, está, una vez más, ante el desafío que impone el actual movimiento de las ideas. Como nos ha enseñado Fidel, Cuba se ha ganado el derecho a escoger su propio camino.

En nuestras condiciones, por no ser deudores de una política dogmática, el pensamiento social, la creación literaria y artística, herederos de las ideas más radicales de nuestra historia, tienen importantes contribuciones que aportar a la obra común de todos los revolucionarios cubanos. El proyecto que nos ha de trascender en la hora presente no es solo el de una revolución legítima, que trajo la justicia social para nuestro pueblo. Estamos llamados, para bien de América Latina, de los países explotados y de la humanidad toda, a defender con las ideas, con la decisión irrevocable del pueblo y con las armas, si fuera necesario, el futuro del socialismo.

El arte y la cultura cubanos, proyectados en su diversidad y riqueza hacia el socialismo, pueden hacer un aporte de trascendencia histórica al movimiento intelectual de nuestro tiempo. Hay una enorme riqueza intelectual y moral en nuestra historia. Es ahí donde debemos buscar las fuentes vivificadoras del presente y encontrar las ideas con las cuales avanzar. En todas partes de Cuba pueden celebrarse encuentros como este. Hay intelectuales suficientes en todos los rincones de la patria para reunirse en actos similares. Hay masas de jóvenes y de graduados universitarios lo suficientemente numerosas como para agruparlas por provincias, regiones, municipios e incluso, barrios, en reuniones como esta. Ya no es un simple escenario de intelectuales y académicos, como el que se reunió, hace 30 años, en la Biblioteca Nacional.

El panorama se ha ampliado, ya estamos en la calle. Por las calles de La Habana salieron, a pura espontaneidad, artistas y escritores, a cantarle a esta fecha. En diversos rincones de la patria se celebran actos y festivales. En todas partes hay hombres de pensamiento, de talento, surgidos de la Revolución; aquellos que salieron de la Campaña de Alfabetización, aquellos que fueron alfabetizados, aquellos que fueron maestros voluntarios, aquellos que fueron a la escuela de instructores de Arte y que hoy, como técnicos, maestros, ingenieros, artistas o escritores aman la cultura del país, la sienten suya y ya nada ni nadie podrá separarlos de la Revolución triunfante, de la Revolución de Fidel.

En fin, nuestra decisión cultural, para ser fuerte y arraigada, y dura como el diamante, ha de fundamentarse en la historia y en las raíces de esta sociedad; de lo contrario, no será fuerte ni dura. Ahí es donde está la clave del problema, la reciedumbre y el rigor tienen que nacer de las entrañas de la historia de esta sociedad. Para nuestra fortuna, vivimos en un país de una cultura con valores enraizados en el más profundo patriotismo, en el más acendrado latinoamericanismo, en la más firme vocación universal y antiimperialista, con un profundo amor a los principios democráticos y a la libertad individual, con un sentido ético de la vida y de las conductas humanas, con un concepto de la disciplina que nació en los combates y en la guerra, con un sentido de unidad nacional en el enfrentamiento al enemigo imperialista.

La dureza, la firmeza y la reciedumbre de nuestra cultura han de fundamentarse en esos principios. Y en estos momentos cruciales con más razón aun. Es la hora de los hornos y debemos andar unidos, como la plata en las raíces de los Andes. La intelectualidad cubana, la que se educó antes de la Revolución, la que maduró en medio de ella, la que surgió en la Revolución, está indisolublemente unida a la causa de su pueblo y a las tradiciones democráticas y revolucionarias que nos vienen de antaño. La unidad necesaria entre intelectuales, obreros y campesinos, es decir, del pueblo cubano, puede asentarse en la bandera de la cultura nacional.

Esta es ―pienso― la única manera de ser fieles a Fidel, y por tanto, a la Revolución, que está muy por encima de cada uno de nosotros y que es nuestro proyecto mayor. Ambos nos reclaman en este momento, el de mayor gloria y el de mayor victoria de la patria cubana. Las banderas de la cultura nacional serán las que nos harán más fuertes, más firmes, más intransigentes y más internacionalistas. No hay otro camino. Pero ello tiene que tomar en cuenta lo siguiente: resulta imprescindible brindar todas las facilidades para promover el desarrollo del pensamiento social cubano contemporáneo. No solo constituye una necesidad cultural, sino también un reclamo político, es decir, una exigencia práctica. A menudo, nos enfrentamos con una interpretación de la Revolución y sus ideas estudiada por personas ajenas a nuestra ideología o, incluso, contrarias a ellas. Eso es sumamente preocupante.

El crecimiento del pensamiento social es necesariamente polémico. Es más, todo pensamiento, si es creador, es polémico; de lo contrario no es creador. La más importante muestra del carácter polémico del pensamiento político la dieron Carlos Marx y Federico Engels, cuando, retomando todo la historia de la evolución cultural de la humanidad, esbozaron la más polémica, combativa y profunda de las ideas. Cuba no puede permanecer al margen del debate internacional de las ideas. Las nuevas generaciones tienen que prepararse para ello. La ideología no se desarrolla en forma lineal, sino contradictoria; no crece si no en el enfrentamiento diario con ideas claras, profundas y rechazando, con rigor, todos los diversionismos. Y debemos estar dispuestos y decididos a esta lucha.

