Los 50 años de la muerte del poeta Enrique Loynaz

Leonardo Depestre Catony
19/5/2016
Foto: Tomada de Internet
 

Ser hermano de Dulce María Loynaz e hijo de un brigadier del Ejército Libertador, llevar el nombre de su padre y pertenecer a la familia de los Loynaz, bien pudo representar un pesado fardo de responsabilidad para quien transitó el camino de las letras. No lo aseguramos, solo sugerimos que así fue para Enrique Loynaz Muñoz, pero en un sentido curioso: hizo de tal antecedente un motivo para la búsqueda incesante de su propia voz. Y lo consiguió.

De esta familia se ha escrito mucho, está nimbada por la leyenda y el misterio. Igual sucede con Enrique, de quien se ha destacado su personalidad, la reconcentración de su mirada, el talento enorme de sus facultades, su desdén por publicar los versos. Se afirma que no dejó de escribir y que su carácter temperamental hizo de él alguien exigente consigo mismo.


 

Enrique nació el 5 de abril de 1904 y murió el 29 de mayo de 1966, es decir, medio siglo atrás. Ambos sucesos ocurrieron en La Habana. Los estudios iniciales los cursó, al igual que sus hermanos Dulce María, Carlos Manuel y Flor, en el hogar, que en el caso de los Loynaz fue un espacio caracterizado por un ambiente peculiar, acomodado y profundamente interesado en las artes.

Se graduó de abogado en la Universidad de La Habana en 1928. Viajó por Europa y Estados Unidos, y ya en 1923 aparecieron en la revista El Fígaro algunos poemas suyos. El ensayista José María Chacón y Calvo, quien lo presentó en la citada publicación, escribió de sus versos: “Las palabras se hacen cada vez más interiores, las palabras tienen cada vez más el valor de los símbolos”.

Afirman los estudiosos que en Enrique se perciben las influencias de Juan Ramón Jiménez y de Edgar Allan Poe, si bien ante todo irrumpe el acento propio. Su obra revela el misterio de un carácter en que las sombras y el asunto de la muerte están presentes.

La estrella se ve a lo lejos
y  yo sigo todavía sonriendo…
La estrella está ya muy cerca
y mi cara todavía está serena…
La estrella se ha detenido
a mi espalda y voy sintiendo mucho frío.
La estrella me toca y tiemblo…
La estrella me abraza y muero…

(“La estrella”)

No publicó sus libros en vida, quedaron inéditos los volúmenes Un libro místico, La canción de la sombra, Faros lejanos, Canciones virginales, Poemas del amor y del vino, Miscelánea, Después de la vida…

Dejó igualmente inéditos algunos textos ensayísticos. Sin dudas no le interesó para nada la publicidad, y quienes auguraban en él a una de las voces más notables de su época no se equivocaron, si bien esa voz apenas se dejó escuchar en los espacios públicos y menos aún en los medios editoriales.

Después de la desaparición del poeta sus versos fueron recopilados, y en alguna ocasión, editados en colecciones que recogen una parte de su obra, o en antologías familiares que reúnen la suya junto a la de sus hermanos.

Enrique Loynaz Muñoz no es, lamentablemente, uno de los autores más conocidos en Cuba y, sin embargo, es de los más apreciados. Lo envuelve una sombra iluminada que la crítica valora justamente. El estudio y la mayor difusión de cuanto escribió y como vivió —vástago ilustre de una singular familia— irá descorriendo las cortinas de un escritor con palabra y mirada propias.

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