El célebre documento de Fidel posibilitó el esclarecimiento político necesario para que el arte y la literatura del país alcanzaran, sobre los fundamentos de una historia anterior, niveles aun más altos y fueran ejemplos en América y el mundo.

El mundo está pensando en nosotros. Tenemos problemas en nuestra aldea, en parte por los problemas del mundo, en parte por nuestros propios problemas. Por muy difíciles que sean, y algunos pueden resultar para muchos angustiosos, hay que reconocer que la raíz de los mismos está en lo que ha pasado en el mundo. No reconocer esto es no reconocer la verdad objetiva y nublarse las mentes. Nadie con mayor honestidad que Fidel, cuando denunció, hace ya varios años, desde el proceso de rectificación, los males que nos aquejaban, se ha situado a la vanguardia de la crítica social. Nadie lo ha logrado superar. Pero la crítica social de hoy tiene que tomar en cuenta que muchos de nuestros problemas y lo sustancial de ellos, se deben a factores externos que no están fácilmente en nuestras manos resolver. Hay compañeros que, con pasión, amor y enorme trabajo y estudio vienen laborando, dentro y fuera de Cuba, semana tras semana, día tras día, noche tras noche, por tratar de resolver esos problemas.

Pero tenemos que partir de que el mundo ha cambiado y de que nuestros caminos hacia el socialismo tienen también que cambiar. Sí, cambiar, pero para ser más genuinamente socialistas. Tenemos que prepararnos para las grandes transformaciones ideológicas de nuestra época. Como una vez se confundió la idea del socialismo con el socialismo real, y este último desapareció, ahora parecería como si también hubiera desaparecido la idea misma del socialismo. Cuando Marx y Engels, y el propio Lenin hablaban de socialismo, no existía el socialismo real, sino solo la idea del socialismo. Cuando Martí hablaba de la república cubana independiente, o cuando Maceo lo hacía en Baraguá, no existía la república cubana independiente. Existía la idea de socialismo y existía la idea de la república cubana independiente.

Se trata de eso, de trabajar arduamente por esclarecer rumbos en lo que yo llamaría los caminos cubanos hacia el socialismo futuro. Se trata de promover, desde Cuba, una crítica de izquierda a la práctica socialista del siglo XX; una crítica que, para ser justa, ha de hacerse con aquel mismo espíritu de amor con que Martí analizó la historia de la Guerra de los Diez Años y a los próceres de aquella epopeya. Una crítica sin nihilismo, sino con amor. Porque la crítica histórica, para ser justa, ha de fundamentarse en las realidades que los hombres tuvieron concretamente que enfrentar.

Y a propósito de ello, en esta hora de graves contingencias, de graves coyunturas políticas universales, quiero manifestarles mi más profunda admiración, mi más extraordinario cariño por los comunistas cubanos, quienes, desde épocas de Mella, y aun antes, supieron mantenerse leales a una causa. Los sucesos que han tenido lugar, lejos de disminuir mi cariño y mi admiración, los han acrecentado. Porque si muchos de estos problemas fueron, en cierta forma, previstos por algunos, la magnitud de los mismos muestra las enormes dificultades que tuvieron para ser comunistas en el siglo XX. Ser comunista en el siglo XX, compañeros, ha sido una proeza de enorme valor moral, porque los errores fueron grandes, pero la lealtad a los principios de los mejores comunistas fue más grande aun.

Hoy se abren nuevos caminos, complejos y cargados de peligros e incertidumbres. Insisto en que trabajemos por unirnos todos y porque el movimiento intelectual de nuestro pueblo tenga un peso, cada vez más significativo, en el proceso político y social de nuestra sociedad. Enfrentemos las responsabilidades y los retos que nos impone el porvenir de la patria y continuemos trabajando para forjar una nube de ideas que pare a los escuadrones de acorazados. ¿Puede la cultura hacerlo? La cultura cubana tiene derecho y posibilidades de promoverla. Estoy convencido firmemente de ello; lo sabrá hacer con energía renovadora, talento e imaginación. En este 30 aniversario de “Palabras a los intelectuales”, lo proclamamos con fuerza. Lo sabrá hacer con la pasión, el amor y la inteligencia que hay en la cultura del país.

Dejemos a un lado, o situemos en su justo lugar, las acciones secundarias y de importancia relativa. Unámonos todos, para crear una inmensa nube de ideas que haga sentir sobre nosotros una suma mayor de amor y de pasión, que paralice a los escuadrones de acorazados.

Intervención realizada en el acto por el 30 aniversario de “Palabras a los intelectuales”, el 29 de junio de 1991.


Notas:
[1] José Martí, Nuestra América, en: Obras completas, tomo 6, Editorial de Ciencias Sociales, 1975, p.15.
[2] José Martí, Echegaray, en: Obras completas, tomo 15, editorial de Ciencias Sociales, 1975, p.94.
[3] José Martí, Nuestra América, en: Obras completas, tomo 6, Editorial de Ciencias Sociales, 1975, p.
[4] José Martí, El alma de la Revolución y el deber de Cuba en América, en: Obras Completas, tomo 4. José Martí, El alma de la Revolución y el deber de Cuba en América, en: Obras Completas, tomo 3, Editorial de Ciencias Sociales, 1975, p.143.